Leonardo da Vinci. El regreso de los dioses paganos, busca indagar en la propuesta ética y filosófica del genio, a través de su obra plástica
Huemanzin Rodríguez/Ciudad de México.
¿Quién no podría sentir fascinación por una de las mentes más grandes en la historia de la humanidad? Y es que, el polímata florentino, Leonardo da Vinci (1452-1519), destacó en muchos campos del conocimiento que su figura ha sido reconstruida en infinitas ocasiones haciendo de él un personaje inalcanzable. Pero en realidad poco sabemos de su persona. Sus biógrafos más cercanos escribieron de él sin conocerle y cuando Leonardo ya había muerto. Pese a que hay muchos estudios sobre su obra, el escritor, traductor y editor Gabriel Bernal Granados se aventuró a escribir un libro en la búsqueda de las motivaciones artísticas, éticas y filosóficas de una de las figuras más importantes del Renacimiento italiano. Bernal Granados considera que la percepción plástica de Leonardo iba más allá de la pintura y estaba instalada en el terreno de lo espiritual. Así lo propone en Leonardo da Vinci. El regreso de los dioses paganos.
«Leonardo estaba muy interesado en averiguar cómo es que percibimos la realidad y cómo es que vemos las cosas a través de los sentidos. Pero también es verdad que en su pintura hay un planteamiento muy interesante, que rebasa ese sentido material o corporal de la pintura. Y Leonardo está diciendo, de alguna manera, lo más importante de ver es lo que se ve con el ojo de la mente o con el ojo del espíritu», señala Gabriel Bernal Granados en entrevista a propósito de su libro Leonardo da Vinci. El regreso de los dioses paganos.
Hay algo que ocurre con estos grandes personajes, se habla de su obra o se mitifican algunos aspectos de su persona y nos alejamos de sus circunstancias, como si de pronto el artista apareciera de la nada ajeno a su proceso histórico. Sin restarle ningún mérito a su genialidad, Leonardo da Vinci es consecuencia de su tiempo. El conocimiento de la época al que tenían acceso maestros como él, se ha diluido con el tiempo, para concentrarse ahora en selectos grupos de especialistas o curiosos. ¿Cómo lograste establecer un diálogo, en la distancia de siglos, con su espiritualidad?
Este es uno de los aspectos más interesantes y fascinantes que tienen que ver con la persona de Leonardo. Es muy poco lo que podemos saber acerca de él. Hoy, por ejemplo, podemos saberlo todo acerca de un artista o de un escritor contemporáneo. De personajes como Leonardo no hay tanta documentación, apenas hay un puñado de datos verificables. De Dante sabemos un poco más por la relación que él mantenía con la literatura, con los documentos escritos y posteriormente impresos. Pero en el caso de Leonardo que era polímata y un artista, es poco lo que se sabe. Así como también se sabe muy poco o casi nada, de William Shakespeare (1564-1616). Esto da pie a una serie de especulaciones.
Digamos que los puentes que yo tiendo con la persona de Leonardo y con la obra de Leonardo, tienen mucho que ver con eso que llamamos ahora “imaginación crítica”, es método de investigación muy interesante que surge en las primeras décadas del siglo XX, cuando una serie de investigadores como Ernst Hans Gombrich (1909-2001), Erwin Panofsky (1892-1968) o la misma Frances Yates (1899-1981) deciden tomar la iconografía como un documento y a partir de ahí trabajar en una serie de investigaciones sobre determinados personajes.
Fue un poco lo que hice y son muchos los temas que despiertan mi entusiasmo con este tipo de preguntas, por ejemplo, ¿cómo era Leonardo? Esa es una de las incógnitas que se derivan de tu pregunta. ¿Cómo era físicamente? Es algo que no sabemos con exactitud. Se piensa que Leonardo pudo haberse autorretratado cuando dibuja la Divina proporción, el famoso “Hombre de Vitrubio”. Pero esta es sólo una especulación. La cara de ese posible Leonardo se parece a un doble retrato que está en una obra de Donato d’Angelo Bramante (1443-1514) titulada Heráclito y Demócrito (1477) donde supuestamente, porque ninguno de ellos dijo nada sobre esto, Bramante se estaba autorretratando con Leonardo, en uno de los capítulos del libro escribo sobre esto.
Luego está el famoso “Autorretrato” de Leonardo, que algún estudioso de su obra, a posteriori lo identificó. Porque ni siquiera Leonardo titulaba sus obras. Para él ni el título ni la firma eran importantes. A este «Autorretrato” le puso Cabeza de hombre con barba (1513). Pero en ningún momento dijo éste soy yo, éste es mi autorretrato. Incluso si tú te fijas en las fechas, este “Autorretrato” lo realiza cuando tiene 65 años y a quien representa es a un hombre mucho mayor de 75 u 80 años.
¿Cómo era Leonardo? No sabemos. ¿Cómo se vestía? Ahora hay una información de cómo se vestía. Si nos fiamos de algunas biografías de personas que no lo conocieron, porque Giorgio Vasari (1511-1574) no conoce a Leonardo; Giovanni Paolo Lomazzo (1538-1592), tampoco lo conoce. Pero aportan alguna información que recaban de manera mucho más inmediata que nosotros y nos dicen: “No era como se lo imaginan. No era un personaje rígido, acartonado, era mucho más vital. Y vestía una túnica rosa”, como lo vemos en La Escuela de Atenas (1509-1511) de Rafael Sanzio (1483-1520), y encima se ponía un sobretodo de color morado. Una vestimenta muy llamativa que echa luces a ciertos aspectos de la vida de Leonardo. Era un individuo muy vital, al parecer en su juventud fue muy apuesto, incluso en su madurez. No tenía nada que ver con un anciano encorvado con barbas largas, con túnicas oscuras. Todo lo contrario. También era un hombre muy abierto, pero al mismo tiempo increíblemente secreto. Creo que esto también reflejaba una actitud que tenía frente a la palabra, la palabra para él era la divulgación del secreto. Y él estaba en contra de la divulgación. Había cosas primordiales que no quería revelar ni mostrar, cosas que tenían que ver con su intimidad, pero también con las investigaciones que estaba realizando. Es algo muy interesante que descubrí durante el proceso de escritura de este libro.
Hay un Leonardo todavía desconocido, guardado por él mismo para el secreto, pero que se abre y se reconoce a sí mismo en el momento epifánico de su obra plástica. Para él el vehículo más elocuente de su pensamiento no está en sus cuadernos, sino en su pintura. La obra lo dice todo, pero también no dice nada, guarda silencio. Es una ventana, una puerta abierta a la interpretación y a la especulación —como él decía o quería— mental.
En tiempos de Leonardo da Vinci, la idea del artista no existía como hoy la tenemos presente. El artista era algo más anónimo, salvo personajes excepcionales como Dante, quien asumía la idea de una obra personal. Pienso en Dante Alighieri (1265-1321) como un límite histórico para entender el proceso cultural de la región, con el cúmulo de conocimientos con los que separamos eras que, posteriormente fueron nombradas como Edad Media y Renacimiento. Todas las discusiones de entonces sobre arte, poesía, literatura, arquitectura, ciencia, astronomía, astrología y política; conformaron un imaginario que llega hasta Leonardo y encuentra en él, a uno de sus máximos depositarios, como en su momento lo fue Dante. Con Da Vinci funciona muy bien una frase que leí en el libro Danish Middle Ages and Renaissance (Nationalmuseet, 2002): «El Renacimiento es la primavera de la Edad Media», que vinculo de inmediato con el título de tu libro: El regreso de los dioses paganos.
La segunda mitad del siglo XV es el período más fértil en la vida y la obra plástica del Leonardo artista. Como mencionas, la idea moderna que ahora tenemos del artista o el autor, no existía. El pintor estaba aún muy lejos de ser considerado como tal. Leonardo es una de las primeras consciencias artísticas-estéticas que empiezan a construir la figura del artista moderno, tal y como lo conocemos ahora.
Leonardo también, algo muy importante e interesante de decir, era un hombre totalmente involucrado con tradiciones y dimensiones que, por decirlo de alguna manera, tienen que ver todavía con la Edad Media. Leonardo es un personaje medieval y dentro de esta idea de Edad Media, entra el sentido que tuvieron entonces los talleres y el trabajo comunitario: el maestro como el centro y los discípulos alrededor. Algunas de las obras más significativas de Leonardo, probablemente no las haya pintado en su totalidad, como la segunda versión de La virgen de las rocas (1492-1508, National Gallery). Es muy probable que Leonardo hubiera delegado la ejecución de esta obra a uno de sus asistentes, que por otro lado sería un personaje ilustre del Renacimiento: Ambrogio de Predis (1455-1508) —un nombre que encontré en Los Cantares de Ezra Pound, donde lo menciona con enorme devoción y reverencia—, así como a otros grandes artistas olvidados de ese período que ahora conocemos como Renacimiento. Pero para estos hombres no había tal ruptura, era un continuum con el momento histórico anterior que no denominaban Edad Media. No se sentían hombres del Renacimiento. Traían una carga enorme e influencia de aquellos siglos anteriores a los suyos.
Entonces, el artista era un artesano, cosa que enojaba mucho a Leonardo, porque decía que su trabajo era complejo e iba más allá de lo que cualquier artesano podría realizar. De ahí que tuviera tantos conflictos con sus patrones a la hora de firmar los contratos o cuando le encargaban las obras que querían que él realizara. Y Leonardo decía, pintar no es una cosa sencilla que tenga que hacer en un lapso determinado. Por eso los conflictos, porque se tardaba más de lo previsto. Por eso nunca se sintió cómodo en Florencia, y por eso migra a Milán donde encontró “manga ancha” por parte del duque Ludovico El Moro (1452-1508), o por parte de la corte de los Sforza. Ahí encontró un entendimiento mayor de lo que era su trabajo y lo que era su personalidad.
Leonardo es el primero de los artistas que cobra consciencia de que había necesidad de distanciarse de los caprichos y los mandatos de los patrones y los mecenas. Pasarían siglos hasta que, por ejemplo, Francisco de Goya (1746-1828) con “la pintura negra” fuera el momento de la ruptura. Estamos hablando de más de 300 años para que se produjera verdaderamente el momento en que el artista se separa del mecenas y del encargo. Es el momento en que Goya realiza las pinturas en la Quinta del Sordo. Pero esta inquietud ya existía en Leonardo y es motivo del enorme conflicto que tiene con los patrones.
Lo que se hizo en tiempos de Leonardo hoy es un canon, pero en ese momento no lo era. También la religión católica no es lo que hoy conocemos, después del Concilio de Trento (1545-1563) como respuesta a la Reforma protestante, santos, evangelios y las figuras de Jesús, José, María, Magdalena y Dios; cambiaron completamente en la enseñanza de la religión. Menciono esto porque tanto en La virgen de las rocas o en la Anunciación (1472-1475), que pinta muy jovencito a los 22 años, hay una cantidad de elementos asociadas a esos conocimientos hoy ajenos. En su biblioteca personal, Leonardo tenía muy pocos libros, tal vez diez, y casi nada de pintura, aunque él mismo escribió un tratado de pintura. Sus libros eran más bien de ciencia, matemáticas, tenía algunas obras de Pitágoras. Eso al menos para mí, me revela a un tipo arcano, cercano a los dioses paganos. Ahí es donde te metes tú, ¿cómo lo hiciste?
Creo que la clave para mí fue la melancolía. En el segundo capítulo del libro —que me demoré mucho escribiéndolo, ponderándolo, considerándolo— está basado en este fresco de Donatto Bramante en donde supuestamente está retratado junto a Leonardo en un diálogo, rodeado de símbolos. Donde Bramante sería Demócrito y Heráclito sería Leonardo, un juego muy propio de la época. Eso llamó profundamente mi atención. Fue una puerta de entrada a este universo poco explorado, que aparece de manera muy clara en un estudio de Gombrich sobre Sandro Botticelli (1445-1510), amigo y rival que tenía una relación ambigua con Leonardo. En su caso sí está muy documentada esta pertenencia a la corte de los Médecis y dentro de la corte se había generado una escuela de pensamiento que tendría mucha influencia en Occidente a partir de este momento. Me parecía imposible que Leonardo se hubiera sustraído a estas conversaciones, diálogos, entre el director de la Academia Florentina, el grandísimo Marsilio Ficino (1433-1499); con discípulos o participantes de la academia como Giovanni Pico della Mirándola (1463-1494), uno de los grandes genios más o menos olvidados de la Historia de las ideas de Occidente. Una mente de su tiempo, en el libro lo comparo un poco, con la mente de Walter Benjamin (1892-1940) para nuestro siglo o el precedente. ¡Era bestial su trabajo intelectual! Me parece imposible que Leonardo se hubiera sustraído a este contexto espiritual/filosófico. Leonardo estaba empapado con todo esto.
En él había una profunda rebeldía, con relación a los encargos que le llegaban principalmente a través de la iglesia católica, en los contratos estaba estipulado lo que tenía que pintar y cómo debía de hacerlo. Los clérigos de la época tenían una idea clara de cómo debían ser los cuadros, más cercanos a lo decorativo, algo que Leonardo no compartía. Para él, el arte era una cosa completamente distinta, era por antonomasia la función espiritual del hombre. Así que había un choque.
También en Leonardo había una concepción de la realidad que chocaba por completo con esta imposición iconográfica y aquí es donde viene un asunto interesante: en sus cuadros la realidad está representada de una manera no solamente primorosa, sino casi tangible y verificable. Podríamos creer que Leonardo pinta lo que vemos, lo que es. Pero cuando te pones a analizar el cuadro, descubres que sería imposible que esas escenas se hubieran producido en la realidad. No recreaba la realidad, proponía una distinta con una serie de símbolos muy personales cuya interpretación se volvía no solamente rica, también factible cuando la contrastaba con el neoplatonismo tanto de Ficino, como de Pico della Mirandola.
Y hablar de ese neoplatonismo, involucra no solamente al pitagorismo que mencionas, o al orfismo; o a corrientes más arcanas, olvidadas, silenciadas o eclipsadas en la Historia de la religión en Occidente como el Juanísmo. La figura de San Juan es súper importante en la obra de Leonardo, personaje recurrente desde el primero hasta el último de sus cuadros. También no olvidemos el misticismo que hay tanto en Ficino como en Pico della Mirándola.
El conocimiento atraviesa nuestro cuerpo y provoca un éxtasis, como la devoción en Santa Teresa. Tras estas reflexiones en el análisis de la obra pictórica de Leonardo da Vinci, ¿qué ha pasado contigo?
Creo que lo que leo en Leonardo es una propuesta muy actual, porque tiene que ver con la relación entre el hombre y la naturaleza. Hay un pacto quebrantado, es esta falla del hombre que pareciera que Leonardo quería restaurar o restañar a través de su obra, este sentido de respeto y reverencia frente a todo lo que nos rodea y está vivo. No vivimos en un mundo inerte, sino que formamos parte de un todo que nos condiciona y nos explica. En él hay este sentido extraviado de lo sagrado que recupera para nosotros.
Por ello me parece hermoso en el título El regreso de los dioses paganos, una invitación a recuperar parte del conocimiento antiguo en una sociedad confiada en la innovación, donde el presente inmediato, la tecnología y la moral de lo correcto parecieran la nueva religión donde lo demás no tiene cabida.
En Leonardo está implícito el retorno a un sentido, a una relación, a un contacto mucho más pleno con lo sagrado, algo que hemos olvidado en un mundo condicionado por lo material. En Leonardo, desde luego que hay un punto de partida en lo material y en el cuerpo, pero el final del trayecto se encuentra completamente instalado en la esfera de lo espiritual, de lo intangible, de lo inmaterial.
En él, la vida del artista y la vida del hombre están entendidas como una trayectoria, como un camino del conocimiento que tiene una culminación en el momento de la muerte. Analizando la obra de Leonardo y viendo sus últimos cuadros, que son absolutamente enigmáticos, dices: ¡Desde luego! En los últimos momentos de su obra, Leonardo estaba recapitulando y proponía el entendimiento místico, el tránsito entre la vida y la muerte.
Imagen de portada: Detalle de San Juan Bautista (1508-1513). Una de las últimas pinturas de Leonardo da Vinci, Museo de Louvre, París.