La autora peruana Gabriela Wiener nos habla de su nuevo libro, el origen bastardo de nuestra estirpe, la colonización del relato y de nuestros pueblos originarios, y de cómo todo esto marca nuestra historia y memoria personal
Ana León/Oaxaca de Juárez
La protagonista de este libro —que es difícil encasillarlo en una novela porque es también cruzado por la crónica, la autora es una cronista latinoamericana contemporánea tremenda, y por una especie de memoria personal y que valga decir, también, no busca responder a uno o ser uno en específico— mira el rostro de cerámica representado a detalle expuesto en un museo de París, un huaco retrato, y ve el propio reflejado en la vitrina que lo aloja. Observa la similitud de esos rasgos. Está en el Musée du quai Branly, en la sala dedicada a las piezas prehispánicas que el austriaco Charles Wiener, su ancestro, llevó a Francia.
La marca de la herencia histórica, familiar y la muerte del padre detonan la narración de la protagonista que también se llama Gabriela como la autora del libro, Gabriela Wiener; en ella explora cómo la colonización y el saqueo han cruzado el relato personal y el cuerpo, la herida histórica de ese saqueo. La narración también se extiende hacia el racismo y a la mirada con la que el poder ha construido a esos cuerpos racializados, a nuestro origen bastardo. Hay también en esta memoria personal e histórica, una mirada profunda a las relaciones personales, a la construcción y deconstrucción de vínculos, al deseo y a los celos.
Gabriela Wiener, nacida en Lima en 1975 y radicada en España desde 2003, es una de las autoras latinoamericanas contemporáneas, que junto a muchas otras de la región, van marcando nuevas rutas en la literatura y el periodismo. Cronista, periodista y escritora, sus libros están empapados de la experiencia personal, de su rebeldía, de su valor, de sus inseguridades, de su amor, de su ternura, de su cinismo. Una autora cuya obra nos llega a cuenta gotas y que si se la cruzan en la mesa de novedades más vale comprarla porque tal vez no vuelva a llegar en mucho tiempo.
Wiener visitó Oaxaca para participar en diversas actividades en la 41 Feria Internacional del Libro de Oaxaca, entre ellas, presentar este libro, Huaco retrato (Literatura Random House, 2021). Esta entrevista tuvo lugar ahí, la mañana del martes, un día antes de su regreso.
Empiezas a desgranar la memoria histórica junto a la memoria personal y cruzas esta narración por el deseo, por la identidad, por la culpa y por una “idea de amor” o lo que entendemos por amor. ¿Qué te interesaba de unir estas dos memorias?
Creo que el libro es ese punto en el que se cruza la herida colonial con la herida familiar, personal. De alguna manera el ámbito de lo íntimo está condicionado y marcado por una historia colonial, de dominación.
Claramente la protagonista está en un momento vulnerable de su vida y esa vulnerabilidad le cuesta mucho explicársela solamente por las teorías feministas o las deconstrucciones que se están haciendo sobre el amor romántico o por cualquier teoría que ronde por ahí en la que ella trabaja porque es una activista, migrante, antirracista; está viviendo en España viniendo de Perú que es una excolonia española. Y a lo que recurre es a esa memoria antigua, a esa memoria familiar.
Todo esto se desata con la muerte de su padre que le lleva a hacer esa revisión. Y en esa revisión lo que encuentra es, por un lado, el papel tan destacado y celebrado del patriarca de la familia versus una historia y una memoria más bien borrada desde el otro lado, del lado de las mujeres [el explorador austriaco tuvo un hijo con una mujer peruana de la que la propia familia cuenta poco, la figura del colonizador opaca a la de la matriarca de los Wiener]. También el ser consciente de que viene de una estirpe de la que vienen muchísimas familias de nuestro continente, que es de un origen bastardo. Un punto de origen que podría definirse como un abandono primigenio.
Lo que ella necesita es hacer esa revisión. Medirse con ese antepasado. Coger su libro [Perú y Bolivia. Relato de viaje, Charles Wiener] y cambiarlo todo, construir su propio relato y su propia versión de esto que se ha contado en tanto tiempo, que se ha contado a nivel social, histórico, de esta Historia con mayúsculas y lo que se ha contado como relato íntimo también. En esta, su propia versión, va a ser habitada precisamente por ésas (mujeres) que han sido basureadas por la historia.
Sería yo incapaz de hacer una cartografía, de intentar hacer una novela histórica. Más bien quería que en la propia forma del libro se notara una intención desacralizadora y una vocación por demoler todo eso hegemónico: una manera de contar, una manera de estructurar nuestras historias; una historia, una escritura y una literatura que ha sido siempre blanca, masculina, urbana y llevarlo a otro plano.
Mencionas “la protagonista”. Todos tus libros anteriores, tus crónicas, son tremendamente personales. Bebes por completo de tu vida personal y la llevas a tu escritura. Este es el primer libro donde te has dado oportunidad de jugar con la ficción. ¿Aquí hasta dónde llega la propia biografía y hasta dónde la ficción?
Está entre la ficción y la no ficción, quería jugar con eso, por eso elegí contarlo como en una novela. Claramente la protagonista se llama como yo, tiene una familia como yo… hay cosas muy detectables en ese sentido, pero la historia es una historia recreada, inventada.
Quería salirme un poco del marco de intentar categorizar el libro en un solo género y más bien hablar de una literatura degenerada y romper, en realidad, el marco: si autoficción o no ficción, autobiografía o novela autobiográfica, y hablar un poco de estar haciendo una contranarrativa y de meter una bomba al deber ser en la literatura y a lo que debe ser una novela; o a los intentos siempre de estar etiquetándote o poniéndote en un lugar. Creo que eso ya de por sí son formas de entender la literatura que están demasiado vistas. Yo lo que intento es que esto se pueda leer como un ensayo, como una crónica, como una novela, como una memoria y que te sientas todo el rato embaucado en tus intentos de clasificarla, que se te escape un poco. Esa es la idea también, jugar con el lector y la lectora.
Hay un constante diálogo entre la herida histórica y la herida personal que atraviesa el cuerpo, que atraviesa el deseo (secreto y explícito) y está también la colonización instalada en ese cuerpo. Hay una intención de cuestionar quién sigue contando la historia y desde dónde se sigue contando la historia hoy de los pueblos colonizados, saqueados y su existencia.
Además en un contexto muy particular en el que se están reivindicando visiones imperiales.
El libro revindica la necesidad de contarnos que, digamos, ha estado ocupada por los discursos del poder, utilizando relatos como coartadas, completamente edulcorados, que romantizan una historia no resuelta, una historia aún en conflicto.
La protagonista del libro/yo/muchísimas personas, que somos andino descendientes, lo que hacemos es intentar hablar de esa brecha, hablar de ese silenciamiento y empezar a poner en nuestras propias palabras, en nuestros propios relatos, una historia que pervive en nuestros cuerpos tal como enfrentamos el mundo desde esa vulnerabilidad de la que te hablaba al principio. Por esa vulnerabilidad muchas veces hemos sido culpabilizados, como si fuera nuestra responsabilidad sentirnos inseguros en este mundo, frágiles, feos, racializados, marginados. Es desde luego esa mirada del poder, así te ha mirado el poder durante mucho tiempo.
Me interesa también mucho el deseo en la protagonista, sobre todo el deseo relacionado con la idea de colonización; el deseo y las relaciones que establece con sus parejas.
Ella estaba en un proceso de descolonizarse. Lo dice en el sentido de que se siente dominada por el deseo, en este caso el deseo blanco por su pareja mujer, que es lo que está en el libro en cuestionamiento. Ella se interpela mucho acerca de eso. Por un lado se siente colonizada por ese deseo y por ese cuerpo en tanto supone encaja mucho más en el rol del colono o de la colona, de la dominación. Pero al mismo tiempo vive esto en contradicción con el hecho de ser ella misma y lo dice: «el patriarca me habita en algún momento», porque ella es la que está sufriendo en una crisis de celos y de profunda inseguridad que le lleva a impulsos posesivos y destructivos y violentos a partir de esos miedos.
Ella como colonizada también tiene un impulso colonizador sobre la gente que quiere y eso es lo que le hace estallar la cabeza. ¿Dónde encuentra su salvación o por lo menos su posibilidad de reparación?, en su comunidad. De repente encuentra que entre las migrantas como ella, también negras y marrones, hay un compartir de cuerpos, por un lado las penas y por otro lado el deseo. Y ahí hay un juego con la posibilidad de que nos contamos a nosotras mismas, que también es relato, también es ficción, pero qué tal si hacerlo entre nosotras, hacer el amor entre mujeres que nos hemos odiado tanto a nosotras mismas, que hemos odiado tanto nuestros cuerpos porque nos miraron así con ese desprecio y por eso hemos estado mirando otros cuerpos más normativos, más blancos, más occidentales. De repente encontrar que deseas a alguien como tú, que tu cuerpo desea un cuerpo como el tuyo, hay de alguna manera ahí un resarcimiento y un paso hacia el auto amor.
También está muy relacionado con los vínculos, la forma en que construimos vínculos. La idea de exclusividad dentro de esos vínculos, la idea de exclusividad de dos, de tres y lo que nos planteamos como la verdad en esos vínculos. ¿Amamos mal? Nos han enseñado a amar mal.
Yo le he dado muchas vueltas a eso. Soy visible como no monógama o por tener una familia de este tipo o de amores múltiples, digamos. Y ahora mismo me alejo de esa mirada colectiva de un deber ser, incluso hablando del deber ser de la deconstrucción amorosa.
Sí creo que estoy de acuerdo con que podemos amar mejor y que eso tiene que ver con cuidados mutuos y con respeto, pero en este libro quizá lo que yo quería más bien era llegar a la compresión de esa, a veces, mala praxis afectiva y que eso malo o bueno, son categorías que al final nos llevan a pensar con una mirada muy capitalista de éxito o fracaso, como si tuviéramos que llegar a tener una relación perfecta y eso es completamente falaz, porque las relaciones son procesos, son idas y venidas, son caídas hondas y volver a levantarse. Además son, cada vez más, viajes entre un modelo relacional y otro, te abres y te cierras; te amplías y te angostas. Desde luego no es un camino recto hacia la liberación ni nada. Creo que cada vez me alejo más de dar consejos y acá estaba a punto de darlo [ríe].
Me ha funcionado muy mal seguir los manuales o pensar que yo puedo convertirme en el prototipo de algo simplemente por ser visible, por mi forma de amar.
Ya hay mucha gente que está hablando de estas cosas, que teoriza sobre esto, que te habla de que las posibilidades del amor van mucho más allá de la pareja, de lo romántico, y que te habla de toda clase de modelos posibles. Pero yo me quedo en el análisis de lo crudo que es. Ayer en la charla del amor [en el marco de la FILO] hablábamos que todas estábamos básicamente con un signo de interrogación en la cabeza, sin entender nada, porque muchas veces hagas el esfuerzo que hagas, las cosas no salen bien.
Entonces nada, ni modelo del amor, ni convertirte en la adalid de algo de esto. Ya cuando hice mi obra de teatro Qué locura enamorarme yo de ti, traté un poco más estos temas. Ahora me interesaba ir un poco hacia atrás, ver qué esconden nuestros armarios familiares y también los armarios de nuestros países, cuántas momias hay ahí, cuántos cadáveres, no sólo sentimentales, familias enteras con asuntos identitarios abiertos y confusos y dudosos. Esto es en lo que quería indagar, por qué algunas personas sienten más dolor en sus relaciones; cómo mientras estás amando y deseando están funcionando dinámicas de poder en esos entornos amorosos también.
No podemos olvidar que en nuestras relaciones interraciales, de género o de clase, hay profundas desigualdades y esto se ve en que siempre hay un lado más vulnerable. Estas son las cosas que tenemos que ir revisando cuando pensamos cómo estamos amando.
Imagen de portada cortesía de la autora / © Sofía Álvarez