La ciudad de las artes de Diego Rivera, rediviva

Con la apertura al público de la ampliación del Museo Anahuacalli, se continúa con el proyecto artístico y educativo pensado por el artista mexicano para este espacio del sur de la ciudad 

Ana León/ Ciudad de México 

Esta es la continuación de la historia de una ciudad utópica que quedó en pausa. La historia de una ciudad imaginada por el artista Diego Rivera. La historia de una ciudad que busca ser ocupada por el arte, la artesanía, les artistas, les artesanos y una comunidad diversa. Un espacio para acercarse al conocimiento desde lo sensible. 

¿Qué sabemos de la ciudad de las artes pensada por Diego Rivera? 

A diferencia de la Olinka de Dr. Atl, la ciudad de Rivera ahora se palpa en sus muros de roca volcánica, en sus pasarelas flanqueadas por celosías que filtran el paisaje natural endémico diseñadas por el Taller de Arquitectura de Mauricio Rocha. Espacios en los que la vegetación se muestra ante los ojos de quienes los transitan. Marcos en verde, guiños rosa viznaga, goteadas del amarillo de las margaritas. 

 –Lo que queremos mostrarle hoy al público es lo que Diego soñó y lo que nosotros pudimos concretar y concluir. Una Ciudad de las artes donde se expresen muchas manifestaciones artísticas. Diego amaba el arte. Diego concebía la cultura como una fusión entre arte y naturaleza, y eso es hoy lo que tenemos. Antes eran dos espacios: uno era el Anahuacalli y otro era el espacio ecológico. Así lo vivíamos. Así lo sentíamos. Así lo transmitíamos. Hoy somos como uno mismo. Gracias a la obra se integra en un solo espacio la pirámide, los nuevos espacios y toda la naturaleza que rodea al Anahuacalli.

Así lo explica María Teresa Moya, coordinadora general del Museo Diego Rivera-Anahuacalli. Aunque el inicio de este proyecto estuvo marcado más por la necesidad que por la idea de continuar con la visión de Rivera. La necesidad de una nueva bodega de colección, pues la bodega de colección que tenía el museo albergaba casi sesenta mil piezas prehispánicas, lo que Diego coleccionó a lo largo de su vida, beneficiado en gran medida por la ausencia, en aquellos años, de una legislación sobre la adquisición de piezas prehispánicas. 

–Era una bodega que no podías climatizar, que no podías tener equipo de seguridad por como fue construida. Eso hacía que nadie pudiese entrar a la bodega. Y lo más maravilloso de una bodega es poderla ver. 

Eso también será posible ahora, la bodega podrá visitarse, cosa poco común en otros museos cuyas bodegas permanecen casi siempre cerradas al público. 

–Conforme fue avanzado el proyecto nos fuimos dando cuenta que había otras cosas muy importantes que necesitábamos, que queríamos y teníamos que fueran parte del proyecto, que no estábamos muy seguros de contar con los recursos, pero que era indispensable. Fuimos creciendo con este proyecto y empezamos con el tema de los talleres, que es una parte fundamental de lo que puede ofrecerle el Anahuacalli al público.

Sobre los talleres, Bárbara Foulkes, coordinadora del área educativa del museo comenta que en los nuevos edificios hay espacios para las artes plásticas, para la danza o a las artes vivas, «las artes que vienen desde el cuerpo y desde el movimiento»; también hay lugar para la poesía, el canto, la escritura, las conferencias sobre arquitectura. 

–Y, sobre todo, actividades que se relacionan mucho con este entorno, con la biodiversidad de esta zona de la ciudad que tiene determinadas particularidades y con las que está construido el museo. El edificio del Anahuacalli está construido con las rocas volcánicas del Xitle; esta ampliación, con las rocas volcánicas del Popocatépetl.

Un universo habitó la mente del artista y parte de ese universo lo conocemos por su obra que ocupa las paredes de diferentes museos, o que vemos en espacios públicos como el estadio de Ciudad Universitaria en la Ciudad de México. Pero esa especie de utopía, de ciudad utópica que pensó con el Museo Anahuacalli también se ha extendido en el tiempo y hoy cobra nueva vida con la ampliación a cargo del arquitecto Mauricio Rocha. El Anahucalli vuelve a esa idea primigenia, a ese punto de partida de una pedagogía expositiva y artística. Y Bárbara lo señala. 

–Creo que Diego pensó esta Ciudad de las artes o más bien pensó al museo como un espacio de acción y como un museo vivo. Un museo que no sólo está para mirar exposiciones, sino para relacionarte, para hablar a través de los distintos lenguaje del arte. Él propone este diálogo entre distintas disciplinas desde hace mucho tiempo, desde los años treintas se estaba hablando de la importancia del diálogo entre distintas disciplinas, básicamente hablando de interdisciplina, lo que hoy puede ser visto como primordial, como uno de los temas que se manejan en el arte. 

Parte de esa utopía fue también la idea de sacar a los jóvenes de las escuelas para vincularlos al arte popular, como se señala en el texto “¿Qué es la ciudad de las artes?”, publicado en la página del museo. Un punto de encuentro entre las artes y los oficios, entre los artistas y la comunidad vecina.

«Alrededor de esta plaza, soportales de techo plano, al estilo prehispánico, alojarían talleres de artesanos situados en los cuatro puntos cardinales, de acuerdo a las regiones del país», se lee en el texto antes mencionado, y es esa lógica que sigue lo diseñado por Mauricio Rocha y su Taller de Arquitectura. 

—Un diálogo entre la pirámide de Diego y los nuevos espacios de Mauricio que van de la mano, que nos acompañan a lo largo de lo que hoy es el Anahuacalli y que nos introducen a un espacio ecológico. –Señala Teresa–. Lo que hace que Mauricio gane, es este diálogo que se establece, este respeto a la obra de Diego, este no competir, pero sí compartir.

Así, los primeros días de septiembre estos nuevos espacios vieron la luz luego de seis años de trabajo entre el diseño y su construcción con una oferta que integra talleres, charlas y seminarios.  

«Arquitectura digna, espacio digno, cultura contundente como en su momento lo quiso Diego Rivera», señaló Rocha en la inauguración de este nuevo espacio que completa la obra pensada, diseñada y construida por Rivera con el apoyo de O’Gorman. Una ampliación cuyos edificios, como describió Rocha en una entrevista con El PAÍS, parece que «navegan en un mar de lava». 

Todas las imágenes: © Ana León