- Javier Cercas asegura que no escribe novelas históricas, sino historias de un «presente dilatado»
–Esta historia es de juventud, de amor, de traiciones. ¿De qué quisiste hablar en primer término en Las leyes de la frontera?
Y su vida cambia. Cambia para siempre. Él descubre que la frontera física de la ciudad no es sólo una frontera física, sino también una frontera simbólica, una frontera moral, una frontera entre el bien y el mal, entre la justicia y la injusticia.
–Y esa parte es muy interesante, cómo se transforman estos paisajes oscuros de los setenta, estas ciudades, como dice el título La frontera, esta frontera que divide de un lado a las casas de clase media, y del otro lado es totalmente una ciudad oscura donde viven estos delincuentes, y luego, esta España, pasados algunos años, esta España de aparente prosperidad, ¿no lo crees?.
-Eso es. La España que se describe en la primera parte es una España tercermundista, una España que sale de una dictadura muy larga, muy oscura, muy cruel. Y que es un país pobre, miserable. Y la segunda parte, en cambio, que es la parte que transcurre en el siglo XXI, es una España, claro, ya europeizada, próspera, y como dice un personaje: «ridículamente satisfecha de sí misma».
Entonces la novela habla de eso, habla de muchas cosas. Habla también de cómo el pasado persiste en el presente. Habla de los espejismos en los que vivimos, quiero decir, tenemos una visión de nosotros mismos que no siempre corresponde a la realidad, de las ilusiones que nos hacemos de nosotros mismos, de cómo los mitos se sobreviven, si es que se sobreviven a sí mismos.
–Hablábamos al principio del desencanto de esta España que en esta segunda época de la novela parecía ser una España en plenitud económica, donde nunca iba a pasar nada malo, había pasado el franquismo y parecía que todo lo malo había quedado atrás. Los personajes, de alguna manera, el Zarco y el Gafitas, que ahora es un abogado pero que está aburrido de su vida, está en un momento en que no le encuentra sentido a su vida, el Zarco, al contrario de aquel héroe juvenil, idealizado, es un tipo ya de mediana edad, gordo, con arrugas. ¿Tenías de alguna manera la intención de comparar a España con estos personajes?
– No. No era mi propósito, pero inevitablemente en la vida de estos personajes se refleja la historia de mi país, eso es inevitable. Mis primeros libros son libros donde la historia no desempeña un papel importante, y donde la política tampoco desempeña un papel importante. Eso ocurre, sobre todo, a partir de Soldados de Salamina, que es un libro que me hizo un escritor profesional y conocido, pero es un libro que escribí ya cuando era mayor. Tenía 39 años.
Ninguno de mis libros son novelas históricas, no me gusta esa definición, no me gusta ese género. Son novelas que hablan de ese presente un poco ensanchado, de ese presente más amplio, de ese presente dilatado, que tiene en cuenta el pasado. De esa relación entre el pasado y el presente.