La Barcaza de Medusa

 

En tiempos del Imperio Romano, aquellos ciudadanos que no eran considerados sanos, eran subidos a la nave de los locos y los abandonaban a su suerte en el mar. Entre los desafortunados lo mismo iban leprosos que enfermos mentales, epilépticos y todo aquél con rasgos de locura, pero ¿no es desde la locura en que la realidad se trastoca y puede verse más allá de lo común? ¿No es el loco el que pone en crisis el orden y permite el equilibrio con la presencia del caos? ¿Los artistas no son acaso, un poco locos? Con esto en mente, y tras una elipsis purgatoria a escaso un mes de las elecciones presidenciales en México, inicio esta columna, acariciada por semanas y que hasta ahora llega, bajo el nombre en latín de la nave de los locos, figura que me detona la primera entrega: 


Entre 1818 y 1819, el joven artistas de 27 años Théodore Géricault pintó Le Radeau de la Méduse (“La barcaza de Medusa” 491 cm × 716 cm). Esta obra es tan poderosa que puso a Géricault en el escenario de la pintura europea y lo convirtió en uno de los representantes del Romanticismo francés. La obra fue inspirada en un hecho real ocurrido dos años antes, cuando la fragata de la marina francesa “Medúse” encalló cerca de las costas de Mauritania. Cerca de 147 personas intentaron sobrevivir en una improvisada balsa a la deriva, mientras esperaban el rescate que tardó 13 días. Al final sólo quedaron 15 personas que enfrentaron deshidratación, locura y canibalismo. La noticia fue un escándalo internacional, pues la lenta respuesta del rescate se atribuyó a la incompetencia naval y a la burocracia de la restaurada monarquía francesa.

Durante días, como ciudadano me he sentido habitar la barcaza de Medusa. A lo lejos el poder discute lo oportuno y la celeridad del rescate, mientras que nosotros, los devastados, miramos nuestros rostros en las redes sociales, nos solidarizamos en el dolor y nos devoramos en la ciega esperanza de rescate, sobre un escenario que desde el principio, era el de una puesta dramática con un desenlace sospechado.

Cuando décadas atrás Emilio Azcárraga Milmo dijo que él era “un soldado del PRI”, nadie puso en tela de juicio el papel de Televisa en los gobiernos de los presidentes priístas, extrañamente no sé por qué la gente esperaba que Azcárraga Jean actuara de manera diferente. Una cosa es cierta, en este baile de mascarada nacional, donde solemos hablar siempre con la verdad a medias, lo más sano hubiera sido que la televisora se declarara abiertamente priista (como medios de comunicación toman partido en otros países), y no insistir en que es abierta, equitativa y justa, en todo caso, si ha equilibrado los tiempos dedicados a los candidatos, es porque fue observada por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en colaboración con el IFE, así que lo doloroso en este caso es la mentira reiterada. Habrá quien la crea, pero ¿qué de aquellos que no?…

Por otro lado, durante el sexenio de Felipe Calderón se llevaron a cabo reformas electorales que permitieron mayor presencia ciudadana en el proceso electoral, pero la reforma a la Ley Federal de Radio y Televisión que con tanta fuerza se escuchó a principios de sexenio, se diluyó, incluso entre sus promotores. ¿Qué pasó? Hace tres años cuando intenté participar en el Centro Cultural de España en la organización de una mesa de debate sobre esta materia, descubrí que nadie quería participar, nunca lo dijeron de manera abierta, simplemente dijeron: “Claro que sí, háblame y nos ponemos de acuerdo”. Una de las falacias comunes en nuestra identidad que no nos parece extraña. Llamé y nunca los volví a encontrar.

En 2010 al conversar ésta anécdota con Carmen Aristegui, me dijo: “Parece que ya se nos olvidó, hay que tener cuidado porque uno de estos días despertamos con la noticia de que le hicieron reformas desconocidas a la ley”. En 2011 fue el intento de fusión de Televisa y Iusacell, ningún movimiento estudiantil se levantó contra ello, ni siquiera de los estudiantes de comunicación. Finalmente, durante las pasadas campañas de los candidatos a la presidencia, mientras el furor del Yosoy132 inundaba las redes sociales (casi de manera patológica como el reflejo de Narciso en el agua), nos enteramos que ya fue aprobada esa alianza. Es decir, el ignorar durante casi seis años una reforma de este tipo, permitió las condiciones del actual proceso electoral y no se ve una posibilidad cercana para modificar eso, recordemos que en nuestro país, de las reformas urgentes de mayor impacto, sólo se logran algunas cada sexenio. “Nuestra democracia es lenta, pero segura”, les he escuchado decir a varios diputados.

Ahora la sociedad civil reclama, aún sin organizarse lo suficiente, un cambio en las reglas del juego, que es un impulso más que válido, pero parece corresponder al dicho “A niño ahogado se tapa el pozo”.

Aunque no todas, muchas de las demandas por justicia y equidad, son generadas por personas con cierto nivel de preparación académica, edad y condición económica, pero como en la antigua Atenas, gracias a la desigualdad, los que hemos tenido la posibilidad de estudiar somos parte de una clase privilegiada en México, donde asistir a una escuela no garantiza una buena educación. Cuando alguien juega el juego de la compra de voto a cambio de una despensa, una tarjeta de supermercado o un paraguas no hay libertad ni derechos que puedan discutirse, contra ello, hasta los dioses lucharían en vano.

Sócrates ya había enfrentado una tragedia similar. Según nos cuenta Platón en Gorgias, mientras Sócrates defendía la Ley (nómos), Calicles defendía el derecho natural (physis), es decir, Calicles está a favor de la ley natural del más fuerte, en oposición a las leyes que protegen a los débiles y tienden a igualar a los hombres.

Es una tragedia que se comparte en todos los actos humanos. Sócrates insiste que el objetivo de un gobernante es mejorar las condiciones de los hombres y no sembrar odio. Calicles responde que hay una diferencia entre naturaleza y ley, la naturaleza está del lado de los fuertes, la ley protege a los débiles. Si mi cuerpo puede dominarte y no lo hago, sería indigno de mi cuerpo, porque la voluntad de poder es parte de la voluntad humana. Sócrates insiste en establecer un razonamiento con Calicles quien responde tajante: la educación y la filosofía vuelve débiles a los hombres.

La noche del 1º de julio cuando el consejero presidente Leonardo Valdés Zurita dio a conocer el avance del conteo rápido de las elecciones presidenciales, en la macrosala de prensa sólo se escuchó silencio. Unos gritos de festejo ahogados se colaron desde afuera, en una sola dirección. Todo lo demás fue silencio, contrastaba con el furor de las pantallas con la sonriente conductora Mónica Garza en la transmisión de TV Azteca. Poco a poco la mayoría comenzó la desinstalación de sus equipos y abandonaron la sala. Pocos nos quedamos más tarde. Un colega de la Agencia Xinhua me dijo: “Esto parece un velorio”.

Al día siguiente al caminar en la Ciudad pensé: Urbus Orbis est, la ciudad es el mundo. Se respiraba el apocalipsis, se leía en redes sociales, otros insistían en mantener una esperanza hasta el final del conteo de votos. Otros insultaban a sus semejantes por los resultados. Para algunos el fin del mundo es cuando Pepe Guardiola anunció su salida del Barcelona, o cuando Joe Montana fue conmocionado en el juego por el título de la Conferencia Nacional. El fin del mundo puede ser abandonar el trabajo que te dio un nombre o un lugar en la sociedad. O simplemente, cuando la pareja se va. El fin del mundo es tener esperanza y verse morir en la barcaza de Medusa. El hecho es que, aun así, el mundo se mueve.

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