La novela «Distancia de rescate» de la autora argentina Samanta Schweblin fue llevada al cine y se estrenó este miércoles en Netflix
Ana León/Ciudad de México
Sucede cada vez con más frecuencia. La mirada de directores se posa en los libros y en sus autores. A veces el punto de observación y creación es quien escribe, otras tantas, lo que se escribe. Pasa eso aquí, con Distancia de rescate (Almadía, 2014), novela corta de la escritora nacida en Buenos Aires y radicada en Berlín, Samanta Schweblin (1978), a la que Claudia Llosa (La teta asustada, 2009), directora peruana, llevó al lenguaje de lo audiovisual con el mismo nombre.
En Distancia de rescate, Schweblin, tensa el hilo que une a una madre con su hije. La “distancia de rescate” es ese espacio de acción en que una madre puede reaccionar para librar del peligro a su vástago y que ésta calcula constantemente. Un hilo que va de ombligo a ombligo, un hilo que en cualquier momento puede romperse. «Tarde o temprano va a suceder algo malo y cuando eso pase quiero tenerte cerca», le decía su madre a Amanda, una de las protagonistas. Es por eso que Amanda siempre está calculando la distancia de rescate entre ella y Nina, su pequeña hija.
Pero cuando Nina y Amanda salen a vacacionar a una casa fuera de la ciudad y conocen a Carla (en el filme llamada Carola) y a su hijo David, ese hilo estará en tensión constantemente. El peligro que Amanda no ve en la historia que narra Schweblin, está en los detalles, en esos sucesos cotidianos que pasan de largo, pequeños accidentes que ni vemos. Realidades que damos por “normales”.
La atmósfera que la autora logra construir en la novela y el ritmo de la narración, son llevados con agilidad a la pantalla al ser coguionada por Llosa y la propia Schweblin. Los personajes de la novela se resignifican en las interpretaciones de Dolores Fonzi (Carola) y María Valverde (Amanda).
Quien haya leído la novela mucho antes de ver la película —que tuvo su estreno mundial en el pasado Festival de San Sebastían y que este miércoles 13 de octubre llega a Netflix— experimentará una rara sensación de ya no poder separar a los personajes de la pantalla de los del papel. Si relee la novela, la voz de Valverde narrará la historia junto a la de Fonzi, con su mirada verde agua. En este caso, cada una se alimentará de la otra.
Para conocer un poco sobre lo que en la mirada de la autora argentina significa la transición de su novela al cine, charlamos con ella brevemente vía zoom.
¿Cómo cambia la experiencia de escritura de la novela a la pantalla?
Cambia muchísimo, es una experiencia muy distinta. Para empezar, cambia porque la experiencia de la escritura literaria es una experiencia que sucede en muchísima soledad. Creo que una de las cosas más difíciles, por lo menos para mí cuando escribo ficción, es la distancia que uno tiene con el texto; es muy difícil leerse a sí mismo y entender dónde está parado. Eso me parece uno de los grandes desafíos de la escritura. Uno siempre está atrapado en la idea de lo que uno quiso contar y es muy difícil poner distancia a eso.
Escribir con Claudia supone escribir con alguien más y ese ejercicio es mucho más fácil de replicar. Con el otro es mucho más fácil medir al espectador y la paciencia que uno tiene con la escritura, cambia su ritmo completamente.
Fue muy interesante para el mí el proceso de escribir con Claudia y, además, Claudia fue muy generosa conmigo en muchos sentidos. Yo estudié cine, pero nunca me dediqué a eso; para mí fue un espacio de mucho aprendizaje y ahí es donde digo que Claudia fue muy generosa conmigo. Escribimos durante un año este guion. Trabajábamos durante cuatro o cinco horas por día y me acuerdo que a veces cortábamos —escribíamos por zoom, ella desde Barcelona y yo desde Berlín— y a pesar del cansancio, yo me quedaba tomando notas porque era tan disparador el proceso de escritura que quedaba enganchada.
Hay diálogos completos que pasan del libro a la película, pero hay detalles que cambian y me parecen muy significativos porque dan otra lectura de los personajes. Por ejemplo, el momento en que Amanda vacía el cenicero en la película (del auto donde tiró la ceniza Carla), esa acción en el libro es Carla (Carola) quien la lleva a cabo, y la misma Amanda hace una lectura de ese gesto dentro de la historia. Sin embargo, en la película ese pequeño detalle cambia y nos dice otras cosas de los personajes. ¿Por qué hacer este juego con esos pequeños detalles?
Cada uno de esos detallecitos está atado a un todo, a otras cosas que están sucediendo al rededor, es difícil contestar de manera general, pero lo que te diría es que por más que se dice que la novela es muy visual –yo puedo entender esa sensación en los lectores—, la literatura trabaja con un nivel de abstracción que el cine no soporta. La literatura trabaja con la cabeza del lector y por eso es tan preciosa, porque el material del lector es personal. Cando yo digo zapatos en el contexto de un libro, el lector piensa en un par de zapatos puntal que tiene en su placard. Eso es lo que tiene la literatura de precioso. El cine pierde eso, pero gana concreción. En el cine son éstos pares de zapatos que se ven con una perspectiva en particular, con una luz en particular; resulta mucho más concreto eso.
Uno de los grandes desafíos fue cómo contar lo incontable, lo innombrable, lo abstracto, lo que tiene que suceder en la cabeza del lector y no en la pantalla. Cómo se cuenta todo eso desde lo concreto del cine que sólo se puede construir con imágenes, con sonidos. En ese sentido, no hay doble sentido.
Y allí es donde hubo cosas que recorrer. Yo creo que el gran desafío fue tratar de hacer el mismo recorrido emocional, pero por circuitos distintos y por materiales distintos.
¿Crees que el encuentro del lector con la novela se redefina ahora con la película? ¿Te planteaste el cómo se va a resignificar la novela frente a la película o quién va a empezar a definir a quién?
Fue parte de mis miedos, sobre todo porque es una novela que es muy joven. Y siempre que el cine cruza por una novela, sobre todo si la peli es exitosa, sí ancla de alguna manera una lectura en particular de esa novela.
Para mí misma, pensar ahora en Carola, que en la novela es Carla, para mí es más Carola que Carla y no puedo dejar de pensar en la sensualidad, la fuerza y la energía de Dolores Fonzi. Hay algo ahí raro que pasa. Pero también, digamos, si la peli es buena y el libro es bueno, tienen vidas paralelas.
También hay un montón de gente que sigue pasando por la novela sin pasar por la peli y, en el mejor e los casos, se van a potenciar entre ellas. Igual hay mucho de la novela que juega sólo en la novela y que no tienen lugar en el mundo del cine.
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