La octava entrega de la saga de novela negra que John Banville firma bajo el seudónimo de Benjamin Black, ve la luz en Quirke en San Sebastían
Ana León / Ciudad de México
Ya hace un buen tiempo el autor irlandés, Jonh Banville, ganador del premio Princesa de Asturias de Letras en 2014, declaró a un medio argentino que «a Banville le lleva de tres a cinco años escribir una novela y a Black unos meses.» Las escribe durante el verano dice, porque odia el verano. En una conferencia de prensa ocurrida este martes de enero, el autor habló sobre la nueva entrega, la octava, de la saga de novela negra que ha construido a través de su alterego, Quirke en San Sebastián (Alfaguara, 2020).
Con esta publicación Banville marca un antes y un después en la pluma de Black, el seudónimo lo seguirá ocupando sólo para sus ediciones en España —y en países de la misma lengua a los que llegan dichas ediciones—, pero decidió mandar al exilio a su alterego y ese exilio se encuentra justo en aquél país. «Benjamin Black gusta mucho en los países de lengua española. Me gusta pensar que algún día en el mundo angloparlante van a volver a publicarse con mi propio nombre. Porque me gustaría decir que son míos.» Pero también, porque en Quirke en San Sebastián, de alguna manera, su protagonista se toma unas vacaciones y, por un momento, es feliz.
«Quirke se merecía un poco de felicidad. El antihéroe se merece un poco de felicidad. Quirke es una de esas pobres criaturas que todo lo que toca se convierte en tragedia. En parte por su culpa y en parte porque el mundo es lo que es. Pensé que le daría una pequeñas vacaciones en España y luego se le cae el techo» —no dice más para no arruinar la lectura—, y esas vacaciones son justo en la ciudad de San Sebastián. La razón de elegir ese sitio, además de ser el destino de exilio, se remiten a un simple gusto, al encanto que sintió al visitarla años atrás. «Estoy seguro de que todos los detalles de la ciudad son erróneos, seguro hay muchos detalles que no corresponden, pero no es importante.»
Todo autor, como siempre, es cuestionado sobre la escritura y, en este sentido, el escritor irlandés cuenta que para él, «es más placentero ser Benjamin Black que John Banville, hay formas muy distintas de escribir, hay distintos tipos de libros. Escribo novelas negras como un artesano y trato de que mis novelas de Black se parezcan a la vida lo más posible, trato de no ser sentimental. Pero los libros de Banville son distintos, las novelas de Banville pretenden ser una especie de algún tipo de poesía, mientras que las de Black no.»
Cada mañana John Banville se sitúa frente al ordenador y escribe. Y duda. Duda de su oficio y de su capacidad para ajercerlo. Cada día, cada mañana vuelve a dudar otra vez. Escribe una palabra, luego una frase y se obliga a continuar. «Me obligo», dice, porque «escribir no es una labor fácil. Nunca es una tarea fácil escribir» y porque, además, dice, no sabe hacer otra cosa. ¿Qué haría si no se dedicara a escribir? Al final del día termina agotado. Pero si le apetece sale con algunos amigos a tomar un jugo de manzana, bueno, eso antes de la pandemia y del confinamiento, que dice, le resulta ideal.
«Yo siempre he vivido aislado, me encanta estar aislado. Es lo que he estado esperando toda mi vida. Me encanta la semana que pasa entre navidad y fin de año. Nadie me llama, nadie me escribe, nadie me invita a dar un paseo. ¿Qué es eso de dar un paseo? Y esto que pasa es esa semana. Disfruto mucho el aislamiento, pero me siento muy culpable por disfrutar el aislamiento, porque la gente sufre.
Pero ha escrito. Durante este confinamiento ha escrito Black y también Banville. Éste último dice, trabaja en una novela desde hace cuatro años y medio. «Sospecho que el libro que estoy escribiendo de John Banville es el último, sospecho que sí. Siempre es el último.»
El autor vive entre géneros para los ojos de las estanterías que necesitan poner un cartelito señalando al visitante si lo que está ahí guardado es novela negra o poesía o ensayo. O para ordenar los catálogos, pero Banville dice no creer en los géneros. Sólo cree que hay libros buenos y libros malos. En su casa dice, «coloco los libros en orden alfabético. Es decir, no creo en los géneros.» Y sobre qué tanto entiende de la gente a través de la escritura, señala que «escribir libros no me dice nada de la gente, creo que cuando tenemos trece, catorce años, ya sabemos mucho de lo que podemos esperar de la gente. No entiendo a los seres humanos. A mí me confunden.» Su objetivo es que el lector tenga puro deleite.
Imagen: El PAÍS