La privacidad y la salud son un privilegio. La pandemia nos ha vuelto más vulnerables de lo que ya éramos; la hiperconectividad y la capitalización de nuestros datos nos ha sobreexpuesto, además de lo que hacemos por nuestra cuenta en redes sociales
Ana León / Ciudad de México
Aparece en un página de diseño un artículo llamado BLANC. BLANC es una máscara que cubre el rostro por completo. Una superficie curva, lisa e impoluta que de acuerdo a sus diseñadores se describe como un accesorio de estilo de vida, una unidad de higiene digital (¡!), un dispositivo tecnológico y un guardián de la privacidad (¡!).
El diseño de este objeto pertenece a un grupo de emprendedores, diseñadores y especialistas en Equipos de Protección Personal (PPE, por sus siglas en inglés). BLANC cubre los ojos, la nariz y la boca, mientras que sus filtros HEPA, aprobados por la FDA, protegen al usuario del 99% de las partículas, incluidas polvo, niebla y aerosoles. Los filtros encajan a la perfección en el marco de la máscara y un gradiente de color en los mismos indica cuándo es momento de cambiarlos.
Dos cosas llaman mi atención aquí: la máscara protege de partículas virulentas externas y protege nuestra privacidad. La pandemia ha maximizado muchas carencias y crisis que ya estaban ahí, dos de ellas son la precariedad de los servicios de salud en todo el mundo para el común de la gente y el derecho al anonimato, a la privacidad, a la desconexión. Hace poco tiempo con Ezequiel Fanego, editor de Caja Negra [editorial independiente argentina], sostuvimos una charla en la que justo tocábamos el tema de la demanda de “estar siempre presente”, constantemente en redes, trabajando aún en momentos que parecería no lo hacemos y acerca de la sobreexposición de toda nuestra información al estar simplemente scrolleando. Trabajamos para eso que llaman el gran capital.
La salud y la privacidad, el anonimato y la ausencia, en este presente, son un lujo. La máscara también resiste a aerosoles así que pensando un paso más allá, también puede ser utilizada en marchas o protestas en el espacio público, tan vigilado en esos casos. Pero hay dos vías ahí: detrás de ella puede haber una intención que busca poner a través de la manifestación pública una narrativa que construya o, por el contrario, usar ese anonimato para tergiversar y desvirtuar el poder de la acción ciudadana en el espacio público o para cometer abusos de autoridad.
Este objeto tecnológico también ofrece la posibilidad de ser personalizado, variantes en el color y el estampado de la superficie ofrecen algo de autenticidad. Además, cada máscara se ajusta a las particularidades anatómicas del rostro del usuario (cara y cabeza). Dos partes simétricas se cierran por la parte frontal central mediante imanes y una cinta la fija en por la parte posterior de la cabeza.
Éste no es el primer artilugio que surge con la pandemia, están las variantes de los cubrebocas con una tecnología menos sofisticada que ésta, en nuestro país incluso los hay con bordados tradicionales, diseñadores independientes han creado los suyos con filtros intercambiables; algunos otros trabajan en proyectos transparentes que permitan la lectura de labios y el que aún se nos pueda ver la sonrisa. ¿Cuántos de estos artilugios conservaremos aún después de la pandemia? ¿Cuántos se volverán parte de nuestra vida cotidiana? ¿Cuántos usaremos incluso dentro de nuestras casas?
Pero proyectos como éste nos hacen pensar, o por lo menos a mí, en esas ficciones futuristas, en la indumentaria de esas ficciones. Cada vez estamos un paso más cerca de ellas.
El proyecto está buscando financiamiento en Kickstarter, puedes conocer más detalles aquí.
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