La primera novela de la autora chilena Paulina Flores, coloca a sus personajes en los límites geográfico y emocional para rehacerse en el fin del mundo
Ana León / Ciudad de México
Paulina Flores tiene 33 años. Es sábado por la mañana cuando llega a la entrevista y viste un atuendo deportivo con ese twist chic. Gorra azul y ojos azules. Cabellera larga, castaña y lacia. Un flequillo se asoma por debajo de la visera. Está aquí para hablar de su primera novela, Isla Decepción, que llega a México bajo el sello Seix Barral. Paulina Flores es chilena.
Cuando publicó su libro de relatos Qué vergüenza, obtuvo el Premio Roberto Bolaño y la puso en la mira.
En Isla Decepción, la narración nos lleva al límite emocional y también geográfico, uno donde en la calle hay cuerdas para poder caminar o cruzar una calle, porque la potencia del viento es tal que te tumba de espaldas en ciertas temporadas. Vivir allí, no debe ser fácil. Vivir allí, curte, enseña, marca. Una persona de esa tierra agreste, forjada en ese viento que arrasa, hija de ese viento, puede resistir cualquier cosa. Esa tierra es Punta Arenas, en la patagonia chilena.
Miguel es un hombre áspero en su estructura, pero de carácter amable, bonachón; su hija Marcela llega a verlo luego de deshacerse de una vida que le pesa: una decepción amorosa, un trabajo que odia. Cuando Marcela llega a Punta Arenas huyendo de todo y para pasar unos días con Miguel, éste esconde a un joven coreano que rescató un día antes en el Estrecho de Magallanes: Lee.
El silencio de Lee —que saltó de un buque-factoría que pesca calamar, en el que la tripulación vive en cuasi esclavitud—, funciona como detonador para establecer una conversación con ellos mismos.
Has mencionado en otras entrevistas que una de las primeras imágenes para construir esta novela fue un reportaje en el periódico sobre los buques-factoría y la cuasi esclavitud que ahí se produce; pero ¿qué imagen detonó el abordaje de los personajes, del padre y la hija (Miguel y Marcela)?
A veces pasa como que uno cree —o a mí me pasa— que los escritores como que van planeando todo. En mi caso funciona de manera más instintiva. Y en esta caso fue así, como que los personajes afloraron.
Necesitaba algo que tuviera movimiento, que tuviera diversidad, quería ver a personajes de distintas edades, de distintos géneros, de distinta nacionalidad, de distinta cultura, funcionando al final, en esta huída, en esta escapada, en esta forma de vida distinta y afloró.
Fue una noche, dándome cuenta que no podría escribir la novela de ciencia ficción que quería escribir, me acordé de esta otra historia y dije: “alguien lo tiene que rescatar” y va a ser un hombre de cincuenta y le voy añadir un poco más de picante, que llegue su hija con el corazón roto al otro día.
Irse literalmente al fin del mundo para comenzar de nuevo. Estar al límite en lo personal, en lo emocional e irse al límite geográfico para rehacerse.
Da la casualidad de que en Chile se puede hacer precisamente eso porque la Patagonia está, literalmente, al final del mundo.
A veces uno cree que está haciendo cosas sutiles, pero en verdad la gente hace cosas bien metafóricas. Cada cosa significa algo. Si te vas al fin del mundo es porque bueno, lo necesitas. Me da la impresión de que la gente te está diciendo exactamente lo que te quiere decir con las cosas que hace y en este caso es así. La historia tiene que ocurrir allí porque el Estrecho de Magallanes está ahí. Miguel era del sur, pero se fue más al sur.
Quería hablar de huir y el lugar perfecto para hacerlo era ése, la Patagonia, y con todo este contexto natural también, porque no es el sur más húmedo, sino como un sur más de llanura, más desértico. Hay algo medio de sensibilidad de frontera que tiene justo ese lugar. El viento te vota. En la ciudad hay unas cuerdas con las que la gente camina.
Y yo pensaba yo, qué fuerte vivir aquí. Qué fuerte elegir este lugar. Si alguien sobrevive acá, puede sobrevivir a cualquier lado, porque es tan intenso climáticamente…
Articulas los discursos a través del silencio de Lee —que es como él se comunica—, pero es a través de ese silencio que Miguel y Marcela pueden articular los discursos consigo mismos.
Para mí en algún punto se trató de dejar de darle tanta importancia a la acción. Venía yo de escribir Qué vergüenza, un relato muy influenciado por la tradición norteamericana del cuento que es muy eficiente el argumento, funciona como un relojito. Y en la novela sentía la necesidad vital de que en algún punto no pasara nada.
Quería transmitir eso, lo importante que es que no pase nada. Estar haciendo nada y conectar esas cosas que pasan como atmosféricamente, incluso. Y también me vi muy influenciada por el cine de Lucrecia Martel, Raúl Ruiz; literatura asiática como de Hiromi Kawakami, en donde no es tan importante lo que se dice, o lo que sucede, las acciones, sino qué está pasando al rededor. Jugar con otros elementos. Lo que hace Lucrecia como el sonido, la imagen, etc.
Me interesaba mucho el presente. La novela en algún punto se alimenta un poco del budismo, de esa sensación de estar aquí y ahora. Quería preguntarme por la comunicación también, ¿qué es la comunicación?
Hay una escena: cuando están en el buque-factoría y uno de los hombres se rasura y usa su propia saliva para hacerlo. Me quedó muy grabada porque pienso que en esa antípoda emocional y física, ¿qué te conecta con tu yo, con lo más práctico, lo más esencial de ti como ser humano?
Trataba yo de que en el barco cada cosa fuera muy particular, a cada personaje tratar de darle dignidad a pesar de la indignidad mayor y contextual que hay, que cada personaje tratara de darle dignidad a su propia existencia.
También Lee es, en ese sentido, una persona, pese a todo, muy optimista. A través de la forma en que mira, entiendes cómo piensa.
Una de los puntos centrales de la novela es la forma en cómo establecemos otro tipo de vínculos.
Estuve entrevistando y leyendo testimonios. Entrevistas con marineros que te dicen “en un barco no le podés caer mal a nadie, porque si le caes mal a alguien es peligroso”. Pero también descubrí mucha ternura, fragilidad, como esto de dormir en cucharita, hacerse cariño, de generar unos vínculos íntimos, muy cercanos, también de mucho humor.
Quise transmitir esa otra parte que quizá es más cotidiana, más rutinaria, pero que hace que las cosas se puedan vivir en el fondo, como que eso le da un sustento, sobre todo a este tipo de trabajo.
También se vislumbra que hay momentos muy duros y crueles y de sufrimiento, pero para mí era mostrar, precisamente por retratar esta dignidad de seres humanos, esas luces, no mostrar solo la sombra.