Día de Muertos en Real del Monte. Todo un sincretismo

  • Todo esto sucedía en un jardín y pasillo que conducía a un auditorio donde se celebró el concierto Shumman’s Skull, donde se tocaron dos piezas de piano interpretadas por alumnos de música vestidos como calaveras garbanceras (catrines como se conoce ahora) acompañados por un espectáculo de luces. El show era para las almas, los vivos eran parte de la escenografía…

Parte I

Por Alizbeth Mercado
En los pueblos donde la minería fue el mayor soporte
económico[1]
se siente un ambiente fantasmal y lúgubre, no en el sentido tétrico, sino que
pareciera que el lugar nos quiere contar algo y necesita decirlo para poder revivir
la memoria. Además de que –casi siempre- se encuentran ubicados entre montañas
que atraen la lluvia y un clima fresco.
El sábado 31 de octubre visité Real del Monte en Hidalgo y
tengo que confesar que no tenía expectativas del evento al que nos invitaron: “Sanctoarte
2015”; pensaba que se trataba de un concurso de ofrendas y un recorrido por los
lugares simbólicos del sitio; pensaba que vería un ambiente grato, en un lugar fresco,
comería pastes y conocería edificios donde alguna vez vivieron ingleses[2].

Por fortuna, fui sorprendida por un evento totalmente
novedoso que propone ver la muerte y la celebración del día de muertos desde
una perspectiva íntima, sin acartonamientos y sin lo trillado de la fecha. Ahora
les cuento por qué, a través de un recuento de sus actividades.

Al llegar David Pérez Becerra, director del festival, nos
dio un recorrido por el Instituto de Arte (IA) que pertenece a la Universidad
Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH) y ofrece cuatro carreras: Arte Dramático,
Artes Visuales, Música y Danza.


El memorial
Dicho sea de paso, esta institución está ubicada dentro de
una construcción que fue usada por los ingleses que trabajaron en las minas, y
en palabras de David, “el lugar era visto como ajeno por los pobladores de Real
del Monte, sabían que ese lugar era de los otros y no se podía entrar. Por eso
veían la escuela con reticencia” y con este tipo de eventos el instituto cumple
otra función, además de la formativa: ser un centro de encuentro social, donde
la comunidad se sienta representada y no sea un terreno exclusivo de los
estudiantes y maestros.
En
esta dualidad que advierto en los pueblos mineros (una renovación constante
desde la esfera simbólica, económica y cultural, sin olvidar su pasado) “Sanctoarte”
estuvo abierto al sincretismo, es decir, abrazaron la historia del poblado
desde tiempos prehispánicos; pusieron la tradicional ofrenda con la particularidad
de mostrar en una pantalla las fotos de los fallecidos en la comunidad y a
propósito de la arquitectura, adornaron el recinto como si hubiéramos visitado
Brujas en Bélgica u otra comunidad europea.

Algo
que me conmovió fue el interés de los alumnos por reflexionar sobre la muerte
por silicosis[3]
con una instalación audiovisual construida por cinta adhesiva e iluminada en la
noche. David me dijo “¿cuántos de nuestros familiares murieron por esta
enfermedad y casi no hablamos de eso?”.
Al
lado de esta “especie de pulmón” estaba un tzompantli hecho por niños de la
comunidad y la ofrenda No pise el camposanto,  hecha con
calaveras de resina y personificadas con trajes norteños, a la Frida Khalo, un
punk, varias tapadas con un rebozo y en la mesa varias botellas etílicas.

La fiesta
Todo esto sucedía en un jardín y
pasillo  que conducía a un auditorio
donde se celebró el concierto Shumman’s Skull, donde se tocaron
dos piezas de piano interpretadas por alumnos de música vestidos como calaveras
garbanceras (catrines como se conoce ahora), acompañados por un espectáculo de
luces. El show era para las almas, los vivos eran parte de la escenografía. Sin
embargo, los vivos fueron muy curiosos y como la pieza tenía cuatro movimientos,
tuvieron que entrar grupos de 25 personas. Los que llegaron tarde se quedaron
afuera.

En la intemperie había un
escenario que mostró danzas alusivas al estado de Michoacán y la presentación
del trío Cantar Huasteco, pero observé desde la lejanía porque la lluvia no paraba
y temía que mi cámara se mojara y se descompusiera.

Mientras tanto, y para que los asistentes
se repusieran del embate climático, los organizadores obsequiaron pan de muerto
y café; que también me perdí, pero me quedo con las reflexiones de los alumnos
respecto a la muerte que llegará como parte de un ciclo y mientras eso pasa, la
vida debe vivirse de forma cíclica y productiva; a mostrar lo aprendido a la comunidad y
sobre todo a la unión y el trabajo sincronizado para festejar lo que pareciera
no celebrable.

[1] Hablo desde una perspectiva
parroquial, soy nativa de Tlalpujahua, Michoacán y en mi pueblo como en
Real del Monte la minería floreció (y tuvo muchos altibajos) desde los siglos
XVIII a principios del XX. Cuando terminó la población debió buscar una actividad económica que pudiera subsanar la pérdida de empleos.
[2] Esto lo agradece mi anglofilia.
[3] Enfermedad que padecían los
trabajadores de las minas al respirar grandes cantidades de polvo, esto los
conducía a una muerte pronta y segura.

Fotografías: Alizbeth Mercado.  

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