Los tiempos de espera que ahora llenamos con una malsana obsesión al celular, la ilustradora colombo-ecuatoriana los ocupa en dibujar, en entender el mundo a través de los trazos
Ciudad de México (N22/Ana León).- Esta no es la primera vez que converso con la ilustradora PowerPaola (Paola Gaviria). Justo hace un año nos encontramos en Coyoacán para charlar sobre su novela gráfica Virus Tropical. Este año, publica con editorial Almadía, Espero porque dibujo. Una colección de instantes en los que Paola se detiene a mirar con atención a su alrededor, a las personas que acompañan, sin intención, su espera y a las que ella misma acompaña en consecuencia. Esta vez el encuentro ocurre desde la distancia, a través de una llamada telefónica.
¿Cómo entiendes el dibujo? Alguna vez escuché una diseñadora que decía que para ella dibujar era como una acto de meditación.
Pues es que tiene tantas posibilidades. Desde muy niña he dibujado y ya más grande siendo consciente de lo que hago, me he dado cuenta que con el dibujo puedo comunicarme con los demás, puedo entender el mundo, me sirve para ser más observadora, para encontrarme a mí, para saber en dónde estoy y es un lugar que puedo habitar, es más un lugar que un hacer.
Sí tiene algo de meditación, bastante, digo yo.
En Virus Tropical, el año pasado era la narración de una historia, tú historia y memoria familiar, pero este libro, Espero porque dibujo, está construido a través de instantes, de personas, hay retratos, ¿de qué forma todas estas postales, estos momentos en el tiempo que tú imprimes en tus dibujos, se convirtieron en un libro?
En realidad fueron dibujos que se hicieron sin pensar que luego serían un libro, sino que eran momentos en los que yo estaba en transición, que estaba en una sala de espera, en un aeropuerto, o en un hospital o en algún café. Y cuando Almadía me dijo que quería publicar un libro de dibujos mío, yo quería pensar todo un concepto y hacer una especie de curaduría de todas esas libretas y poder escoger algo que tuviera un concepto en sí. Invité a mi amiga María Luque, que también es dibujante, la invité a mi casa a que miráramos todas esas libretas, que son como sesenta, dibujadas desde el 2003 hasta el 2018, y ella me ayudó a mirar qué dibujos son esos que no se conocen tanto míos, más personales.
Ella fue la primera que hizo esta selección de dibujos que son estas personas de espaldas, que están también esperando como yo y que hacen parte de este contexto en el que me encuentro. Así fueron seleccionadas, gracias a la mirada de ella.
Estos dibujos son parte de tu espera, es lo que haces cuando esperas, pero hay algo que te llama la atención de ese instante, de esas personas que te motiva a dibujarlas. A la distancia ¿cómo ves estos dibujos, qué revelan de ti, qué dicen de ti?
Son los dibujos que me ayudan a estar en el presente. Me conectan con lo que tengo enfrente. No son de la imaginación, sino son de pura observación y, obviamente, esa observación podría ser una foto, pero es atravesada por un filtro que es el mío, que es mi propia línea, que por más que intente ser lo más realista posible tiene una marca que no es de otra persona, que hace que sea mi dibujo. No fueron pensados para ser expuestos ni ser publicados, sino simplemente para estar en ese presente y en ese momento y tratar de capturarlo.
En relación con la fotografía, hay un dibujo que me llamó mucho la atención porque las personas ahí plasmadas están de espaldas, de lado, de frente, pero no te miran o están un poco en ángulo, pero hay un dibujo donde el personaje que plasmas te está mirando directamente, como el fotógrafo al hacer un retrato sin pedir permiso y que es descubierto, ¿tú qué sientes cuando el dibujando te sorprende dibujándolo?
En realidad yo creo que la persona es la que se siente intimidada más que yo, para mí ya es un ejercicio. Y también me doy cuenta que es un acto bastante íntimo el observar y sentirse observado, además que hay silencio en medio. A veces uno no soporta ese silencio frente al otro porque se siente más desnudo que si estuviera hablando y se vuelve una relación muy íntima, y se puede sentir la incomodidad o la comodidad al sentirse observado o ser el observador. Hay una comunicación no verbal que es muy potente y que a mí me gusta bastante y tiene que ver con el mostrarse tal como es, porque uno todo el tiempo está escondiéndose detrás de la palabra. Es algo que he aprendido con el tiempo, a disfrutar esa incomodidad y ese silencio.
Hay una cosa que pienso cuando veo los dibujos en el libro y es que la espera es algo intangible, es estar en el tiempo sin tiempo. Y de alguna manera con estos dibujos haces tangible ese tiempo. Hace un rato decías «es mi manera de estar en el presente», y siento que de esta manera se hace tangible ese presente en una sociedad consumidora de tiempo, de instantes, que se explota y sobreproduce.
Creo que todo el tiempo estamos evitando ese vacío y ese tiempo de espera, más ahora que tenemos los teléfonos a disposición y que llenamos ese vacío metiéndonos en whatsapp o instagram o twitter. Me acuerdo cuando no existía esto y teníamos esos tiempos muertos que son tan importantes, porque ahí es donde decantan las cosas, ahí es donde uno entiende o sabe lo que tiene que hacer o se escucha y se dice “ah, estas son las decisiones que tengo que tomar”, volverse consciente de todos los sentidos. Y lo que estamos viviendo ahora es estar completamente desconectados de este presente y de lo que estamos sintiendo, pensando, saboreando, tocando, no estamos conscientes, estamos viviendo en un lugar que no es el ahora.
En una entrevista escuchaba que Bef decía que dibujar es un súper poder y que de niños todos lo tenemos y de alguna manera unos lo mantienen y otros lo pierden, y mucho tiene que ver con la educación.
Es totalmente cierto, tiene mucho que ver con lo que estaba diciendo antes, te ayuda a entender el momento en el que estás y el mundo te dice, “ah, cómo pierdes el tiempo porque te la pasas dibujando”, y es todo lo contrario: estoy usando mi tiempo y estoy tratando de entender lo que está pasando con ese tiempo. Y para mí es súper obvio que los dibujos tienen poderes, yo he logrado un montón de cosas con los dibujos.
El arte más precario de todos, ¿cómo con un lápiz y un papel, o con un ladrillo y una pared o una piedra, puedes interpretar algo? Y todo es un dibujo primero, si uno quiere hacer una silla, hay que dibujarla primero; ir de un lugar a otro, hay que hacer un mapa. El origen de eso es un dibujo.
¿Qué tanto juega el error, lo que está bien, lo que está mal, estos conceptos dentro del dibujo?
Para mí los errores son tan necesarios, así como en la vida misma. Uno jamás llegaría a las soluciones de esos problemas si no estuviera cometiendo esos errores. Igual con el dibujo, yo trato de que esos errores se vean. A mí no me interesa el dibujo virtuoso, me interesa ser lo más sincera posible dentro de lo que se puede ser sincero. Creo que uno aprende muchísimo de los errores y llega a lugares que tal vez no llegarán buscando la perfección.
En este libro hay personas y sus contextos. En el dibujo de personas, de alguna manera, se revela el amor hacia los otros, ¿crees que el dibujo es una forma de ser empático con el otro?
Totalmente. Hay un entendimiento del otro gracias a que uno también ha estado en el otro lugar. El conocimiento de uno mismo hace que uno pueda entender al otro. Y en ese conocimiento hay empatía, porque si uno quiere que el otro esté bien es porque uno quiere estar bien. Y tal vez los fondos o el paisaje o los contextos, también hacen parte de esa persona, la persona no se acaba con la línea que la determina alrededor, sino que es mucho más que eso y el contexto en el que se encuentra también hace parte de esa persona. Es como cuando uno se vuelve más observador, pareciera como si uno se diera cuenta de que todo tiene que ver con todo.
Me gustaría cambiar un poco el tema. Te sigo en Instagram y en uno de tus posteos te haces esta pregunta: «¿Cómo responder a la censura?» Hace poco fue censurada una obra tuya en el Centro Colombo Americano. ¿Cómo te respondiste esta pregunta?
Esta fue una pregunta que nos hicimos con Lucas Ospina, entre los dos hicimos este mural, era un diálogo dibujado entre los dos y a los dos nos censuraron. Y la respuesta entre los dos fue “la censura se responde con arte”, no paralizarte sino continuar con lo que estás haciendo. No estamos haciendo nada malo, nos hicieron sentir en un momento como si hubiéramos hecho algo mal, como si uno fuera un niño pequeño y hubiera rayado las paredes y entonces te equivocaste y te lo mereces. Pero los dos nos dimos cuenta que no hicimos nada mal, al contrario, evidenciamos algo que todos estaban pensando, porque cuando nosotros realizamos el mural esa semana, las conversaciones que tuvimos con la gente en la calle fueron increíbles, muy reales, porque uno está acostumbrado hoy en día a que todas esas conversaciones suceden en twitter o en redes sociales, pero no en la vida real. Y mientras nosotros pintábamos esas imágenes la gente se acercaba y nos preguntaba cosas, opinaba.
Estudiantes, viejos, los vecinos, todos se acercaban. Realmente no hicimos nada malo. Lo que creamos fue un diálogo con otros y creo que el haberlo tapado lo que hizo fue evidenciarlo mucho más. Mostramos en imágenes algo que es evidente y no es una cosa que se nos ocurrió a nosotros, es algo que está pasando “en tiempo real” y que todos sabían de qué estamos hablando. Son unas ideas que están habitando en este momento en el éter y las bajamos y las plasmamos ahí.
[La obra Diálogo ilustrado que Lucas Ospina y PowerPaola estaban ejecutando en los muros exteriores del Centro Colombo Americano en el centro de Bogotá, parte de la exposición Arquitecturas narrativas, curada y liderada por Alejandro Martín (director artístico del SNA), fue cubierta con una capa de pintura blanca el lunes 23 de septiembre por la mañana. El mural mostraba imágenes de actos sexuales y un dibujo con crítica política explícita: una silueta que evocaba a Donald Trump sosteniendo como un titiritero al senador Álvaro Uribe, quien a su vez sostenía como su títere al presidente Iván Duque.]
De alguna manera, y tomando en cuenta la historia de países como Colombia, de Chile, con lo que sucede ahora mismo, de México, donde el ejército ha cometido crímenes de lesa humanidad, en este contexto, ¿sentiste miedo respecto a la reacción que provocó una obra tuya?
Claro, sobre todo porque ese día antes de terminar el mural y cuando lo terminamos, yo viajaba. Fue todo tan rápido. Cuando nos pintaron el mural de blanco a mí no me paraban de salir las lágrimas. Volé trece horas hacia Suecia y era como una alergia, no paraba. No pude dormir. No solamente temía por mí, porque bueno, uno es un privilegiado, nosotros tenemos un montón de amigos, alguien que nos contenía, que nos ayudaba, de hecho la solidaridad alrededor de eso fue increíble. Tres editoriales se unieron y publicaron ese mural y lo regalaron a la gente, imprimieron tres mil ejemplares. Gente que restaura fue al mural y restauró ciertas imágenes. Sacamos una carta con el grupo curatorial junto del Salón Nacional de Artistas en Colombia.
Pero el miedo es de la gente que no tiene esa contención, todos estos líderes indígenas, comunitarios, comunitarios, líderes ecológicos, LGBT, que están asesinando en Colombia, que llevamos 300 o un poco más y que de eso no se habla. Ellos son los que sí tienen miedo y no tienen quien los ampare y los ayude, eso es lo más terrible. Porque sí, fue muy triste y doloroso que nos taparan el mural, pero yo pienso en la gente que le toca esa vida a diario y que no tiene donde esconderse, no tiene esa contención.