Distrito Federal, 06/05/13 (N22).-Enfrentados a las “buenas conciencias” durante las décadas finales del Porfiriato, los literatos decadentes entendieron que el escritor era un personaje público y, desde esa tribuna, autores como Manuel Gutiérrez Nájera, Balbino Dávalos, Ciro B. Ceballos, José Juan Tablada y Bernardo Couto usaron las herramientas intelectuales y el arte para manifestar el enfadado social, la represión, la desigualdad y la injusticia del régimen.
Así lo señaló el investigador José Mariano Leyva durante su participación en el VIII Diplomado Historia del Siglo XX Mexicano: Resistencia y Memoria, que se realiza en la Dirección de Estudios Históricos (DEH), organizado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Al impartir la conferencia La literatura durante el Porfiriato, el historiador dijo que este grupo de escritores eran considerados “rebeldes, frívolos, superficiales y antinacionalistas” por sus pares conservadores. “Se opusieron al positivismo, al uso de la tecnología sin humanismo y otros bastiones incuestionables, como la ciencia y la moral en boga”.
Leyva señaló que el modernismo, también llamado decadentismo, abrió brecha para los más influyentes grupos de intelectuales en las primeras décadas del siglo XX en México: el Ateneo de la Juventud y, pasada la Revolución, los Estridentistas y los Contemporáneos.
Explicó que las ideas del modernismo fluyeron a través de dos publicaciones trascendentes: Revista Azul (1894 a 1896), fundada por Carlos Díaz Dufoo y Manuel Gutiérrez Nájera, y posteriormente, la Revista Moderna (1898 a 1903), creada por Jesús E. Valenzuela; ambas reunieron a los principales autores “modernos” de la América hispanohablante y difundieron traducciones de autores franceses, principalmente.
“En la Revista Moderna confluyeron literatos que se decían, más que interesados en la política, representantes de la generación nueva que en América profesa el culto del arte puro, como Amado Nervo, José Juan Tablada, Ciro B. Ceballos, Balbino Dávalos, Bernardo Couto, Jesús Urueta, Efrén Rebolledo, Alberto Leduc y Rubén M. Campos. Estos autores criticaron con cuentos, poemas y ensayos el adocenamiento de las letras patrias. También las ilustraciones de Julio Ruelas en dicha publicación fueron por sí solas un manifiesto decadente”.
Como antecedente de los escritores modernos, Leyva recordó que a mediados del siglo XIX hubo una promoción de autores cuyo ideal estaba puesto en la construcción de un país, como Ignacio Ramírez (1818-1879), Francisco Zarco (1829-1869) o Vicente Riva Palacio (1832-1896).
El estudioso dijo que la prensa decimonónica fue “el principal espacio de exposición pública” y recordó el escándalo que suscitó la publicación del poema Misa negra, de José Juan Tablada (1871-1945), que hacía una comparación del encuentro amoroso con la liturgia católica. La censura al autor trajo como consecuencia la publicación de un manifiesto modernista y el surgimiento de la Revista Azul.
La generación de los escritores modernistas imitó los modelos propuestos por los franceses Arthur Rimbaud (1854-1891), Charles Baudelaire (1821-1867) y Joris-Karl Huysmans (1848-1907), desarrollando una postura “artística” que criticó al positivismo del grupo “científico” que perfilaba la economía y la política del régimen del general Díaz.
El decadentismo aportó, más que ideas políticas, debates acalorados literarios y científicos, además abrió el camino para los intelectuales de la siguiente generación, que en la primera mitad del siglo XX comenzaron en la revista Savia Moderna (1906), creada por Alfonso Cravioto y Luis Castillo Ledón, y después continuaron en el Ateneo de la Juventud, con Alfonso Caso, Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, entre los más notables.
Los rebeldes modernistas, afirmó Leyva, abrieron camino a otras generaciones de intelectuales que se desarrollarían en las primeras décadas del siglo XX, como los Estridentistas y los Contemporáneos.
Señaló que si bien la mayoría de los escritores dejó una obra perdurable, algunos no sobrevivieron a los rigores del trabajo (Gutiérrez Nájera) y a los excesos de la vida bohemia: el prostíbulo, el alcohol y los llamados “paraísos artificiales” que experimentaron en carne propia y causaron muertes prematuras.
En ese sentido, el escritor más decadente de todos fue Ciro B. Ceballos (1873-1938), quien escribió novelas con temas tabú, como adulterio o zoofilia. El gran mito de esa generación es Bernardo Couto Castillo (1880-1901), quien empezó a escribir a los 13 años y falleció a los 21, víctima de los excesos, publicando un único libro de cuentos titulado Asfódelos en 1897.
Palabras francesas como el ennui (tedio), utilizada por Gautier o spleen (melancolía, angustia vital) popularizada por Baudelaire, fueron la divisa que corrió entre el grupo decadentista para referirse al llamado “el mal del fin de siglo”, sentimiento importado para referirse al malestar finisecular de los modernistas.
Mariano Leyva concluyó que la principal divisa de los decadentes: “la belleza sobre el bien”, fue menguando en el siglo XX. “El poder emancipador de la cultura, en el que creían los decadentes, se ha perdido por completo”.
Las próximas sesiones del Diplomado Historia del Siglo XX Mexicano: Resistencia y Memoria, serán el 8 de mayo, donde Josefina MacGregor (FFL/UNAM) abordará La convención de Aguascalientes, y Carlos Melesio (DEH) La Constitución de 1917; el 15 de mayo, con la participación de Beatriz Cano (DEH) con el tema El conflicto cristero, y Tania Hernández (DEH) quien expondrá Las derechas mexicanas frente a la Constitución de 1917. La Dirección de Estudios Históricos del INAH se localiza en Allende 172, esquina Juárez, centro de Tlalpan.
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