Para el escritor Alejandro Toledo, Ulises nace de la amistad, el amor y la necesidad de entender al irlandés contemporáneo. Afirma que más que difícil, la novela es una paraodisea.
Huemanzin Rodríguez / Ciudad de México
A los 18 años, el escritor Alejandro Toledo se acercó a Ulises, de James Joyce (1882-1941). Desde entonces se ha adentrado en el autor y en las diversas traducciones de su obra, y por algún tiempo organizó el Bloomsday en Ciudad de México.
A 100 años de la publicación de Ulises, una de las más importantes novelas del siglo XX, Toledo comparte anécdotas, reflexiones y detalles en torno a la obra que otorgó notoriedad al escritor irlandés y que ha alimentado a la cultura de occidente a partir de su publicación el 2 de febrero de 1922, en París.
«Es una novela en donde sientes los latidos, el ritmo de la ciudad, hay muchas cosas que están en movimiento durante la lectura de Ulises, como un folleto religioso que anda flotando en el río Liffey, un afinador ciego que anda con el taca-taca-taca de su bastón por toda la ciudad, un marinero al que le falta una pierna y tiene una de palo, constantemente escuchas el toc-toc y así sabes que se está acercando el marinero. Así hay cientos de elementos que están en continua actividad en la novela. Yo no he encontrado eso en otra novela, que te dé así los pulsos de la ciudad más allá de la historia que está contando, que tenga esa dinámica en una gran obra.»
Has dicho en otras ocasiones que la novela parte del amor y la amistad. ¿Por qué lo dices?
El libro nace a partir de dos anécdotas. La primera, es que una tarde James Joyce le da un piropo en el parque a una mujer que va acompañada, él no lo había notado, el galán lo aborda y lo golpea. Joyce queda tirado en el suelo, esto lo atestigua un hombre de poco más de 40 años llamado Alfred H. Hunter, uno de los pocos judíos que había en Dublín y que tenía fama de ser cornudo. Ayuda a Joyce, lo protege y lo acompaña a su casa. Ese gesto nunca lo olvida Joyce y quiere escribir para Dublineses (junio de 1914) un cuento que se llame Ulises, con este señor como personaje. No ocurre así y el cuento crece hasta convertirse en la novela.
En una gran parte, la novela es un agradecimiento de Joyce con este personaje que lo auxilió y que va a ser el modelo de su gran novela.
La otra anécdota es que el 16 de junio de 1904, James Joyce tiene su primera cita con Nora Barnacle (1884-1951), quien después será su esposa con quien huirá ese año de Dublín hacia Europa. Así son los orígenes de la novela. Es como una carta de amor, reconstruye el 16 de junio de 1904 en una novela de más de 700 páginas.
Pienso que esta relación de amistad que tiene el personaje Leopold Bloom con Stephen Dedalus, es similar a la de el Quijote con su escudero, Sancho Panza. El Quijote es un lector de novelas y Sancho Panza es un rústico. Bloom es un hombre rústico.
Yo creo que, con estos dos elementos, el amor y la amistad, podemos quitarnos de enfrente esta fama de “difícil” y “complicada” que tiene la novela. Es una carta de agradecimiento a un amigo y una carta de amor a la mujer de su vida.
Ese período que James y Nora vivieron en Europa fue de muchas carencias y padecimientos. Al tiempo que Joyce conocía a escritores importantes, su obra seguía sin encontrar lectores.
Joyce estuvo a punto de ser un autor inédito. El libro de cuentos Dublineses tuvo varias aventuras editoriales. Incluso fue destruido en algún momento, hasta que aparece Ezra Pound (1885-1972) que está entusiasmado por lo que escribe Joyce y quién le facilitará muchas cosas, le presentará mucha gente y será quien lo impulse en su carrera literaria. También otro gran gesto de amistad.
Ezra Pound es quien le recomienda a Joyce vivir en París, como la capital cultural ideal para poder publicar su obra. Otra amistad importante en esos años de dureza fue Italo Svevo (1861-1928).
Svevo era un empresario triestino, vendía pintura para barcos y a veces comerciaba con Inglaterra. Por ello contrató a un maestro de inglés de la academia Berlitz, que resulta ser James Joyce. Svevo había tenido algunos atisbos narrativos en su juventud, pero como no recibió críticas ni siquiera buenas o malas, abandonó las letras hasta que encontró la amistad literaria con Joyce. Se dice que Svevo pudiera ser algunos de los modelos de Leopold Bloom y la esposa de Svevo, Livia Veneziani (1874-1957), se convertiría en Anna Livia Plurabelle de Finegans wake (1939).
La obra de James Joyce empieza con la publicación del libro de cuentos Dublineses, que pueden parecer simples, pero cada vez van teniendo en sí mismos un crecimiento. De hecho, el relato final Los muertos, ya contiene muchos elementos que va a tener Ulises. Sigue una novela autobiográfica Retrato del artista adolescente (1914-1915) en donde al final tiene una liberación del lenguaje. Sigue Ulises.
Para mí la obra de Joyce es como subir una montaña, debe uno empezar con los primeros ascensos, pasar por los refugios hasta alcanzar las cumbres mayores. El lector común que quiera acercarse a Joyce, creo que debe seguir ese trayecto cronológico desde Dublineses hasta Ulises. Y después, si aún le queda energía, aventurarse con Finnegas wake, que ya tiene una traducción completa al español por una editorial argentina.
¿Para ti cuál sería la traducción al español que mejor captura el alma de Ulises?
Durante un tiempo rivalizaron dos traducciones entre la de José Salas Subirat, publicada en Rueda y que circuló mucho tiempo entre nosotros —así la leyeron Fernando del Paso y Gustavo Sainz—. Y la otra, una versión académica de José María Valverde, publicada en Lumen y Bruguera. Conversando con Salvador Elizondo me dijo que prefería la Argentina, porque el traductor era un vendedor de seguros, y el personaje principal de Ulises es un vendedor de anuncios publicitarios. Por otro lado, consideraba que la traducción de esta obra de Joyce no debía de ser académica como sí en palabras simples.
La traducción de Salas Subirat luego fue retomada por Planeta en España por Eduardo Arroyo y Julián Ríos, que ahora me parece que se acaba de imprimir. Años después apareció otra traducción en Cátedra, a cargo de García Tortosa. Yo digo que esa traducción es tortuosa, aunque él es especialista en Joyce no tenía experiencia como traductor y el resultado es una novela cacofónica llena de españolismos, los personajes parecen estar en la Mancha o al menos en una taberna madrileña. Recientemente aparecieron dos nuevas traducciones, son argentinas publicadas por Edhasa y Cuenco de plata, con sus virtudes. La de Cuenco de plata es de Marcelo Zabaloy y me parece que es un trabajo bien hecho, es un trabajo digno. Estoy por conocer la de editorial Edhasa.
Finalmente, cualquiera funciona para un primer acercamiento a un autor, hay cosa que cada traductor acierta o no, eso es normal. Exceptuando la de Cátedra, todas son valiosas.
Hay un episodio que suele escaparse a los traductores: Bloom trae un periódico con la lista de los caballos que van a correr ese día. Y hay un caballo que se llama Throw away (deshacerse de, tirar a la basura), pero Bloom no se ha dado cuenta de eso. Cuando un amigo le pide el periódico para ver la lista de caballos, Bloom le dice: «Throw awayۛ». Es un juego de palabras que va a crear un malentendido en este amigo que le está recomendando un caballo para apostar. Resulta que el caballo gana y cuando Bloom llega a una taberna, todos creen que ganó mucho dinero en la apuesta y esperan que invite las cervezas, él no lo hace y genera un entorno violento en el festejo de su triunfo, que no existe.
Si a lo largo de la novela sigues ese detalle del Throw away, vamos a ver que se imprime el periódico con las noticias de las carreras, luego que los niños salen a vocear los resultados de las carreras, hasta que Bloom aterriza en la taberna. Es un elemento activo que corre en la historia como muchos otros. Me divierte seguir estas pistas en la novela, suele llevarme a la carcajada el ver cómo se resuelven esos pequeños juegos en la novela.
¿Ulises es una novela lúdica?
Es una novela de humor. Yo creo que, desde Cervantes, la novela experimental apela al humorismo. Ocurre los mismo con Laurence Sterne y La vida y opiniones del caballero Tristam Shandy.
Creo que las grandes novelas experimentales son grandes divertimentos. Son libros para reír no para padecer, cuando se habla de la dificultad de Ulises, pienso en que la novela no fue escrita totalmente en ese sentido, tiene mucho humor. Debemos quitarle esos disfraces de pesada, difícil y solemne porque no lo es. Es una paraodisea, una parodia de la Odisea, una representación burlesca del mundo moderno.
Ese dos de febrero de 1922, finalmente el autor y la obra, pese a las circunstancias, encontraron a sus lectores. Y los apoyos fraternos no acabaron, Ernest Hemingway apartó varios libros y recomendó cómo meter algunos ejemplares en Estados Unidos.
Por un lado, encontró el rechazo social en Estados Unidos e Inglaterra, y apoyos fraternos en varias partes, sobre todo en París. La gran recomendación de Pound de que se instalara en París fue muy benéfica para la obra. Se hicieron traducciones de Dublineses y Retrato del artista adolescente en 1924, hay un contexto parece alistar el recibimiento de la obra. Joyce conoce a Édouard Dujardin, padre del monólogo interior. Joyce había tomado ese recurso literario de la novela Han cortado los laureles, así lo reconoce frente a los franceses, decía: «El padre de esta técnica es maestro en la Sorbonne y deben de conocerlo, es Édouard Dujardin.»
Por el recuento que llevamos entre Svevo, Alfred H. Hunter, Ezra Pound, su editora Sylvia Beach, reflejan un concierto de apoyos fraternos a la novela que le permiten salir a flote. Este gesto de Hemingway, de recomendar a un amigo que reciba los libros en Toronto y pueda cruzarlos uno a uno a pie por la frontera. Como su fuera traficante de whisky. Cientos de ejemplares de la novela entraron así a Estados Unidos en este tiempo de su prohibición.
Hace 100 años Sylvia Beach buscó a Bernard Shaw con la intención de tener su aprobación en el lanzamiento de Ulises. Su carta de respuesta, como has apuntado en tu trabajo, rechazando la novela era: «He leído fragmentos de Ulises (…) constituyen una asquerosa muestra de un momento repugnante de nuestra civilización, pero sin duda son reales; me gustaría (…) a todos los hombres entre 15 y 30 años; obligarles a leer toda esa hedionda e indecente mofa y obscenidad mental». Al final, estas palabras se han convertido en parte de los argumentos con los que se ha celebrado esta novela.
Sí. Hace un tiempo discutía con Marcial Fernández, editor de Ficticia, si el periodismo y la literatura tienen objetivos distintos. Esto fue cuando Svetlana Alexievich fue reconocida con el premio Nobel de literatura (2015). Él decía que sí, yo creo que no, son búsquedas muy similares. A Svetlana le interesa el alma de su gente, y conversa con ella para saber qué hay ahí en la comunidad. A Joyce le interesaba saber cómo eran los irlandeses, cómo vivían esta relación compleja con la corona británica y la iglesia católica, sus dos amos. Y cómo esas corrientes nacionalistas enfrentaban esas circunstancias. Eso está en la novela. Por ejemplo, el personaje del Cíclope, que es un ciudadano común que ve la realidad con un solo ojo, representa esos conflictos. Entre otras cosas, en Ulises está expuesto cómo son los irlandeses y por qué son así.
Para Bernard Shaw era una forma muy cruda de retrato, pero eso es la novela, conflictos de creencia, de política, religión y búsqueda de libertades.
Es interesante cómo alguien que estuvo a punto de ser un autor no publicado, en su propuesta literaria denostada en su tiempo en Inglaterra y Estados Unidos, se haya convertido en un referente de lo irlandés. En Irlanda hay campamentos de verano en la secundaria para leer Ulises. Con esto me pregunto si su potencia cultural es más grande que su literatura.
Como dices, es más conocido que leído. Cuando llegas a Dublín, ves placas en toda la ciudad con fragmentos de la novela. Puedes encontrar un restaurante en cuya carta está transcrito un fragmento de Ulises, sobre lo que dice de ese restaurante. La Torre Martell pasó a ser el Museo Joyce. Hay una actividad comercial en torno a la obra que ha sido más agresiva desde 2004; en el centenario del Bloomsday hubo cientos de desayunos con especialistas y fanáticos comiendo los riñones al jerez, que se supone comió Bloom. Sí hay una industria Joyce que no significa que la gente lea la novela. Recuerdo un reportaje en The Guardian, que es una de las novelas que más se comienza y más se abandona. Eso también le ocurre al Quijote, está en todas las casas, pero no se lee.
También está esa moda impuesta por las editoriales de lanzar novelas más adaptables a un guión cinematográfico, que las novelas que son más complejas. La obra de Joyce se lee a contracorriente de todo y precisa mejores lectores.
El 18 de diciembre de este año conmemoraremos cien años de la muerte de Marcel Proust (1871-1912), otro referente de la literatura del siglo XX. Él y Joyce se conocieron sin buenos resultados.
En cuanto a la relación con Proust, me parece que es un asunto que debemos seguir trabajando a lo largo del año.
En 1922 hubo una cena en el Hotel Ritz a la que fueron invitados Proust, Joyce, Picasso y Stravinski. Al final del año muere Proust y uno de los asistentes a su funeral fue Joyce. Hay una novela del escritor belga francés Patrick Roegiers titulada La nuit du monde, que tiene estos dos momentos: cómo se conocieron Joyce y Proust, la presencia de éste último en sus funerales. Esto se vuelve un poco carnavalesco. Estos son dos extremos que atendemos este año: la aparición de la novela Ulises el 2 de febrero, y la muerte de Proust el 18 de diciembre no sin antes ponerle la palabra Fin a su gran saga que se publicará los años siguientes.
Salvador Elizondo decía había una rivalidad que era como un match de box: Joyce vs Proust. A mí me parece que ambos al final tienen puntos en común, la saga En busca del tiempo perdido termina con una jornada en la que el tiempo es recobrado. La veo muy cercana a la jornada del 16 de junio de 1904. Finalmente, todo se sintetiza en un instante, en un momento, tanto en Joyce como en Proust. Y sin duda, son los dos modelos narrativos que prevalecieron a lo largo del siglo XX y en parte del siglo XXI.
Aunque no para las masas, Ulises, ya sea en su totalidad o en fragmentos, se ha adaptado al cine. Las más destacadas son Ulises (1967) de Joseph Strik —ex director de la Royal Shakespeare Company— y Bloom (2003) de Sean Walsh, ¿qué piensas de esas versiones?
La primera película es una recreación de momentos de la novela, bien hecha, efectiva. La de Walsh es una adaptación, tiene a buenos actores. Pero son meramente ilustrativa. Se bosquejan capítulos. No he encontrado una película que represente artísticamente lo que logra la novela. Tendría que ser en una sala en 4D o 5D, donde te muevas en una realidad virtual que te permita caminar Dublín, sentirla, olerla. Una experiencia de realidad múltiple, una experiencia equiparable a la que tiene el lector de la novela.
Quizá, el gran momento cinematográfico joyciano sea Los muertos (1987) de John Houston, que adapta el último relato de Dublineses. Es una enorme belleza, tanto el cuento como la película son hermosos, se comunican, se separan y se enriquecen.
Si Joyce en Ulises lleva a sus límites lo narrativo, necesitamos un cine que tome esa actitud. Ir más allá de las convenciones y apostar por las rupturas.
Tú organizaste un recorrido en la Ciudad de México para celebrar el Bloomsday, habrá sido hace 18 años. Recuerdo que nos llovió mucho. ¿Qué harás el 16 de junio de este año?
Las celebraciones del Bloomsday son para mí, más bien privadas. La idea pública fue en 2004, cuando hicimos en la Ciudad de México un mapa paralelo que comenzó en el Castillo de Chapultepec y terminó en el Cabaret Bombay. Usualmente es casi privado, convoco por redes sociales a quien me quiera acompañar. Últimamente ha sido caminando sobre avenida Insurgentes desde Rectoría en Ciudad Universitaria hasta la Glorieta de los Insurgentes, con paradas en cervecerías para beber cerveza oscura y leer pasajes de la novela. Eso depende de cómo están los días, del trabajo acumulado y de la pandemia. Eso condiciona lo que haré el 16 de junio de este año.
Para lo que sí me preparo es para el centenario dentro 17 años de Finnegans wake, que es una novela mucho más difícil que Ulises, es la gran complejidad literaria que todavía no se ha alcanzado hoy en la literatura universal. Y deseo estar listo en 17 años para dar una impresión completa, integral de esa tercera novela de James Joyce.
Finnegans wake es una novela escrita mayoritariamente en inglés con muchas palabras y frases en diversos idiomas. Musicalidad y conocimiento que es todo un reto para cualquier traductor. ¿Crees que eso refleja la multiculturalidad de Joyce desde donde buscaba la identidad irlandesa?
En ese momento se hablaba de Europa como el continente. Había una corriente nacionalista en Irlanda que incluso pedía que se volviera al gaélico. A Joyce le presionaron para que estudiara con los nacionalistas y le pidieron que sus narraciones tuvieran elementos locales. Él, contra esto, toma el modelo de la Odisea para ponerles un alto a los nacionalistas. El universo multicultural es algo que creo Joyce en sí mismo, tenía facilidad para los idiomas. En ese sentido Finnegans wake tiene una multiculturalidad del autor más que de su entorno.
A tu gusto, ¿cuáles serían los autores mexicanos más joycianos?
Hay dos libros que son referentes en la influencia de Joyce en la literatura hispanoamericana, una es José Trigo de Fernando del Paso, que podría ser como una especie de Ulises mexicano, es una novela de los años 60 de tema ferrocarrilero que emula muchas de las técnicas que tiene el Ulises, con juegos de palabras y monólogo interior. La otra, quizá más cercana a Finnegas wake, es Larva de Julián Ríos. Ocurre en un Londres que se vuelve Wonderlondon, y en una gran fiesta nocturna participa gente de todo el mundo y los idiomas se funden y confunden en esa Noche de San Juan. Ahí tenemos dos aprendizajes de lo joyciano en la literatura hispanoamericana que no solemos tener en cuenta, Ríos está exiliado en Francia y en España no se acuerdan de él; y a Del Paso lo reconocemos por otras virtudes pero no lo tenemos vinculado con Joyce, aunque el monólogo de Carlota en Noticias del Imperio, suele ser comparado con el monólogo de Molly Bloom.
¿Y Salvador Elizondo?
Él era un gran lector de Joyce, quizá el principal en México. Tiene varios ensayos al respecto. Tradujo la primera página de Finnegans wake. En la Rue de l’Odion de París, donde estaba la librería Shakespeare and Company, que publicó Ulises hace 100 años, ahí ocurre Farabeuf, de Elizondo. Un guiño a los lectores, aunque Farabeuf viene más del nouveau roman, la novela francesa de Georges Bataille y otros referentes. Quizá, la sensación de epifanía, clave en la obra de Joyce, está en el relato Elsinor, de Salvador Elizondo, que junta el inglés y el español en un juego musical muy interesante. Sin duda quien más conoció a Joyce entre nosotros era Elizondo, quien decía que Ulises era libro más asombroso que había encontrado en su vida.
Fernando del Paso también era un gran admirador de Joyce. Recuerdo una vez en su casa de Guadalajara hace muchos años, me mostró su colección de libros de Joyce en donde había una primera edición.
José Trigo es una novela experimental, llena de humor e intraducible. No me imagino esta novela en francés, inglés o italiano. Lo joyciano está en la médula de Del Paso. En Ulises hay un capítulo teatral, el de Circe; y en Palinuro de México hay un capítulo teatral que se llama “Palinuro de la escalera o el arte de la comedia”, con recursos un poco en el sentido bufo de Joyce en Circe.
Creo que la gran clave para entender a James Joyce está en las cartas que le escribió a Nora, que algunos llaman “cartas sucias” o “cartas eróticas” para “leerse con una sola mano”, donde va de lo más pedestre y sucio a lo más sublime. Joyce entiende que una cosa no puede estar sin la otra, que sólo puedes llegar a lo más alto si conocer lo más bajo. Esos son los límites que hay en su literatura. Acompañamos a Leopold Bloom al retrete, lo vemos masturbarse en la playa, sabemos que su mujer está en un ejercicio sexual furibundo con su amante, Hugh “Blazes” Boyland, en ese día. Y esos elementos más carnales, crudos y humanos, son los que nos van a llevar a las grandes alturas.
Una de las epifanías que más me emocionan del Ulises, es al final de la novela cuando se crea esta amistad entre el joven Dedalus y Bloom, en comunión orinan juntos en la calle viendo la Luna. Es un momento de enorme fraternidad, alguien diría que eso es “sucio”, pero en Joyce así son los extremos, está lo palpable, lo que vemos, lo que somos; como también está nuestra esencia espiritual, con nuestros amores y amistades.
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