Radicados en Ecuador, cuatro arquitectos han hecho de la lógica más básica de construcción su filosofía; en tiempos donde reina la especulación inmobiliaria y se ignora para quién se construye, estos arquitectos buscan entender el entorno y a las personas para proyectar
Ciudad de México (N22/Ana León).- Llevan trabajando trece años juntos. Una casa fue el detonante de la atención de las miradas hacia su trabajo. Luego vino la posibilidad de construir una escuela llamada Nueva Esperanza y las miradas llegaron también de afuera. De ahí el resto ha sido una buena práctica reconocida de voz en voz que los ha llevado de Ecuador a muchas partes del mundo. Y aunque se niegan a las definiciones ¿Su lema?: “Hacer con poco”.
Charlo con David Barragán, parte de este equipo que también lo integran Marialuisa Borja, Esteban Benavides y Pascual Gangotena. Y me dice que ellos no buscan las definiciones y que ni tampoco empezaron con esta filosofía en específico, que es el enfrentamiento con la realidad lo que crea la filosofía. «Nuestro trabajo está respondiendo a una realidad específica que es la realidad de Ecuador.» Y que es más una cosa de sentido común, pues primero hay que lidiar con las expectativas de un cliente y luego, con las de ell@s como arquitect@s, qué es lo que quieren hacer. Ya después viene el encontrar ese camino que deje satisfechas a las dos partes.
«Después ya tendremos muy claro que es una manera de trabajar y que eso nos genera una sostenibilidad casi por accidente.»
Su filosofía de trabajo hace reflexionar sobre este hacer con poco. Algo que resulta lógico para este presente de especulación inmobiliaria y de profundo olvido de lo humano y lo social, de la calidad del habitar y del exceso de lo construido. De eso que se menciona tanto que es calidad de vida y hacer ciudad. Pero este “hacer con poco” no significa sacrificar. Al contrario, frente a la escasez, el diseño se privilegia en busca también de un empoderamiento social. Es decir, estos chicos y esta chica, no ven al diseño como un lujo sino como una parte inherente de su trabajo, lo mismo que la estética.
«Nosotros siempre entendimos que si comenzamos a trabajar con lo que tenemos y producimos bien con los recursos, eso se va tanto a un mercado local, como a una mano de obra local, y a un sistema que responda a esa economía de manera específica. Nosotros veíamos que hay un lenguaje de sostenibilidad, hay una forma de acercarse al medioambiente y a la ecología más por sentido común.»
Así, sus proyectos terminan siendo sostenibles casi por accidente como menciona. Pero no buscan una certificación, de hecho, enfatiza, odian las certificaciones. Y me explica que más bien, tiene que ver con entender el territorio, porque cada territorio tiene una manera muy específica de construirse y eso es uno de los puntos que más les interesa. «Seguir encontrando esas maneras propias de construir en cada lugar. Vamos encontrando en esas respuestas locales, en ese sentido común, en esa manera de leer el territorio, respuestas que hacen que el proyecto funcione mejor para esa gente. Si logramos entender lo mejor posible qué existe en el lugar y cómo ese lugar ya responde de manera tradicional, con lógica propia, las respuestas van a ser más acertadas. Vamos a ver una manera inherente del proyecto de irse validando por sí solo.»
Me dice David que para ellos todo tiene que ver con un tema estético, cómo ese espacio, la salud, la experiencia dentro del lugar va a potenciar el trabajo o la actividad que ahí se lleve a cabo. Es decir, si fuera una escuela, me ejemplifica, cómo la organización de elementos va a tener mucho que ver en el potenciar el aprendizaje. «Hay mucho ingenio en la parte de diseño para resolver con esos pocos recursos.»
Sobre su trabajo se ha destacado la “estética de las escasez”, pero me dice «cuando se habla de esta estética a través de la escasez y como al final es una apuesta política hacia estos descubrimientos, lo hace un curador de arte que es guatemalteco, y él lo que ve en esta obra nuestra es exactamente esto, una manera de encontrarle una estética a lo que nosotros tenemos a la mano.»
Para ellos no hay categorías de materiales, lo entienden como lo que son, materiales, me dice David y es a partir de ahí que empiezan a trabajar y a hallar una respuesta estética.
En este equipo hay una búsqueda de conocimiento no sólo del lugar en el que proyectan, sino de las personas. Hay un intercambio monetario, claro, pero más que hablar con clientes, su interés está en la complicidad de con quien construyen. Una responsabilidad con lo social que no pierden de vista.
«Muchos de los detalles de las maneras de construir y de las maneras de hacer, fueron solucionadas ya no por nosotros, fueron solucionadas en los procesos de participación, construyendo con la gente porque había un obrero que sabía construir de una manera y propuso un tipo de detalle.» Y eso hace que, como dice David, sus proyectos sean absurdamente locales, «no podrían funcionar en otro punto ni siquiera del Ecuador, porque están resueltos con un nivel de conocimiento local y tan específico; sin embargo, eso tan local lo lleva a un discurso global.»
¿Cómo es que un proyecto tan local genera identificación a nivel global?
-Lo que nosotros entendimos es que nuestros proyectos generan mucha identificación en las personas porque la gente lo ve como “yo podría hacer esto en mi comunidad”. Se absorbe el pensamiento y no la forma arquitectónica.
Una idea más se suma a la filosofía de este equipo: “pensar local, construir global”.
«Para nosotros esa respuesta social que nos interesa o esa manera de nosotros de enfrentarnos a la sociedad, está ligada a esa producción local que nos permite generar unas economías mejores, que nos permite generar unos conocimientos más sólidos en ese territorio, que nos permite generar ese empoderamiento de esa localidad con base en lo que ellos saben, lo que ellos son.»
*Este año, Al Borde sería uno de los ponentes del Festival Mextrópoli que se vio afectado por la pandemia de Covid-19.