Distrito Federal, 14/05/13 (N22).-
Una vasija policroma de más de 900 años de antigüedad, decorada con escenas alusivas al sacrificio ritual de un personaje y un rito de cremación, la cual debió contener los restos de algún ancestro vinculado con la cultura Aztatlán, complejo que tuvo su núcleo en el norte de Nayarit y sur de Sinaloa, fue entregada por un particular al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
La representación del INAH en Nayarit recibió esta importante pieza estilo códice de manos del profesor Luciano Sandoval, quien la tuvo en su domicilio por más de 20 años.
El arqueólogo Mauricio Garduño Ambriz, investigador del Centro INAH-Nayarit, quien desde hace 18 años se ha especializado en la arqueología de la costa noroccidental del estado, informó que por su manufactura e iconografía, el objeto cerámico pertenece al complejo cultural Aztatlán, que se desarrolló entre los años 850/900 y 1350 de nuestra era, en las fértiles tierras bajas aluviales del septentrión costero mesoamericano.
Se trata, dijo, de una olla policroma de cuerpo globular y cuello recto, trípode, con soportes de sonaja; mide 18 cm de altura 13 de ancho máximo, y está profusamente decorada dentro de la tradición pictórica conocida como estilo-códice. En términos generales, la vasija presenta un buen estado de conservación.
Agrupados en dos escenas principales —en las que destacan la representación del sacrificio ritual de un individuo por extracción de corazón y un rito funerario de cremación, ambas vinculadas con miembros pertenecientes a segmentos de alto rango dentro de la sociedad Aztatlán— se observan un total de 24 personajes que abarcan prácticamente toda la superficie externa de la vasija, incluyendo su base.
La escena de cremación es presidida por Mictlantecuhtli, deidad regente del inframundo, acompañado de dos personajes —probablemente sacerdotes— que portan máscaras bucales en forma de mandíbulas descarnadas, que están a punto de encender la pira funeraria.
Al respecto el especialista señaló que a partir del testimonio de la persona que sustrajo la pieza se pudo conocer que al momento en que realizó su limpieza encontró en su interior cenizas, huesos triturados y dientes, lo que sugiere que la vasija podría haber cumplido una función análoga a la de los relicarios, conteniendo los restos de algún ancestro deificado o probablemente vinculado con algún linaje importante.
Además, apuntó que los datos para la arqueología regional sugieren que durante los periodos Posclásico Temprano (900-1100 d.C.) y Posclásico Medio (1100-1350 d.C.) esta costumbre funeraria estaba reservada únicamente para la élite, y su práctica formaba parte de un discurso ideológico de legitimación que emparentaba a los gobernantes con la deidad solar, la cual regía las festividades vinculadas con el ciclo agrícola.
Con relación a la temporalidad de esta vasija, el arqueólogo acotó que se trata de la variante decorativa tardía de una olla del tipo Iguanas Policromo, que constituye uno de los componentes cerámicos diagnósticos de la fase Ixcuintla, que va de 1100 a 1350 d.C., y correspondería con la etapa final dentro de la larga secuencia de desarrollo de la cultura regional Aztatlán.
Lo anterior resulta sumamente significativo si consideramos que los principales especialistas en el estudio de la emblemática cerámica tipo códice estilo Mixteca-Puebla, coinciden en señalar que ésta apareció en el Altiplano Central de México (Cholula) en el transcurso del Posclásico Tardío (1250-1521 d.C.), e inclusive en una fecha posterior al año 1300, en la mixteca oaxaqueña.
Sin embargo, el arqueólogo precisó que esta cerámica local —que ciertamente compartió con otras regiones culturales patrones iconográficos en el Posclásico— se desarrolló directamente a partir de la producción policroma de uso ritual denominada Iguanas Policromo, cuyo periodo de elaboración inició a finales del Epiclásico, alrededor del 850/900 d.C.
Sobre dicha vasija estilo códice, entregada recientemente al Centro INAH Nayarit, ésta se localizó originalmente sobre la superficie nivelada superior de una plataforma de base rectangular de 55 por 45 m de lado, con una elevación promedio de tan solo 1.60 m por encima del nivel de la planicie aluvial adyacente.
Esta estructura se ubica a una distancia de alrededor de 130 m hacia el oeste de la Loma de la Cruz, un montículo de 10 m de altura que constituye la principal edificación de carácter ceremonial localizada dentro del núcleo del asentamiento prehispánico de San Felipe Aztatlán, orientada astronómicamente sobre un eje oriente-poniente y vinculada ritualmente con el culto solar.
San Felipe Aztatlán se consolidó como el núcleo de población hegemónico y como cabecera de uno de los más importantes señoríos de las tierras bajas noroccidentales, por lo menos a partir del Posclásico Temprano; fundamentó su poder en el control de los principales procesos económicos, ideológicos y sociales, entre los que se puede destacar su activa participación en una extensa y compleja red comercial que involucraba productos suntuarios, utilitarios y diversos bienes de prestigio (cobre, turquesa, jadeíta, obsidiana, etc.) que compartían las élites regionales, desde el suroeste americano hasta las tierras bajas del norte de Yucatán.
Actualmente la pieza prehispánica se encuentra en proceso de inscripción oficial en la base de datos de la Dirección de Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicas del INAH, en tanto que próximamente será sometida a tratamientos especializados de restauración, con la intención de garantizar su estabilidad estructural y evitar la degradación de sus pigmentos. El estudio iconográfico y simbólico será llevado a cabo en los meses venideros por parte del arqueólogo Garduño.