Una amorosa mirada al origen de las bibliotecas, los libros y las traducciones en el mundo antiguo, que refresque el pensamiento actual, es lo que propone la filóloga en su best seller «El infinito en un junco»
A finales del año pasado El infinito en un junco (Siruela, 2020) apareció como novedad literaria y se convirtió en un éxito de ventas inusitado. La pandemia entorpeció la distribución en América Latina y cuando finalmente pudo conseguirse en México, el libro estaba ya en su 28ª edición. Para Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), quien estudió filología clásica, el éxito es una respuesta clara de la gente ante el pragmatismo reduccionista que limita cada vez más el conocimiento clásico. A partir de este ensayo, que habla del momento en que se creo la primera biblioteca del mundo en Alejandría en el siglo III a.C., desde Madrid la autora comparte sus reflexiones sobre el libro, el conocimiento y la traducción como parte de la construcción de la cultura universal.
¿Cómo te ha tomado el éxito de tu ensayo que, bien pudo quedarse en el ámbito de las personas amantes del objeto libro?
Realmente estoy atónita con lo que ha sucedido, con la acogida que el libro ha tenido en España y que está teniendo en México y en otros países, nunca lo imaginé ni en mis sueños más desmesurados y lo cierto es que, mientras lo escribía, pensaba que sería un libro del interés de un pequeño círculo de lectores y ha sido esperanzador descubrir que somos más de los que creía, los lectores interesados por las humanidades, por los clásicos, por la historia de los libros y de la cultura. Yo lo escribí como un homenaje al libro, en un momento en el que abundaban los pronósticos apocalípticos en torno al libro. De alguna manera, la respuesta del público ha demostrado que había espacio y razones para la esperanza, eso es maravilloso. Durante la pandemia, en particular, muchas personas me han dicho que se han acogido a la lectura de mi libro como de otros y creo que esto demuestra que, en las letras, en las páginas, en el interior de los libros, escuchamos voces que nos acompañan y nos reconfortan. Eso lo hemos recuperado durante este periodo tan duro.
La palabra “junco” en el título del libro, es algo que me ha parecido maravilloso, porque estamos antes del libro, en los papiros. Después nos viene el papel y la tecnología del libro y mecánica desarrollada por muchas personas hasta llegar a Gutenberg, el único nombre que no hemos olvidado, para la producción masiva de libros. Hoy tener un libro en nuestras manos es el resultado del trabajo de miles de personas a lo largo de milenios que ha colaborado para que esto sea posible. ¿Cómo ha sido rastrear entre tantas guerras, tiranos, reinas y reyes, para contar estas historias que recuperas en tu ensayo que está entre la investigación detectivesca, la antropología y la historia?
Es realmente apasionante ir buscando en los recodos de las fuentes, de los textos, preguntando también a los restos arqueológicos qué nos pueden contar sobre la supervivencia de las historias. Porque siempre he dicho y pensado que las palabras, los relatos, son algo realmente frágil, porque es aire, salen de nuestras bocas y conseguir que eso perdure a través de los milenios es una gesta deslumbrante. Entonces me interesó quiénes habían hecho posible todo aquello y, sobre todo, quiénes habían sido las personas que habían hecho posible la perduración de los libros y de las obras; porque las historias de la literatura suelen centrarse en la creación, pero no en la transmisión, en la supervivencia de obras, que es tan importante como la propia creación. Me gusta pensar en toda la serie de esfuerzos, de actos de amor y devoción a los libros que, desde bibliotecas, desde conventos y abadías medievales, de caminantes, viajeros, espías y sobre todo lectores y lectoras a lo largo de los siglos se han aliado, sin a menudo sin conocerse; para preservar este patrimonio de palabras, para salvar ese legado de aire y haberlo conseguido, es algo que rosa lo milagroso. A mí me gusta pensar y recorrer los caminos al lado de estos jinetes, que iban a buscar los libros para Alejandría, como empieza este ensayo, con un ritmo aventurero. Y recorriendo a todas personas que han afrontado peligros por salvar libros prohibidos o perseguidos por la censura, un poco como nos cuenta Fahrenheit 451. Y todas esas pequeñas historias alojadas en las fuentes, muchas como anécdota o lugares secundarios, pero que reunidas todas ellas constituyen un fabuloso testimonio de una cadena humana destinada por amor, a salvar nuestros conocimientos y el saber. Y que tiene mucho que ver con la enseñanza, con los maestros, que han sido siempre un poco la punta de lanza de toda esta aventura. Porque para que podamos disfrutar de los libros hace falta saber leerlos y abrir las mentes a la alfabetización, que ha sido también parte de esta épica del conocimiento a la que yo dedico el libro.
Así como hoy, saber usar el programa para escritura Word, no nos convierte en escritores; tampoco saber leer las letras no nos hace lectores. Una cosa es la técnica y la tecnología y otra lo que podemos lograr a través de esas herramientas. En nuestra actualidad, como nunca antes, tenemos mayor acceso al conocimiento, a millones de libros, estamos todo el tiempo leyendo frente a las pantallas o teléfonos inteligentes. Pero leer no es entender, hablar no es transmitir y el dato no es conocimiento. ¿Cuál es el punto en donde la tecnología del libro hoy nos sigue diciendo algo en este mundo obsesionado por la innovación?
Tienes razón, la tecnología no es suficiente, pero es en todo caso, necesaria. Es cierto que la supervivencia de los libros y de las historias tienen mucho que ver con los materiales concretos en los que esas palabras se albergan, se transmiten y pasan de generación en generación. Esa revolución tecnológica que empieza mucho antes de las pantallas con la invención de la escritura y llega más adelante a los sucesivos formatos de libros hasta desembocar en los ordenadores y los teléfonos móviles, es una historia en la que no se pueden entender los últimos estadios sin contemplar los iniciales y sin saber cuál es el origen de este gran movimiento de búsqueda permanente de transmitir el saber y de mejorar los cauces de comunicación. Por supuesto que está la responsabilidad de cada lector, que debe esforzarse por entender, por abrirse al libro, a la comunicación, al significado de las palabras, a dejarse envolver e impregnar por ellas. Es un tema muy interesante, porque normalmente solemos pensar que la tarea creativa eso sólo la del escritor, sin embargo, la lectura es una actividad profundamente creativa. De hecho, dicen los neurólogos que leer es una de las actividades más sofisticadas de nuestro cerebro porque no solo estamos descodificando unos signos para transformarlos mentalmente en palabras y en sentido, además al mismo tiempo que leemos, interpretamos y seleccionamos entre los distintos sinónimos alternativos que podría tener una misma palabra, estamos suponiendo contextos, estamos deduciendo información que no contiene el texto. Estamos despertando recuerdos y emociones, es una operación fantásticamente compleja y cuando el escáner comprueba cómo funciona un cerebro durante la lectura, casi todo él está involucrado, es una forma de entrega a la lectura. Quien no lee de esa forma, quien no se abandona al libro, quien no pone sus capacidades al servicio de ese acto mágico que, como decía San Agustín es: “Leer en voz baja y, sin embargo, conversar con los ojos, escuchar con los ojos”, no disfrutará de la experiencia completa. Además, leer no es algo que aprendamos a hacer de niños de una vez para siempre, leer es una capacidad que vamos mejorando y hacer cada vez más sutil a lo largo de la vida, nunca dejamos de aprender a leer y nunca dejamos de aprender a escuchar. Todas estas capas de experiencia y de emoción van superponiéndose con la lectura, por eso cuando regresamos en distintas edades a un mismo texto, no leemos lo mismo. De manera que, leer es algo profundamente íntimo que yo he pienso es una especie de Big Bang dentro de nuestra mente, porque todo se ilumina, se relacionan y funciona de una manera que realmente fascinante. Dicen los expertos que cuando entrenamos plenamente el proceso cerebral y neurológico de la lectura, probablemente habremos ya penetrado casi todos los secretos nuestra mente. Realmente es un mundo fascinante donde todavía queda mucho por aprender y mucho por entender.
En El infinito en un junco hablas de los libros, pero también de las bibliotecas, una de las más apasionantes invenciones. Me parece que pocas cosas son tan excitantes como tratar de conocer a una persona a través de los títulos que tiene en su biblioteca personal. Hoy reflexionamos poco sobre lo sencillo que es tener libros es casa. Un genio como Leonardo da Vinci poseía a penas una decena de libros, porque en su tiempo no había muchos y porque cada uno podía costar casi lo mismo que un cerdo para la granja. En tu libro nos cuentas la obsesión de Ptolomeo —gobernante en Egipto, que era el granero de buena parte del mundo entonces conocido—, por construir la biblioteca de Alejandría. Como dato que me ahora me llega a la mente, según Carl Sagan, fue con la comparación de unos textos que había en esa biblioteca, que Ptolomeo supo que la tierra era redonda y calculó casi exacta su superficie en el siglo III a.C.
Las bibliotecas en un mundo en el que, el acceso a los libros era muy difícil y que sólo los privilegiados podían permitirse poseerlos en sus hogares, ¡es un impulso democratizador casi incalculable! Hoy no podemos imaginarnos lo que significó un proyecto como Alejandría, en un momento en el que prácticamente sólo los reyes, sus cortesanos y algunos sabios, siempre y cuando pertenecieran a una clase social alta, podían permitirse poseer. Hay muchos testimonios de la antigüedad, por ejemplo, de Cicerón (106 a.C. – 43 a.C.), que quiere conseguir un libro en concreto y hace una verdadera búsqueda para ver quién poseía una copia de ese libro, para poder acceder a esa biblioteca privada y hacerse una copia de él. En un mundo en donde ni las librerías, ni el mercado de libros, ni las redes de distribución se habían desarrollado, las bibliotecas significan una apertura de puertas hacia el conocimiento y hacia el saber que creo que hoy, nos resulta difícil entender. Por eso El infinito en un junco empieza con unos misteriosos jinetes con las bolsas rebosantes de dinero, enviados por toda Europa en una misión secreta y que los aldeanos los contemplan con perplejidad, preguntándose ¿qué puede ser tan valioso como para que el rey de Egipto envié a sus hombres? Y al final, es por libros. Esos objetos valiosos tan increíblemente escasos que hay que mandar atrás de ellos. Alejandría significa eso, por primera vez un lugar donde ir a buscarlos, donde encontrarte con casi todo lo que se había escrito en este momento. Además, aquellas bibliotecas al permitir que allí mismo se hicieran copias de los libros que contenía, de alguna manera ponían en relación la posibilidad de tener una biblioteca propia, porque ahí se encontraban el original desde el cual se podía hacer una copia. Por eso, Alejandría durante sus siglos de existencia, estuvo bombeando libros hacia todos los rincones, porque todas las personas podían llevarse una copia de esos libros. Y aunque la biblioteca fue destruida, cayó en el olvido y perdió todos los apoyos que habían permitido su esplendor y las inversiones, es cierto que durante tantos siglos estuvo enviando libros de todos los rincones que al final, no se han perdido. A través de caminos tortuosos han llegado a nosotros hoy, muchos de los libros que estuvieron en Alejandría. Así que es muy importante destacar esa posibilidad de acceder a los libros, que no era nada fácil en otros tiempos incluso hasta anteayer. Mi padre recuerda que en su infancia era muy difícil conseguir libros y que no se podían permitir tener en la infancia, una biblioteca propia. Me parece un síntoma de progreso el hecho de que, Alejandría que un principio fue una biblioteca casi única en su especie, ahora tenga tantas sucursales a lo largo y ancho del mundo. Cada biblioteca en el mundo rural, cada biblioteca en una ciudad, en una capital de provincia, es una sucursal del sueño alejandrino. Ahí yo veo un motivo de esperanza, además un triunfo de Alejandría pese a las destrucciones, a los saqueos, a la barbarie.
En cuanto a las bibliotecas ahora, mi experiencia es que están haciendo una gran labor, en muchos lugares son un verdadero foco de lectura, casi el único que existe. Los últimos 10 años los he dedicado a visitar a lo largo y ancho de España las pequeñas bibliotecas de los pueblos, donde se reúne la gente para leer y he visto cómo allí, florece el amor a la cultura y a las palabras. Antes se reunía a la gente alrededor de las hogueras para contar las historias y en las bibliotecas hay algo que al mismo tiempo es inmemorial como actual y tecnológico, una amalgama con el presente. Las bibliotecas ahora son ambiciosas, no se limitan al préstamo de libros, tienen una dimensión social y sirven de ayuda dentro de la comunidad. Acogen a las personas, de alguna manera suplen la brecha digital porque ofrecen ordenadores a quienes no los tienen en su hogar. A veces, los bibliotecarios están dispuestos a ayudar a la gente que tenga dificultades, a inmigrantes con sus documentos y las gestiones de sus trámites, a veces la gente organiza muchísimas actividades para niños, están desplegando una actividad fabulosa, que las convierte en núcleos de los barrios y los pueblos. Eso me parece que tiene algo bueno, son como del mago de la tribu, de otros tiempos, rodeados de historias y relatos, pero también, de toda la sabiduría y la energía que se produce en estos lugares donde confluían las palabras.
Si las obras de arte son la piel muerta de un artista, los libros son los cimientos del edificio de la persona que vemos. Sin embargo, en nuestra era pragmática, hay libros que ya no son necesarios para las ideas de “progreso”. Desde hace unas décadas el conocimiento no asociado al mercado laboral del momento, ha dejado de fluir en las universidades que, paradójicamente, ya no son tan universales. Estamos en un momento en donde los textos clásicos han perdido importancia ante la urgente innovación que nulifica a la anterior. Esto ocurre en todo el orbe. Tu libro me parece una apología a aquello denuesta el instante.
A este concepto de la utilidad, las personas que estudiamos letras, literatura, filología y en particular las lenguas antiguas, es al que nos vemos enfrentados constantemente. Es el reproche reincidente, se nos acusa de dedicarnos a disciplinas que no sirven para nada y que no tienen ninguna conexión con el presente, que pertenecen a un pasado que ya está periclitado. De alguna manera El infinito en un junco es una respuesta a esa acusación permanente a la que yo he tenido que verme abocada tantísimas veces durante mis años de estudio y durante épocas posteriores. ¿Qué es exactamente la utilidad y lo que consideramos útil? Son precisamente las humanidades, las que yo considero que son de una utilidad indispensable, las que hacen que todo lo demás sea valioso en la medida en que guía y orienta, para que no se desboque y no se abandonen los cauces de lo ético y de lo humano. Por eso mismo escribí este libro, pensando en reivindicar el placer de adentrarnos en el mundo clásico y reencontrarnos con aquello que nunca desapareció. Porque, aunque se anule de nuestros sistemas educativos, está en el aire que respiramos, en las palabras, en los conceptos, está en las adaptaciones cinematográficas, en las grandes películas de aventuras, en las sagas juveniles, está en las obras de arte a través de sus muchos nacimientos, renacimientos y transformaciones. El mundo clásico, las obras clásicas como decía Ítalo Calvino, son siempre relecturas, nunca las leemos por primera vez porque nunca llegamos desconociendo, se han cruzado en nuestros caminos y ha sonado como fondo musical de nuestras vidas incluso aunque no hayamos sido conscientes. Por eso es interesante que cuando nos confrontamos directamente con estos textos, no son desconocidos, son mucho más nuevos de lo que podíamos esperar, porque en sus formulaciones concretas y en sus indagaciones nos sorprenden, no son el tópico manido que había llegado hasta nosotros. En esa mezcla de reconocimiento y asombro, creo que nace una forma muy especial del placer, nos conocemos en nuestros antepasados y en los orígenes de la cultura, en el “kilómetro cero” de tantas cosas que nos constituyen, por eso creo que es un placer ese ese reencuentro, esa reflexión de que, en el fondo, en los esencial, seguimos siendo los mismos. Tenemos las mismas pasiones, las mismas inquietudes, incluso las mismas emociones.
Y, por otro lado, creo que hay un mensaje profundamente humanista, cuando en esta época estamos tenemos tendencia exacerbar las diferencias, las peculiaridades y distanciarnos por través de ellas, y de combatirnos y sentirnos muy distintos y distantes de otros, la experiencia de leer un libro o una obra, como la de Safo (650/610-580 a.C.), y reconocer perfectamente las emociones, el amor, la pasión, los celos; nos demuestra que en el fondo hay algo que no han cambiado, algo que es la vía de un entendimiento posible. Si podemos dialogar con alguien que escribió en otra época, en otro continente y hace milenios, ¿cómo no vamos a ser capaces de entendernos con nuestros contemporáneos? Creo que allí hay una lección de humildad, pues no somos tan originales como creemos, no somos tan innovadores, muchas de las ideas de las que nos jactamos no son nuestras, sino que vienen de muy atrás y creo que es hermoso el ejercicio de la memoria, que tiene que ver con la gratitud, con los antepasados, con lo que hemos recibido de quiénes nos precedieron. Nos ayuda a entender que no somos nosotros solos con nuestros méritos o nuestros logros, sino que formamos parte de una larga genealogía. Nos ayuda a descubrir la lentitud frente al ritmo frenético que nos quieren imponer, así que son ejercicios muy relacionados con la memoria y la lentitud, frente al precipitación y el olvido. La afirmación de lo que es importante frente a la moda vertiginosa que nos hace ir de tendencia en tendencia sin pararnos a reflexionar qué es lo que realmente queremos y necesitamos. Y los grandes dilemas que al final fueron los que los griegos plantearon al alimentarla la filosofía y en los que todavía seguimos debatiéndonos. Hay que ser conscientes que los avances tecnológicos necesitan a su lado la reflexión filosófica y la ética, para establecer el rumbo, el camino, en lugar al que queremos llegar y la sociedad en la que queremos convertirnos. Todo lo que los griegos nos enseñaron, nos ayuda a parecernos más, al mundo que soñamos.
Hablas de bibliotecas y de libros, y eso significa lenguaje. No es lo mismo esos rollos en cuero de borrego donde está el registro primero del castellano encontrados en León, España, que el Mio Cid. El libro es un testimonio de la conformación de una lengua en idioma literario. De lo que hoy nos queda en el mundo, hay ejemplos como el Canto de Roldán, Historia de Genji, el Popol Vuh o las obras de los griegos tanto los que recogen la memoria del relato como los que sí escribieron sus ideas. ¿Qué nos puedes decir sobre los libros, el idioma y la traducción?
Las lenguas habrían sufrido una terrible extinción si no hubiera sido por la escritura y los libros. Y más allá de eso la traducción, que también es aspecto en el que yo insisto, entre los hallazgos de Alejandría no está solo el de haber tratado de reunir todos los libros griegos, sino el de haber traducido los libros de las grandes culturas que los rodeaban y haberlos incluido también, en la Biblioteca de Alejandría. Porque fue un momento en el que los griegos deciden que no les basta con sus propias obras, con su propia lengua e ideas, si no que a través de personas a caballo buscan entre mundos y culturas, para que les traigan lo mejor, lo más significativo de otros pueblos. Allí hay un salto fascinante, podría no haber pasado, podría haber vivido cada persona en su pueblo, circunscrito sólo a sus tradiciones, a su mundo imaginario y sus palabras; pero este es el momento de una enorme apertura, desde este momento nos hemos traducido a lo largo de los siglos y nunca hemos cerrado esos vasos comunicantes entre los idiomas. Esa operación de la traducción, es en sí misma, algo asombroso, ¿cómo alguien es capaz de apropiarse de un texto, de vestirlo con palabras, quedarse con algo que podríamos llamar el sentido abstracto y trasladarlo a otras palabras, a otro idioma, a otro molde, a otra forma de mirar el mundo? En sí misma es una operación asombrosa por la que hemos conseguido que la conversación se vaya ampliando, que no seamos sólo nosotros. También de otras lenguas, de otros países, nos llegan muchas veces a nuestras culturas, bocanadas de aire fresco que nos ayudan a salir de los estrechos límites. Eso se lo debemos a los libros, que son enormes viajeros que tienen mucho de civilizaciones y de países. Un alfabeto que fue fenicio que después los griegos adaptaron y después los romanos, se ha convertido en la base de nuestros libros, pero también está ahí el papel chino, un formato libro-códice que es romano, pero luego la imprenta de Gutenberg de Alemania, en fin, el mismo libro es en sí mismo un híbrido de inventos, hallazgos, geografías y recodos del mundo. Me parece hermoso. El libro es un ser mestizo, un objeto de muchas nacionalidades y orígenes que ha recorrido muchos territorios. Hurta del olvido y conserva de la destrucción las cosas que consideramos valiosas y por otro lado, encuentra caminos que muchas veces están cerrados para las personas pero no para las ideas y las palabras que buscan comunicarse con el mundo amplio.
También los libros nos ayudan a evitar visiones folclóricas y lugares comunes, por ejemplo, para mí, es muy importante leer la literatura del lugar a donde voy a viajar. Porque me parece que el viaje es algo incompleto si antes de emprenderlo no he podido leer libros y referencias, que son como una cartografía previa del lugar que voy a conocer. Y cuando llego a esos lugares busco los rastros y restos de esos autores que han poblado mi imaginación. Los libros nos permiten relacionarnos con lo nuestro y propio, como también con lo ajeno. Mientras existan las lenguas y los libros, tendremos esa polifonía de miradas, que al final es lo que nos garantiza la posibilidad de vencer los prejuicios.
Todas las imágenes: Huemanzin Rodríguez.