La pequeña Sasha se sabe niña, aunque su cuerpo le indique todo lo contrario. Su lucha está ahí: por el derecho a ser quien es
Ana León / Ciudad de México
«El infierno es la mirada de los otros» dijo alguien, aunque ahora no recuerdo muy bien quién. Y lo es. La mirada del otro que valida o aniquila. Y en el medio está lo más importante: lo humano, las personas.
La pequeña Sasha le dice a su madre: «Cuando crezca, seré niña». Y esas palabras se le clavan en el pecho a ella porque lo que ella pueda hacer por su hija va más allá del mero hecho de ser su madre, de lo que ella pueda hacer como madre.
Sasha nació siete años atrás con características biológicas de un cuerpo masculino, pero se sabe niña, se identifica como una niña y se viste —no en la escuela que no se lo permiten— como una niña.
Cuando Sasha le dice esa frase a su madre, «cuando crezca…», que en voz de cualquier otre niñe construye una postal de futuro, lo que pasa por la cabeza de la madre de Sasha no es el futuro, sino el presente, uno donde tendrá que dar la batalla con su hija para hacer que ese mundo que está allá afuera, esa mirada del otro, no la aniquile.
Little Girl, el documental del Sébastien Lifshitz, que aborda la historia de esta pequeña desde la voz de la madre y desde el tesón de Sasha (que cuando se grabó este documental tenía siete años; ahora tiene once), arroja luz sobre un tema al que debemos dar mayor atención: las infancias transgénero, sus procesos y sus encuentros con una realidad que se obstina en silenciarles o no reconocerles y los procesos que atraviesa la familia de un niñe trans.
La culpa (por desear una nena y no un nene). El miedo (por nos ser capaz). El no hacer lo suficiente (¿qué es “lo suficiente”?). Son los gusanos que se alojan en el corazón de esta madre que desde el cuidado, el amor y la apertura busca dejar claro a su hija que sí, que hay un lugar para ella. Que ellas se van a encargar de construirlo. Y lo que deja ver aquí Lifshitz es algo crucial: la red de seguridad, valor y confianza dada por la familia a Sasha —además de sus padres, de su hermana y dos hermanos mayores—, es fundamental. Es uno de los pilares en los que ella asienta su identidad.
Clínicamente lo que sucede a Sasha es denominado “disforia de género”, el discurso médico también marca el cuerpo, pero en este caso, el de Sasha, también ayuda. Y la ayuda a librar la batalla que justo en el momento en que el director comienza a seguir a la familia, ocurre: que en el colegio se le reconozca como niña y se le permita usar el uniforme asignado a las niñas; que tanto profesores como compañeres se dirijan a ella como “ella”, y sumado a esto, se le permita hacer uso de las instalaciones (baños) asignados a las niñas. Acciones básicas, derechos básicos, en la vida de todas las infancias.
Legalmente Sasha no puede cambiar el género que le fue asignado al nacer y que la valida como ciudadana y que, en consonancia, valida todos sus derechos como tal. Pero la situación que buscan solucionar favorablemente sus padres, sobre todo su madre —por ahora—, también es crucial: el reconocimiento social de su círculo escolar. Ahí entra el discurso médico en favor de Sasha, y la atención psicológica que recibe, y lo que un papel que no pone en tela de juicio su identidad —aunque sí trata de explicarla a les otres—, puede lograr. Y lo logran.
No es la primera vez que el director francés aborda este tipo de historias, en Bambi (2013), el perfil de una mujer trans de origen argelino, Sébastien Lifshitz se acercó a las experiencias de juventud de su protagonista, Marie Pierre-Pruvot, y a su temprana conciencia de esa otra identidad, la real, no la que determinaba su cuerpo y un papel. Es por ello que buscó y encontró la historia de Sasha, quería poner el foco ahí, en la discriminación tan fuerte a la que se enfrentan las infancias trans. Hacer entender que no, que éste no es un problema en les niñes y que no, que los padres no son culpables.
Little Girl llega a México el próximo 29 de julio bajo la distribución de Piano.
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