¿Por qué mata un soldado?

No hay una respuesta concreta, concluyente, pero en La Tropa, Daniela Rea, Pablo Ferri y Mónica González buscan acercarse un poco, tratar de entender, esta acción de violencia extrema ejercida por una figura que, supuestamente, existe para proteger

Ciudad de México (N22/Ana León).- Las entrevistas a los autores de La tropa (2019), Daniela Rea y Pablo Ferri, ocurrieron en momentos distintos y en espacios diferentes. Con Daniela hubo tiempo para hablar con calma, casi una hora, sobre diferentes detalles de esta investigación que inició en 2015 y que como libro vio la luz en 2019. Con Pablo, por otro lado, la conversación fue más corta pues respondió a otro formato, un FB Live cuya naturaleza es más breve. Sin embargo, las respuestas de ambos son fuertes e igual de contundentes. Hay en ambos una compenetración en ideas, preguntas y reflexiones que habitan el libro, así como sus respuestas. 

En la primera página de La tropa se lee: 

«En el año 2015 comenzamos a investigar a La Tropa para tratar de entender por qué mata un soldado»

Aquí la conversación con Daniela Rea: 

¿Por qué te interesaste en investigar sobre la tropa? Tengo entendido que está este espacio que se llama Cadena de Mando , pero ¿cuál fue tu primer interés para mirar al ejército como objeto de investigación? 

Teníamos tiempo hablando con familiares de víctimas, revisando documentos de Derechos Humanos y de organizaciones, y vimos que eso no era suficiente para entender por qué un soldado le disparó seis veces a persona que ya estaba herida y que no representaba ningún riesgo. Seis veces a menos de un metro de distancia. 

¿Cómo es, una vez que ya tienen el contacto hecho, sentarse a platicar con un soldado, ganarse su confianza y escuchar su relato?

En el capítulo siete, el último, nosotros explicamos justo el proceso de lo que significó ética y periodísticamente sentarse a platicar con alguien que pudo haber sido perpetrador y la resistencia que hay siempre hacia eso. Desde ¿por qué hacerlo?, ¿tienen derecho a ser escuchados, ¿cómo ganarnos la confianza? ¿Confiamos en lo que ellos nos dicen o no? ¿Cómo cuestionamos sus dichos? ¿Cómo saber en qué momento está hablando el soldado persona y el soldado autoridad o el soldado Estado? ¿Cómo acomodamos las emociones confrontativas que tenemos ante ellos? 

Por un lado, en algunos casos había simpatía, pero por otro lado había furia por lo que ellos habían contado, ¿cómo escuchar a los soldados podía servirles, si es que acaso les servía, a los familiares de las víctimas? ¿Cómo escucharlos sin que eso significara una justificación de los crímenes? No es fácil. Nosotros quizá no teníamos idea de que iba a ser tan difícil o tan complejo, más que difícil, entrevistar a los soldados. No fue algo que nos hayamos planteado al inicio. Fue algo que fuimos entendiendo conforme hablábamos con ellos. Y todas esas reflexiones están ahí en el último capítulo, en donde esperamos que esto sirva o le sirva a quienes han sido víctimas. 

Como periodista, como persona, ¿cómo hacer a un lado ideas preconcebidas, prejuicios, para sentarte a escuchar lo que tenían que decir? 

No puedes dejarlas de lado. O nosotros no pudimos dejarlas de lado. Nosotros los escuchábamos. Nos emocionábamos de lograr más contactos, más entrevistas, más información, más datos, más anécdotas. Sentíamos esa emoción del periodista que dice: “ya la hice”, pero siempre después de esa emoción venía de alguna forma un silencio, un silencio que era más intuitivo que nos decía “aguas”. Y ese silencio siempre nos hacía pensar en que estábamos ahí básicamente porque había gente que había sufrido su violencia y que no podíamos dejar de lado eso. 

De alguna forma tratamos de que siempre estuvieran como una especie de faro o de recordatorio los relatos de todas las personas que habíamos escuchado que habían sido víctimas de la violencia de los militares, los expedientes que habíamos leído. Era una forma de decir “que no se te olvide por qué estás aquí”. No estamos aquí porque queramos hacer una vanagloria del hombre armado, poderoso y heroico de una guerra. No estamos aquí porque queramos hacer el relato que comúnmente se hace de los victimarios, en donde se escucha con morbo y se celebra entre más horroroso sea el relato. No estamos aquí porque queramos ser famosos, porque dijimos “ay, vamos a escuchar a los soldados”. Estábamos ahí porque no entendíamos, porque no entendemos todavía. No sabemos ni si quiera qué es lo que estamos viendo y queríamos que eso no se nos olvidara que estábamos ahí porque había gente que había sufrido una violencia de Estado y que había sido revictimizada y criminalizada, y sus vidas anuladas y ninguneadas. 

Esa parte fue difícil porque también siempre está la pregunta de si tiene sentido esto que estás haciendo. Porque, a pesar de que en el trabajo hay muchas cosas que quieres cuidar, siempre hay cosas que se te escapan y terminan siendo problemáticas o un daño, y eso está cabrón. Está difícil cargar con todo eso. 

Y quizá, muy al final de la investigación, nos preguntamos si este trabajo de escucha a los soldados les pudo haber servido a ellos. No lo sé. A la fecha no sé si este trabajo les pudo haber servido a las familias a de las víctimas. 

También aprendimos que es algo que no se puede hacer solos. Que este libro no puede leerse solo. Necesita verse acompañado de otros libros, de otros relatos, de otros documentales que ayuden a darle volumen a lo que está pasando. 

Cuando hacen toda esta investigación se menciona todo el tiempo que los soldados tienen un adiestramiento y que los soldados están entrenados física y psicológicamente para obedecer y no cuestionar. ¿Quién se le enseña al soldado que es el enemigo?

Pues ésa es una construcción que se modifica históricamente. Un poco lo que se cuenta en el capítulo tres o cuatro, cómo el enemigo primero eran los revolucionarios, pero también era extraño porque muchos de los soldados del ejército del Estado eran campesinos que fueron reclutados a la fuerza. Entonces, de repente, de la nada les dijeron “él es tu enemigo”, sin saber quién, sin saber por qué, cuál era el objetivo, qué guerra se estaba jugando. Después vimos que el enemigo, mucho tiempo después, fueron los grupos guerrilleros que intentaban romper la presión del Estado. Pensemos en los integrantes de la Guerra Sucia, en el ERPI en el EPR, en el EZLN, posteriormente. 

Hay algunos relatos de soldados que nos decían que tampoco sabían a quién estaban combatiendo. Sólo sabían que tenían que combatir a un enemigo y que era su deber porque ellos eran la Patria. 

Y luego, posteriormente, el enemigo ya era un narco que tenía formas muy difusas y que cualquiera de nosotros podríamos ser, bueno, no cualquiera, pero sí hay muchas circunstancias que hacen que sea muy volátil el concepto de lo que es un enemigo para un soldado en este contexto. Según los expedientes, un enemigo puede ser alguien que parecía que iba drogado; un enemigo puede ser alguien que se metió la mano en el bolsillo y que parecía que les iba a disparar; un enemigo puede ser una familia que no se detuvo en un retén. Es muy volátil y peligrosa la forma en la que ellos están definiendo “enemigo”. 

Creo que las concepciones de lo que es un enemigo van a depender de las jugadas políticas de ese momento. También, últimamente, sin decirles “enemigos”, pero llevando la Guardia Nacional a la frontera Norte y Sur, pues los enemigos eran los migrantes, ¿no? ¿Cómo utilizas un grupo de fuerza de seguridad que tiene por objetivo mantener, preservar, la seguridad del Estado, llevándolo a detener a migrantes? Aunque no lo digan, los están planteando como sus enemigos. 

«¿Cómo escuchar a los soldados podía servirles, si es que acaso les servía, a los familiares de las víctimas?»

Cuando entrevistan a estos soldados que están en Lomas de Sotelo y que están acusados de crímenes, en todas estas pláticas que tuvieron con ellos, notaron, de alguna manera, que ellos son conscientes de que están cometiendo un crimen, de que lo que están haciendo va más allá, que contradice su función primordial que es proteger?

Creo que esa es una pregunta que no podemos responder desde el relato de los soldados. Es una pregunta que podemos intentar responder a partir de nuestra interpretación. Los soldados casi siempre o bueno, en algunos casos, sobre todo los que estaban en prisión, argumentaban que eran las órdenes de los superiores las que los habían llevado a cometer ese crimen. En otros casos, cuando apenas se ve un dejo, un asomo de reconocimiento, lo que hay es, “sí, murieron inocentes, pero no teníamos de otra”. Me parece que no llega a haber un reconocimiento concienzudo de lo que significó haber detenido, torturado o desaparecido a alguien. Incluso pensamos que esto sería posible con los soldados que causaron alta en los ochentas, noventas, que combatieron contra el EZLN y que ahorita están ya jubilados. Con ellos lo que vimos es que, a pesar de que habían pasado quince años, veinte años, diez años, que esperamos que hubiera una reflexión un poco más decantada de lo que pasó, tampoco la hubo. Y probablemente no la hay porque ¿quién quiere a sus sesenta años recapacitar sobre algo que hizo y asumir que eso que hizo estuvo mal? También uno necesita espacios cómodos o de certezas para continuar. 

Nosotros no sabemos qué tanto les atormenta lo que hicieron o lo que vieron, o qué tanto eso haya sido bloqueado o justificado desde la obediencia para no asumir una responsabilidad frente a ello. Me acuerdo mucho que siempre que salíamos de entrevistas con estos soldados, Pablo y yo discutíamos si al hacerles preguntas sobre si lo que hicieron estuvo bien o mal, esas preguntas eran como una forma de forzarlos a que nos dijeran lo que nosotros queríamos escuchar o eran preguntas que intentaban llevarlos a lugares a los que no habían estado antes. 

¿Y qué se respondían a eso? 

Yo apelaba a que eran preguntas que intentaban llevarlos a lugares en los que no habían estado y que probablemente tampoco habían querido estar y quisieron salirse. No sé cómo se negocia con lo que se vio y lo que se hizo muchos años después. Yo creo que esa es una pregunta que cada uno de nosotros podemos hacernos: ¿qué tanto queremos mirar al pasado, enfrentarnos a él y responderle desde los que somos ahora para seguir habitando este mundo? Y probablemente esa es una pregunta que tiene que ser trasladada de los soldados al país que somos. ¿Qué tan dispuestos estamos para mirar atrás y para confrontar lo que hicimos y lo que fuimos? Tampoco es fácil. 

Aquí sólo puedo responderte lo que creo. Creo que en este momento de su vida quieren estar tranquilos, creo que también quieren estar cómodos. Creo que confrontarse a eso es una decisión cabrona. Por eso digo que pensemos esta pregunta en nuestras propias experiencias, no de soldados que mataron, sino de personas que hemos hecho cosas que han dañado. Está cabrón. 

¿Y en el caso, por ejemplo, de los soldados que no están jubilados, que están en Lomas de Sotelo y que están en un entorno que realmente no les recuerda que están en una cárcel? ¿Cómo podría ir la reflexión por ahí? 

Ahí era muy distinto. Ahí creo que la reflexión era mucho más limitada porque ellos estaban en la cárcel, algunos estaban sentenciados, otros estaban en proceso, otros estaban en apelación de sentencia y ahí, lo que entendemos que los soldados necesitaban, era reivindicar e insistir en su inocencia, aunque fuera frente a dos reporteros. Entendimos, en algún momento de las entrevistas con ellos, que ahí se acababa la posibilidad de discutir en el sentido de reflexionar juntos, porque ellos tenían una intención de reivindicar su inocencio, entonces no podíamos llegar a este tipo de reflexiones porque su respuesta era “no lo hice, sólo obedecí”. 

¿Hay una deshumanización en la formación de un soldado? ¿La raíz, a lo mejor, de ese desentendimiento que se responde con una obediencia ciega podría ser justo esa formación?

Ahí hay varias cosas que nos han servido de gente que ha estudiado esto mucho antes que nosotros y que tiene que ver con el sentido de obediencia, pero también con el cómo se llega a la obediencia. Se llega extendiendo los límites máximos. Viviendo la violencia en tu propio cuerpo y extendiendo las violencias en sus cuerpos para que tú salgas decidido a matar o a morir. Una vez nos preguntaban en una entrevista que cuál creíamos que era la razón por la que un soldado mataba, porque hay montones, y yo les decía que no hay una respuesta única y totalitaria. También les decía que si tuviera que decir qué es común en todas las razones por las que alguien ha matado, yo les diría que es haber vivido la violencia en su propio cuerpo. Y eso es algo no que concluimos nosotros solos, sino que llegamos a ello gracias al trabajo de académicas como Rita Segato, como Pilar Calveiro y de otras compañeras feministas que nos acercaban a esas interpretaciones. 

¿Qué justifica la existencia del Ejército en un país como México? 

Es que lo justifica el mismo discurso gubernamental. Lo justifican erróneamente o tramposamente el decir que estamos en una guerra contra el narco; lo justifica el decir que el Estado ha sido rebasado. ¡Imagínate al Estado diciendo “he sido rebasado”! Lo justifica el decir “para que la droga no llegue a tus hijos”. Lo justifcan discursos también capitalistas de pensar que el valor de la vida está en la explotación de lo que sea explotable. 

Humanamente y éticamente no lo justifica nada, pero políticamente son estas justificaciones que crea el mismo Estado. Ahora, también quizá habría que tener cuidado en decir “humanamente no lo justifica nada, porque también es cierto que nosotros estamos hablando de un lugar concreto que es la Ciudad de México, pero también hemos leído comentarios en redes sociales, que no son los académicos, que no son los activistas, ni los especialistas, sino personas que cotidianamente viven en espacios de mucha violencia en donde dicen “sí, queremos al Ejército”. 

Hay que tomar eso con pinzas y complejizar esa discusión porque desde aquí puede ser muy fácil decir: “No a la Guardi Nacional”. También es cierto que hay gente que siente que es la única posibilidad que les queda. Lo que está cabrón es cómo hemos llegado a creer eso: a creer que un hombre armado es lo único que nos queda para sentirnos seguros de otro hombre armado. Llega a ser esquizofrénico. A veces sientes que el Estado es el único que te puede proteger, pero también sabes que el Estado es el que te violenta. 

Siempre hay que complejizar, entender que ninguna respuesta es concluyente. El mismo libro termina con más preguntas que respuestas, que la pregunta que lo gesta. 

«Estábamos ahí porque no entendíamos, porque no entendemos todavía. No sabemos ni si quiera qué es lo que estamos viendo y queríamos que eso no se nos olvidara.»

Muchos de los soldados a los que entrevistan responden que se alistaron por una necesidad  o por una aspiración, una idea de mejorar su presente y futuro. Algunos otros mencionan que por un deber a la Patria o la Nación. ¿Ellos qué entienden como Patria y como Nación? 

No lo sé. Por ejemplo, había algunas respuestas de los soldados que entendían que la Patria éramos todos y en ese sentido ellos estaban combatiendo a sus propios compañeros, a los ciudadanos. Había quienes sí se cuestionaban eso y había otros que no, que ni siquiera era un concepto que les preocupara porque ellos habían entrado ahí porque necesitaban un trabajo. 

Está el caso de uno de ellos que había mucha violencia en su barrio, en el Estado de México, y él decidió entrar al Ejército porque pensó que podía hacer algo desde ahí y lo mandaron a trabajar a Monterrey. Él tenía una intención muy concreta de ayudar a su comunidad a que se erradicara la violencia y terminó patrullando en otro lado, en otro contexto. Ahí lo que él entendía como Ejército que se debe a la Patria se desmoronó. 

¿Y para ustedes? ¿Se lo cuestionaron?

No, porque creo que desde hace muchos años se nos desdibujó la idea de lo que era Patria. Cuando creces y en la primaria ves los libros de historia y a la mujer con la bandera y otra con la balanza, creces pensando que la Patria es como una mujer con una bandera, pero no sabes qué es eso. Y que la Patria es una bandera y un himno nacional. Eso es lo que nos enseñan en las escuelas. Y claro que eso se desdibujó desde hace mucho. Para mí el ejemplo más claro de eso es cuando estaba escribiendo la historia de Miriam para el libro de Nadie les pidió perdón, me acuerdo que ella dice algo así como que ella está en un cuartel militar siendo torturada, pero ella no sabe que está en un cuartel militar siendo torturada y en algún momento sale a la azotea y voltea y lo que ve es una bandera monumental, de cien metros, de Tijuana y dice, “estoy en un cuartel militar”, o sea, bajo la bandera que te han enseñado que es la Patria fue violada durante una semana por soldados. Claro que ya mi noción de Patria es algo que me importe, no son conceptos que para nosotros tengan un sentido porque se desdibujaron desde hace mucho. Y porque sabemos que esos conceptos fueron utilizados al igual que el “desarrollo”, que la “solidaridad”. Conceptos que han sido utilizados por el Estado para su propio bien, por la clase política para tener beneficios. 

¿Cuál es el concepto por el cual se están destruyendo o se está quitando el territorio a un montón de comunidades?, pues el desarrollo, pero ese concepto ¿quién lo define?, ¿qué significa desarrollo para quién?, ¿o una vida digna para quién? Por eso creo que son conceptos que, afortunadamente, se han desdibujado porque fueron creados para controlarnos.

Si sólo se plantea como un adiestramiento, como una obediencia sin crítica, sin cuestionamiento, entonces, ¿dentro de la formación de un soldado no hay ninguna formación de pensamiento, digamos, lógico e ideológico? Es decir, no se construye un pensamiento crítico sino sólo un entrenamiento de acción-reacción. 

Por lo que nosotros vimos sólo hay una cosa de acción-reacción, pero creo que justo eso es lo que necesita el ejército. O sea, les dan clases de Derechos Humanos, pero eso es una cosa muy ambigua. Terminan entendiendo que Derechos Humanos es su enemigo “porque entonces los criminales tienen más derecho que yo”. 

También hay un poco de formación sobre el honor y la lealtad y estos valores súper masculinizados, pero más allá de eso, no.

¿Crees que este país podría funcionar sin un ejército? 

Creo que sí. Ése es el ideal. Más bien tendríamos que regresarnos y pensar cómo se construyeron los Estados para creer que necesitamos esos Estados. A mí me dio mucha luz el libro de Silvia Federici de Calibán y la bruja, porque ahí te das cuenta que no siempre fue así, que la vida de convivir y la explotación del capital se gestó en algún momento, pero que había otras formas de vivir y de convivir en este mundo.

Claramente se puede, el tema es que nos han hecho creer que no se puede y que lo necesitamos, y es una espiral, porque entonces hay más violencia y hay más Ejército, y hay más violencia… Y porque también nosotros en una mirada muy conservadora, estamos depositándole nuestra última fe –no porque sea una confianza voluntaria– a un Estado que nos está prometiendo seguridad a costa de todo este horror. 

Los zapatistas, aunque tienen un ejército que decidieron que ya no fuera un ejército de armas sino un ejército de vida, no de muerte sino de vida, ellos lo han demostrado. 

Se necesita también mucho coraje para romper con esta inercia de que podemos estar seguros con violencia. 

¿Cómo hacen para mantener el perido de una investigación como ésta? Leo que inició desde 2015. ¿Cómo coordinan? ¿Cómo se organizan? ¿Cómo lo combinan con sus otros trabajos? 

Creo que la investigación, casi en la mayor parte de su tiempo, se hizo en nuestros tiempos libres y con recursos de nosotros. Pablo tenía el trabajo en El País, nosotras [Daniela y Mónica González Islas quien colabora en el libro]  en Pie de Página, y gracias a que nuestras casas editoriales nos soportaban, digamos, agarrábamos algunos tiempos de esos trabajos para poder hacer los reporteos. Iniciamos la investigación así. Después nos dieron una beca, la Mike O’Connor. Esa beca en realidad nos sirvió para poder pagar el montaje en la página Cadena de Mando], a un diseñador, un programador, el sitio en un lugar seguro donde no lo fueran a tumbar, pagarle al ilustrador, pero seguía siendo tiempo nuestro. 

La mayoría de estas investigaciones se hacen sin recursos o con nuestros propios recursos. Y, digamos que, la forma de trabajar siguió así hasta que logramos un convenio con el CIDE y el éste pagó a un asistente que nos ayudó y que, junto con sus académicos del Programa de Política de Drogas, se pudo trabajar en la parte de documentación de información oficial. También ellos financiaron los viajes para hacer algunas entrevistas. 

Finalmente, la escritura del libro se logró gracias a otro premio que es el Javier Valdés, que nos permitió tener tiempo para escribir y procesar. 

¿Cómo se hace un libro así? En realidad el proyecto se ha nutrido de varias instituciones, de un par de premios, pero siempre del trabajo solidario de muchas personas y también nuestros propios tiempos. Y hablo no solamente de periodistas o académicos, o de documentalistas, sino también incluyendo a los propios soldados. 

Hay dos apoyos importantes, el del CIDE que aceptó colaborar con la investigación y el del colectivo Dos pasos abajo que hicieron el documental Causar alta, en 2014, que intenta responder a la pregunta¿por qué alguien quiere ser soldado? (https://youtu.be/LNKuwF4bK1I). 

Gracias al apoyo de este colectivo fue que nosotros pudimos llegar a San Juan Guichicovi a entrevistar a algunos soldados que ellos ya habían entrevistado y a otros que no se habían entrevistado en ese proyecto, pero digamos que ellos nos abrieron las puertas para poder contactar a la gente en San Juan.

¿Cómo es llevar una investigación como ésta y como todas las que tú haces a nivel personal? ¿Cómo convives con esas historias, con esas experiencias y las que tú misma te llevas? 

Es cansado. Es difícil. Es duro porque siempre está el cuestionamiento de que si lo que estás haciendo lo estás haciendo bien. De que si lo que estás haciendo tiene sentido, porque también hay miedo y porque también hay una imposibilidad de comprender, porque también tratas de cuidar cosas, pero nunca es suficiente. 

Este libro implicó cuidar a los soldados que quisieron platicar con nosotros. Cuidar nuestra propia seguridad. Cuidar a los equipos de investigación, cuidar el rigor en la información. Cuidar a nuestras propias familias. Cuidar emocionalmente nuestro ser. Cuidar a las personas que colaboraron o ayudaron,o que compartieron cosas para que esta investigación fuera posible. 

Hay que tener las antenas en súper alerta de todo, de todo lo que hay que cuidar para que una cosa así salga. Y sale y te das cuenta de que no cuidaste lo suficiente. Pero bueno, aprendes. 

¿Te planteas los riesgos a los que se exponen cuando investigas algo que no quiere ser contado, que no quiere ser revelado, como lo que pasa dentro del Ejército?

Sí. Creo que ahí lo importante es aprender a saber cuando ya no puedes. Cuando ya no puedes emocionalmente y decir: “ahorita no, ahorita no puedo”. Hay que aprender  escuchar eso y a mirar con otros valores el trabajo que uno hace. Yo también aprendí a mirar ya no desde el ser valiente, sino desde el ser responsable. Y eso puede ayudar a protegerte, a tomar decisiones. 

¿Para ti qué significa que este libro se haya publicado?

¿En qué sentido? 

Pues mientras estamos charlando pienso que estamos aquí sentadas y que es un contexto muy absurdo para esta entrevista, acerca de este libro…

¿Estar aquí en este café tan bonito? 

Y veo a la gente que está en las mesas de a lado y puede que ni siquiera se planteen una pregunta como ésta o que ni siquiera llegue a leer el libro, o escuchen acerca de lo que pasa con el Ejército  o que les importe. 

Significa que hay mucho horror. Que estamos confundidos, que nos está costando mucho trabajo entender. Significa que queremos entender, que somos muchas personas desde muchos espacios que estamos tratando de poner algo para entender. Significa que sí hay una intención poderosa de entender qué está pasando. Significa que la guerra sigue pasando. 

Ojalá y esto se pudiera hablar en pasado como en otros países de América Latina. Significa, también, que estamos acompañados, este libro no se hubiera podido hacer si Pablo, Mónica y yo hubiéramos estado solos. Acompañados por un montón de gente que nos leyó, que nos escuchó, que sin referirse concretamente al libro estaba ahí para escucharnos, tomarse un té, tener un pensamiento místico por nosotros. Creo que todo eso significa. 

¿Aparte de ser una profesional, eres mamá, cómo hablar con tus hijas del país en el que vives?

Eso es bien difícil porque por un lado yo no he podido encontrar el equilibrio entre decirles que hay que cuidarnos, que cuando salimos a la calle no corran una para un lado y otra para otro lado porque no puedo cuidar a dos. Y no generarles un miedo, porque también gran parte del tiempo ellas nos ven trabajando. Enseñarles qué son las cosas verdaderamente importantes en la vida cuando ven a sus papás súper clavados en otras cosas. Tratar de enseñarles que pase lo que pase vamos a estar juntos, que somos un equipo. Que siempre se puede volver a empezar. Que no se castiguen tanto a sí mismas. Que respetemos la vida y el trabajo de las demás personas. 

Para mí una de las cosas más difíciles fue –y eso es algo que está en Tsunami (Sexto Piso, 2018)– que yo tenía mucha disponibilidad para escuchar el horror y el dolor de afuera, pero no tenía disposición para escuchar el propio dolor de mis hijas. Y eso está cabrón porque es incongruente. 

No sé cómo vayan a leer ellas este trabajo en un futuro. 

Pero también enseñarles que no hay personas malas, que ellas no son malas. Es muy común decirle a los niños “eres malo” y lo pienso en relación a las personas con las que hablamos, sino hay personas que hacemos cosas mal, pero justo siempre se puede volver a empezar. Pero hay que tener coraje para volver a empezar. 

Esa parte es súper compleja. Sobre todo cómo enseñarles a habitar este mundo sin miedo, con cuidado, pero sin miedo. Eso creo que ha sido una de las cosas más difíciles. También ha sido aprender a compartirles las cosas. Hablo mucho con ellas y cuando me equivoco hablo con ellas y les digo “esto que hice estuvo mal”, “no merecen que nadie las trate mal, ni siquiera nosotros”. 

Y en esto de yo hablar con ellas y decirles, también se me había olvidado compartirles las cosas bonitas. No siempre compartirles lo que siento que hice mal, sino compartirles las cosas que nos hacen felices, que me hacen feliz a mí, que siento que hice bien. Porque también siento que esa es una forma de aprender a mirarse a sí mismas. Que aprendan a no espantarse del error, del equivocarse, pero que traten de aprender algo de ello. Y que también sean capaces de ver las cosas hermosas. Siempre hay que estar entre muchos espacios y muchos terrenos. 

Aquí la entrevista con Pablo Ferri: