Brenda Lozano: “El tiempo llevado a un objeto es una piedra”

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Catorce cuentos acerca de las relaciones humanas, las uniones, las separaciones y los recuerdos ociosos hilvanados sutilmente por piedras, materiales o metafóricas, conforman el nuevo libro de relatos de la escritora mexicana parte de la lista Bogotá39-2017

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Imagen cortesía de Alfaguara y la autora /© Ana Hop

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Ciudad de México (N22/Ana León).- Brenda Lozano es una escritora que revela más de sí misma a través de la lectura de sus obras que de la palabra dicha, y cuya candidez y aparente ingenuidad en su oficio es una vía, tal vez inconsciente, para explorar lo extraño, la escasa lógica de lo cotidiano. Tras la escritura de dos novelas –Todo nada (2009) y Cuaderno ideal (2014)–, Lozano (Ciudad de México, 1981) nos entrega Cómo piensan las piedras, catorce cuentos que exploran la complejidad de las relaciones humanas, las partidas, las llegadas, las decisiones y sus consecuencias, y que, al mismo tiempo, construyen postales de lo cotidiano, instantes congelados en el tiempo.

Lozano que combina su labor como escritora con su trabajo editorial en MAKE Literary Productions y Ugly Duckling Press, lee al tiempo que escribe, en estos días Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor y The Answers. A novel, de Catherine Lacey, han ocupado su tiempo. Ella, a quien el “silencio de cápsula” desquicia, si puede sacarle al día dos o tres horas para escribir, se siente satisfecha.  

Más allá del significado de las listas y la polémica que siempre generan por los que incluyen pero también, y sobre todo, por los que dejan fuera –la acaban de incluir en Bogotá39-2017, que reúne a los 39 mejores escritores de ficción de América Latina menores de 40 años– Brenda Lozano considera que ésta es una buena generación y que hay cosas muy buenas pasando, especialmente entre las mujeres, no en específico en esta lista en la que hay menos mujeres que hombres; sin embargo, se siente honrada de formar parte de ella. “A veces te toca dentro, a veces te toca fuera”, dice, “pero así es”, ya que “lo importante no es estar o no estar sino el trabajo; los libros hablan por sí solos. No importa cómo se tiren los dados, siempre habrá polémica”.

 

¿Cómo surgen estos relatos, cómo los fuiste construyendo?, ¿en qué momento decidiste que se convirtieran en un libro?

Tenía ganas de hacer un libro de cuentos, básicamente. Que fueran un conjunto de cuentos unidos por algo sutil, que no fueran todas temáticas de desaparición, digamos. Entonces las piedras parecían un muy buen objeto como testigo. Los gatos, por ejemplo, son otros buenos testigos, más perversos, te suelen detestar. Lo que quiero decir es que los gatos sí interactúan, aunque de forma altiva, pero las piedras están silenciosas, están ahí, no se mueven, y quizá si hay una idea del tiempo llevado a un objeto es una piedra, están ahí siempre y no se inmutan ni interactúan. Entonces me gustaba la idea de que en los cuentos hubiera esta unión silenciosa.

No buscaba que fueran relatos alrededor de piedras ni mucho menos, simplemente, para mí, en el orden de cosas, quería que estuvieran ahí. Hay una piedra en un riñón por ahí, hay un gorila echado en una piedra en el zoológico, hay un rabino que teme el momento de arrojar piedras en la tumba de su hermano, que es parte del rito judío de muerte. Sutil, no tanto temática o anecdótica. Sin embargo, creo que en tono se parecen, creo que sí son una familia de historias.

Para ti, en lo personal, ¿tienen algún significado las piedras más allá de la materialización del tiempo o como una forma de medida de éste?

En lo personal a mí me resultan fascinantes en buena parte por eso porque ¿qué testigo más inclemente que una piedra? En esta misma ciudad hubo piedras antes que ciudad, estuvo antes la roca volcánica del Xitle que está por toda el área de CU, Copilco, Cuicuilco, mucho antes que ciudad, Hay algo que en esas piedras que uno cuando anda por ahí ni se  imagina. Hay una historia detrás impresionante y misteriosa. Hay algo en esa cristalización del tiempo que me interesa mucho. También en esa sencillez. No estoy hablando de piedras preciosas, esas de hecho están fuera del campo de visión, hablo de algo más sencillo, de lo que te encuentras en la calle o en el campo.

La protagonista de “Estados de cuenta, cupones y un catálogo de farmacia” se pregunta cuál es la diferencia entre una persona y un personaje, para ti ¿cuál sería esa diferencia?

En ese cuento, la piedra es más como una metáfora, como cuando hay una piedra en el camino, o sea, hay alguien que te está estorbando por alguna razón en un momento de tu vida, en este caso es una ex novia. Es una relación que acaba de empezar y ella está dándole vueltas, como cuando se te va a caer un diente, de niño, y estás empujándolo con la lengua y no se te cae pero se te estira casi como chicle y ahí estás, con la lengua todo el día. Hay algo en esa ociosidad, un nombre, porque puede ser que ni la conozcas, pero estás ahí y te molesta, casi como tener un pelo entre los dientes sin que te lo puedas sacar, me gustaría enfatizar eso. En ese caso, creo, ese tipo de situaciones te pueden llevar a ser un personaje que no te gusta. Igual y tú en tu vida normal, serena, reaccionarías más tranquilamente a una llamada telefónica o a un mensaje de Twitter, pero si estás con el diente flojo o el pelo entre los dientes o con un nombre dándote vueltas, o sea, si tienes un objeto de ocio molesto o incómodo, tus reacciones van a ser muy distintas, y más cuando emocionalmente te molesta. Creo que es ahí, en esas situaciones en las que uno se pone “un papel”, “en un personaje” en el que no se reconoce. Ese desconocimiento con uno mismo es lo que me interesa, creo que es bueno que uno se desconozca.

Este conjunto de cuentos parecen de alguna manera anecdóticos, ¿hasta dónde llega lo autobiográfico en ellos?

Este libro para mí es como una especie de línea en el tiempo. Cuando mi hermano y yo estábamos creciendo en el marco de la puerta del baño íbamos poniendo quién iba creciendo y cómo iba creciendo. Esas marcas que quedan en el marco de la puerta tiene algo del libro en el sentido de que obedecen a cierto momento y uno cambia a esa edad rápido, pero están ahí por una razón y es uno en esa línea de tiempo. No se es mejor o peor al metro diez o al metro veinte, simplemente es parte de un momento. Crecimiento es una palabra que no me gusta en el arte, pero sí es parte de un momento y creo que esos cuentos tienen eso. No necesariamente son anécdotas que me hayan pasado. Estoy muy lejos en edad de eso dos momentos y de las anécdotas de varios de los cuentos, quizás unos son más cercanos, desde luego. Soy muy lejana en muchas de las anécdotas pero muy cercana quizás en la voz. Algo estaba buscando ahí que necesitaba enganchar con esa historia. Quizás no soy yo autobiográficamente, pero hay algo en esa voz. Hay un desfase muy interesante de tiempo entre lo que está pasando y en lo que haces, y dónde estás realmente. Hay detalles, ahora me acordé de un momento en el primer cuento, que se llama “Elefantes”, la viuda que cuenta la historia, suele hacer muchas esculturas con popotes y servilletas y sobres de azúcar, y ese tipo de cosas sí las hago mucho y me interesaba que ella los tuviera.

Mencionas lo de los popotes y las esculturas con sus envolturas, hay un momento en que las equiparas con la escritura, el ejercicio de la escritura. Me llama la atención porque es un gesto que no sólo lo utilizas en “Elefantes” sino en otro de los cuentos.

Los popotes vienen a veces forrados con papel y si tú lo quitas de cierta forma puede quedar como un gusano, creo que eso guarda una relación con la escritura. Si tu le echas agua al gusano de papel va a cambia de forma, hay algo en el acto de contar que hace que cambie de forma y de hecho si lo vuelves a contar o le echas más agua, va a cambiar más de forma hasta que se puede quedar totalmente aplastado. Uno modifica las historias conforme las cuenta, no creo que tan deliberadamente porque en el camino de contar te vas dando cuenta de cosas, van cambiando cosas y creo que eso hace que cambie de forma, simplemente. No hay tal cosa como “la historia”. Creo que siempre está muy en función de quién la está contando y cómo la está modificando y en qué momento.

Da la impresión de que cada cuento parece que no termina, como el recordar, un momento que se queda suspendido en el tiempo y no hay realmente un final. Y por otro lado, el recordar, también, es algo a lo que vuelven todos los personajes en todos los cuentos, siempre están recordando algo.

Creo que el acto de recordar es parte intrínseca del acto de contar. No existe tal cosa como contar en presente. Como dice ese verso muy bonito de Szymborska, “al decir la palabra Futuro las primeras letras ya son parte del pasado” (sic). Hay un acto deliberado por contar y qué vas a contar.

En tus relatos hay un ánimo de comparar la funcionalidad o practicidad de otras profesiones frente a la “subjetividad” de la literatura o algún arte, la música, por ejemplo. Además de que la literatura es también un tema que está presente en tus dos novelas.

Tengo una fascinación por la literatura y todo lo que está alrededor de ella. Creo que eso saldría aunque me propusiera no hacerlo.

En varios de los cuentos las voces, sobre todo cuando son femeninas, asemejan la entrada de un diario, ¿éste fue tu propósito?

Varias de las voces de este libro están en primera persona y quizás por eso tienen algo de diario, por así decirlo. Me interesaba mucho que no hubiera diálogos y si los hay son muy escasos. Y que fueran sobre todo personas hablándole a otra persona pero ésta no aparece, entonces son como una especie de entrevista. Más que nada me interesaba que estuviera dirigido a alguien que no apareciera, como una especie de diálogo que donde nada más ves a una de las dos personas, porque en la literatura a veces los diálogos me problematizan o a veces siento que son dos monólogos más que un diálogo y me interesa mucho escuchar esos monólogos. En este caso tenía ganas de hacer explícito eso. Buscaba más ese tono más íntimo. Dar únicamente voz a uno de los dos en el diálogo.

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