¿Cómo cambiaría la Tierra si los humanos desapareciéramos?

Es sabido que nuestro rampante consumo y modo de vida daña de manera ya irreparable nuestro planeta; aun si desapareciéramos mañana, los efectos negativos de nuestro paso por la Tierra permanecerían decenas de millones de años

Ciudad de México (N22/ Redacción).- Estamos viviendo el comienzo de una nueva época en la historia de la Tierra: el Antropoceno. Los humanos siempre han moldeado aspectos de su entorno, desde el fuego hasta la agricultura, pero la influencia del Homo sapiens en la Tierra ha alcanzado un nivel tal que ahora define el tiempo geológico actual. Desde la contaminación del aire en la atmósfera superior hasta fragmentos de plástico en el fondo del océano, es casi imposible encontrar un lugar en nuestro planeta que la humanidad no haya tocado de alguna manera. Más del 99% de las especies que han existido en la Tierra han desaparecido, la mayoría durante catástrofes y extinciones como la que acabó con los dinosaurios. La humanidad nunca ha enfrentado un evento de esa magnitud, pero tarde o temprano lo hará.

El fin de la humanidad es inevitable

Para muchos expertos, la cuestión no es si los humanos nos extinguiremos, sino cuándo lo haremos. Y hay algunos que piensan que será más pronto que tarde. En 2010, el eminente virólogo australiano Frank Fenner dijo que desapareceremos probablemente en el próximo siglo, debido a la sobrepoblación, la destrucción del medioambiente y al cambio climático. La vida continuaría y las marcas que dejamos en el planeta se desvanecerían antes de lo que creeríamos. Nuestras ciudades se derrumbarían, los campos crecerían y los puentes se caerían.

«La naturaleza finalmente lo descompondrá todo. Y si no puede descomponer las cosas, finalmente las entierra», dijo Alan Weisman, autor del libro The World Without Us (El mundo sin nosotros), publicado en 2007 y en el que examina lo que sucedería si los humanos desaparecieran del planeta. En poco tiempo, todo lo que quedaría de la humanidad sería una fina capa de plástico, isótopos radiactivos y huesos de pollo (matamos 60 mil millones de pollos por año) en el registro fósil, esto de acuerdo a una nota publicada por la BBC, firmada por Duncan Geere.

Un ejemplo de ello, escribe Geere, son las áreas del planeta que nos hemos visto obligados a abandonar.

En la zona de exclusión de 30 km aproximadamente que rodea la planta de energía de Chernóbil, en Ucrania, que fue severamente contaminada después del colapso del reactor de 1986, las plantas y los animales prosperan de una manera que nunca antes lo habían hecho. Un estudio de 2015 financiado por el Natural Environment Research Council encontró abundantes poblaciones de vida silvestre en la zona, lo que sugiere que los humanos son una amenaza mucho mayor para la flora y fauna local que treinta años de exposición crónica a la radiación.

La velocidad a la que la naturaleza se adueña del paisaje depende mucho del clima de un área. En los desiertos de Medio Oriente las ruinas de hace miles de años aún son visibles, pero no se puede decir lo mismo de las ciudades que solo tienen unos pocos cientos de años en los bosques tropicales.

En 1542, cuando los europeos vieron por primera vez las selvas tropicales de Brasil, reportaron ciudades, rutas y campos a lo largo de las orillas de los principales ríos. Sin embargo, después de que la población fue diezmada por las enfermedades que los exploradores trajeron consigo, estas ciudades fueron rápidamente tomadas por la selva.

Las especies de plantas y animales que han formado vínculos estrechos con los humanos serían las más afectadas si desapareciéramos. Los cultivos que alimentan al mundo, que dependen de las aplicaciones regulares de pesticidas y fertilizantes, serían reemplazados rápidamente por sus antepasados salvajes.

Según Weisman, escribe Geere, estos alimentos se verían rápidamente superados, «las zanahorias se convertirán en silvestres y las mazorcas de maíz podrían volver al tamaño original, no más grandes que una espiga de trigo».

La repentina desaparición de pesticidas también significaría una explosión demográfica para los insectos. Éstos son móviles, se reproducen rápidamente y viven en casi cualquier entorno, lo que los convierte en una clase de especies altamente exitosa, incluso cuando los humanos están tratando activamente de suprimirlos. «Pueden mutar y adaptarse más rápido que cualquier otra cosa en el planeta, excepto quizás los microbios. Cualquier cosa que se vea deliciosa será devorada», explica Weisman.

La explosión del insecto a su vez aumentaría la población de especies que se alimentan de ellos, como pájaros, roedores, reptiles, murciélagos y arácnidos, y luego un auge en las especies que comen esos animales, y así sucesivamente en toda la cadena alimentaria. Pero a largo plazo esas enormes poblaciones serían insostenibles, una vez que se hubieran consumido los alimentos que los humanos dejaron.

La extinción de los humanos tendría consecuencias en la red alimentaria durante al menos cien años, antes de que se estableciera una nueva normalidad. Algunas razas salvajes de vacas u ovejas podrían sobrevivir, pero la mayoría fueron criadas como máquinas de comer lentas y dóciles que terminarán muriendo en grandes cantidades o serian el alimento de animales carnívoros salvajes. Esos carnívoros incluirían a las mascotas humanas, más probablemente gatos que perros.

El futuro de la vida en un planeta contaminado

Si todos desapareciéramos mañana, los gases de efecto invernadero que hemos bombeado a la atmósfera tardarían decenas de miles de años en volver a los niveles preindustriales.

Algunos científicos creen que ya hemos pasado puntos de inflexión cruciales, particularmente en las regiones polares, que acelerarán el cambio climático incluso si no volviéramos a emitir otra molécula de CO2.

Luego está el problema de las plantas nucleares del mundo.

La evidencia de Chernóbil sugiere que los ecosistemas pueden recuperarse de las emisiones de radiación. Pero hay alrededor de 450 reactores nucleares en todo el mundo que comenzarían a derretirse tan pronto como el combustible se agotara en los generadores de emergencia que les suministra refrigerante. No hay forma de saber cómo una liberación tan enorme y abrupta de material radiactivo a la atmósfera podría afectar los ecosistemas del planeta. Y eso es antes de que comencemos a considerar otras fuentes de contaminación.

Las décadas posteriores a la extinción humana estarían marcadas por devastadores derrames de petróleo, fugas químicas y explosiones de diferentes tamaños, todas bombas de tiempo que la humanidad ha dejado atrás.

Algunos de esos eventos podrían provocar incendios que pueden arder durante décadas.

Debajo de la ciudad de Centralia en Pensilvania, una capa de carbón se ha estado quemando desde al menos 1962, lo que ha obligado a la evacuación de la población local y la demolición de la ciudad. Hoy, el área parece una pradera con calles pavimentadas que la atraviesan y columnas de humo y monóxido de carbono emergen desde abajo. La naturaleza ha tomado la superficie.

Las huellas finales de la humanidad

Algunas huellas de la humanidad quedarían, incluso decenas de millones de años después de nuestro fin. Los microbios tendrían tiempo de evolucionar para consumir el plástico que dejamos. Los caminos y las ruinas serían visibles durante muchos miles de años, pero finalmente serían enterrados o destruidos por las fuerzas naturales.

Es tranquilizador que nuestro arte sería una de las últimas pruebas de que existimos. La cerámica, las estatuas de bronce y los monumentos como el Monte Rushmore estarían entre nuestros legados más perdurables.

Nuestras transmisiones también perdurarían: la Tierra ha estado transmitiendo su cultura a través de ondas electromagnéticas durante más de cien años, y esas ondas siguen en el espacio, describe Geere. A cien años luz de distancia, con una antena lo suficientemente grande, se podrá captar una grabación de cantantes de ópera famosos en Nueva York, la primera transmisión pública de radio, en 1910. Esas ondas persistirían en forma reconocible durante algunos millones de años, viajando cada vez más lejos de la Tierra, hasta que finalmente se debilitaran tanto que no se pudieran distinguir del ruido de fondo del espacio.

Pero incluso nuestros artefactos espaciales seguirían funcionando. Las sondas Voyager, lanzadas en 1977, están saliendo del Sistema Solar a una velocidad de casi 60 mil kilómetros por hora. Mientras no golpeen nada, lo cual es bastante improbable, sobrevivirán al fatal encuentro de la Tierra con un Sol hinchado en 7 mil 500 millones de años. Serán el último legado restante de la humanidad, girando para siempre en la oscura negrura del Universo.

Con información de la revista Science Focus de la BBC