‘Tongolele no sabía bailar’, de Sergio Ramírez

Entrevista con el autor nicaragüense en el marco de la 35 FIL Guadalajara

Karen Rivera/Guadalajara, Jalisco

Más allá de las figuras míticas, ¿cuál es la fuerza del poder sobre las vidas humanas?

El poder ha sido relevante en la literatura y en la vida, por supuesto, desde el origen de las civilizaciones, por eso es que nosotros leemos con tanta familiaridad a Sófocles o a Shakespeare, porque enfocan el poder como pasión humana y como ambición. Y estamos acostumbrados a esta idea del poder envolvente, del poder agresivo, del poder que termina trastocando, como decías, la vida de los demás, sin que la gente se percate de que sus vidas están cambiando, esta es para mí la fascinación que tiene el poder.

¿Cómo el poder se convierte en el dueño de la muerte y cómo aborda este tema tu novela Tongolele no sabía bailar?

Por esta voluntad absoluta que tiene el poder de controlarlo todo y al controlar a la sociedad, obviamente controla las vidas humanas y, desde la perspectiva de la novela, lo que interesan son las vidas individuales, las vidas humanas, lo demás es estadística; tú me puedes decir cuatrocientos y tantos muertos, es difícil fijar en la memoria un número, pero cuando bajas a ver vida por vida, te das cuenta del drama que hay en cada una de estas existencias, de estos cuatrocientos muertos, que yo recuerdo un monaguillo que quería ser sacerdote, asesinado; un muchacho estudiante que llevaba aguas a los compañeros de la barricada asesinado por un francotirador, una familia entera que murió calcinada dentro de una casa que servía como fábrica de colchones. Entonces, tú entras a ver estos dramas y te das cuenta de cómo la garra del poder los ha tocado, los ha alcanzado.

¿Cómo el intelectual recupera su libertad de crítica en el siglo XXI?

Es una lucha permanente, la primera lucha que el intelectual tiene es consigo mismo para no autocensurarse, para no ser complaciente, porque la literatura complaciente o la literatura o la autocensura termina en la literatura mediocre, en la literatura que no dice nada. Un libro no puede quedar bien con todo el mundo, sobre todo si trata del poder y cuando el poder se siente ofendido es que el libro está funcionando y que los personajes de ficción se están volviendo verdaderamente reales.

¿Existe actualmente una línea delgada entre la democracia y el autoritarismo?

Los fenómenos electorales del siglo XXI, están marcados por el cansancio del electorado de los viejos partidos políticos, y la búsqueda de las nuevas alternativas como producto de la desesperanza, y se eligen personas que presentas discursos atractivos, discursos demagógicos y este es un riesgo para la democracia, pero un riesgo que la democracia tiene que correr necesariamente.

¿Cómo defiendes el ojo del novelista más allá del ojo político en tu literatura?

Eso es muy importante que el ojo del novelista no se convierta en un político, porque el ojo político es alinearse, tomar partido, imprecar, reclamar, eso está muy bien en un discurso político, pero en una novela lo que uno tiene que poner son vidas humanas.

Las mujeres que te acompañan en tu proceso creativo…

Mi propia mujer en primer lugar, tenemos casi sesenta años de estar juntos y, por lo tanto, es una presencia cotidiana, imprescindible, en mi vida ella es mi primera lectora, una lectora.

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