Color y racionalismo en la obra de Waldemar Sjölander

El ojo del pintor sueco en el Istmo de Tehuantepec y su amor por los paisajes naturales y de la vida cotidiana, en el Museo de Arte Carrillo Gil 

Ciudad de México (N22/Ana León).- Pintor y escultor, la obra del sueco Waldemar Sjölander habita, en estos días, las paredes y el espacio de una de las plantas del Museo de Arte Carrillo Gil. Esta vuelta a su trabajo se titula Färg/Color y se explica como la búsqueda del artista justo en torno al color: cuando los paisajes de su natal Suecia no fueron suficientes, se aventuró por los paisajes naturales y culturales de América para satisfacer su necesidad de pigmentos y tonalidades. 

Todas las imágenes: © Ana León


Sjölander llegó a México en 1947, en específico a Veracruz, pero fue Oaxaca el estado que satisfacería sus inquietudes temáticas y estilísticas. Las comunidades zapotecas y sus tehuanas se integraron como referente en el cuerpo de obra del sueco no sólo en la pintura, el dibujo o en sus acuarelas, sino también en sus esculturas. 


En la sala del MACG vemos no sólo la obra desarrollada en América —antes pasó por Cuba—, sino también las exploraciones previas, la influencia del contacto con Munch, a quien conoció en Oslo, y el camino de la transición de esa influencia, el expresionismo, hacia la conformación de un lenguaje formal propio. 

«En México hay buenos motivos y buenos colores, esos son también peligros tangibles. Un artista debe expresar sus propios colores, mostrar su propia paleta.»


El abanico es amplio y hace una invitación no a pensar en la retrospectiva, el cúmulo, sino en la influencia del trabajo de Sjölander en la plástica mexicana. También, es una oportunidad de viajar en el tiempo  —como lo es cualquier obra de arte— y atender a la forma en la que ojos extranjeros asimilan la cultura de nuestro país y la apropian. 

La obra que se muestra inicia antes de 1930, sus litografías reflejan la influencia nórdica, la melancolía, cierta oscuridad. Luego viene la etapa como parte de los coloristas de Gotemburgo, sus experimentaciones con la aguada, ciertos pasajes industriales para pasar, a la percepción de sí mismo, autorretratos de 1948, y la entrada al Istmo de Tehuantepec. Litografías, óleos, que dan cuenta de pasajes de la vida diaria en la región. Las formas de estas escenas, del día a día, inspiran su obra que del papel se mueve a la tridimensionalidad con sus esculturas. Una síntesis formal que invitan al descubrimiento de las presencias en su trabajo. 

Waldemar Sjölander murió el 18 de marzo de 1988 a la edad de 80 años, en la Ciudad de México.