Una entrevista con Roxana Enríquez, directora general del Equipo Mexicano de Antropología Forense
Ana León / Ciudad de México
—La ciencia forense se volvió algo más que una mera herramienta técnica —me dice Roxana Enríquez, la directora general del Equipo Mexicano de Antropología Forense, cuando le pregunto qué significa para ella el término «resistencia forense», que retomo de una conversación sostenida el año pasado con la documentalista alemana Anne Huffschmid y que ha entrevistado también al EMAF.
—Tiene un componente social que apoya a este hacer frente a la impunidad y a la falta de recursos, en todos los sentidos, que tiene el Estado para poder responder a esta crisis.
La cifra de desaparecidxs en México es abrumadora: rebasa las 90 mil personas desaparecidas. Detrás de cada número hay una historia personal y familiar y esas ausencias, están llenas de presencia. Y esa presencia necesita ser narrada, nombrada, porque no se puede buscar algo que no se conoce.
Parte del trabajo del EMAF es nombrar esas presencias, seguir su pista desde la voz de los familiares que buscan a sus desaparecidos, pero también desde lo riguroso de la metodología de la investigación que construyen no sólo a partir de la desaparición, sino desde mucho antes, desde lo que se conoce como ficha antemortem, pero que ellas prefieren llamar ficha de vida.
—Y es una discusión en la disciplina. Después de esto, buscamos conocer las circunstancias en las que desapareció, el contexto en que la persona se desenvolvía tanto en lo social como en lo político y en lo económico, porque esto es lo que permite tener todo ese marco de referencia, estos antecedentes, tanto para la búsqueda como para la identificación. Uno no puede empezar a buscar algo que no conoce y no puedes esperar identificarlo si no tienes una mirada previa de a quién estás buscando.
El EMAF surgió en 2013, de manera oficial como A.C., pero ya habían empezado a trabajar un año antes. El equipo lo inician la propia Roxana, arqueóloga de formación, maestra en geografía humana y con un doctorado en antropología física que espera concluir; la antropóloga-física, Aidé Moreno Mejía; y la arqueóloga y antropóloga, Diana Bustos Ríos, junto a un par de colegas que actualmente se desarrollan en otro ámbito. Aconsejadas por el director ejecutivo del Equipo Peruano de Antropología Forense, José Pablo Baraybar, se constituyen como A. C.
—Para darle formalidad, para mantener un compromiso y que fuera una iniciativa que se viera con seriedad desde el inicio.
La forma de trabajo del EMAF va de la mano con los familiares y buscan colaborar también con las instituciones, que se han visto rebasadas con esta crisis de violencia y desaparición forzada que vive el país.
—Los familiares son quienes nos buscan para que seamos su acompañamiento técnico y científico. Como profesionales siempre ofrecemos una opinión apegada al “deber ser”, al cómo se tienen que hacer las cosas, entendiendo también que el contexto puede ser cambiante. A veces es necesario hacer un acompañamiento en campo, una revisión del expediente o una segunda intervención en el análisis que ha hecho la Fiscalía para corroborar datos. En algunos casos, hemos tenido la oportunidad, dada la continuidad que tenemos allí, de plantear un proyecto de investigación más amplio y más ambicioso, pero siempre es a partir de las necesidades que ellos [los familiares] nos plantean.
El trabajo del EMAF no siempre ocurre en campo, como podría pensarse. Depende mucho de las necesidades de los familiares, como ya se dijo, y del momento en que ellas se integran a la investigación.
—Estamos convencidas de que ése es un papel que tiene que cumplir el Estado: hacer una investigación y proponer los lugares de búsqueda. El trabajo que hacen los familiares, en buena medida, ha rebasado el trabajo que hacen las instituciones, pero nosotras actuamos bajo este papel jurídico para generar un aporte a la investigación y no dejar ese esfuerzo por fuera. Buscamos fortalecer esa área institucional, porque al final es un trabajo que se tiene que cumplir. No podemos quitarles esa obligación que tienen las instituciones para dar seguimiento a las investigaciones.
Roxana se inició en la antropología forense por una invitación. Al terminar la maestría en el Colegio de Michoacán, fue convocada a un proyecto de identificación dentro de la Procuraduría en Ciudad Juárez. Ése es el punto de arranque que ella señala en su trabajo institucional como forense. En este proyecto participó cinco años y comprendió que allí, la aplicación de la arqueología era «tal cual», pero que debía obedecer «a una cadena de custodia» y también conocer el contexto, analizar otras variables.
Una de esas variables es conocer a la persona en vida, primero de manera metodológica, pero también subjetiva. Hay datos precisos que se obtienen mediante una entrevista, pero hay otros que sólo llegan producto de la relación de confianza que establecen con las familias con las que trabajan.
—Buscamos conocer las circunstancias en las que desapareció, el contexto en que la persona se desenvolvía tanto en lo social como en lo político y en lo económico, porque esto es lo que permite tener todo ese marco de referencia, estos antecedentes, tanto para la búsqueda como para la identificación. Uno no puede empezar a buscar algo que no conoce y no puedes esperar identificarlo si no tienes una mirada previa de a quién estás buscando, y cómo luce esa persona en todos los sentidos que estás buscando. Esto es indispensable y en términos profesionales te va generando un mayor compromiso y una puesta en práctica de mucho más respeto y ética.
Este año se cumplen siete años de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa (26-27 septiembre, 2014), siete años en los que se han dado a conocer de manera institucional diversas versiones de la “verdad”, de lo que esa noche aconteció y la investigación, como se ha demostrado, ha estado llena de vicios. En un contexto así, el significado de confianza se ha desvanecido. ¿Cómo generar de nuevo ese lazo con las familias con las que trabajan desde la arqueología forense independiente?
—Buscamos tener un acercamiento constante y muy claro con los familiares cuando ellos nos han buscado. Sucede que somos un grupo muy pequeño para el tema tan grande que estamos tratando: los desaparecidos. A partir de eso, establecemos una comunicación contínua, siempre partiendo del hecho de plantear un escenario con mucha claridad. Esto no es tanto una petición o un trabajo que le pides a un experto y lo dejas ahí, es formar un equipo entre nosotras, ellos, los acompañantes jurídicos y quienes les dan apoyo psicológico para poder integrar todo esto y que no sólo se haga la investigación y se resuelva la duda que tienen, sino que se vaya construyendo a favor de ellos, que se sientan mejor, con más certezas.
En un trabajo como éste, la vida propia está casi olvidada, cuenta Roxana en medio de un suspiro, y se comparte poco o nada de información de lo que se hace.
—No es como llegar y contar con orgullo lo que se hizo en el día como en otros trabajos.
Pero hay formas de ir procesando el peso que genera confrontar la realidad de un país de esta manera. Aquí, el apoyo psicológico es fundamental y el permitir aterrizar emociones con colegas para que esas emociones no se estanquen, también. Y, aunque parezca extraño, es la misma profesión la que proporciona una herramienta fundamental.
—De alguna forma, la investigación se vuelve una herramienta para poder abstraer todo lo que está pasando, lo que vemos y entonces construir algo de eso, esto de alguna forma ayuda emocional y psicológicamente. No deja de ser algo que impacta, que lastima, que duele.
El proceso de investigación es riguroso* y debe seguirse a cabalidad, pues una investigación forense que fue sistemática y sólida en cuanto a los resultados, sienta las bases y da certeza para empezar el proceso de verdad y justicia, precisa Roxana. En un México con una cifra de más de 90 mil desaparecidos ¿qué significa pensar en la justicia, en el acceso a?
—El tema de la justicia es una esperanza que ha sido abandonada por los familiares, dicen “eso no va a pasar, han sido años de este fenómeno, de espera, de cierre de puertas y ya no va a pasar. Ya lo único que queremos es encontrar a nuestros familiares”. Y es la razón de las búsquedas que ellos emprenden, porque saben que ya no va a haber un proceso de justicia y entonces no importa la investigación que se realice o no se realice. Ésa es la parte tan compleja en la que estamos. En un punto en el que ya todo es urgente, ya todo se tiene que hacer de inmediato, no se está trabajando para construir en esos pequeños pasos. También, no dejar toda la carga a los especialistas (médicos, criminalistas y antropólogos) cuando no se ha robustecido la capacitación entre fiscales y jueces que no entienden realmente la importancia de contar con elementos de prueba científicos bien sustentados a nivel técnico y que desechan o demeritan un trabajo bien realizado.
Roxana Enríquez describe los pasos en su metodología de investigación:
*La identificación no es nada más un evento único, un solo análisis, sino que conlleva esta serie de pasos que permiten que la identificación sea exitosa y sea certera. El primer paso es establecer todos los antecedentes para poder buscar e identificar a alguien: sus circunstancias de vida, sus características y también las circunstancias en las que desapareció, que permitan generar líneas de investigación o líneas de búsqueda. Una vez establecidas, se realiza una búsqueda en campo que debe ser sistemática (planeada) y multidisciplinaria, en donde entre más disciplinas participen se va a robustecer más la investigación y la documentación, principalmente criminalística en campo; arqueología, por el tema que ahora se tiene de abandono de restos en superficie o enterrados.
Cuando hay una localización de estos puntos que son positivos, viene la recuperación de restos, indicios y evidencias. Estos tienen que recuperarse de manera también sistemática y de acuerdo a las técnicas de cada una de estas disciplinas, vigilando el proceso de cadena de custodia para evitar que haya pérdida de los restos o confusión de ellos o que se mezclen en el trabajo de recuperación y que después dificulten el trabajo en el laboratorio; y, también, que haya la certidumbre de que lo que se recuperó en campo es lo que se tiene en el laboratorio y lo que se va a entregar a los familiares. Y fortalecer también la investigación, la criminalística de campo puede determinar el modo, el tiempo, la manera en la que ocurrieron los hechos, mientras que la antropología puede hacer una recuperación sistemática que permita asociar objetos o restos y, entonces, sentar bases para la identificación.
De ahí, en el laboratorio participan disciplinas como la medicina, odontología; cuando hay posibilidad de recuperar huellas, dactiloscopia; antropología y el área de antropología física; y especialistas en genética que se encargan de obtener la mayor cantidad de datos que proporcionen los restos o los cuerpos, para establecer cómo es la persona que se ha localizado, la causa de muerte o cualquier otra característica que contribuya: el sexo, la edad, la estatura, si hay enfermedades presentes; características de la piel como tatuajes o cicatrices. Y el médico hará una necropsia que permita identificar la causa de muerte.
Todo este trabajo en conjunto genera mucha información que se recomienda reúna en un informe integrado multidisciplinario que firme cada uno de estos especialistas y que pueda compararse con toda esta información que se obtuvo al inicio. Cuando la comparación es positiva y además es positiva en cuanto al perfil genético, es que se considera que se ha identificado a la persona.
De ahí viene un procedimiento de contactar a los familiares, notificarlos de manera respetuosa y digna, proporcionándoles toda la información, proporcionándoles un acompañamiento psicológico y hacer la entrega de los restos.
Todo esto es lo que permite que, a través de una investigación forense que fue sistemática y sólida en cuanto a los resultados, siente las bases y de certeza para empezar el proceso de verdad y justicia.
Cuando hay alguna falla en esta cadena, genera incertidumbre o una identificación en la que no se tiene claridad y certeza, y es cuando viene la desconfianza y la necesidad de hacer nuevos procesos y nuevos análisis.]
Imagen de portada: EMAF