En Declaración de las canciones oscuras, el escritor mexicano Luis Felipe Fabre hace una interpretación personalísima, jugando con el lenguaje, del periplo del cuerpo del santo después de su muerte
Guadalajara (N22/Ana León).- En el marco de la 33 edición de la Feria del Libro de Guadalajara, charlamos con el escritor sobre ésta, su primera novela.
Eliges a Fray Juan de la Cruz y narras la odisea de este cuerpo, ¿por qué estos temas para tu primera novela?
Fray Juan es una cumbre o un abismo de la poesía en español y nació y murió en España, en las vísperas de la Nueva España es cuando muere. Y digo, ¿por qué no? De pronto parecería que estamos muy acotados sobre de qué se puede hablar y de qué no. Por el placer.
Cambias el registro, de la poesía a la narrativa, pero tu narrativa tiene una cargo poética bien fuerte y al mismo tiempo tiene una carga de dramaturgia también muy fuerte.
Sí. Siempre me han extrañado esos poetas que cuando se ponen a escribir lo hacen como con una obediencia a la narrativa, digamos, y a mí generalmente las novelas que más me interesan son aquellas novelas que no parecen novelas. Me gusta Clarice Lispector o los relatos de Fuegos de Yourcenar, justamente no obedecen exactamente a lo que se supone debe ser la narrativa. Claro, uno corre el riesgo de que te califiquen como novela de poeta, pero ¡qué más me da! A mí los proyectos, las investigaciones del lenguaje que me interesan suelen ser un poco de ese tipo, un poco degeneradas. Y, por otra parte, también Fray Juan de la Cruz es el transgénero de absolutamente todo, porque él también hace estas prosas en las que explica esas declaraciones que también son aclaraciones, en donde trata de explicar sus propios poemas a petición de las religiosas y es también un delirio poético maravilloso.
Y la parte de la dramaturgia es que a mí me encanta el teatro. Creo que de alguna manera siempre ha estado presente esta cosa como híbrida. También tenía muy presente La Celestina, que es teatro, pero al mismo tiempo es como narrativa o poesía, esa forma de La Celestina la tenía muy presente porque para mí es: ¿qué pasaría si la Celestina conoce a Fray Juan?
Narras con el lenguaje del Siglo de Oro español, ¿fue difícil para ti?
No, ya luego yo tenía que contenerme y no “escribisteis” así [ríe]. Para mí la novela era casi el pretexto para poder jugar con ese tipo de lenguaje que, más que una imitación, me hubiera gustado pensar que es una posición de libertad ante el lenguaje. Creo que también, en estos momentos donde a la narrativa se le pide una “prosa eficaz” –para mí esos son términos como empresariales–, me gusta muchísimo este juego plástico del lenguaje donde uno puede retorcer las frases donde quiera y creo que tiene que ver con un momento muy libre de la lengua como era el Siglo de Oro. A mí el Siglo de Oro me huele a nuevo, no me huele a viejo. Me parece un momento muy nuevo de la lengua. Me parece que la lengua estaba todavía sin secarse, como si entraras al estudio de un pintor y no se hubiera secado la pintura, a eso me huele, como si no se hubiera solidificado la lengua.
Está más nuevo el español del siglo XVI que el del siglo XXI.
Pones a la figura de Fray Juan como un objeto de deseo y es el deseo de otros lo que provoca que sea desmembrado ya muerto, justo para satisfacer ese deseo al tiempo que se revela el de Fray Juan.
En vida Fray Juan fue el gran seducido. Si alguien conoció el deseo, el deseo de lo absoluto, qué mayor deseo que ése, ¿no?, y que lo atravesó, es muy interesante que a su muerte se convierte en el gran seductor, como un Don Giovanni, como un Don Juan y genera ese deseo en quien tiene contacto con él. Y creo que su poesía es un flujo de deseo.
Y un flujo de deseo que invita a revelar el deseo de los otros, esos deseos velados que de tan escondidos se desconocen.
Claro, por eso me gusta pensar que esa poesía es como un flujo que los atraviesa. Entender el deseo como algo que atraviesa los cuerpos y que los sigue en otros cuerpos.
¿Cómo fue para ti, dentro de la misma escritura, el juego que haces con los versos de Fray Juan, pues haces tu propia interpretación y, de alguna manera, los vas ‘pervirtiendo’?
Es que, de alguna manera, se llama Declaración de las canciones oscuras porque así subtitulaba sus obras en prosa, que era también explicaciones, y va enloqueciendo su propia poesía. Entonces, jugando un poco con ese mismo juego propuesto por Fray Juan, quise hacerlo yo. Además, cuando leí los relatos históricos sobre lo que pasó con el cuerpo, pues había cosas que me sonaban en la lógica de la poesía de Fray Juan que me parecieron increíbles: que tengan que viajar de noche, claro para que el cuerpo no se pudra, y él que precisamente habla en ese poema de salir en la noche a encontrarse con su deseo, pues me parecía que era muy congruente con él.
¿De alguna manera en esto hay una intención de burlarse un poco de la fe y de la religión con esta perversión que haces de sus poemas, encontrarles un sentido completamente diferente?
Creo que la gran poesía se puede abordar desde muchas partes. La poesía de Fray Juan, por obvios motivos, se ha leído casi siempre desde este marco religioso que yo no lo niego, creo que tiene esa dimensión y puede ser leído así, pero también tiene otras dimensiones. También es igualmente cierta la dimensión carnal, corporal, de sus poemas y creo que en un místico una no se niega a la otra, justamente se confunden.
Y sí, se ha puesto la atención en el aspecto espiritual y creo que se ha olvidado bastante el carnal y creo que yo hago un poco lo contrario.
Está el deseo dentro de Fray Juan, pero cuando la fe de los otros los lleva a adorarlo hasta el punto de desmembrarlo, también hay un cierto sarcasmo.
Así lo hicieron. A mí lo que me parece muy interesante es que en las crónicas de la conquista de América, en las crónicas de los conquistadores, uno de los escándalos era por la antropofagia y el canibalismo y de repente veo aquí a gente comiéndose la pus de una persona [en el relato real sobre el que se basa la novela], arrancando una uña del pie, es muy interesante el canibalismo dependiendo desde dónde lo estás viendo. Y lo curioso es que sigue siendo escandaloso en el caso de los aztecas y eso estaba sucediendo en esa España y para ellos estaba invisibilizado como un acto de antropofagia.
Imagen: Ana León