La escritora uruguaya nos habla de su primera novela publicada y de la más reciente, los temas a los que vuelve y sobre la creación frente a la censura de lo políticamente correcto
Ana León / Ciudad de México
La protagonista de este libro se encuentra en un encierro autoimpuesto donde el único espacio de libertad es la azotea. Ese lugar que nos permite estar afuera sin salir del espacio de confinamiento. Narra desde su muy particular, y poco confiable mirada, la vida en la casa que comparte con su padre y con su hija. La vida de los tres encierra la razón de ese enclaustramiento voluntario.
Han pasado veinte años desde la primera vez que la historia de La azotea se fue a imprenta. Ahora el libro ve la luz en una edición mexicana publicada por el sello Dharma Books. Una jaula aparece en la portada de la novela de la uruguaya Fernanda Trías (Montevideo, 1976) y es que el encierro, paradójicamente, es el tema central de esta narración, pero no el más importante.
Dice su autora en una conversación que ocurrió tiempo atrás con este medio, que a dos décadas de distancia, el libro empieza a poder leerse desde distintos ángulos y aportar otras miradas según lo que esté pasando en el mundo. «Era muy distinto el mundo cuando la escribí, que realmente la escribí en el siglo pasado, porque la escribí entre el 98 y 99, y se publicó en 2001.
»Ella, la protagonista, se encierra no necesariamente obligada por el mundo exterior, sino por voluntad propia. Pero sí porque hay un mundo amenazante, hostil, que la quiere destruir, que es lo que ella cree. Y ahí está el tema de la narradora, que es una narradora poco confiable en el sentido que ella narra su versión de los hechos y no sabemos nosotros como lectores cuánto hay de realidad, de fantasía, de imaginación o de locura, en esa narración.
»Sin duda la pandemia y todo lo que estamos viviendo le ha dado otra dimensión a la lectura de La azotea, sobre todo por la sensación de claustrofobia que ella misma siente en este encierro que es voluntario. También supongo que habrá puntos de contacto donde el lector se puede sentir identificado, pero sobre todo esta sensación del enemigo que no se sabe si es real o imaginario. Es ese enemigo que, además, puede ser cualquiera. Es el otro.
»En La azotea, por este delirio de la narradora, por esta paranoia de la narradora ese enemigo, esa amenaza, también puede ser cualquiera que se aparezca. En algún momento aparecen unos policías haciendo averiguaciones por otro tema y ella los ve como enemigos, como si la vigilaran a ella. Se siente vigilada. Y si lo pensamos también eso podría tener lecturas hoy desde el tema de la tecnología y de cómo estamos vigilados, sin saberlo, por todos nuestros teléfonos, todo lo que hacemos en internet deja una huella.
Esto es lo que pasa con los libros y lo que me gusta de poder leerlos tantos años después a la luz de distintas circunstancias.
También está todo lo que se resignifica de ese espacio interior que es la casa y que da nombre al libro, la azotea, que se vuelve este punto de contacto con el exterior y, digamos, un cierto punto de contacto seguro: estás afuera, pero sigues estando adentro.
Y de hecho eso, un poco con cierta ironía, lo pensé este año. Cuando al principio de la cuarentena más estricta que estuvimos encerrados tantos meses, yo pensaba qué daría por tener una azotea. Y es cierto que es un lugar seguro. Para la narradora es su único lugar seguro y es su espacio de libertad. Es, simbólicamente, su terreno, donde puede respirar.
Eso también se convirtió en un extraño paralelismo.
Mencionas el hecho de lo “confiable” de la narradora, si realmente podemos confiar en aquello que narra, tomarlo como real porque es su punto de vista. Planteas una relación incestuosa entre padre e hija; también se plantea un infanticidio y está esta otra parte de la propia narradora un poco esquizoide. Son temas muy sórdidos. ¿Cómo fue recibida la novela veinte años atrás? ¿Cómo lo fue en las diferentes lenguas en las que fue traducida? Sobre todo te lo pregunto por cómo esa cierta “corrección política” está marcando ciertas formas de creación en este momento.
Pienso que los autores, y los artistas en general, debemos defender con uñas y dientes nuestro espacio de libertad que es el espacio de la escritura. En la vida yo tengo mucha corrección política porque me gusta respetar al otro en su diversidad, pero en la escritura es el lugar donde yo puedo explorar los lados más oscuros del ser humano. Y esos lados oscuros también los tengo yo. Son parte de mí porque todos los matices son parte de todos, con mayor o menor negación al respecto. Eso me parece fundamental.
En aquél momento, en el 98-99, por lo menos en Uruguay, no existía ese término y no estaba candente el tema de la corrección política. Nunca se me cruzó a mí por la mente. Sabía que estaba tocando un tema tabú. Que sigue siendo tabú y que lo ha sido siempre porque es el tema del incesto, pero no había esta conciencia del tema de la corrección política que, tal vez, a algunos autores les haga mella. Habrá que pelear contra eso porque probablemente se cuele por la piel. Habrá que pelear bastante porque ese espacio de libertad es el último bastión.
Cuando se publicó en Uruguay, en 2001, si bien fue bien recibida y obtuvo premios, no se le prestó tanta atención como luego cuando se le releyó muchos años después. Y eso tiene, para mí, directamente que ver con el hecho de que yo era una autora mujer en un mundo donde a las autoras mujeres no se le prestaba la más mínima atención. Si vos ves cuando empezó este resurgimiento de tantas autoras tan interesantes en América Latina, es muy posterior.
Y luego pasaron casi diez años para que La azotea fuera redescubierta. En Uruguay se seguía leyendo de manera underground, seguía fluyendo en el boca a boca y eso era lo extraño. Y recién fue releída en 2010, de 2010 en adelante empezaron a surgir las reediciones. Yo creo que eso tuvo que ver con la visibilidad que las autoras están teniendo en Latinoamérica. Todo eso se aceleró a partir del 2015.
Te lo preguntaba también a propósito de la lectura que hice de una entrevista que le hicieron a Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) en donde ella decía que la corrección política genera arte infame. Y mencionaba no sólo la corrección política exterior sino la propia autocensura, lo que tú mencionabas de esta censura interiorizada.
Por supuesto que estoy de acuerdo. En el caso de La azotea, por ejemplo, en el caso de Clara, es un personaje el que tiene todas estas ideas, es un personaje el que tiene todas estas emociones e investiga lo que es ser humano. Por eso para mí eso no tiene ningún sentido, ni las cosas que se dicen sobre Lolita, ni nada de eso, porque tampoco era Nabokov diciendo esas cosas, era un personaje. Y esa investigación puede incluso tocar fibras sensibles y estar cuestionando a vos mismo y decir, de pronto yo sí tengo dentro un violador, yo sí tengo adentro un asesino o un xenófobo. Bueno, pero confrontar eso a través de la escritura o del arte, igual es transformador para vos mismo.
Yo vengo de una generación donde la idea de la corrección política no estaba presente, entonces a mí me resulta mucho más fácil reírme de eso. Por ejemplo, a mi maestro que fue Mario Levrero, si vos leés hoy sus textos, algunas personas lo han criticado hoy como misógino y hay algunas opiniones o declaraciones sobre ciertos personajes mujeres que hoy te hacen saltar un poquito. Onetti, que es nuestro mejor escritor en Uruguay, también leerlo cada vez que habla de una mujer o la manera que escribe sobre una mujer, te hace rechinar los dientes.
Yo no crecí con eso, pero me pregunto cómo será para las autoras y los autores que son mucho más jóvenes y que ya hayan absorbido eso, y que hayan crecido en la época de la corrección política. De todas manera creo que también hay mucha energía bastante fuerte, hay bastante rabia en las nuevas generaciones que pienso que van a poder saltarse eso. Hay una frescura y hay una libertad, que se dan las dos cosas. También veo unas ganas de reírse en la cara de todos que para mí va a ser muy positiva.
Tu nueva novela, Mugre rosa ya salió en España y estaba leyendo una entrevista que te hicieron y que contaba un poco cómo inicia y me llamó la atención porque es una mujer cuidando a un niño, que queda encerrada en un departamento y es el inicio (muy parecido) también de La azotea. ¿Por qué vuelves al tema del encierro, del mundo exterior como amenaza?
Realmente cuando se dice así pareciera casi que se está hablando de La azotea. Yo encontré muchísimos puntos en común entre éstas dos y a su vez son completamente distintas. Lo que tienen en común es que hay una amenaza externa que obliga, pero esta vez sí es demanera obligatoria [a diferencia de La azotea que es un encierro voluntario], a encerrarse y todo ocurre en interiores. A mí me gusta trabajar en espacios cerrados porque siento que ahí se potencian varias cosas —casi como en un espacio teatral—, se potencian los vínculos interpersonales, las tensiones; se pueden trabajar mucho las sutilezas de cada gesto porque realmente todo el foco está puesto en los personajes y en sus vínculos porque el resto es encierro. También creo que me permite mucha introspección, me permite mucha reflexión sobre el pasado, sobre las emociones y desmenuzar eso. A mí me gusta entrar lo más profundo posible al corazón de los personajes.
En este caso se trata de una amenaza ambiental, de una catástrofe ambiental, entonces ya tiene otras implicaciones y esto se relaciona con una serie de intereses nuevos, de los últimos años, sobre el planeta, sobre nosotros los humanos como especie y nuestro vínculo con los animales y con la naturaleza, con nuestro hábitat. Son intereses que no tienen nada que ver con La azotea, pero ahí otra vez está el tema del cuidado, aparece la maternidad de otra manera.
Pienso que todos los autores tenemos un conjunto de temas que, de alguna manera, hay una abanico reducido, no es infinito. Y volvemos sobre las mismas obsesiones. Y a mí me gusta trabajar sobre las mismas obsesiones porque ese es mi material. Y también eso lo que hace es que uno descubra a un autor que le gusta porque conecta de alguna manera con ese universo, con ese imaginario o con esa mirada y por eso uno quiere seguir leyendo sus libros. En ese sentido me declaro culpable de tener algunas obsesiones a las que vuelvo.
Imagen de portada: Fernanda Trías / Cortesía de Dharma Books