“La realidad en sí misma es una fábrica de preguntas”: Leonardo Tarifeño

El escritor argentino nos cuenta sobre su nuevo libro, No vuelvas, en el que aborda el tema de la migración desde la mirada de los deportados

 

Guadalajara (N22/Perla Velázquez).- Durante su primer año como presidente de Estados Unidos, Barack Obama, deportó a 391 mil 438 migrantes, en total fueron repatriados 2.8 millones, cifra con la que el ex mandatario se convirtió en el presidente que más deportaciones ha hecho. Hacia los últimos años de su gobierno, el periodista Leonardo Tarifeño viajó varias veces a Tijuana, para impartir un taller, que organizó el entonces Conaculta, para que escritores trabajaran con los deportados en esa zona.

En entrevista, el escritor recuerda que eran cuatro profesores los que iban, uno cada semana durante un mes, para que los deportados contaran sus historias, “descubrimos que muchos de ellos son analfabetos, otros no saben leer, otros no quieren dar información, porque pueden ser extorsionados. Entonces la buena intención que teníamos se contraponía con la realidad dura de lo que estaba pasando en Tijuana.”

El taller duró seis meses, pero Tarifeño siguió yendo a la ciudad durante año y medio, de las historias que encontró con la gente que platicó es que surgió el libro de crónicas No vuelvas (Almadía, 2018) y por el cual nos sentamos charlar con el escritor en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara .

Después de haber impartido el taller y regresar varios meses a Tijuana, ¿qué poder encontraste en la cultura para cambiar el entorno de esa ciudad?

En ese germen, la cultura, había buenas intenciones, pero la realidad estaba sobrepasada. Eso es el germen de lo que se expande en el libro. Esa pregunta por el poder de la cultura, me llevó a cuestionarme si realmente sirve en este caso, porque ¿no será que sirve más 20 pesos para que la gente tenga un lugar en dónde dormir?, ¿no será que servirá más que la policía de Tijuana no les quité los documentos a estas personas para que puedan tener trabajo?, ¿no será que la cultura a veces puede ser un lujo, un lujo que no nos podemos permitir muchos?

Eso a mí me duele, yo sí confió en la música, en la literatura si no confiará no hubiera salido este libro. No quiero que sea así, pero puede que sea así, sobre todo cuando no están dadas las condiciones tan básicas para que la gente pueda sobrevivir. Creo que las cosas pueden ser mejor y la cultura puede tener un rol importante allí, pero no soy ingenuo y creo que lo que procede es más bien presionar al poder político para que las cosas empiecen a cambiar.

En el libro hay una crónica en donde muestras cómo cambió el entorno de un parque en donde se daban talleres y atención a deportados. Sin embargo, al ver el cambio se dejó de hacer el taller.

De buenas intenciones está lleno el camino al infierno, porque muchas veces nos preocupa y está bien la educación que le podríamos dar a esta gente. Por ejemplo, que se le enseñe a leer y a escribir, en ese desayunador tenía que ir una maestra del INEA a enseñarles y no la vi nunca; estuve yendo casi dos años allá. ¿Qué está pasando con las instituciones que tienen que cumplir con esa función?

Claro que está bien proporcionar la educación a esta gente que no lo tiene, por supuesto, es algo que no se debe de abandonar, pero sabes quiénes creo que deberíamos de estar más educados: todos nosotros. Nosotros que “sabemos” lo que está pasando allí y no tenemos ni idea y como creemos que sabemos opinamos a partir de una ideología y no de la realidad y nos enfurecemos y nos creemos los dueños de la verdad. Si tuviéramos esa educación sabríamos que todo mundo tiene los mismos derechos y que esos derechos no te los dará tu condición social.

Está bien ir a educarlos a ellos, pero ¿no estaría mejor que nos eduquemos todos los demás que estamos viendo, opinando de ese fenómeno sin saber nada? ¿No estaría bueno admitir, por lo menos una vez, que no sabemos nada, que no tenemos nada que decir al respecto y que tenemos que aprender eso?

Esto tiene que ver también con las realidades que se viven, porque no es lo mismo la manera en que se percibe la migración en Puebla, por ejemplo, que en Tijuana, ¿qué encontraste en esta realidad?

Tijuana es una ciudad que está acostumbrada a este tipo de fenómenos, porque yo cuento también la época en la que llegaron los haitianos que fue algo parecido, no en la dimensión de estas últimas tres caravanas que terminaron con diez mil personas en la frontera, pero sí una catarata de personas. Tijuana es una ciudad al mismo tiempo acostumbrada y castigada por este tipo de migración. Entonces, ellos tienen contacto con esta realidad, mucho más del que tenemos nosotros que estamos mediados por la ideología, la ideología de estar en contra de la migración y de los negros, de las mujeres, etcétera.

Tijuana no se puede dar el lujo de ver la realidad a través de una ideología. Tijuana aunque ocurre tiene la realidad más fuerte; es un poco injusto pedirle a la ciudad que se haga cargo de 10 mil personas, como está ocurriendo con las caravanas porque eso significa que va a haber por lo menos unas dos mil personas viviendo en la calle.

Lo que sí podemos pedir es que el poder político de México haga cumplir la ley de Estados Unidos que dice que a cualquier solicitante que pide asilo debe de recibir su respuesta en Estados Unidos no en territorio mexicano. Yo no tengo la intención de estar criticando las reacciones de la gente en Tijuana, intento entenderlos, que alguien se proclame dueño de la verdad ya es otra cosa, pero lo que yo vi, es que Tijuana quiere que lo ayuden y es algo que no estamos haciendo.

En las crónicas que presentas, los deportados son los personajes principales, ¿porqué contar desde este punto el fenómeno de la migración?

Los deportados son los  protagonistas del libro. A mí me interesó hablar sobre ellos, después de todo este proceso de haber conocido a toda la gente, de haber establecido una relación con ellos, porque yo no había visto una situación de emergencia y de catástrofe humanitaria como esa. Me dolió mucho porque yo soy un migrante también y yo encontré la mayor parte de mi vida en México.

México es el lugar que yo quiero, es el lugar que me duele. Entonces para mí este libro fue un acto de amor a México en el sentido de: yo no escribí el libro para hablar mal de México, para decir las cosas feas de México. Escribí este libro porque a mí me duele que el México que yo quiero pueda ser tan cruel, pueda robarle los documentos a esta gente. Entonces, como a mí me duele, yo escribí esto porque sé que la gente puede cambiar, sé que la gente puede hacer de esto un país mejor entonces esa esperanza es lo que yo quiero transmitir allí.

A mí no me interesaba tanto lo que le pasa a los migrantes en Estados Unidos, el problema de Estados Unidos, claro que no hay que abandonar a los nuestros allá , pero a mí me interesa lo que pasa en México, lo que yo vi es que cuando los deportan les quitan las agujetas y el cinturón, para que no se hagan daño. Entonces, llegan a México sin agujetas, sin el cinturón y tú ves que se les caen los pantalones, se le salen los zapatos, y de repente en Tijuana  puede estar lloviendo, imagínate la situación.

Recuerdo que Juan Villoro ha dicho que la crónica es el género periodístico que te permite contar de mejor manera fenómenos como éste, porque puedes sumar cifras y datos duros de una forma más eficaz, ¿qué te ofreció este género para utilizarlo en el libro?

Yo soy un escritor de no ficción, yo escribo puras crónicas siempre. Yo no soy un fundamentalista de la crónica, la crónica te ayuda a entender, creo que el relato en general te ayuda a entender a reflexionar. Es mi escenario, la crónica, porque soy periodista desde hace 30 años, siento que por las cosas que he vivido como migrante, puedo contar algunas de ellas, puedo tener la sensibilidad para hablar con el rico y el pobre, porque es mi trabajo, eso es lo que yo puedo hacer.

Creo que el relato en general, de ficción y no ficción, es lo que te obliga a concentrarte, te obliga a ir viendo una historia de a poquito, eso te da chance de estar pensando. Eso es lo que yo quiero con este libro, que pensemos, que sea un ejercicio de reflexión, que nos saquemos un poco de la cabeza el estar opinando sin saber, que nos animemos a pensar que no somos los dueños de la verdad.

Este es un libro lleno de preguntas, eso es lo que vale la pena hacer. La realidad en sí misma es una fábrica de preguntas y qué bueno en ese caso la crónica puede plasmarla tal vez mejor que la ficción. La crónica va perfecto, es un complemento de esa duda.