El perdurable asombro: 15 años del GIFF

 

Cuando en 1997 se dio a conocer la primera edición del festival Expresión
en corto, hubo muchas expectativas, especialmente en un entorno nacional donde
la industria cinematográfica completó en ese año sólo ocho largometrajes (uno
de los peores registros en la historia), al tiempo que los teatros de
exhibición desaparecían en las entrañas de los centros comerciales y los
cortometrajes mexicanos ganaban prestigio en el mundo, pero no se podían ver en
México. Era contradictorio ver a cientos de cinéfilos jóvenes de todo el país que
añoraban ser cineastas o críticos de cine en una realidad tan cruel. El perfil
dedicado al cortometraje y la exquisita selección internacional, que permitió
conocer la obra de artistas del mundo frente a la de los creadores mexicanos, le
dio a Guanajuato un lugar propio en un calendario de festivales
cinematográficos que ha llegado a tener 50 propuestas nacionales, de las cuales
muy pocas han sobrevivido o crecido.
No todo ha sido miel sobre hojuelas. Al final de la edición número 7,
le pregunté a Sarah Hoch, su directora: En
la historia de los festivales suele haber un momento de crisis, ya sea por los
patrocinadores o por el agotamiento. ¿Cómo superar “La comezón del séptimo
año”?…
La respuesta de Sarah fue crecer, y cada año tuvieron más de todo,
no sin un nivel de caos, hasta que decidieron detenerse y afinar detalles. No
es fácil, especialmente porque en nuestro país los gobernantes creen que con
apoyar los proyectos ciudadanos, pueden decidir sobre ellos y justificar sus
gestiones, así que los presupuestos suelen estar determinados ya sea por el
favor político o del capricho de las necesidades electorales. Otro punto
importante son los patrocinadores, que en un año pueden participar con campañas
“agresivas” (como suelen decir en su infamia etimológica), y a la edición
siguiente reducir su participación debido al cambio de director o de sus políticas
empresariales. Lo que quiero subrayar es que la creación de una empresa
cultural refleja la madurez ciudadana y la realidad política y económica,
entenderlo y crecer en ese contexto no es nada sencillo.
¿Qué es lo que mantiene con vida a este festival? Me lo he preguntado
muchas veces, y la respuesta volvió a golpearme con fuerza en 2011. Era la
noche final del Rally universitario (idea que surgió aquí en 2003, cuando fue
organizado durante tres años por Producciones Malayerba y que de inmediato se
propagó en diferentes partes del país), estaba sentado en primera fila al lado
de Sarah Hoch y las actrices Ilse Salas y Claudette Maillé, cuando toda la
energía y furor de los equipos de jóvenes, muchos de ellos sin dormir en días y
con su corto recién terminado, estremecieron con sus porras al Auditorio del estado.
No era la primera vez que era testigo de esto, pero por una extraña razón, ese
día recordé la emoción de recibir de la imprenta mi revista adolescente, o el
momento en que tuve la versión final de mi cortometraje documental, sí, el
resultado es imperfecto, pero en pocas ocasiones se es tan involuntariamente
honesto con la sorpresa de un mundo, aparentemente nuevo. He conversado en
varias ocasiones con los directores y el talento que ha colaborado en las
diversas versiones del Rally, y lo que me queda claro es que, como lo contaba
Orson Welles cuando se refería a un rodaje: Te
subes a un tren y pase lo que pase, sólo podrás bajar en la estación final
.
Otros momentos gratos son las anécdotas de los invitados especiales,
como en 2007 cuando el cineasta estadounidense Tim Burton, inquieto como niño, buscaba
escaparse de sus compromisos cada vez que le era posible y a la media noche se
perdió entre los túneles de Guanajuato. La gente creía imposible encontrarlo en
la madrugada, sentado en las escaleras del templo de San Diego. Incluso se desapareció
momentos antes de las entrevistas con los medios de comunicación y enmascarado como
luchador, apareció caminando solitario, para sorprendernos al revelar su
identidad. Entonces me dijo: A Frankenstein,
King Kong o la criatura de la Laguna Negra, en las películas los ves como
villanos, pero realmente son personajes con alma, mi cine siempre ha respondido
a eso. Así es como he sentido mi propia vida.
También emocionante fue la edición de 2009, cuando el cineasta inglés Peter
Greenaway recibió un homenaje, entonces tuve mi cuarta entrevista con él, quien
con menos pretensiones y más generoso conversó extenso y relajado: He estudiado mi vida como una pintura. Supongo
que con la posible salvedad de “Gilbert & George”, la mayoría de los
pintores son muy singulares, hacen las cosas demasiado a su manera. Pero cuando
me veo como director de cine, la situación es muy compleja, descubro estar
demasiado asociado a un enorme número de nombres de talento. Pero me siento muy
afortunado de estar en esa posición.
En ese año Greenaway dio, a mi
parecer, la única gran clase magistral que hasta ahora ha tenido el festival, la
opinión es por la ligereza con que algunos invitados han participado hasta el
punto de “contar” sus películas, como lo hizo Alejandro González Iñárritu
(quien, por cierto, no permitió a los periodistas grabar por ningún medio nada
de su “ponencia”, a riesgo de no salir al escenario). No, Greenaway está en
otro nivel y eso lo sabemos todos, él expuso el proyecto en el que estaba
trabajando, la intervención digital a la pintura “Las bodas de Caná” (1563) del
veneciano Paolo Veronese. Una clase magistral ofrecida a todos los presentes sin
importarle el tiempo o el registro electrónico que reflejó el conocimiento y la
variedad estilística de Greenaway, lo que nos permitió entender mejor el
espectáculo de clausura de ese año, un performance
audiovisual con seis pantallas en la explanada de la Alhóndiga de Granaditas, donde
se proyectaron fragmentos de más de mil horas de videos, determinados por el
autor de Una zeta y dos ceros, quien
fungió como VJ. Esta obra forma parte del proyecto La valija, integrado por una larga película, un libro, un CD-ROM,
una exposición plástica, una ópera, un cortometraje creado con una cámara
Lumiére y el performance, que ha
presentado en algunas capitales artísticas de Europa y en Guanajuato.
También para el recuerdo están en 2011, las palabras del divertido cineasta
coreano Bong Hoo Jo: Mi mayor inspiración
viene de la gente coreana, la que no tiene poder, pero que al juntarse logra un
poder mayor que el político, eso me inspira. Si tuviera tiempo, me gustaría
caminar por todos los túneles de Guanajuato. Me gustaría hacer una película
aquí, pero para decir más cosas necesito un tequila…
De ese mismo año, la
presencia del fotógrafo y cineasta estadounidense Larry Clark: Quiero hacer películas verdaderas, de todo lo que
pasa en Estados Unidos, realmente trato de hablar de lo verdadero. Estoy influido
por W. Eugine Smith, fotógrafo de los años 50 en la revista
LIFE, él subrayaba las diatribas de lo publicado,
¿por qué no podemos decir la verdad? ¿Por qué escondemos cosas? ¿Por qué no
puedo contar con detalles aquello de lo formamos parte? A eso trato de
responder con mi trabajo.
O un amable Eliseo Subiela, autonombrado cursi, con férula en una
pierna: Trato de hacer un cine popular,
no populachero, que llegue a la mayor cantidad de gente posible. Ayer en el
homenaje, me aguanté la emoción por lo que se estaba diciendo. Donde casi
flaqueo es cuando aparece la primera imagen de
El lado oscuro del corazón y la gente reaccionó como si estuviera en
una cancha de futbol… Para eso trabajo.
Otros invitados internacionales importantes que hemos conocido en
Guanajuato son el delimitado Oliver Stone, un engreído Spike Lee, un gracioso
Irving Kershner, un donjuanesco Gaspar Noé, o la gran conversadora Deepa Mehta,
entre otros. Pero el festival también ha impulsado el desarrollo cinematográfico
local y nacional, a través de becas, coproducciones y el obsequio de equipo o
servicios a los ganadores. Una de las personas involucradas fue el desaparecido
dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda, quien promovió los premios para guión
cinematográfico.
Importante es también, desde 2004, la creación del Internacional
Pitching Market, el primer evento de este tipo en México y América Latina,
donde se reúnen anualmente productores e instituciones financieras del mundo,
que han impulsado proyectos como Mezcal,
de Ignacio Ortiz; Parpados Azules,
ópera prima de Ernesto Contreras, graduado del CUEC; Camino al mar, del ganador de Cannes Michel Franco, egresado de la
UIA; Los últimos cristeros, de Matias
Meyer, creador de un cine particular asociado a la expresión artística
contemporánea, o Paraisos artificiales
de Yulene Olaizola, quien este año también participó en Cannes, estos dos
últimos realizadores estudiaron en el CCC.
Cuando hago memoria de los quince años de actividad de Expresión en
corto, (que a partir de 2011 se llama Festival internacional de cine de
Guanajuato, por sus siglas GIFF), me quedo con el cine, los maestros, los
colegas y los amigos, de hecho, una de mis mejores amigas la conocí hace diez
años en las proyecciones de medianoche de los túneles, a la fecha hablamos
durante horas sobre cine y arte en cada encuentro en Guanajuato. Esa intensidad
no es fácil de encontrar. Una vez, a principios de siglo, cuando me invitaron a
formar parte del jurado en el Festival de cine de Huelva, en Andalucía, le
pregunté a un colega: ¿Cuál es el mejor
festival de España?
Y él me respondió con otra pregunta: ¿Mejor en cine o mejor en diversión? En
Guanajuato he tenido ambos.
Un siglo antes de que fuera creado en México el festival que dio
origen al GIFF, mientras Edison y los Lumiére perfeccionaban la linterna
mágica, el poeta español Antonio Machado (1875-1939), miembro de la Generación
del 98 escribió: …el ojo que ves / no es
ojo porque tú lo ves / es ojo porque te mira…
Siempre he relacionado al
cine con esta frase, porque es la mirada la que determina nuestros vínculos, por
ejemplo, la mirada de los artistas le dan sentido a las cosas que aparentemente
pasan inadvertidas frente a los ojos de los demás, y en este caso terminan por
convertirse en un largometraje o cortometraje. Pero a su vez, el resultado se
reinterpreta por todas las miradas que aguardan en la oscuridad de una sala de
cine. La experiencia equivale a ser testigo de las historias contadas frente al
fuego, dentro de una caverna, en una ceremonia primigenia que le da significado
a un grupo de personas. GIFF tiene un público fiel que sabe su cita en
Guanajuato cada verano, público mayoritariamente joven cuya presencia recuerda
que, en el momento en que perdemos el asombro, envejecemos. Celebro y recuerdo
a todos los que han participado en cinco lustros de cine. ¡Felicidades!

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