El derecho a elegir. «Radicales libres», de Rosa Beltrán

Una «novela de ausencias y reencuentros. La ficción como una alternativa que permite acceder a la realidad desde horizontes ilimitados», escribe Guadalupe Alonso sobre la más reciente novela de la autora

Guadalupe Alonso Coratella / Ciudad de México 

El principio bien podría ser el final de la novela, la autora lo sabe y en las primeras líneas advierte al lector: una madre montada en la parte de atrás de una Harley-Davidson dice adiós con la mano a su hija de catorce años y huye abrazada del hombre que conduce la motocicleta, su amante. Con esta imagen comienza Radicales libres (Alfaguara 2021), de Rosa Beltrán, su más reciente ficción. A partir de ahí, emprende un viaje interior en busca de las claves para desentrañar los motivos que llevaron a la madre a separarse de una familia de cuatro hijos cuyo padre, desde tiempo atrás, había dejado la casa familiar. 

La historia es narrada por la hija de catorce años que, de un momento a otro, se ve obligada a hacerse cargo de la casa y de los hermanos. En un primer intento por recuperar a la madre y conciliarse con su fuga, la adolescente decide vivir la vida de ésta. Descubre en la ficción un refugio: «mientras yo fuera ella estaría ahí, conmigo, y nadie podría culparla por habernos dejado, a mis hermanos y a mí». La protagonista se convierte en detective, un Sherlock Holmes. Hurga entre objetos y cartas que dejó su madre en busca de indicios que le permitan explicarse por qué se fue, cómo podrá encontrarla. 

El punto de partida se ubica en la Ciudad de México, en 1968, «el año que el mundo nos cambió». A partir de ahí, comienza un recorrido por el entorno familiar. Las olimpiadas y el movimiento estudiantil en ese año, definen el contexto histórico; es la época de los hippies, del amor libre y los grupos de rock; de la minifalda y de la mota. En adelante, la novela camina por un arco de tiempo que retrata distintas épocas: la llegada del hombre a la Luna, la caída del muro de Berlín o la explosión del SIDA en los ochenta, para desembocar en la actualidad, un siglo veintiuno cruzado por la violencia, los nuevos feminismos y la crisis de la pandemia COVID-19, entre otros. En cada estación, Beltrán retrata con destreza, humor e ironía la atmósfera política, cultural, social, y su repercusión en la vida cotidiana. Este cruce entre lo público y lo privado, nos remite a otros momentos de su literatura, por ejemplo a El paraíso que fuimos, novela que publicó en 2002 y que, a la par de otros títulos, confirma su interés por consignar el modo en cómo en el seno de una familia o en la vida de un individuo es posible tomar el pulso de los grandes acontecimientos, del devenir de la historia. Beltrán es una escritora de su tiempo, con un ojo agudo para intuir, como diría Claudio Magris, que «un pedazo de calle puede contener al mundo entero».

Radicales libres es un relato que abarca tres generaciones, de ahí que se integre de diversos registros. Es una novela de iniciación, de la adolescente que se deslumbra y, al mismo tiempo, padece los embates machistas de sus primos mayores; la joven que guarda el mal recuerdo de su primer beso; la que sueña y desea salir de su encierro para ver el mundo y termina en los antros de rompe y rasga; la que se refugia en los libros, se asume de izquierda y se obstina en perder la virginidad. Una novela que también revisa nuestra relación con el cuerpo y sus avatares, las batallas y conquistas de las mujeres, temas que la autora ha explorado desde diversos ángulos, pero aquí lo hace desde un terreno más personal. Y es una novela, sobre todo, de la sinuosa relación madre-hija. En este caso, la madre que huye y, sin embargo, está presente; la madre cuya ausencia se justifica en aras de la libertad que ejerce y la que permite ejercer a los demás. El tema lo aborda con la cercanía y la mesura de quien ha recorrido ese camino escarpado. Vemos, en la primera secuencia, la mirada de la hija adolescente que busca y recupera a la madre. En un segundo plano, al paso de los años, el relato se enfoca en la relación de la protagonista ya adulta y madre de una hija que decide hacer distancia de su familia y salir del país. «Hay muchas formas de maternidad y lo que importa es cómo una hija la recibe y lo que es capaz de hacer con ella», escribe en un diálogo reflexivo y conciliador. Es en este tramo, hacia el final de libro, donde la novela alcanza mayor intensidad, es la voz de la mujer madura que hace cuentas con lo vivido, con la madre ausente a quien pudo imaginar de mil maneras desde la adolescencia y que la acompaña hasta el día de hoy; con su hija que, como la abuela, supo elegir su vida; con la crisis global causada por la covid-19 que «paradójicamente nos ha puesto al mundo entero a sostener una conversación simultánea, a ponernos de acuerdo al menos en un punto: para sobrevivir nos necesitamos unos a otros». Si algo nos ha dejado la pandemia es eso, la posibilidad de estrechar lazos, de hacer una reflexión sobre lo vivido, «si no, ¿qué sentido tendría la vida?». Y, finalmente, hace un corte de caja con este país que «se fue a la mierda ya». «Nos quitaron la seguridad, la paz, la esperanza en el futuro, pero hay algo que no se llevarán mientras algunos nos quedemos a dar cuenta de lo que fuimos y de esto en que nos estamos convirtiendo. No se llevarán nuestra memoria». 

Este libro, que se suma a una obra donde conviven el cuento y el ensayo, sin duda es el más íntimo en la trayectoria de Rosa Beltrán. Novela de ausencias y reencuentros. La ficción como una alternativa que permite acceder a la realidad desde horizontes ilimitados. Al mismo tiempo, un espacio que hace posible el diálogo introspectivo, en este caso, el de tres mujeres radicales, libres, dispuestas a todo para conseguir la vida que desean vivir.