DISTRITO FEDERAL, México, 16/07/12, (N22/INBA).-
El maestro Serrano se definió como un lector precoz y muy voraz, una obra que lo marcó profundamente fue La Ilíada, que disfrutó gracias a los libros verdes de las Lecturas Clásicas para niños, editadas por José Vasconcelos. Además de La Odisea, que sirvió para despertar su imaginación.
Cuando él era niño, durante una convalecencia por hepatitis, la lectura le resultó más entretenida gracias a su abuela; donde conoció El Libro de la Selva o El Libro de las Tierras Vírgenes, de Rudyard Kipling. Amado Nervo, López Velarde y Carlos Pellicer aparecieron pronto en el escenario de sus lecturas. También en la biblioteca de sus padres, leyó a Oscar Wilde y a Bernard Shaw, autores que lo divertían.
Con el paso del tiempo, en esos mismos libros verdes leyó a Dante y a Goethe. Primero a La divina comedia, en una versión de Bartolomé Mitre en verso, luego en italiano y finalmente consiguió la de Ángel Crespo. Más tarde también disfrutaría a Goethe en una versión maravillosa de Gerard de Nerval.
Asimismo, cuenta que al asistir a las temporadas de obras clásicas en el teatro Xola del Seguro Social pudo ver Edipo Rey, Antígona, Medea, Las coéforas, montadas con actores de primera línea ―Ignacio López Tarso, José Gálvez― en una época de oro del teatro en México. De esta forma le sirvió para buscar y leer obras clásicas, “gracias a eso después encontré a los trágicos griegos, a Sófocles, en esos mismos libros verdes”, recordó el poeta al ser entrevistado.
En la etapa de la secundaria, una maestra de literatura favoreció que el poeta leyera de El Cid hasta Rubén Darío, así como Garcilaso de la Vega, Góngora, Quevedo y La Araucana de Alonso de Ercilla. Debido a cierta cercanía familiar con Carlos Pellicer, lo leyó, de ahí pasó a los Contemporáneos, a Octavio Paz, sobre todo a Ladera este, el libro que escribió en la India. Descubrió con mucho entusiasmo la concisión de su lenguaje, la riqueza de sus metáforas, la fuerza de sus descripciones.
Al salir de la preparatoria, se sintió bajó su influencia de Arthur Rimbaud, luego a Baudelaire, Gerard de Nerval y a la poesía francesa hasta desembocar en la lectura de Mallarmé. El escritor Serrano llevaba a cabo actos de propiciación poética a la medianoche, inspirados en Igitur, el poema en prosa de Mallarmé.
“Después mis lecturas fueron menos circunstanciales: leí de nuevo La Ilíada, los cantos traducidos por Alfonso Reyes y luego los de Leopoldo Lugones. Volví a frecuentar ciertos textos ya en versiones más depuradas literariamente. En Ciencias Políticas empecé a leer a Ezra Pound y traté de sistematizar mis lecturas siguiendo a los trovadores provenzales, volví a leer a Dante, a Guido Cavalcanti, seguí un poco su programa de lectura”, comentó el escritor.
Luego llegaron Saint John Perse y Byron, que despertaron su enorme curiosidad. De modo que fundamentalmente las influencias que tuvo fueron la poesía clásica castellana, Darío, la literatura francesa (sobre todo a los románticos y simbolistas), y la literatura inglesa, representada por Chaucer y Shakespeare, entre otros.
Francisco Serrano (Ciudad de México, 1949) Poeta y escritor. Cursó estudios de cine, filosofía y ciencias políticas en la UNAM y de literatura francesa en la Universidad de la Sorbona en París. Becario de poesía del Centro Mexicano de Escritores. Ha publicado trece títulos de poesía, entre los que se cuentan: Libro de hexaedros (1982), No es sino el azar (1984), Confianza en la materia (1997), Música de la lengua (1999), Aquí es ninguna parte (2000), Prosa del Popocatépetl (2005) y Cuenta de mis muertos (2006). Su último libro, aparecido en 2011, es una versificación del Libro de Job. Fue miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, portugués, italiano, alemán, flamenco, sueco y japonés.
El escritor se presenta el jueves 19 de julio, a las 19:00 horas, en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, ubicado en avenida Nuevo León 91, colonia Hipódromo Condesa, en la ciudad de México.
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