Muchas propuestas culturales independientes ya sea espacios, librerías, editoriales, entre otros, se han unido para afrontar la pandemia; otras tantas, se mantienen lanzando propuestas en solitario
Ciudad de México (N22/Ana León).- ¿Cómo afrontarán la crisis sanitaria los equipos de propuestas culturales independientes? ¿Cómo resistir a este escenario cuando ya de por sí el de la vida cotidiana no es tan fácil de encarar? ¿Cómo mantenerse a flote? Muchas propuestas culturales independientes en “condiciones normales” sortean el ya de por sí no tan fácil camino de la supervivencia. Editoriales, espacios de reunión para presentaciones de libros, librerías, se enfrentan ahora a la suspensión de actividades “no necesarias” decretada por la Secretaría de Salud.
Como vemos en redes y como seguro lo experimentan en la experiencia personal, ¿cómo pasar estos momentos de encierro —aquellos que tienen la fortuna de poder hacerlo— sin leer un libro o ver una película o escuchar música o ver la ópera, sin el teatro, sin la danza? Más que nunca, se evidencia el valor que tienen las artes y las propuestas culturales para sensibilizarnos, para salvarnos del aislamiento y acercarnos a otras realidades, mantenernos en comunidad ahora que se cuestiona la figura del otro, cuando el miedo al otro, empieza a [re]surgir.
Nos hemos acercado a algunas propuestas culturales para conocer cómo afrontan estos días difíciles. Aquí, la octava de ellas.
Librería La comezón
En la calle Balvanera número 3, en el centro de la ciudad de Querétaro se encuentra un espacio de reunión y de lectura, la librería La comezón que abrieron sus puertas el primer día de junio del año pasado. Coordinada Xime, Pau, Pakiko, Eduardo y Juan, este espacio con poco tiempo de creación, también busca cómo sortear esta pandemia y mantener sus puertas abiertas.
¿En qué situación estaban antes de la crisis sanitaria? ¿Cómo vislumbraban el panorama respecto al funcionamiento de su propuesta?
Estábamos en una situación precaria, pero cómoda. La librería es más un capricho o una obsesión que un lastre económico o una cruz moral. No comemos de los libros que vendemos. Todas acá tenemos otros trabajos –bueno, menos Juan– que nos permiten tener este privilegiado pasatiempo. Tratamos sólo de llegar a la renta del mes y, en el camino, pasarla suave con los amigos que nos visitan (incluso a Juan).
Luego de la contingencia, ¿cómo ha cambiado ese panorama? ¿En qué momento empezaron a cambiar su dinámica de trabajo? ¿Cómo se modificó ésta? ¿Qué medidas han tomado para, de alguna forma, seguir operando?
Nuestro quehacer podría resumirse así: compartir nuestras preferencias con nuestros preferidos; leer junto con nuestros amigos y vecinos. A partir del domingo 22 de marzo, que fue cuando decidimos cerrar la librería y sacar «EL ZUMBIDO» (nuestro aguijón de dos ruedas), eso de leer con nuestra pequeña pero ronchuda comunidad se ha vuelto cada día más lento y complicado. Torpes somos y en el zumbido andamos… Así como es mucho más difícil entrar a una base de datos con un libro en la cabeza y salir con otro completamente distinto, también es más difícil para nosotras ver el perfil de instagram de un curioso y a partir de ahí atrevernos a lanzarle un título.
Se apela a la solidaridad y varios se han unido a esta propuesta llamada #CrisisCompartida o #ApoyoMutuo, alianzas con otras propuestas para seguir en activo, ¿cómo ha funcionado para ustedes?
Existen algunas librerías independientes entre las que sí, nos sentimos acompañadas. Y también muchos pequeños restaurantes que se parecen mucho a lo que nosotras hacemos; cocinar a pequeña escala, que el cocinero y el mesero sea el mismo, tuitear algo sobre el nuevo platillo en lo que llegan las verdolagas… Hemos descubierto que cuando decimos «compartida» o «mutuo», la comunidad afín es mucho más grande de lo que en un principio pensaríamos: un changarro familiar puesto en la sala de una casa tiene que ver más con nosotras que la librería gigante que está en no sé qué plaza comercial.
Y bueno, la dinámica Covid está brutal: trabajamos el triple y logramos la mitad, si acaso. Pero bueno, estaríamos peor –sin alma, para empezar– si estuviéramos dentro de un centro comercial.
Mucho empieza a llevarse en digital y en entrega a domicilio, se ha terminado, por ahora, el encuentro físico, la reunión, ¿creen que luego de la crisis sanitaria éste será un modelo que predomine? ¿A ustedes les funcionaría?
¡Ay, no! «La dolencia del amor que no se cura, sino con la presencia y la figura». Y bueno, si esto del amor es muy cursi, cámbienlo por mosquito o por ardor, ¡o por cosquillitas!
Este momento ¿los ha obligado a replantearse la forma en que se genera cultura, propuestas culturales y en que se llega a la gente?
Cultura es cultivo. Uno lee cosas y hace lo que puede; lee en voz alta, escribe, edita, comparte. El cultivo está ahí, lo querramos o no. Y esto, los covids, se nos implantaron, cayeron del cielo. O eso parece. Por acá nos gustaría cultivar esos covids, cuidarlos, observarlos. Ser pacientes con su desarrollo. En pocas palabras, leer. Por acá nos gusta leer. ¿Hay estímulos para que esa lectura no decaiga? ¿Hay becas, hay programas, hay políticas laborales? ¿Cómo le hacemos para que, de menos, los lectores sigan ahí cuando “acabe” todo esto? Por acá hemos estado pensando mucho en esa otra parte de «la-cadena-del-libro» (que le llaman): en los lectores. ¿Bajo qué condiciones la curiosidad se torna en una atención vagabunda que empuja a alguien a entrar en una librería? Y bueno, luego está el tema de los precios. Ahora que lo pensamos, nuestra prima La Murci (La librería La Murciélaga en la Ciudad de México ) es una VISIONARIA: hay que depender lo menos posible del mercado, o del mercado sangrador. No sé, pero sospechamos que crecerán nuestros anaqueles de libros usados y que haremos cada vez más presentaciones de libros escritos por personas muertas. ¡Ante la dimensión amarga de este espacio inmenso, ¡más literatura!