«La buena suerte», estar al filo de la luz y de la sombra

En su última novela, Rosa Montero aborda la naturaleza del bien y del mal y los efectos secundarios de éstas; una novela profundamente optimista que reivindica el malestar y el valor de reconocer ese malestar para transformarlo 

Ana León / Guadalajara 

¿Qué es la buena suerte? ¿En qué contexto se puede hablar de buena suerte? ¿Cómo cambia la manera en que nos contamos nuestra propia historia la experiencia de la vida vivida? La buena suerte (Alfaguara, 2020) es el nombre de la novela de la española Rosa Montero, una de las cinco finalistas de la IV Bienal de Novela Mario Vargas Llosa. 

Tratando de borrar la memoria y el rastro de la vida vivida, un hombre baja de un tren en Pozonegro y se instala frente a una estación de trenes. La estación se vuelve en la narración de Montero en una metáfora de esa vida de la que en  inicio —cuando se produce este gesto que detona la narración—, nada sabemos. 

Pozonegro es un pueblo «deprimente, pardo, indefinido, sucio, necesitado con urgencia de una mano de pintura y esperanza», escribe la autora española. Un pueblo lleno de claroscuros, de personajes que aspiran a ser o a dejar de ser. Y una optimista: Raluca. Una mujer que vive en ese pueblo deprimente, pardo e indefinido que si se contara la vida de otro modo, en otro tono, sería una desdichada. Pero La buena suerte va de eso justamente de las narraciones que construimos en torno a un mismo hecho y la marca que dejan en consecuencia. 

La buena suerte aborda también la naturaleza de la maldad y del bien y los efectos secundarios de ambas. Junto a éstas, introduce una veta de optimismo que cruza por completo la obra. Pero éste, no se malentienda, no es un optimismo ingenuo, bobo, que nubla o que niega, sino un optimismo que, al mismo tiempo, reivindica el malestar y el valor de reconocernos en ese malestar para transformarlo. 

La novela de la autora español es una de las cinco finalista de la IV Bienal de Novela Mario Vargas Llosa junto a Volver la vista atrás (Alfaguara, 2021) de Juan Gabriel VásquezNo es un río (Random House, 2020) de Selva AlmadaPoeta chileno (Anagrama, 2020) de Alejandro Zambra; y El libro de Eva (Alfaguara, 2020) de Carmen Boullosa.

Hay un optimismo muy presente en toda la novela. En tu plática en la Bienal lo mencionabas. La novela lleva por nombre La buena suerte, pero me parece que al leer la historia hay una cierta mirada sarcástica sobre esa “buena suerte”.  Hablar de “buena suerte”, sí, pero ¿en qué contexto?

Bueno, no sé si es sarcasmo exactamente, el sarcasmo supone también una cosa maliciosa. A mí me encanta el sentido del humor. Soy firmemente partidaria en todas mis novelas, aunque hablen de cosas muy graves, mejor dicho, sobre todo cuando hablan de cosas muy graves, usan también el sentido del humor porque yo creo que es una herramienta para entender el mundo y para expresarlo. Pero es un sentido del humor compasivo, cervantino, digamos. No es sarcástico, que sería el de Quevedo. Yo soy más cervantina en esto. 

El personaje que hace que la novela sea tan luminosa, que se llama Raluca, que es la coprotagonista, nos enseña lo que es la buena suerte. La buena suerte, nos dice Raluca, es remar hacia la buena suerte; la buena suerte consiste en tener la capacidad de mirar el mundo de otro modo, de contarte el mundo de otro modo porque los seres humanos somos, sobre todo, una narración, somos palabras en busca http://getzonedup.com de sentido. Y si cambiamos nuestra narración del mundo, cambiamos nuestra vida. Ya lo decía Epicteto, el filósofo griego, que lo que le afecta al ser humano no es lo que le sucede, sino lo que se cuenta de lo que le sucede. 

Tú cambias la manera de contarte tu vida y de verdad que cambias tu vida. Por eso hay tantas terapias que se basan en cambiar la narración. El psicoanálisis clásico es eso. Esa buena suerte es eso. 

¿Cómo se enfrenta esta idea que mencionas de la buena suerte, el cambio de relato para cambiar la vida, a esa especie de mandato actual que es el estar siempre bien, de la felicidad? 

Eso es un punto muy importante, muy interesante. Creo que es un completo error, un malentendido de la vida, esencial, que además, es como un espejismo que justamente lleva a la infelicidad. 

Estamos hartos de ver toda la publicidad, sobre toda la publicidad visual en carteles y en televisión, de familias felices con perros felices, sonriendo… La vida no es así.  

He escrito varios artículos que hablan de la reivindicación del malestar, porque la vida tiene mucho malestar por no hablar de dolor, de sufrimiento, de pérdida, de duelo. Solamente sabemos dos cosas fundamentales en la vida: que nos vamos a morir y que va a haber sufrimiento. Una de las grandes enseñanzas que tenemos que aprender es qué hacemos con ese sufrimiento para que no nos destruya. 

En primer lugar, lo que hay que reconocer, es que ese malestar y ese sufrimiento forma parte de la vida. Segundo, que se sale de ahí, que podemos hacer algo positivo con ello. Lo primero es reconocerlo. Y si vives en esa obligación de la felicidad constante, pues lo que estás haciendo es convirtiéndote en un desgraciado profundo. Entonces, efectivamente, reivindicación del malestar, el malestar forma parte de la vida. 

Está presente en toda la novela la idea de la naturaleza de la maldad y, sobre todo, los efectos secundarios de aquellos que ejercen el mal, los efectos secundarios de esa maldad. 

Claro, es tremendo. Hay diversos grados de maldad. La novela trata del bien y del mal. Del mal absoluto, del mal con mayúsculas, ese mal que no tiene sentido y que nos vuelve locos. En la novela se dice que las religiones se inventaron para darle al mal un sentido para que no nos destruya, porque nos destruye. 

Pero luego habla de las otras maldades, de las otras bondades, de maldades más pequeñas, de la maldad de la comodidad, de la maldad del pequeño miedo, de la maldad de la pereza ética, de la maldad del que oye ruidos de maltrato al otro lado de la pared de su casa y que, sin embargo, no denuncia. Dar el paso, hay que hacerlo. Hay que hacer una bondad activa, hay que hacer una lucha activa contra la maldad. Punto. 

Inviertes el peso de la herencia, esa herencia de la vida de los de los padres que siempre pesa sobre los hijos. Pero aquí es lo contrario, pesa la vida del hijo en la del padre que es tu personaje principal. La marca por completo. 

En determinadas situaciones, en determinados casos que vemos de violencia, de terrorismo, de cosas tremendas, siempre he pensado cómo afectaría todo eso a los parientes, a la familia de los “malos”, digmos. 

Frente a la desaparición forzada y producto de la violencia de género que viven muchos países, está también otra cara de la desaparición: su imposibilidad. Es decir, nuestra vida digital nos persigue y el protagonista de tu novela no puede desaparecer, deshacerse de esa vida que le pesa, que ya no quiere vivir. Y la vida digital se le viene encima y en seguida la real. Ambas lo alcanzan. 

Quién no ha soñado alguna vez con ser otro, con salir de su vida aunque tu vida te guste. Lo que pasa es que por mucho que te guste tu vida, siempre es más pequeña que tus sueños. Al final, tu pequeña vida siempre es más pequeña que todas las posibilidades que pudiste ser, por lo tanto, todo destino individual tiene algo de cárcel, aunque sea grandioso. 

En el caso de mi personaje, ni siquiera es una decisión voluntaria, como dice. Lo que le sucede a mi personaje, que no se puede hablar mucho de la novela porque la novela —esta novela —, es un artefacto de intriga muy apretada de un misterio existencial y si hablamos, pues la desvelamos. Pero lo que le sucede a mi personaje es que ha tenido una catástrofe, una catástrofe inesperada, como son las catástrofes, se ha batido sobre él y se ha quedado tan sin vida, que realmente ya no la puede soportar. 

Él se baja del tren —que en realidad los trenes son una metáfora obvia de la existencia—, él se baja del tren porque se ha quedado sin vida. Y se compra, se mete en un casa, se encierra en una casa en frente de las vías y ve pasar los trenes, que es como ver pasar la vida, porque se ha quedado fuera de su vida. Su vida ha quedado destruida. 

La buena noticia es que él consigue reconstruir una vida mejor —creo en la capacidad del ser humano para reinventarse, la capacidad del ser humano para sobrevivir y para adaptarse es legendaria—. Y se construye una vida mejor incluso que la que tenía antes, gracias a Raluca, este personaje que es todo luz, verdaderamente. Ponga una Raluca en su vida. A mí me ha enamorado también. A él lo enamora. Y bueno, salva a los personajes del libro y me salvó a mí mientras escribí la novela. 

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