«¿Por qué debería correr este riesgo?», es la pregunta que se hace frente a la página en blanco el escritor israelí, Etgar Keret que hoy participa en una lectura dramatizada de su libro La penúltima vez que fui hombre bala
Ciudad de México (N22/Huemanzin Rodríguez).- Considerada una de las plumas más atractivas de la actualidad en Israel, el escritor y guionista Etgar Keret está en México para presentar su más reciente libro de cuentos titulado La penúltima vez que fui hombre bala, editado por Sexto piso. Un libro donde se percibe un humor ahogado con personajes que habitan una realidad flexible.
¿Qué es lo que te permite la escritura de cuentos?
Pienso que, con una historia corta, lo que puedes hacer es sacar algo de lo que está aquí afuera todo el tiempo y, tal vez, darle un nombre. Cada uno de nosotros vive una vida con una narrativa diferente, hacemos lo que se supone que debemos hacer. Escribir un cuento es contar eso que pasa más allá del marco fotográfico en donde nos tenemos ubicados.
¿Lo dices por la posibilidad actual de asumirnos dentro de una narrativa en redes sociales? Si es así, ¿cómo vivir esa cotidianidad de constante cambio y renovación?
Creo que el problema en nuestros tiempos de medios digitales es que muchas personas confunden la habilidad narrativa para contar una historia, con mostrar aquello con lo que están involucrados desde un punto de vista egocéntrico. Como ahora todos tenemos cámaras, la gente cree que cuenta una historia porque le saca fotos a la comida que se va a comer, o por compartir panorámicas que se encuentran en un viaje. Pero sólo descubren sensaciones, las historias reales no están ahí.
Para ti, en tiempos de hiperrealismo, ¿cómo es la realidad que escribes?
Muchas veces se ha discutido sobre qué es real. Nuestras experiencias de vida son siempre subjetivas. Algunas personas creen en Dios, otras en fantasmas. Lo que consideramos real es aquello con lo que la mayoría cercana está de acuerdo, sin embargo, cuando escribes una historia no tiene que ser aceptada por todos. Cuando escribes un cuento, es sobre un personaje que ve las cosas desde una manera distinta, donde la atmósfera es lo que ocurre dentro de la cabeza de ese personaje. Lo que hoy tiene éxito son aquellos programas de televisión que llaman reality show, el problema es que nada ahí en real. ¿Qué tiene de real ver a cinco supermodelos y unos atletas que se saben vigilados, atrapados en una habitación? Eso es forzar el drama en un entorno arbitrario. Para mí, la realidad está en el inconsciente colectivo de la sociedad. Si hablamos de realidad no es aquello que flota en la superficie, es eso que está bajo el agua.
En esta actualidad mediatizada, pareciera que hay una obligación por ser feliz. Eso refleja lo terriblemente solas y adoloridas que están nuestras sociedades. Los personajes de tus cuentos tienen una parte adolorida que no demuestran y que en muchas ocasiones no es visible ni para ellos mismos.
Me parece que cualquier persona conectada a su sensibilidad, es triste. Porque sabes bien que por más que vivas las reglas de la vida te van a hacer perder a la gente que quieres y sabes que al final te vas a morir. Es vivir es una aventura en donde no vas a ganar. Creo que el permitir proyectar nuestro dolor es importante porque nos libera de la vida en sociedad, donde tratamos de proyectar una imagen feliz de nosotros mismos, saludable y funcional. Es algo que necesitamos por razones programáticas, ya sea para que nuestro jefe no nos despida o para que nuestra novia no nos deje. Por eso escribir es, en esencia, como una confesión católica: Cierras la puerta y por unos momentos dices lo que realmente eres tú. Y pienso que este dolor al que refieres lo encuentras como individuo, porque todos funcionamos igual. Le tememos a diferentes cosas y nos lastima de otra manera, pero a todos algo nos lastima y algo nos atemoriza.
Si escribir es un momento íntimo de honestidad y confesión, ¿qué le ofrece un escritor a su lector en sociedades programadas?
Ahora todo cambia todo el tiempo, la tecnología especialmente y todo lo que eso impacta; sin embargo, la experiencia humana fundamentalmente permanece igual, si besas al amor de tu vida o si pisas un clavo, te sentirás hoy de la misma manera a como alguien lo sintió hace mil años. Muchas veces lo que ha intentado la humanidad con las expresiones artísticas, es hacer una especie de radiografía de la sociedad; y así, incluso si la sociedad hubiera ganado peso o perdido cabello, su esqueleto se mantiene igual, entonces nuestro núcleo emocional no ha cambiado a través de los siglos.
Desde 1992 has escrito, producido, dirigido y hasta actuado en varios largometrajes, cortometrajes y series de televisión, ¿cuál es la distancia, para ti, entre una historia que se narra en palabras y otra que creas para el audiovisual?
Creo que la diferencia cuando haces una película es invitar al público a una experiencia, a un espectáculo. Cuando escribes un cuento, básicamente invitas al lector a que colabore contigo. Muchos cuentos míos han sido adaptados al cine, y ahora hay uno que podría convertirse en dos películas, una sería una comedia romántica y la otra, una película de horror. El que dos lectores entendieron esa historia de formas diferentes me parece fascinante. Eso es lo que me gusta de la literatura, que básicamente es la colaboración de dos mentes: la que escribe y la que la lee. En el cine y la televisión el público es más pasivo.
En tus cuentos hay un humor no claro, en esa realidad flexible que de pronto pone a tus personajes en situaciones en el límite de lo real, ese humor es como el de una risa ahogada y, a veces, es un humor extraño que me recuerda un poco al de Kafka.
El humor es básicamente un mecanismo de defensa. Pienso que muchas veces usamos el humor en situaciones que nos humillan o nos lastiman, es nuestro último recurso para tratar de mantener nuestra dignidad. En esencia, el humor es una protesta frente a una situación, y a veces sale como un cuchillo. Por poner un ejemplo inmediato, si ahora mismo me derramara el café sobre la camisa, podría ponerme a llorar o podría empezar a maldecir. Las dos respuestas son patéticas, la mejor solución es hacer una broma al respecto.
¿En la vida cotidiana sueles crear situaciones humorísticas?
Es gracioso que me lo preguntes porque un día estaba con mi hijo en Tulum, en el Caribe mexicano, el paisaje y la naturaleza eran tan hermosos y poderosos que no había necesidad de nada. No teníamos internet. Por supuesto, inmediatamente mi hijo se aburrió y me pidió un favor, yo le dije: “Sí, seguro, ¿qué quieres?”. Y él me pidió que hiciera algo divertido. Yo le dije: “¿cómo puedo ser divertido si todo está bien?”. Para mí, usar el humor es cuando algo no está bien. En el mundo real no necesito ser gracioso, sólo soy.
Pero el humor es una convención, entre los británicos es normal que sea sarcástico, en México es normal que se esconda entre palabras no dichas. ¿De dónde viene ese humor que se lee en tus historias?
El humor que yo uso es el humor judío. Tradicionalmente puedes verlo con personas como Woody Allen u otros comediantes judíos. Podría definir al humor judío como una forma en que proyectas empatía. El humor estadounidense es para alinear, ahí se hacen bromas de la gente que es diferente. Pero los judíos siempre hacen bromas de la familia, de los niños, de uno mismo. El humor es una forma de dar, al mismo tiempo, compasión y crítica. De hecho, el humor es importante en términos emocionales, un judío nunca desperdiciará una broma sobre un extraño, porque una broma es realmente un obsequio, dar amor a alguien.
Del autor que fuiste en tu primer libro, ¿cómo te descubres ahora con La penúltima vez que fui hombre bala?
Entre más conozco las palabras, menos las entiendo. Cuando enciendo el televisor y veo a Donald Trump o a mi primer ministro Benjamin Netanyahu, me sorprende cuánto ha avanzado la humanidad en términos de tecnología que nos permite hacer cosas que antes no se podían, pero al mismo tiempo, parecemos menos funcionales en términos sociales. Creo que, si revisamos mis primeros libros, son furiosos y seguros de sí mismos; y mi trabajo más actual es mucho más ambiguo y, a veces, confuso.
¿Para qué escribes?, ¿para encontrar algo, para comunicar algo, para explicarte algo o simplemente para contar algo?
Escribo para explicar. Ante todo, trato de explicarme algo a mí mismo. La razón por la que escribo es porque quiero entender mejor mis propias emociones y sentimientos.
El espíritu del libro que presentas en México es el cuento que le da título, un hombre que es disparado y en el aire empieza a entender su vida.
Sí, a veces necesitamos volar lejos de lo cotidiano para entender la vida. Ser el hombre bala disparado desde un cañón es una metáfora de la vida, porque cuando escribes una historia te arriesgas, te expones, puedes romperte todos tus “huesos literarios”. El cuento habla sobre poder ver tu vida desde un ángulo diferente. Ese punto de ventaja que te permite ver todas tus debilidades y miedos. Es una perspectiva que no puedes tener cuando estás dentro de tu vida cotidiana. Tienes que ser disparado fuera de eso para verlo totalmente.
Ser escritor es algo como eso, ¿no es así?
Sí, creo que escribir es ser lanzado como el hombre bala, que reza para poder sobrevivir para el siguiente cuento, la siguiente novela, el siguiente algo. Con la esperanza de que el ángulo en que fuiste lanzado te de una perspectiva diferente de lo que creías era tu vida.
¿Cuáles son esos “huesos literarios” que puedes romperte al ser lanzado?
Son muchos los riesgos que corres al escribir, uno de ellos es fracasar, básicamente, aprendiendo algo sobre ti. La otra es que aprendes algo sobre ti, pero no eres capaz de comunicarlo a los demás. Creo que cuando publicas algo y te leen, estás en una posición muy vulnerable porque el texto eres tú y puedes ser aburrido, estúpido o tonto y entonces, te preguntas: ¿Por qué me lancé? ¿Tal vez nunca debí meterme en el cañón? Creo que lo importante es ser honesto y preguntarte siempre cuando escribes: ¿Por qué debería correr este riesgo?
Esta noche, en General Prim 30 (CDMX) se realizará una lectura dramatizada de La penúltima vez que fui hombre bala, en la que participan Marina de Tavira y Pedro de Tavira, a las 19:30 horas.