Ni ordinario ni extraordinario: postales del día a día

En sus retratos, Raúl Campos busca «mostrar la vida desde una perspectiva no exquisita ni ajena a ella»

Ciudad de México (N22/Alizbeth Mercado). – Hay ocasiones en que se puede pasar tiempo contemplando una fotografía, ver los ojos de la persona a la que se retrató, las sonrisas, los gestos o percibir emociones. Un retrato nos puede poner a pensar en distintas historias.

Raúl Campos se dedica a la fotografía desde hace cuatro años y podemos ver en su catálogo muchas escenas, desde personas pasando el día en un balneario o un chico que sufrió quemaduras pero que., de forma paradójica, sonríe. Platicamos con él sobre las formas más adecuadas para tener retratos de calidad.

¿Cómo hacer un retrato?

Lo principal es tener un motivo claro de lo que quieres: resaltar alguna cualidad, volver imponente a quien se lo hagas o darle cierto aire de elegancia, transmitir su sentir, o simplemente burlarte de él; debes hacer que el entorno o situación se mezcle con tu idea, de lo contrario solo será un fondo o escena bonita. Y también hacer una buena composición de la imagen, no todo es la regla de los tercios.

¿Qué escenario prefieres?

Alguno donde la gente esté disfrutando de la vida y pueda mostrar su verdadero rostro y no ande de jetas o recatado.

¿Cómo dar tono a la foto de acuerdo con el momento?

Para mí «La vida es un carnaval». Cual Celia Cruz, busco divertirme cuando realizo la imagen e intento que mi retratado esté en el mismo mood, aunque no siempre se puede; en esos casos pues ni modo, quizá la foto es divertida para todos menos para el que sale.



¿Cómo es trabajar con una víctima? (como el chico quemado)

Trabajar con personas que han sido víctimas de violencia, accidentes o que poseen desfiguraciones o discapacidades físicas muy notorias, como amputaciones o pacientes de cáncer, cambia dependiendo de su personalidad y sus motivos. Hay quienes buscan o gustan de ser retratados para que, mediante ellos, se visibilice una problemática o las consecuencias de hechos; con pacientes terminales de alguna enfermedad, por ejemplo, tienes primero que empatizar con ellos, ganártelos.

En el caso del quemado, estábamos cotorreando en la feria de pirotecnia de Tultepec, a este compa se le incendió la playera y momentos después a mí un cuete me golpeó en la cara, nos volvimos carnales de heridas.

¿Tienes un ritual para prepararte o la espontaneidad está de tu lado?

Mi único ritual es revisar que mis memorias tengan espacio; gran parte de mis fotos son espontáneas, la gente posa ante la cámara porque, por alguna razón, les encanta que les tomen fotos; y hay veces en que cuando ando en la calle o cualquier lado y veo algo que sienta pueda generar una buena imagen, primero disparo de lejos para ver cómo podrías ser el resultado y tras ello me acerco con el sujeto.

¿Cuál es tu propuesta?

Mostrar la vida desde una perspectiva no exquisita ni ajena a ella. Busco involucrarme, interactuar con los sujetos que retrato, hacer que se divertan frente a la cámara o que me la mienten; podría decir que “el cotorreo” es un elemento presente en gran parte de mi trabajo.

En cuanto al apartado estético, utilizo colores saturados y contrastes marcados de luces y sombras pues siento le dan fuerza y hasta cierto impacto a quienes salen en las imágenes.

En este momento tengo dos series de trabajo principales:  La mexicanity, donde estoy explorando lo significa que la identidad nacional, misma que muchas veces sólo se ve externado durante los días patrios y en hechos masivos como cuando juega la selección y cosas así; para ello utilizo la ironía y retrato individuos y acciones que de cierta manera forman parte de la «producción simbólica cultural» de lo que es ser “mexa”, unas muy evidentes, como el señor que por décadas se ha encargado de hacer las bandas presidenciales oficiales, y otra quizá más oscuras y que en ocasiones se desdeñan por considerarse muy kitsch, como  exorcismos o luchadores miniatura.

El otro es un trabajo sobre los balnearios populares que existen en la CDMX, en el cual abordo la relación entre los habitantes de zonas populares de una ciudad donde cada vez más el agua se está convirtiendo en un recurso invaluable y la necesidad de recreación del ser humano; de este puedo asegurar algo: en el balneario Elba, de Iztapalapa, he visto a la gente divertirse de una forma auténtica y honesta, a diferencia de quienes pueden darse el lujo de ir a las playas extremadamente turísticas.

¿Qué NO debe tener un retrato?

¡No hay nada que no pueda tener! Si está fuera de foco, te hacen caras, si está mocho no importa siempre y cuando eso tenga una intención y una propuesta estética o conceptual. Si está tomada nada más porque sí o porque así salió; “señora, váyase a sentar o échele ganas, joven”. ¡Ah!, los cortes de pies y manos deben estar bien hechos, de lo contrario se ve horrible y mocho.

¿Son tus fotos “retrato social”, si puedo llamarlo así por los escenarios?

Sí, con mis fotos busco documentar la que se vive en la sociedad, especialmente el llamado “barrio”, aunque no el lado trágico que impera en los trabajos fotoperiodísticos convencionales donde siempre vas a ver a la persona de la situación marginada sufriendo o en el peor de sus momentos, pues la miseria y el drama venden muy cabrón, aunque también lo hago. Lo que yo procuro hacer, eso sí, siempre que se pueda, es capturar el lado cotorro y pícaro que nos caracteriza como mexas, y si puede ser de una forma divertida, mejor.