Los independientes en resistencia: La Murciélaga

Muchas propuestas culturales independientes ya sea espacios, librerías, editoriales, entre otros, se han unido a #CrisisCompartida; otras tantas, se mantienen lanzando propuestas en solitario frente a la crisis por COVID-19

Ciudad de México (N22/Ana León).- ¿Cómo afrontarán la crisis sanitaria los equipos de propuestas culturales independientes? ¿Cómo resistir a este escenario cuando ya de por sí el de la vida cotidiana no es tan fácil de encarar? ¿Cómo mantenerse a flote? Muchas propuestas culturales independientes en “condiciones normales” sortean el ya de por sí no tan fácil camino de la supervivencia. Editoriales, espacios de reunión para presentaciones de libros, librerías, se enfrentan ahora a la suspensión de actividades “no necesarias” decretada por la Secretaría de Salud.

Como vemos en redes y como seguro lo experimentan en la experiencia personal, ¿cómo pasar estos momentos de encierro —aquellos que tienen la fortuna de poder hacerlo— sin leer un libro o ver una película o escuchar música o ver la ópera, sin el teatro, sin la danza? Más que nunca, se evidencia el valor que tienen las artes y las propuestas culturales, para sensibilizarnos, para salvarnos del aislamiento y acercarnos a otras realidades, mantenernos en comunidad ahora que se cuestiona la figura del otro, cuando el miedo al otro, empieza a [re]surgir. 

Nos hemos acercado a algunas propuestas culturales para conocer cómo afrontan estos días difíciles. Aquí, la tercera de ellas. 

La librería La Murciélaga

Esta quiróptera, que se ha convertido en todo un personaje en tuiter, es la imagen detrás de la cual está la propuesta de librería de viejo de los escritores y editores Guillermo Núñez, Diego Rabasa, Luigi Amara y Óscar Benassini. Inaugurada en junio de 2018 ha logrado hacerse ya de un lugar en la comunidad de la cual es vecina, la colonia Narvarte, a unas cuadras de metro Eugenia. Allí, no sólo se venden libros, «tesoros que que tal vez nunca vuelvas a ver», se hacen también talleres y presentaciones, y muchos sábados delicioso cebiche que corre a cargo de uno de los libreros para deleitar a las “amistades”, como llama a todos sus clientes. Aquí responde uno de ellos, Guillermo Núñez. 

Todas las imágenes © Ana León

¿En qué situación estaban antes de la crisis sanitaria? ¿Cómo vislumbraban el panorama respecto al funcionamiento de su propuesta?

Antes de la crisis sanitaria La Murciélaga operaba como otros espacios independientes de corte cultural, entre la precariedad y la ocurrencia, pero de una manera que ha sido relativamente estable desde que inició. Nuestra principal preocupación es la capacidad para conseguir nuevos títulos interesantes al mismo tiempo que pagar la renta del local mes a mes, y tal vez conseguir alguna ganancia. Las librerías de viejo, en ese sentido, tienen la ventaja relativa de no tener que lidiar con distribuidores (aunque también hay algunas editoriales independientes y algunos coleccionistas de libros con las que tenemos tratos de consignación) ni con los intolerables ritmos del mercado de las novedades. Aún así, mantener el espacio exige trabajo constante y algunas habilidades organizativas que seguimos afinando.

Luego de la contingencia, ¿cómo ha cambiado ese panorama?

El principal cambio es que no podemos abrir el local y hemos tenido que dirigir nuestros esfuerzos hacia los envíos a domicilio, algo que ya hacíamos, pero con menor intensidad. Nos apoyamos en el uso de nuestras redes sociales. Sin duda la presión para pagar renta ahora es un poco mayor. Estamos, como todo mundo, enfrentados a una incertidumbre sobre lo que ocurrirá en los próximos meses, cuando se recrudezca la crisis ya no sólo inmunológica sino económicamente. Con esto creo que también respondo a la pregunta sobre la manera en que se modificó nuestro trabajo: seguimos, como antes, buscando libros que puedan ser interesantes para los lectores que no están satisfechos solamente con la oferta de las mesas de novedades, tanto para coleccionistas como para lectores de todo tipo, pero ahora prestamos mayor atención a las redes sociales a través de las que nos comunicamos con lectores. También nos hemos apoyado en mensajería dentro de la Ciudad de México, donde nos encontramos, y en el servicio postal. En menor medida, hemos entregado personalmente libros (en el local, en horas que acordamos con lectores; o a domicilio, especialmente con gente que conocemos personalmente). Lo que realmente ha cambiado y está por ahora en un momento de mayor incertidumbre es nuestro kiosco de la Condesa; hemos decidido abrirlo un par de días (antes lo abríamos diario) pero no sabemos durante cuánto tiempo podrá operar de esa manera: las calles, claro, están desiertas.

Se apela a la solidaridad y varios se han unido a esta propuesta llamada #CrisisCompartida, ¿cómo ha funcionado? 

Creo que son 28 los proyectos que están involucrados en Crisis Compartida, entre ellos algunos con los que tenemos una comunicación y cercanía particular, como la Revista Este País, donde La Murciélaga escribe una columna; Casa Tomada, con quienes tenemos una bella amistad; La Tempestad, Eterna Vagancia, Impronta y Cafeleería, entre otros proyectos que nos parecen admirables. Hasta donde tengo entendido es un esfuerzo por comunicar las medidas que cada proyecto ha tomado para enfrentar el momento, pero hasta este momento La Murciélaga, que vive en la noche de la desorganización, la ocurrencia y la buena onda, no ha hecho la tarea de unirse al directorio. ¡Está demasiado ocupada preocupándose y haciendo envíos! Como sea, celebramos el llamado a la solidaridad, cómo de que no.

Mucho empieza a llevarse en digital y en entrega a domicilio, se ha terminado el encuentro físico, la reunión, ¿creen que luego de la crisis sanitaria éste será un modelo que predomine? Se había resistido un poco ya. 

Esperamos que no sea el modelo que predomine, una parte muy importante del espíritu de La Murciélaga es la presencia del público en la librería. En algún momento consideramos sumarnos a los proyectos en línea, que cojean por estar tan apegados a la cultura de la gratuidad que parece por encima democrática pero también tiende a desvirtuar el trabajo que implican distintos proyectos. Hay una saturación cultural que no ha logrado quitarse de encima los tics que hacen de la producción cultural o artística un espacio más para las prácticas del consumo abaratador. Creo que está bien tomarse un respiro, en la medida de las posibilidades. Total que a la mera hora decidimos no llevar a cabo un club de lectura que consideramos realizar, pero aún hay varias semanas por delante y todo sigue, digamos, en el aire. Son, tristemente, tiempos interesantes. Y aunque ha habido una buena respuesta en los envíos y el uso de redes sociales que esperamos poder seguir adelante, nunca ha sido interés de La Murciélaga competir, claro, con Amazon (o su subsidiaria AbeBooks, por decir algo). Son herramientas útiles pero finalmente tenemos un espacio donde la comunidad lectora puede, o podrá, reunirse. Ojalá los volvamos a ver más pronto que tarde.

Este momento justo ¿obliga a replantearse la forma en que se genera cultura, propuestas culturales y que se llega a la gente?

Sí, este momento obliga a replantearse la forma en que la cultura –los libros, en nuestro caso– pueden llegar a la gente. Por ahora seguimos con las entregas a domicilio, como si fueran pizzas. Pero a diferencia de las pizzas sí echamos en falta la conversación, la crítica y el ritmo particular -lento- que se vive hacia dentro de una librería de viejo. La repartición de pizzas y la repartición de libros a través de redes sociales es un ritmo completamente distinto al que estamos acostumbrados, aunque seguimos eligiendo títulos que nos parecen dignos de enviar. Nos encantaría, financieramente, vender libros como se vende pan caliente, pero antes nos preocupa que La Murciélaga siga siendo el espacio donde los ritmos lentos de la literatura, la filosofía, el arte y demás, pueda marchar lentamente. A ver si se puede.