Modotti, Kahlo y Olin en la pluma de Pino Cacucci

Atraído por las apasionantes vidas de Nahui Ollin, Frida Kahlo y Tina Modotti, el escritor italiano ha valorado el desarrollo cultural de la Ciudad de México con relación al mundo, convirtiéndose en referencia constante en sus novelas

Huemanzin Rodríguez / Ciudad de México

Desde muy joven Pino Cacucci encontró en América Latina y particularmente en México, un aire fresco frente a lo que vivía en Europa. Con los años, encontró en México las historias de varias de sus novelas, como el thriller Demasiado corazón (Grijalbo, 2020), castigada su promoción debido a la pandemia; o la novela dedicada a la presencia del Batallón de San Patricio durante la invasión estadounidense a México, así como algunas biografías narrativas dedicadas a artistas importantes del siglo XX mexicano como Nahui Ollin, Frida Kahlo y Tina Modotti. Desde Bologna, su lugar de residencia, Cacucci comparte algunos de los motivos por los que ha escrito estos libros.

¿Cómo nació tu amor por México?

Yo llegué a México hace muchísimos años, ¡me parece ya una historia lejana! Era 1982, yo ya escribía, pero no tenía libros publicados. Puedo decir que en México desarrollé mi escritura, ahí encontré motivos para seguir intentando escribir. No fui a México con la idea de perseguir esos magníficos fantasmas de las mujeres de los años veintes y treintas, me encontré con ellos y busqué sus huellas, tomé notas, sin saber qué hacer. Podría decir que llegué a México muy joven como un vagabundo —como tantos otros—, un poco huyendo de Italia y Europa, de un país y un continente que en ese entonces me parecían un poco apagados, decadentes, sin estímulos. Venía de una temporada muy apasionada del movimiento estudiantil de los años setenta, con pasiones muy fuertes no sólo políticas, también sociales, culturales y creativas. Cuando todo eso se acabó a mediados de los años ochenta, me fui de viaje, primero a París y luego a Barcelona. En París conocí a un grupo de estudiantes mexicanos que estaban a punto de acabar sus estudios y nos hicimos amigos. En ese entonces no había internet, las cartas tardaban en llegar un mes, pero mantuvimos el contacto y me invitaron a visitarles. Cuando llegué, en el aeropuerto me esperaban los amigos, me llevaron a su casa y entré directamente a la realidad de la Ciudad de México y la cosa no paró.

Después de esa experiencia, volví para vivir la mitad de los años ochenta con el pretexto de escribir algo sobre Tina Modotti (1896-1942), Nahui Ollin (1894-1978) y Frida Kahlo (1907-1954). Hay que decir que en los años ochenta uno decía Frida Kahlo y no todo mundo sabía quién era. En Italia, nadie sabía de ella, tampoco de Tina y menos de Nahui. Esas mujeres me permitieron conocer realidades que nadie conocía en mi país ni en Europa, hoy, evidentemente es distinto.

Desde entonces no he dejado de viajar a México hasta ahora que me ha parado la pandemia. Llevo dos años sin viajar a México por culpa de un virus, algo que nunca hubiera pensado.

Los años veinte y treinta fueron vibrantes en México, culturalmente fue el punto de encuentro de artistas de todo el mundo. En los años ochenta poco se sabía de estas mujeres, incluso dentro de México, sólo aquellas personas involucradas en la cultura hablaban de ellas. ¿Qué fue lo que te cautivó de ellas para seguir sus pasos y escribir de sus fantasmas?

Primero tengo que decir que yo sólo quería vivir las emociones por el contacto con la gente, sigue siendo así. Luego, con los viajes, al saber de estos personajes quise escarbar en esos años densos de pasiones, esos mexicanos de principios del siglo XX me parecieron un ejemplo y un símbolo, porque en los años ochenta en Europa, en Italia, había un viento frío por el comienzo del liberalismo. Las pasiones sociales, políticas y culturales parecían no servirles de nada a quienes diseñaban eso. Sólo servía hacer dinero. Entonces, hubo una época glaciar. No es que hoy esté mejor, pero los años ochenta y noventa fueron insufribles para mí en Italia. Por eso me fui. No encontraba sentido en la vida cotidiana. En México, hoy como entonces, encontré motivos para seguir apasionándome de tantas cosas. Y al hacer mis búsquedas en México, me di cuenta de que, esas mujeres y esos hombres de la posrevolución, tenían muchas cosas que contar en el presente. Tuvieron pasiones que demostraban que todo aquello que habíamos vivido nosotros en los años setenta ya había pasado en México en los años veinte, comenzando con la palabra feminismo, que ya manejaban en México en 1919. Así que, al descubrir a mujeres como Nellie Campobello (1900-1986) o Antonieta Rivas Mercado (1900-1931), me reí por el orgullo que en Europa y Estados Unidos tenemos sobre aquello que “inventamos”. Lo que hicimos en los setenta ya había pasado en la Ciudad de México, pero lo olvidamos.

Elvia Carrillo Puerto (1878-1968) fue una de las primeras en intentar hacer algo feminista en Yucatán —es cierto que las mujeres de los años veinte y treinta hicieron cosas muy importantes, pero eso quedó casi limitado a la Ciudad de México, el resto de la República era como otra nación, otro país. Cuando descubrí eso, me atrapó el desafío de contar esas historias, justo en ese momento en que las drogas nos gobernaban en Europa. Así que lo hice y encontré a lectores receptivos.

¿Cómo fueron recibidos tus libros sobre ellas?

Muy bien, desataron un interés. Estamos hablando de varias etapas pues en 1988 salió el libro sobre Tina; publiqué varios libros en la década de los noventa, entre ellos el de Frida; y ya en este siglo fue editado el de Nahui Ollin. Mis libros no son los ensayos de un historiador, son biografías narrativas.

En el caso de Nahui Ollin, escribí una novela que es su biografía con cartas creadas por mí, con reflexiones y pensamientos basados en sus escritos y poemas. Cuando presenté el libro, muchas mujeres lectoras se acercaron a mí para preguntarme dónde encontré esas cartas, tuve que decir que las había escrito yo, pero agradezco la emoción que provocaron, porque en realidad es el resultado de estar cuarenta años involucrado con los fantasmas de esas mujeres, investigando sobre ellas y su tiempo. El libro de Nahui Ollin apareció hace años en México y creo que no se puede conseguir, mientras que el de Tina Modotti —ahora se traduce en un taller del Instituto Italiano de Cultura—, está próximo a salir en México.

Tina Modotti nació en Italia. Dices que conociste a estas mujeres en México. ¿Cómo fue tu encuentro con su obra?

Es una larga historia. A finales de los años setentas cuando era estudiante en Bologna, donde más o menos sigo viviendo —ésta es mi base—, me fui a Venecia a una gran exposición sobre maestros de la fotografía mundial y en la sección dedicada a Edward Weston (1886-1958) vi los retratos que le hizo a Tina, al leer la ficha de la foto daba datos limitados de ella: fue fotógrafa, nació en Údine y murió en México. Me atrajo mucho, no sólo la belleza de su rostro melancólico, me atraía su mirada, sentía que me contaba muchas cosas.

Con esa mirada dentro me fui a las bibliotecas de la Universidad de Bologna, que es la primera universidad del mundo, y no encontré nada sobre ella y me pregunté: ¿cómo es posible que nos presenten a una fotógrafa como parte de la historia mundial de ese arte y no sabemos nada de ella? Encontré un catálogo de pocas páginas editado en Údine, donde ella había nacido y nunca pudo regresar, pero nada más. Con esa curiosidad en la cabeza, después de mi primer viaje a México, que fue por otros motivos, comienzo a darme cuenta de que Tina estaba viva en México, su obra estaba en los museos. Supe que buena parte de su archivo estaba en el estado de Hidalgo; en el MUNAL hay muchas fotos originales que ella imprimió con sus propias manos.

En esos años ochenta había pleitos entre los intelectuales mexicanos —Elena Poniatowska se acababa de pelear con Octavio Paz— sobre si Tina había sido estalinista o víctima del estalinismo. Busqué a Elena Poniatowska y conversé con ella, me pasó el número telefónico de Octavio Paz y me pidió «no le digas a Octavio que yo te di su número porque nos acabamos de pelear muy fuerte». Le llamé a Octavio Paz y con gran estupor, en lugar de cuestionarme quién era yo, un joven italiano perdido en las calles de México sin un libro publicado que buscaba noticias de Tina Modotti, me recibió con curiosidad. Se peleó con Poniatowska porque había publicado el artículo «Tina stalinísima» [Vuelta, número 81, 1983], toda una provocación.

Paz me recibió en su casa diciéndome, antes que nada, “tengo veinte minutos”. Esos veinte minutos se convirtieron en toda la tarde hasta el anochecer. Me platicó, después de tantos años de ocurrido, sobre su experiencia en la guerra de España. Me contó quién fue Tina. Él quería que yo le contara de los vientos separatistas de la Liga Italiana que buscaba seccionar la península, algo que pasaba a mediados de los ochenta. Él acababa de regresar de un viaje en Cataluña y estaba sorprendido por la noticia. Fue una gratísima conversación que queda como uno de mis recuerdos más placenteros, porque yo era un don nadie absoluto y gracias a Tina, Elena y Octavio me recibieron.

A propósito, de Demasiado Corazón (Grijalbo, 2020), tu más reciente libro distribuido en México que por la pandemia ha pasado algo silencioso. Es una novela negra sobre el libre mercado, la política y la corrupción y cómo eso impacta en los mexicanos pobres.

Hoy en las tiendas tenemos disponible todo, pero hemos perdido el alma. Te hablo desde Italia, vivo en Italia. No es el lugar ideal, pero soy italiano de nacimiento. Cuando hablamos aquí en Europa sobre corrupción y violencia, la gente suele señalar a América Latina o África, cualquier lugar, pero no Europa. ¡Claro! En Italia ahora no tenemos violencia porque las mafias han ganado todo y ahora ellas son las que mandan en las instituciones. Entonces ya no necesitan matar, ya mataron a todos los opositores y ahora que tiene el poder total no necesitan matar. Como país corrupto no tenemos comparación. Seguramente estamos antes que México. La palabra mafia, que es italiana, se usa y se entiende igual en todo el mundo. Es esa mafia que, en la culta Europa, tiene muchos recursos y controla muchas actividades económicas. Lo que nació en el Sur de Italia, ahora está en la Bolsa de Valores de Milán. Ahí está la verdadera mafia. Aquí casi se ha acabado la violencia porque ganaron ellos. 

Sobre Demasiado corazón, es un pequeño intento de mi parte para hablar cómo los poderes aplastan a los que estorban. Eso no es nada nuevo, sigue siendo así en México. A veces en formas espeluznantes, en otras atroz con tantos muertos que aplastan a periodistas como a cualquier persona que intente luchar en contra de la barbarie en favor de una civilización. Entonces me inventé en unos cuantos personajes, me inventé a un periodista italiano muy joven, muy idealista, apasionado. Me inventé un personaje sicario de las transnacionales que se encarga de quitar de en medio a los que estorban, pero no inventé nada de lo demás. El hecho principal es algo que ha pasado: desechos radioactivos vertidos en deshuesaderos. En lugares en donde se tiran basuras de metales contaminados que acaban todas fundidas. Entonces se descubre que hay cosas radioactivas que salen de una fundición. Eso ha pasado en México en varias ocasiones, yo me enteré del caso de Tijuana donde unos cuantos condominios, de interés popular —¡por supuesto!—, obreras y obreros, maquiladoras que vivían en casas radioactivas porque los hierros de la estructura venían de esas fundiciones. También había miles de mesas de cantinas que salieron de ahí. Luego, con los años, me dijeron además de un hotel con estructura radioactiva.

De ahí inventé una novela que, en realidad, no inventa nada. Son los abusos de los poderosos cuando deciden aplastar una voz que está denunciando todo esto. De ahí sale esta novela de aventuras y acción, donde el malo de la novela, es el personaje ficticio y símbolo de tantos que yo mismo conocí —sobre todo en Centroamérica—, que llamé Bart Croccet. Un apellido italiano con cara de latino. Conocí a muchos como este personaje en las Fuerzas Especiales en Guatemala, en El Salvador, en Nicaragua. Pero en Nicaragua había unos “buenos”, “arrepentidos”, veteranos de Vietnam que se organizaron con cordones humanitarios en contra de la Contra, intentando parar a los mercenarios pagados por Estados Unidos que hacían estragos en Nicaragua.

Muchos tenían cara de latinos porque era más fácil confundirlos entre esas Fuerzas Especiales. Hablamos de los años ochenta, sobre todo, cuando había muchos “consejeros” estadounidenses que tenían orígenes chicanos o guatemaltecos. Así, si caían en combate sin ninguna identificación, eran considerados como una persona local cualquiera. Claro que hay ficción dentro de la novela, pero como símbolo de las realidades.

Con esta conversación recuerdo mucho la invención de América. Desde que los europeos llegaron a este continente se contó sobre de él, se hizo una cartografía de él y se habló de sus riquezas incluso por gente que nunca estuvo en el continente. La América que se enseña en las escuelas en el mundo viene en gran medida de esa invención europea. Por ello, en este continente asimilamos quiénes somos a partir de cómo se nos ha descrito. Sin embargo, Europa también es una invención. Aunque hoy, por fortuna, tienen políticas de la Unión Europea, no es lo mismo ser albanés, que italiano; e incluso no es lo mismo ser de Lombardía que de Sicilia, por decir un ejemplo. ¿Es posible entender mejor a Europa desde sus letras?

Europa es una quimera que no sé si alguna vez existirá esa unión. Aquí cada quién va por su cuenta. Incluso como mencionas, en Italia hay diferencias enormes entre el Norte, el Centro y el Sur. Hay diferencias entre los países del Norte, donde nos consideran a los habitantes de los países mediterráneos incapaces para hacer cualquier cosa que no sea gozar de la vida, sin embargo, en cada verano, los habitantes del Norte “descubren” ese gozo de la vida en el Sur. Yo cerraría las fronteras desde junio hasta septiembre para que aprendan lo que es la vida sin esa gente del Sur a la que rechazan, claro que lo digo como broma. Es que no creo que haya una identidad y lo digo con el riesgo de señalar que la palabra identidad es muy peligrosa porque las peores almas de Europa han usado esa palabra. Utilizan la palabra identidad, contra los migrantes. ¿Qué es la identidad europea? No existe.

Claro que tenemos una larga Historia tanto en el pasado como en el presente, que es la única que nos cuenta la realidad en Europa y el mundo. Hoy más que antes, la realidad no la cuenta ningún periódico o medio de “información” o los noticiarios. La realidad la podemos ver más en las novelas, donde es posible escarbar debajo de la realidad y contarla. Esto no es una invención reciente, así ha sido en la historia de la literatura. Si quiero conocer la vida de los mineros en Francia a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, leo a Émile Zola (1840-1902) o algún autor de narraciones de la época. Hoy es lo mismo. Sí hay una literatura que más o menos nos une en el intento de contar una realidad que muchas veces es tan triste y escuálida como la de hoy, de egoísmos.

Hace rato, con ironía, hablaba del Norte y el Sur de Europa, esos capitales del Norte que llegan al Sur y dicen que la gente no sabe o quiere trabajar, y cuando no saben qué hacer agarran sus riquezas y se van hasta que vuelven a necesitar del Sur. No soy muy optimista, pero la pobre literatura sigue resistiendo contra una realidad cada vez más egoísta y de soledades, que eso es lo que mejor crea el sistema económico de hoy.

¿Qué has aprendido obligadamente en esta pandemia?

Aprendido, no sé, porque tuve la gran suerte de ser el que soy. Soy traductor de literatura latinoamericana, soy profesor de literatura en español. Ya he pasado más de cien títulos traducidos, así que eso me ha salvado la vida en la pandemia. Uno diría que los libros salvan, pero por más que leas mucho, pasan los meses y luego más de un año y no es suficiente sólo leer. Y aunque me gusta el cine, he visto menos películas en este encierro que antes, porque me parecía que ahora ver películas era más una obligación. Así en la pandemia preferí, además de leer y traducir, escribir una nueva novela histórica, la más larga, compleja y complicada que he escrito, un delirium que al final me salva la vida. Cuando digo salvar la vida es porque yo, que estoy acostumbrado a viajar, ver gente, hablar con muchas personas no sólo sobre literatura, con amigos en tantas partes, en este encierro tengo muchos motivos para lanzarme por la ventana. Si no lo hice es porque me puse a escribir y a traducir.

Yo escribo por deleite, por pasión, porque me divierte hacerlo, pero la vida no es escribir. La vida es hablar con la gente, es ir a donde me de la gana para tener emociones. Dentro de la casa ¿dónde consigues emociones? Y, además, mi desahogo es pedalear, tengo cuatro bicicletas que me permiten escaparme lejos de la gente. Cada tres mañanas, si me lo permiten las medidas de salud, me desahogo en los alrededores de Bologna. Si algo he aprendido en la pandemia es lo que ya sabía: necesito lo esencial para vivir.

Imagen de portada de Simone Toson, tomada de: https://www.thecreativebrothers.com/pino-cacucci-scrittore/