Piedras deseadas, deseantes, paseadas y paseantes

Gabriela Jáuregui escribe sobre el trabajo de Théo Mercier que expone en la galería Proyectos Monclova The Ballad of Disaster

Gabriela Jáuregui / Ciudad de México

A través de un paseo transhistórico, de una metáfora que nos transporta del temazcal al pinol, Théo Mercier esculpe una historia material: sus objetos digeridos, conocidos, propios / apropiados / consumidos nos cuentan la historia (im)propia.

En las obras que aquí presenta, Mercier hace visible la micropolítica de la microhistoria: detrás de cada objeto se cuentan relaciones de poder, de distribución, de extracción, de manufactura, de quién lo compra, quién lo mueve y porqué. Cada objeto es una ramificación de lo contado, una fabricación de la historia.

Desde su exposición Every Stone Should Cry en el Musée de la Chasse et la Nature en París, y más adelante la exposición titulada Silent Spring, Mercier ya exploraba cómo hacer de las naturalezas muertas materia viva y discursiva. Aquí continúa esa fantasmagoría. “Me paseo por un mercado igual que por un jardín botánico,” dice Mercier. Así, el artista como flâneur, paseante, desviador de objetos, transforma la exposición en un parque petrificado, en una tienda de souvenirs de una cultura del drama doméstico, de las réplicas de museo de una civilización en picada. Al igual que en aquellas dos exposiciones, los soclos, los exhibidores, las vitrinas y las bases son tan importantes como lo que se pone sobre o dentro de ellas. El cómo y el dónde se ubican las piezas, como las mercancías en un mercado, hace toda la diferencia en su lectura y en nuestro paseo—las yuxtaposiciones que genera el artista además agregan lecturas y significados posibles. También hay una presencia latente desde los títulos de las piezas (tomados de letras de canciones populares de amor en inglés y español) que invocan el mercado chilango, sobretodo la Merced, y sus dispositivos generadores de deseo: orientan la mirada, y así la economía. La exposición entonces se convierte en una caminata a través de diversas escenas de valor y de deseo diferentes, porque está claro que un objeto que se encuentra detrás de una vitrina no tiene el mismo “valor” ni genera el mismo deseo que un objeto que se puede tocar.

En sus esculturas, y pensando la exposición como una obra en sí, Mercier logra crear situaciones de relación diferentes, lo cual en realidad, más que un trabajo de escultor es la labor teatral de una puesta en escena. La obra es el viaje de estos objetos que suben y bajan escalones sociales a través del tiempo: del mercado al pie de un templo hace 700 años a un puesto en el tianguis en nuestro mundo neoliberal; una botella de spray que pasa de 10 pesos en la merced a 15 mil euros en su propio viaje aspiracional. Y como los pedestales en los que se posan son tan frágiles, siempre existe la posibilidad de la caída: esto nos revela o nos recuerda el estatus de las cosas, es más, el estatus quo en el mundo del arte—todo es precario. Los objetos son espejos humeantes de nuestras precariedades diversas, de la precariedad de la vida misma, donde todo está siempre al borde del pedestal. Y lo que la puesta en escena recalca: entre más arriba de la pirámide, del soclo, o del montón de aguacates, más fácil es caer, más dura la caída, más tremenda la mayugada. Así nuestro paseo también tiene una calidad topográfica que va desde lo más bajo hasta lo más alto.

Pensándolo de otra forma, formándolo desde otro pienso, ¿y si la exposición misma es un recipiente gigante por el que nos movemos? Aquí se contienen nuestras historias—las de los humanos y sus objetos. Es más, en el espíritu merceriano, hacemos un poco arqueología para amateurs: notamos que casi todo en la exposición son contenedores, recipientes (tapados, destapados, volteados), al igual que mucho lo que vemos en los museos arqueológicos son también vasijas y recipientes varios. Y haciendo un poco de antropología de pacotilla ¡y qué necesaria es la pacotilla! vemos que las vitrinas hacen eco tanto de la vitrina de gelatinas, como la de artesanías la Ciudadela, como las de un museo. El objeto vitrina entonces no sólo contiene, también nos cuenta, sostiene, transparenta—a veces solamente a si mismo, a veces lo que lleva dentro.

Se menean los contenidos de esta vasija-expo, como una taza a la que se le dan vueltas, sí, volvamos a la teatralidad ya que detrás de esta puesta en escena está, literal, lo que ocurre “tras bambalinas”: cuando el artista visitó Palenque se encontró con que detrás del sitio sagrado y arqueológico, había un basurero. De allí Mercier decidió prolongar la arqueología del sitio a la basura que tiran, predominantemente, los turistas, y que ahora convive allí detrás las ruinas. Escogió algunos objetos, otro tipo de ruinas, y colaboró con Felipe Sebastián Ortega, un artesano de Taxco que se dedica a hacer reproducciones de piezas arqueológicas para que utilice los mismos materiales de las reproducciones de museo y haga reproducciones de la basura. Así, la basura antropocénica se convierte en artefacto, en souvenir. Parque petrificado muta en jardín de las delicias tóxicas.

Nuestro recorrido imaginario y real se bifurca en posibilidades: ¿qué pasa si ponemos una botella de plástico en el mercado, en el museo, en un bosque? ¿Qué pasa cuando ésta se vuelve una réplica? Mercier cuenta que para él la falsedad de una réplica es una pregunta que lo intriga, y, a diferencia del artefacto original, forma parte de su historia pues fue hecha para él, para ti, para mí mientras que la pieza arqueológica tiene más que ver con una cultura que le es ajena.

¿Qué tipo de artefactos, recuerdos y réplicas pueblan este jardín? Objetos que aluden a ese mundo del comercio y mercado y sus soportes, como las piernas para vender medias, las manos de los puestos de manicure, calcetines como si corriera con nosotros un equipo de futbol fantasma, autopartes. También hay otra categoría de objetos que tienen que ver con la limpieza: desde el autolavado hasta el autocuidado. Elaborados con cuarzo rosa, cuarzo blanco, obsidiana, ónix, serpentina, nácar de abulón—mismos materiales que se usan desde hace siglos en estas tierras, al final de nuestro paseo quizás estos objetos logren sanar heridas tan profundas como actuales.

*Agradecemos a la galería Proyectos Monclova permitirnos la reproducción del texto de Gabriela Jáuregui que acompaña la muestra del artista.

The Ballad of Disaster puede visitarse en la galería desde el pasado 18 de marzo y hasta el 17 de abril. Puedes consultar los horarios AQUÍ.

Imágenes cortesía de la galería.

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