Joven editorial que goza de una buena acogida entre las y los lectores con sus diarios de viaje y la incursión en la gráfica; nos acercamos a uno de sus fundadores para pensar la labor del editor (en estos días pandémicos) que se aventura a llamar “editante”
Ciudad de México (N22/Ana León).- Abro el libro de Roberto Calasso, La marca del editor, y leo: «¿qué es un a editorial?» La respuesta rápida es que es una rama de la industria que busca hacer dinero publicando libros, según escribe. Pero, «¿y qué debería ser una buena editorial?» En lo que respecta a la edición y a los editores, nada está escrito. El libro es una de las tecnologías de comunicación con más historia que no ha perdido vigencia y cuya forma se ha transformado poco, pero ha sido capaz de adaptarse a su época. ¿Cuál?, cada una de las décadas a las que ha sobrevivido desde el siglo XV cuando Gutenberg inventó la imprenta, por situar una fecha específica. Dentro del ecosistema del libro está también la figura del editor, personaje encargado de crear la “forma”, la forma en que se delinea un catálogo, la identidad del mismo, la narración que se pretende crear con éste y el modo en que el libro se presenta como objeto, también.
Calasso lo llama el arte de la edición. Y para hablar de este ejercicio noble quisimos charlar con Santiago Hernández Zarauz, uno de los editores de la joven Minerva Editorial, y justo por eso, por su reciente creación, buscamos conocer el panorama que vislumbra este sello que en su nacimiento se ha visto atravesado por la pandemia —como muchos otros proyectos—, mientras siguen con la promoción de su segundo diario de viaje, Andanzas por Alemania e Italia (1842-1843), de Mary W. Shelley, parte de la colección Ínsula; publicaron en línea, Las palabras y las imágenes, de Verónica Gerber Bicecci, parte de la colección Lápiz; y anuncian su próxima entrega, Cuarentínimos para la cuentena, de Jorge F. Hernández y REP, un libro que será de realidad aumentada.
Pensemos en el mundo editorial, el de las librerías y el del lector en estos días, ¿eres optimista, pesimista o te mantienes a la expectativa?
Me gusta mucho la palabra, el término que utiliza Vera [Verónica Gerber Bicecci] que es, en lugar de hablar de la cadena del libro, es muy rico hablar del ecosistema del libro. Ha cambiado, es notable. En primer lugar porque aunque ya se anunció que algunas librerías van a abrir, la práctica es distinta. Ahora se tiene que respetar una distancia, hay ciertas normas de salubridad y de higiene que tienen su parte buena, pero también tienen su parte complejísima.
A mí lo que me ha gustado es que estamos muy juntas todas las editoriales, eso es evidente no sólo en redes sociales, sino en cómo se han vinculado, cómo se han hecho acuerdos. Nosotros, por ejemplo, hemos recibido mucho apoyo no sólo de Almadía, sino también de Dharma, de Elefanta, de Antílope, que son sellos —aunque Minerva es muy joven— que no solamente nos han dado consejo, sino que de alguna manera nos retroalimentamos sobre de qué manera funcionar mejor en distribución, entender cómo acercarse a circuitos que son de las librerías grandes o de las librerías independientes. Y eso es valiosísimo.
Nos hemos dado cuenta de que, independientemente de que cada proyecto tiene su identidad y su voz sobre todo, su respectivo catálogo, nos hemos dado cuenta que todos estamos en el mismo barco, en el mismo destino, hacia la misma Ítaca.
En esa sintonía, en esa tesitura, ha sido súmamente interesante ver cómo se van estableciendo vínculos de manera muy rica, o qué momento atraviesa cada editorial o cómo es que se van dibujando los catálogos.
Me gusta ver más lo positivo. Parecía que el debate del libro electrónico estaba sumergido en una carpeta de la computadora y era algo ya súper superado, valga el término, y ahora está de vuelta y ha sido un espacio evidentemente para la venta, pero también para establecer un diálogo con las y los lectores. En el caso de Minerva, nosotros hicimos junto con Verónica Gerber Las palabras y las imágenes, y es digamos, ahorita, uno de los puntos que nos mantienen en constante comunicación con quienes están leyendo los libros que estamos haciendo.
Ha sido un espacio no milagroso, porque ya existía, pero que se ha recuperado con mucho mayor ahínco. Yo siempre he estado a favor del libro electrónico, ahora hay plataformas que sirven como las plataformas para ver cine, para ver series, para escuchar música, también con los libros, donde tu pagas una membresía y tienes un catálogo de muchas editoriales. Creo que los retos están ahí, en entender cómo es que funcionan esas plataformas. Qué beneficios pueden representar, sin dejar de lado también pensar cómo es que se va a situar el libro físico ahora.
Estoy terminando una maestría ahora, y la tesina que escribí, lo que se me ocurrió es que en lugar de utilizar la palabra editor —es una locura lo que voy a decir—, pero que empecemos a usar la palabra “editante”. Y ahora me quedó muy claro con lo que hicieron, por lo menos, Memo Quijas (Almadía) y Diego Rabasa (Sexto Piso), que no solamente están definiendo un catálogo sino que están haciendo encuentros por Zoom, están también buscando patrocinadores, y en esa labor en gerundio, yo creo que está rico también pensar en la labor “editante”.
Me hablas de esa resignificación que tiene el libro electrónico, aunque siempre ha estado ahí en la mesa, pero en este contexto pandémico también está el apego al libro físico. Para ustedes como editorial, para ti como editor-editante, ¿cómo se da esta resignificación del libro físico?
Desde hace como cinco años soy super fan de una banda de EEUU que se llaman Vulfpeck, y estos cuates hicieron una cosa muy loca: subieron un disco a una plataforma que no tenía sonido. Como una especie de John Cage contemporáneo, no tenía ruido, y lo que hacía ese disco que se llamaba Sleepify, jugado con el nombre de la plataforma, es que le pidieron a sus fans por medio de Youtube, que escucharan ese disco y por cada reproducción de los tracks estaban financiando un tour de la banda y le dieron en la torre a esa plataforma. Y, al mismo tiempo, sacaban sus discos en vinilo. Entonces eran dos polos súmamente opuestos de una misma idea. Nosotros hemos tenido un acercamiento similar, pero distinto, con el libro-objeto. Lo que buscamos cuando hacemos los libros va en dos bandas en este momento: una colección como Lápiz, que son fanzines, que son libros que se pueden imprimir y se pueden coser, nosotros los cosemos a máquina de coser; y libros como los de la colección Ínsula, que traen un mapa, que tienen una tipografía muy medida y que es un catálogo muy bien pensado con una temporalidad muy bien pensada. Me gusta que una editorial de para eso, para materializar de distintas formas el libro.
Lo que sí creo que va a cambiar, lo que es evidente, es por lo menos el número de tiraje que se está haciendo. A nosotros por donde nos ha funcionado bien y estamos muy contentos por donde va navegando la cosa es que los tirajes que hacemos son muy pequeños. Somos una editorial muy pequeña todavía. Pero antes de hacer los libros buscamos establecer cuál es el proyecto que vamos a hacer. Una colección, de qué, de cuadernos de viaje. Son proyectos que nos dan para pensar no más de tres libros al año. Porque hay una parte, y ahí vuelvo a la labor editante, la labor editorial tiene una cosa bellísima que efervece en el mundo de las ideas, que es pensar en las colecciones, en los nuevos autores, en las voces nuevas, pero también hay una parte muy importante y es pensar que es una empresa y no es pecado decirlo. Entonces siempre se tiene que buscar tener finanzas lo suficientemente estables para seguir navegando.
Por eso es muy importante y paradigmático lo que sucedió con Almadía, Era y Sexto Piso: una campaña de fondeo por internet. Donde al final no se llegó a la meta, pero sí se recaudó dinero y sí se establecieron muchos vínculos. Hay mucho que aprender de ahí.
El libro físico yo creo que dará para otros espacios, su materialidad se constituirá de otra manera. Me gusta abrazar la manera en la que estamos pensando en Minerva y todo tiene que ver en específico con el trabajo en equipo. En este momento está muy en boga, casi que como hashtag, el “consume local” y me parece válido. Creo que con el libro también. Hay encuadernadores que necesitan de formadores; hay formadores que necesitan de editores; editores que necesitan de escritores y escritoras; escritores y escritoras que necesitan de lectoras. Por eso creo que es un ecosistema y si ese ecosistema está equilibrado, que eso se puede lograr con la cercanía, yo creo que es un ejercicio bellísimo.
Veo su quehacer la idea del libro como una especie de mapa. ¿Cómo entiendes el libro en este momento? Al final es un dispositivo de comunicación que ha sobrevivido cientos de años.
Moriré con la idea de que el libro no va a desaparecer nunca. Pase lo que pase. Sí creo que es, junto con internet, de los aparatos de tecnología más innovadores que han sucedido desde Gutenberg, si partimos de esa narrativa. Pero sí están en constante resignificación. Actualmente nosotros estamos trabajando en un libro que tiene realidad aumentada. Es decir, los libros ya pueden tener eso, códigos QR, las imágenes pueden tener códigos para timelapse. El libro creo que en este momento está en un periodo en el que se tiene que nutrir y eso depende de todas las personas que forman parte de este ecosistema para entender mejor cómo es que funciona no solamente el mercado, sino las necesidades de los y las lectoras.
Para mí el libro es lo máximo. Lo que nos gusta de los libros físicos de Minerva y de que tengan mapa y de que tengan una tipografía como Enrico, y con un catálogo como el catálogo que tiene Ínsula, es pensar que cuando ya no estemos las personas que formamos parte del equipo, pues ese territorio, esa ínsula —por eso también se llama así la colección—, siga estando en algún anaquel.
Ahora que no podemos tener cercanía, el libro tiene una serie de preguntas muy lindas a reflexionar. Hay que abrazarlas y hay que sumergirse en ellas.
La labor que hace un editor con las colecciones que va generando, es hacer un comentario del tiempo que está viviendo la misma editorial y el mismo editor. Ya sea editando autores clásicos o ya sea que esté editando nuevos autores. Y ustedes salen estos días publicando el libro de Verónica Gerber y el libro de Jorge F. Hernández, libros que juegan con la palabra y con las imágenes. Y me parece un detalle llamativo que el libro de los Cuentínimos esté en realidad aumentada. Da la impresión y es la lectura que yo hago, que hay ahí un gesto de hacer “obvio” de alguna manera que la realidad nos superó, pensándolo muy literal. ¿Qué comentario quieren hacer tú como editor, ustedes como equipo editorial, del tiempo que estamos viviendo en este momento y con la publicación de estos dos libros?
Tiene que ver mucho con la palabra y con la imagen, esos dos territorios. La escritura de Verónica tiene muchas vertientes, entre ellas la escritura del compostaje, la narrativa contemporánea y la reescritura. Las palabras y las imágenes se sitúa ahí, nos parecía muy interesante pensar qué papel tiene una resignificación como la que hace ella del texto de Magritte. Y lo que nos pareció más loco es que el libro se lanzó primero en Instagram. Es como si todo embonara en un engranaje en donde se reflexionara de todo lo que pasa en el libro. Y todavía nos falta el último paso que es presentar el libro en físico, que es una de las cosas que atravesó la pandemia. Que iba a ser en el maravilloso espacio de Casa Tomada.
Y luego, el de los Cuentínimos que decidimos titularlo para empezar a hacer un juego editorial, Cuarentínimos de cuentena. Ahí también estaba metido el meme, el gif, la realidad aumentada, la nota de voz. Cuando nos planteamos hacer el libro nos parecía ilógico que eso no estuviera también atravesado en la pieza. El primer saque es digital, evidentemente, en este momento, pero lo que nos motiva y también nos gusta de este libro, como del de Verónica, es ver cómo entra la red. Ver qué papel tiene sobre todo en lo que importa, que es la opinión de los y las lectoras.
El reto de estos dos libros ha sido ése: cuando ya deja de pertenecer a la editoriales y las autoras mismas, y es más bien de quien lo lee. De quien lo tiene en sus manos y de quien lo tiene en la pantalla.
Hay una cosa que dice Calasso y la repito constantemente, y es que los editores escriben con los libros que publican. Y quiero preguntarte justo ¿hacia qué camino nos invita a caminar Minerva como editorial?
Calasso es lo máximo. Justo Adelphi, y bueno Anagrama, pero Adelphi es de las que mejor encarna que cuando tú ves el catálogo es como si cada libro fuese el personaje de una gran novela o como si cada uno fuesen cuentas de un collar unidas para lucirse.
Minerva empezó siendo un espacio muy encaminado hacia los diarios de viaje, pero no queríamos que solamente se quedara en eso, por eso abrimos una colección como Lápiz, que tiene la fortuna de inaugurar un catálogo con Verónica Gerber, eso es lo máximo. Entonces hacia donde creo que estamos invitando a seguir esta conversación, es hacia entender que creo que vale la pena pensar las editoriales y al editor, editante, mejor dicho, como funciona el curador, que no comisario de arte, es decir, el curador o la curadora de lo que se encargan es de ver ciertos objetos, como los mosaicos de Abby Barbur y a través de ahí, elaborar una conversación, un diálogo, un discurso. Nosotros estamos abriendo muchos canales de comunicación que son los diarios de viaje, la gráfica y ahora la narrativa contemporánea, que es lo que hicieron Jorge y REP. Decía Alfonso Reyes que el ensayo se puede considerar como el Centauro del género literario, quizá por esta doble condición.
Y creo que los diarios de viaje tienen una combinación de tantas cosas donde está la poesía, donde está a narrativa, donde está el mapa, que en ese mosaico lo que nos interesa es que las lectoras no lean a Montaigne por sus ensayos o a Mary W. Shelley por Frankenstein, sino, desde la intimidad del diario. Y con Lápiz sucede lo mismo, a través de la gráfica, lo que sale del grafito del lápiz, compartir ideas que nos gusta leer y que creemos que vale la pena seguir compartiendo. En ese relajo de cosas es hacia donde seguimos navegando.
Afortunadamente, alrededor de Minerva hay un equipo de tripulantes maravillosos que hacen que siga navegando y que vaya sacando sus novedades decimonónicas literarias.