La novela Memorias tullidas del paraíso lanza grandes preguntas al lector desde lo personal de la voz de su narradora y desde la fotografía
Ana León / Ciudad de México
Ingrid Solana nació en Oaxaca y se doctoró en Letras. Es ensayista y docente, y este año publica la novela Memorias tullidas del paraíso (Dharma Books, 2021). Un texto que combina el gesto confesional, íntimo, con el ensayo.
Cava en lo que las imágenes comunican. En la manera en que se construyen sabiendo que toda imagen carece de objetividad, es una construcción con vapores de realidad, como nuestros recuerdos.
La novela explora el pasado, la construcción de la memoria —esa narrativa personal, las historias que nos contamos a nosotros mismos— y la fotografía. Desmonta la objetividad que se le colgó —en algún tiempo— a la fotografía.
Escribe George Didi-Hubermann en el prólogo “Cómo abrir los ojos” al libro de Harun Farocki, Desconfiar de las imágenes (Caja Negra, 2013): «Ciertamente, no existe una sola imagen que no implique, simultáneamente, miradas, gestos y pensamientos. Dependiendo de la situación, las miradas pueden ser ciegas o penetrantes; los gestos brutales o delicados; los pensamientos, inadecuados o sublimes. Pero, sea como sea, no existe tal cosa como una imagen que sea pura visión, absoluto pensamiento o simple manipulación. […] Todas las imágenes del mundo son el resultado de una manipulación…».
¿Qué clase de mirada construyes en esta novela? ¿Qué es Memorias tullidas del paraíso?
Es un texto que oscila entre la novela y el ensayo, que tiene que ver con la reconstrucción de las memorias de un personaje femenino que se llama Artemisa que constantemente está regresando a su pasado, hablando desde su presente y de cierta forma, por ello, está anticipando un potencial futuro que ya es el que le toca reconstruir al lector.
La novela juega con distintos tiempos y voces, regresa constantemente al pasado del personaje que va a su infancia, por un lado, pero también a su adolescencia, y su adolescencia se desarrolla en los años noventa. Un acontecimiento que lo marca el es levantamiento zapatista. Y un poco esa parte de la novela está girando en torno al paraíso de la adolescencia y al paraíso de la infancia, que no son paraísos necesariamente idílicos. Son paraísos donde también existe el dolor y, en términos más complejos y escatológicos, la caída del ser humano.
En esta novela se van a encontrar muchas alusiones al deporte, porque Artemisa encuentra en el básquetbol y en el box, ciertas maneras de expresarse a través del cuerpo.
Hay también una reflexión sobre cómo se reconstruyen las memorias a través de la escritura literaria y a través de la fotografía.
Hablas sobe qué es lo real y qué es la verdad y echas mano de la escritura y de la fotografía para plantearnos a través de esas disciplinas esas preguntas, ¿por qué lanzar estas preguntas?
Es un tema muy complejo que ha tenido, sobre los mismos teóricos de la fotografía, muchas derivaciones porque el asunto con la fotografía —y sobre todo una discusión contemporánea que se ha tenido en el siglo XX con puntos de vista de teóricos como Roland Barthes y Susan Sontag— es la cuestión de cómo la fotografía tiene una doble manifestación en cuanto a que expresa asuntos estéticos, por un lado, y asuntos morales, por otro. Esto tiene muchas implicaciones porque está la parte estética que tiene que ver con el contexto de producción de una imagen: ¿quién la produce?, ¿con qué fin? Y, por otro lado, con el contexto de recepción de esa imagen: ¿dónde se recibe?, ¿quién la observa?, ¿para qué la observamos?
Hay una frontera que se ha vuelto muy compleja y muy delicada: por qué a veces vemos una fotografía de guerra, por ejemplo, y podemos encontrar algo bello en ella. Y esto es una pregunta, no lo planteo como una certeza en la novela. Es una cuestión delicada que parece que abre los debates contemporáneos en torno a la fotografía y que está en tu pregunta, porque esa doble vertiente de la fotografía como hecho estético o como hecho moral, nos pone en una disyuntiva tremenda en un mundo que funciona a través de la imagen fotográfica. Es decir, ¿si hay una intención estética entonces ya no hay una verdad? ¿Qué transforma la verdad? ¿Qué es la verdad? Desmontar el concepto de verdad es profundamente complejo. Sabemos que la verdad se va transformado como se va transformando la historia. La verdad no es unidimensional.
Todos estos debates están en la novela. Planteo estas preguntas porque mi personaje está haciendo un doctorado sobre Historia del arte que tiene que ver con la foto y, en concreto, a ella le interesa mucho el movimiento zapatista y todo el acervo fotográfico que se generó a partir de él.
Echas mano de la escritura y de la fotografía, pero al mismo tiempo hablas de que las disciplinas que tomas para intentar esbozar una respuesta a las preguntas antes mencionadas son incapaces de darnos una respuesta. ¿Por qué hacer ese juego? Creas una trampa.
Creo que esto tiene que ver con lo que acabo de señalar. Primero, el acontecimiento del arte, de la expresión, del discurso, desde dónde está dicho y cómo se lee, son cosas que me parecen diferentes. Una es cómo se produce un discurso, una obra de arte y otra, cómo se recibe. Un ejemplo: el Cántico espiritual, de San Juan de la Cruz, no fue escrito propiamente con afanes estéticos y hoy es una de las grandes obras de la literatura mística. En su momento San Juan de la Cruz lo escribió para que las monjas pudieran iluminarse, llegar a estos estadíos místicos, de iluminación.
Muchos de los textos que consideramos hoy como la gran literatura y como fenómeno estético, no fueron generados, creados, para tener un fin estético. Y, en cambio, hoy lo tienen. Por su puesto que esa objetividad de la que me hablas también es una construcción y es una construcción histórica.
Está también la especulación, una especulación que asocias a hechos tan concretos como 1994, el movimiento zapatista, el TLC, Colosio… ¿por qué vincularse con esos hechos en específico?
Este personaje (Artemisa), es un personaje que vive y crece y desarrolla toda su adolescencia y también su reflexión en una etapa mexicana de muchos cambios y transiciones. Artemisa es parte de una generación a la que le toca vivir una serie de transiciones fundamentales en el mundo. La primera es el levantamiento del movimiento zapatista que es fundamental para comprender nuestra historia contemporánea; y, por otro lado, abren un cambio en México decisivo para la historia nacional.
Me interesaba explorar un personaje que fuera el resultado de ciertas transiciones políticas e históricas y que, de una u otra manera, llevara esa voz femenina de una joven que está también entre mundos. Artemisa no es indígena, pero tampoco es una niña rica. Ella misma es una figura de transición que no está en nigún lado ni forma parte de nada. Ella no se siente parte de nada y está observando los cambios del mundo a la par de su historia personal.
Háblame del ensayo que introduces —no escrito por ti sino por Josué Humberto Brocca— que especula sobre la verdad y la fotografía ¿cómo fue el vincularlo con tu propia narración que tiene mucho de confesional en la voz de la narradora?
Para mí es importante vincular la historia colectiva con la historia individual, creo que la historia no sólo la construyen los grandes personajes, los héroes, los grandes hechos; sino que la historia también está constituida de lo que pasa en la vida personal de sujetos que parece que no tienen importancia. Que no esté contenida en los grandes documentos de la historia no quiere decir que no formemos parte de la historia.
Y me interesó muchísimo ver cómo una historia colectiva se refleja en la vida individual. Esto es muy importante para la novela. Artemisa es lo que está explorando, pensando y reflexionando.
Imagen de portada tomada de Revista Máquina / © Armando Vázquez