Selva Almada, «No es un río». El rumor del agua, el rumor de un universo

La más reciente novela de la entrerriana cierra una exploración del universo masculino desde la ficción y también una sobre la oralidad, la sonoridad de las palabras 

«Ningún hombre es una isla, completa en sí misma; cada hombre es un pedazo del continente, una parte del todo…»

—John Donne, Meditaciones en 
tiempos de crisis

Ana León / Ciudad de México

Tres hombres salen a pescar una raya gigante. Este es el inicio de la más reciente novela de la entrerriana Selva Almada (1973), No es un río. De esa anécdota se detona una exploración desde la ficción sobre la naturaleza del hombre, la amistad entre varones, su complicidad, su hermandad, el vínculo («si uno se va, se lleva una parte de todos») y la paternidad. Pero es también una exploración precisa sobre el lenguaje, el lenguaje como una balsa, la oralidad, la sonoridad de las palabras. 

En esta novela donde la provincia sabe en cada línea, se toca, se huele, la vida del río es la vida del hombre y su entorno, su comunidad, su familia, sus lazos; el puente entre lo real o lo de otro mundo. El puente entre las voces del presente y el eco de seres que reverberan. 

Sobre esta novela charlamos con la autora argentina que apareció en la pantalla de zoom llena de sol y el verde de los árboles que estaban detrás de ella; aunque eso, usted lector, no pueda verlo. 

Sobre No es un río se dice mucho de que es el cierre de una trilogía de varones, ¿realmente tú pensaste estos libros [El viento que arrasa, Ladrilleros y No es un río] de esta forma, los construiste así?  

En realidad no, no lo concebí como una trilogía. Cuando empecé a escribir El viento que arrasa (2012), ni siquiera sabía que estaba escribiendo una novela; es mi primera novela, además. Así que en ese momento no podía imaginar que iba a escribir dos novelas más —siempre había escrito cuentos— y que esas tres novelas iban a tener algo que ver entre sí. Tampoco se me figuró una serie cuando escribí Ladrilleros (2013). Recién cuanto empecé a trabajar en esta última [No es un río], fue cuando recién dije, ah, estas dos novelas y ésta que recién comienzo tienen algunas cosas en común. Obviamente no es una trilogía que se va completando y los personajes son los mismos y van pasando diferentes cosas que siempre tienen que ver con el mismo grupo de personajes. Estas novelas son independientes y se pueden leer en cualquier orden. No hay que leer las tres para que se termine de armar algo. 

Pero cuando empecé a escribir ésta me di cuenta que había cosas recurrentes, sobre todo vinculadas al universo de la masculinidad y de las relaciones que se establecen entre los varones o cómo los varones actúan relacionándose con otros varones en diferentes circunstancias: como padres, como hijos, como amigos, como pareja… Y en realidad eso es lo que vendría a reunir estas novelas. 

¿Qué se cierra con este libro? 

Lo que se cierra, en realidad no sé. Empecé a pensarla como una trilogía porque tengo como una debilidad por el número tres, me parece que siempre tiene que ser tres algo para que funcione. También me parece que con ésta [No es un río] se completaba una idea o ciertas preguntas que me hacía acerca de los universos masculinos y su mecánica en la ficción; más allá de que mi literatura está bastante cercana al realismo, son ficciones, son novelas y son aproximaciones desde la ficción a esos universos y a comportamientos masculinos que a mí me causan curiosidad. 

Hay una reflexión que hizo hace poco Diamela Eltit en una entrevista que le hicieron luego de que le entregaran el Premio Carlos Fuentes, donde dijo que «había que desbiologizar la letra», que la escritura va más allá del binarismo; que la aspiración es llegar a ese momento democrático donde no se vea quién escribe, sino sólo lo que se escribe. Me llama mucho la atención esta reflexión y la relaciono con tu escritura porque justo se cuestiona mucho hoy día sobre qué o de qué están escribiendo las mujeres y los hombres. 

Yo creo que también esto de qué escriben las mujeres, había una especie de mito de que las escritoras mujeres escribíamos solamente sobre temas de mujeres y solamente podríamos interesarles a las lectoras mujeres. Eso me parece que fue un mito. Esta pregunta, que todavía a mi me asombra cuando se hace en las mesas de las ferias o de los festivales, que es: ¿existe la literatura femenina? Siento que son ya categorías que han quedado viejas. 

Si pienso en autoras contemporáneas que están publicando ahora no solo en Argentina sino en Latinoamérica, Fernanda Melchor, Mariana Enríquez, Gabriela Cabezón Cámara… todas escriben sobre cosas diferentes. Hay una literatura escrita por mujeres muy variada y que no sólo se enfoca en temas femeninos, por llamarlos de algún modo. 

La forma en la que utilizas el lenguaje, la forma de hablar desde la provincia permea las novelas, construye otras sonoridades, se rompen ciertas reglas. También permite otra experiencia de lectura y en No es un río es mucho más evidente que en las dos anteriores, si bien ya estaba presente esta forma de narrar.

Sí, es un trabajo de exploración que vengo haciendo desde hace bastante. Empezó a aparecer un poco espontáneamente en algunos fragmentos de El viento que arrasa, en donde el narrador es bastante formal, un omnisciente bastante clásico, y en algunas partes, sobre todo cuando aparecía el narrador más próximo a uno de los personajes, que es el Gringo Brauer, yo notaba que se contagiaba del lenguaje del personaje o de la forma de hablar del personaje. Capté eso cuando escribía esta novela y en la siguiente, que fue Ladrilleros, me propuse empezar a trabajar en esa dirección: una narración, una escritura, contaminada del lenguaje de los personajes, que también es un lenguaje muy oral. Y en ésta puse especial empeño en ese trabajo porque siempre me interesó mucho el sonido de las palabras más que lo que significan, cómo suenan, y en esta novela me parecía que era fundamental. Cada vez que volvía al archivo y me sentaba a escribir, releía lo que había escrito antes en voz alta y todo el tiempo pensaba: esta es una novela que el lector o la lectora debería poder leer en voz alta. Es una novela que está pensada para ser leída en voz alta. Eso también hacía que prestara muchísima atención a la música de las palabras, a cómo se iba armando una especie de música de acuerdo a qué palabra elegía. 

En esta novela el estímulo de la escritura era lograr esa música, ese casi rumor que se pareciera al rumor del agua, al rumor de ese universo. 

Esta ese significado más allá de lo evidente. Es muy claro desde el título. Justo en una parte de la narración se dice que las cosas no son lo que son: esto no es una montaña, esto no es un río, esto no es una isla

Cuando empecé a pensar en la novela y que iba a transcurrir en una isla, en seguida se me apareció como un lugar, digamos, un poco surrealista en donde la naturaleza iba a tener un sentido más místico, más extrañado, sin llegar a ser fantástico o sin llegar al género fantástico, pero sí algo un poco desenfocado o descorrido de lo real. 

En la escena que sigue a la pesca de la raya, que es la primera escena o la escena con la que abre la película (sic., una fuga importante que dejo tal cual y abordo en la siguiente pregunta), después hay una escena en donde uno de ellos va a buscar leña al monte y ya ese monte aparece como personalizado y él (uno de los personajes) le pide permiso para entrar y después cuando él sale siente, le parece que el monte se cierra atrás de él. Toda esa idea de un universo un poco extrañado —me gusta decirle a mí  o desenfocado— tiene que ver también con el ambiente, la isla como un no lugar, en algún punto. Como si la realidad de una isla estuviese siempre enrarecida, como si no fuera la misma realidad del suelo firme del continente. 

Y como también en la novela hay una cosa fantasmagórica todo el tiempo, está este ahogado que aparece desde el principio, hay sueños premonitorios, hay muertos que no se acaban de ir del mundo de los vivos… Entonces, la isla también me parecía un buen espacio para contener toda esa realidad subterránea que no está tan clara. 

Hay un peso de la construcción de lo visual muy fuerte, lo menciono por la descripción que me haces, por la lectura hecha y, sobre todo, porque al inicio de la respuesta anterior mencionaste  «la primera escena con la que inicia la película…»… 

–¿La película dije? [risas]

–Sí. 

–Es que a mí me pasa que mientras estoy escribiendo yo necesito ver la escena, entonces creo que por ahí tiene que ver con eso, porque es como si de algún modo la escena estuviera transcurriendo frente a mí y yo la estuviera copiando. 

¿Cómo son tus procesos de escritura? En una entrevista mencionabas que no eres una escritora que escriba todo el tiempo, sino que trabajas por proyecto. ¿Cómo surgen estos proyectos?, ¿qué detona su inicio? 

No siempre aparece de la misma manera, pero muchas veces aparece porque escucho. Por eso también creo que la oralidad o el relato oral o el sonido de las palabras viene de ahí. Muchas de las cosas que arranqué, las arranqué —de hecho esta misma novela—por algo que contaron, por algo que alguien contó, una comida de amigos donde alguien cuenta algo que a mí me llama la atención, en este caso era cómo se pescaba una raya gigante. Me impactó mucho esa anécdota y me impactó mucho algo que yo no sabía y que es que para rematarla le pegaban un tiro. Ya esa escena me pareció que había mucho ahí para escribir, algo violento; en el agua un arma. Ahí empiezo a decir: bueno, quiénes son, quiénes serían los que estarían en ese bosque, por qué tendrían un arma, porque, bueno, en Argentina no es muy común que la gente renga armas, no es EE.UU. donde todo el mundo tiene armas, quién sería este personaje que tendría un arma… Ahí empiezo a tirar del hilo y empieza a aparecer. 

No estoy escribiendo en la computadora doce horas por día, pero sí que cuando aparece algo que a mí me parece que quiero escribir sobre eso o que a mí me parece que puedo sacar algo, sí estoy pensando todo el tiempo en eso. Y me parece que es una manera de escribir sin estar escribiendo, como si hubiese algo acá, atrás mío, que está trabajando en eso mientras hago otras cosas, mientras doy clases o hago cosas de la vida cotidiana, eso igual está todo el tiempo ahí como si fuera una máquina trabajando y, de alguna manera, cuando me siento y abro el archivo, eso baja, empieza a aparecer. 

Pero bueno, sí que tengo eso, procesos muy discontinuos, muy largos como en esta novela que estuve tantos años. 

También creo que entre un libro y otro está bien que haya un poco de silencio. No creo tampoco tener tanto para decir y tanto para escribir. Terminé esta novela hace poco más de un año —es una novela que se publicó rápido una vez que la terminé— y ahora ni siquiera tengo ningún proyecto ni es que tenga una libreta donde esté anotando cosas y estoy tranquila porque digo ya aparecerá algo para escribir o no [ríe], tal vez ya escribí todo lo que tenía para escribir. 

No me preocupa tanto no escribir, porque sé que después aparece. Me gusta escribir, entonces cuando no escribo sí extraño, porque cuando escribís y sentís que funciona es, para mí, uno de los estados más hermosos de la vida. Pero si no sucede, tampoco es que me desespero o me angustio. No puedo hacer mucho contra eso más que estar atenta y esperar a ver si aparece algo. 

*La novela se presenta el lunes 31 de mayo a las 19 horas a través del Facebook de eventos Gandhi. Participan Cristina Rivera Garza, Elvira Liceaga y la autora.

Imagen de portada: Selva Almada / © Santiago Mazzarovich

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