Charles Baudelaire, el poeta del vértigo

A 200 años de su nacimiento Vicente Quirarte y Héctor Iván González recorren su poesía para reconstruir la vida del autor, así como los rumbos de la lírica contemporánea.

Huemanzin Rodríguez / Ciudad de México

Charles Baudelaire fue uno de los primeros “poetas malditos”, como se conoció a un puñado autores franceses del siglo XIX. La obra, vida y pensamiento de Baudelaire ha impactado una generación tras otra desde su tiempo. Pero su fama de poeta se consolidó después de su muerte en 1867, en vida fue un importante crítico de arte, como lo señala Vicente Quirarte.

«Era un ser particularmente tocado por la gracia. A los 25 años comienza a escribir sus críticas de arte. Tenía un gran ojo. Eso permitió que su fama de poeta, lo consagrara, su fama de gran crítico de arte. Octavio Paz ha manifestado su admiración por esta visión que tiene el poeta sobre el arte plástico. Puede ser que el poeta no posea las armas del crítico profesional de arte, pero sí sabe y tiene la segunda mirada que cuenta los procesos que tienen lugar en el pintor y el artista plástico.

»Fue un eterno adolescente —utilizando una idea de Cortázar—, fue un perseguidor, no un perseguido, a pesar de que la errancia lo marcó perpetuamente. Uno puede encontrar en París lugares donde se desarrolló. Desde una placa que testimonia su nacimiento el 9 de abril de 1821 en la Rue Hautefeuille, casi desembocando a la calzada de Saint-Germain-des-Prés. En los hoteles donde transcurrió su vida también se encuentran registros, varios de ellos tienen algunas placas, como la que se encuentra en el muelle Voltaire, que incluso tiene unos versos de Baudelaire.

»Inaugura el linaje de los poetas malditos, aunque no figura en el libro que tituló así Paul Verlaine en la década de los ochenta del siglo XIX, pero inaugura este linaje porque es un autor que quiso permanecer fuera de la sociedad, defendiendo el dandismo como oposición al trabajo, como la soledad a la familia. Este ser que siempre se mantiene al margen.»

El escritor Héctor Iván González recuerda lo importante que fueron sus traducciones al francés, especialmente de autores de habla inglesa:

«A mí lo que me impresiona es cómo la literatura nutre a la literatura, eso que hoy los académicos llaman la intertextualidad, no es otra cosa que eso, escribimos nuestras lecturas. Baudelaire era un hombre que escribía, que hacía crítica de arte, que traducía a Edgar Allan Poe (1809-1849), a Thomas de Quincey (1785-1859), a Henry Wadsworth Longfellow (1807-1882), nos abre las puertas a otros autores como E. T. A. Hoffman (1777-1822), François-Rene de Chateaubriand (1768-1848), entre otros. Trabajaba todos los días, estaba en un lugar poco arriba de periodista, en el sentido de que no se le consideraba escritor tal cual, en los escalafones profesionales.»

Tenía cierto afecto por un escritor y provocador, el inglés Thomas de Quincey, que lo mismo cuestionó la “maldad” de Judas, el fin de las guerras o justificó el suicidio. ¿Qué tanto de esos autores a los que tradujo nutrieron la obra de Baudelaire?

HIG:En la primera parte de Los paraísos artificiales, 1860 vemos mucho de Confesiones de un opiómano (1821) de De Quincey, en donde relata cómo Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) le dice a De Quincey que tome unas gotas para aliviar los dolores en los músculos del cuello, después narra las desventuras con Annie. A final de cuentas, lo que hace Baudelaire es formar a sus propios lectores, él cree que es necesario que se conozcan a estos autores en francés (además para ganarse el dinero, pues aunque su padre le dejó una fortuna que se gastó en poco tiempo, él buscó trabajar para mantener cierto nivel de vida para adquirir arte y vino). Le obsesionan los poetas y escritores como Poe, porque Poe está introduciendo ese sincretismo en la literatura del siglo XIX de Estados Unidos. Poe viene de unos padres artistas, actores que representaban a Shakespeare. Al igual que Baudelaire, Poe queda huérfano de padre, poco después de madre y es adoptado por un personaje que le hace la vida imposible. Padeció la incomprensión de su familia. Otra consideración importante es que Poe ve las mieles de la democracia de Estados Unidos, así como sus excesos. Y eso también lo vive Baudelaire.

Poe se plantea regresar a las normas clásicas, a las medidas antiguas, a los imaginarios grecolatinos y medievales, a lo egipcio, un sincretismo que, en el siglo XIX tan nacionalista, con una literatura edificante con imaginarios de nación, estos autores se salían entre las rendijas, hablando de cosmopolitismo, hablando del arte y la cultura más allá de la nación, tal y como decía Borges: “Podemos aspirar a todas las tradiciones».

VQ: Como decía Jorge Cuesta, Baudelaire fue el traductor de Edgar Allan Poe en más de un sentido, no solamente lo vertió en la lengua francesa, también enseñó en Europa, a entender a este autor que él pensaba próspero, rico y reconocido. Después, a la muerte de Poe, se entera que era un hombre profundamente perseguido por las furias.

Finalmente nos leemos en el otro, porque nos reconocemos. Y Baudelaire encontró en Poe a un alma gemela, por eso lo traduce y por eso escribe ese espléndido ensayo: Edgar Allan Poe, su vida y sus obras. Es un texto donde comienza hablando de la desdicha que persiguió permanentemente a Poe, una desdicha que también fue la suya. Yo creo que Poe le ayudó a superar sus propios dramas. De hecho, en Mi corazón al desnudo, que escribe en 1862 y se publica después de su muerte en 1897, Baudelaire habla de que se invoca el nombre de Marietta, la sirvienta fiel que ayudó a su madre hasta el final y el espíritu de Poe. Esos son sus ángeles guardianes que le acompañan toda su vida.

El pintor de la vida moderna. 1863.

Antes que poeta, Baudelaire tuvo cierto reconocimiento como crítico de arte. ¿Cómo impacta su visión del arte en su poesía?

HIG: Algo que me interesa mucho es su sensibilidad y obsesión por el Museo del Louvre. Decía que ese museo era el único lugar en donde podías encontrarte con alguien sin causar sospechas. Lo cuenta Roberto Calasso en La locura de Baudelaire (Anagrama 2011), cuando tiene un problema con su mamá y el general Aupick, su padrastro, dice Baudelarie: Veámonos en el Louvre, es el único lugar donde una dama puede reunirse con otro hombre sin levantar sospechas.

Baudelaire está todo el tiempo en los salones plásticos que congregaban a artistas como Eugène Delacroix (1798-1863), Jean-Auguste-Dominique Ingres (1780-1867), Constance Marie Charpentier (1767-1849) o Auguste Clésinger (1814-1883); había una gran cantidad de artistas influidos por el romanticismo, ese apogeo en las artes del momento, donde la capital del arte era París. Lo que él hace es una serie de salones en la década de los cincuenta —particularmente en el 57 y el 58—, se junta con muchos escultores y siempre tiene la perspectiva del artista. Y algo que me gusta de lo que dice Calasso es que, aunque él quería hablar muy bien de Eugène Delacroix, le gustaba más Ingres.

Si vemos el poema Los Faros, en Las flores del mal, donde todos los pintores tienen un lugar y les hace un pequeño homenaje al menos de una cuarteta, y habla de Goya, de Miguel Ángel, Rembrandt o Rubens, ves esa obsesión que tenía por el arte.

Creo que esta sensibilidad, esta visión del arte por el arte, representa toda una visión del mundo. Un horizonte que dice: Te debe gustar la buena poesía, la buena música —asistía a las salas de concierto cuando se presentaba Richard Wagner (1813-1883) o Hector Berlioz (1803-1869)—, ser políglota; estamos hablando donde las artes tenían un sincretismo total, no se llamaba multidisciplinariedad, era la vida misma. Y de eso goza el propio Baudelaire. Es amplísimo su repertorio como crítico, que también parte de su trabajo como traductor.

De los cuatro tomos de la Biblioteca Pléiade, consagrada en Francia a las obras completas, dos tomos son su correspondencia, lo que permite construir muy bien su biografía. Entre sus epístolas hay un momento importante con Richard Wagner, pues el poeta era un amante de la pintura y la música.  

HIG: Richard Wagner presentaba la saga El Anillo del Nibelungo, y fue todo un acontecimiento. Recordemos que esa saga es como la tragedia griega, era estar todo el día durante cuatro y seis horas escuchando cada episodio de la tetralogía épica. A él eso lo transformó, ese romanticismo en pleno que mostraba una conexión entre los griegos y la tradición indoeuropea rompía con el paso latino. Creo que estuvo muy obsesionado con la música, era una de sus pasiones. Por eso también hablaba de Hector Berlioz, quien tenía esta postura trágica, de hecatombe, a través de su Sinfonía Fantástica (1830), como la Tentación de Fausto (1846). Como si el universo volviera a crear la vida frente a las personas que asistían a ese momento. Baudelaire estaba atento a todas estas manifestaciones.

VQ: En sus ensayos sobre Historia del Arte, en sus interpretaciones musicales sobre Wagner, en sus poemas en prosa, en ese prodigio que es Las flores del mal, demuestra cómo con el virtuosismo de versos impecables se puede lograr hacer un universo lleno de esta contradicción que tuvo toda su vida entre Dios y Satán. Entre el ángel caído y le ángel luminoso.

En 1857 Baudelaire da un campanazo con la publicación de un conjunto de poemas bajo el título Las flores del mal (Le Fleurs du Mal), Héctor Iván, ¿consideras a esa obra “revolución del imaginario”?

HIG: Porque regresa a las medidas fijas, a la rima, a la métrica. Todos los poetas del romanticismo francés: Alfred de Vigny (1797-1863), Alphonse de Lamartine (1790-1869), Alfred de Musset (1810-1857), Victor Hugo (1802-1885), Gerard de Nerval (1808-1855), tenían una línea de la lírica más o menos grecolatina: usaban elegías, la epopeya, con versos muy largos, y él regresa al soneto, a rimas extraordinarias que en lugar de opacar ese arte, lo iluminaban. Es un autor que cambia el imaginario, la mitología griega ya no habita sus poemas como en el caso de los románticos, sino el ciudadano de a pie en las calles de París que tiene que trabajar porque si no se muere de hambre, léase el siglo XX. Inaugura esta modernidad porque le da fuerza, y él lo dice en El pintor de la vida moderna (1863): A final de cuentas, lo que importa, es encontrar la modernidad de cada momento, encontrar el momento de mayor enigma de cada una de las situaciones y hacerla poesía o un cuadro.

Es un autor que inaugura muchas cosas, que rompe con muchas ideas preestablecidas de poesía, por ejemplo, que el poeta es un ser amigable, amante de la vida, que ama la luz del sol, las flores y el paisaje. No, él se va de noche a los tugurios, a las calles más peligrosas de París, se juntaba con otros escultores, pintores y otros artistas para consumir hachís, tenían alucinaciones, experimentaban con grandes bebidas de alcohol. Todo esto para revelar lo que estaba oculto atrás de las cosas; como decía el poeta latino Horacio: A la naturaleza le gusta esconderse. Entonces, parte de este poeta moderno quiere sacar a la naturaleza de donde parece que no está. Baudelaire revolucionó mucho de la poesía francesa y en Occidente.

VQ: Por eso, también, acudió con frecuencia a los paraísos artificiales. al mencionar que probaba el hachís, no se quiere decir que era un adicto, de hecho, en Los paraísos artificiales (1860) menciona los riesgos a los que se enfrenta el comedor de opio, para recordar las palabras de Thomas de Quincey. Ese libro es muy actual, sobre todo en este momento en que se está debatiendo la legalización o no de la ingestión del cannabis. Todo esto vuelve a Baudelaire un autor muy moderno, muy actual.

Las flores del mal, 1857.

Cuando fue publicado Las flores del mal, las autoridades del gobierno del segundo imperio bonapartista lo censuran, algo si bien padeció Baudelaire, también provocó que el libro se vendiera más.

VQ: El proceso judicial que mencionas, me parece injusto e inmoral. Lo atacaron de inmoral, pero es el juicio el que resulta inmoral, porque se trataba de suprimir unos poemas que no son los más escandalosos del libro, que originalmente iba a llamarse Las lesbianas en lugar de Las flores del mal. El año de 1857, el de la publicación de Las flores del mal, es muy importante en la vida-obra, estoy utilizando la frase de Alain Borer, porque es el año en que aparece su obra principal y también cuando se realiza su amor con Madame Sabatier, a quien le dedica un poema en el libro, titulado À celle qui est trop gaie (A quien es demasiado alegre), que termina con esos versos terribles donde se ve el satanismos de Baudelaire, donde le dice: «Inocularte mi veneno, mi hermana». Y eso significó un sin fín de protestas. ¡Por supuesto, el libro se vendió más y los versos se repitieron cotidianamente!

HIG: Victor Hugo ante la multa y arresto que tuvo Baudelaire por la obra, desde el exilio le mandó una carta donde le dijo: “Usted ha recibido uno de los pocos honores que puede dar el segundo imperio bonapartista, muchas felicidades por haber sido censurado.»

En las Flores del mal, podemos leer su relación con las mujeres. La más evidente es con su madre. ¿Cómo interpretas el vínculo de Baudelaire con su madre a través de su obra?

HIG: El padre participó en la comitiva de la Revolución Francesa. Era bastante mayor, nació a mediados del siglo XVIII. Era más de 20 años mayor que su madre, ya tenía un hijo quince años mayor al poeta de un matrimonio previo del que quedó viudo. Cuando nace Baudelaire, su padre ya se acercaba a los 50 años, tenía una inclinación al arte, llegó a pintar unos cuadros. En una de las cartas que le escribe a su madre, Baudelaire le dice: “Acabo de ver los cuadros de mi padre, ya veo que te estás deshaciendo de ellos. Me hubiera gustado comprarlos, pero ahora veo lo que estás haciendo con las cosas de la casa.” Esta relación abunda en Las Flores del mal, les invito a que vean la película Hamlet de Lawrence Olivier (Olivier, 1948) y encontrarán que al igual que el libro de Baudelaire hay un complejo edipista con relación a la madre frente a unas nuevas nupcias, ese desasosiego tan arcaico, como moderno, como del siglo XXI. Yo hice este ejercicio, y en la película hay una maldición que encaja con el poema que dice: Ser poeta es una maldición. O cuando la madre dice: Hubiera preferido dar a luz a un puñado de serpientes antes que este muchacho.

Entre tantos amores que tuvo el poeta, ¿cuál es el peso de la actriz y bailarina Jeanne Duval?

HIG: Él fue muy enamoradizo de modelos para cuadros y esculturas, como quien inspiró La mujer mordida por una serpiente (Auguste Clésinger, 1847), cuya modelo le robó el corazón. Y en el momento en que conoce a Jeanne Duval, tiene un atrevimiento, era joven, le manda rosas. Él estaba en su papel de poeta, como una especie de Don Juan en los infiernos (poema 15 en Las flores del mal, en la edición de 1861), como un transgresor de las convenciones burguesas más esperadas y aburridas. Sin embargo, tiene una relación tortuosa con Duval, por esa época él contrae sífilis, su economía no es buena, viven en París y los visita el hermano de Jeanne que era muy violento, eso lo cuenta la triste Baudelaire: La biografía (Françoise Porché. 1929); y hay una tensión fuerte. Es cierto que Jeanne Duval fue la musa de muchos de sus poemas, pero hay otras mujeres que también fueron muy importantes como una malabarista, una dama criolla, etcétera.

En Las flores del mal, también hay una presencia de lo oriental, como ya mencionabas antes. Es por esos años que nace el turismo masivo, como hoy lo conocemos, a través de los buques que desde Marsella hacían la ruta religiosa hasta Tierra Santa. Escritores como Gustave Flaubert (1821-1880) o José Maria Eça de Queriós (1845-1900) escribieron novelas al respecto.

HIG: Justamente esas amantes las sintetiza en lo que fue un viaje que hizo entre los 22 y 23 años, hizo un viaje a Oriente y llegó cerca de Calcuta, algo parecido a lo que cuenta Flaubert en Egipto: Viaje a Oriente (1849). Cuando va llegando a Calcuta, extraña mucho a sus mujeres, se escapa y regresa. Pero claro que vio cosas en Oriente, especialmente pinturas, que van a estar en la génesis de lo que sería Las flores del mal, que le mutilan seis piezas en la primera edición de 1857, tres años después sale otra edición que, cada vez que lo leían los grandes poetas lo consagraban.

Claro que fueron tortuosas sus relaciones con las mujeres, pero fue así con toda su realidad en el siglo XIX, que no se ajustaba a una mente libre y abierta a la experimentación de alguien tan sensualista. El mundo derivado de la Revolución Industrial colapsó a un hombre de esta sensibilidad.

Hay una tensión en Baudelaire. La belleza entre el Eros y el Tánatos, entre Dios y el Diablo; ese pozo al que se refiere en Las flores del Mal: Plonger au fond du gouffre, Enfern ou Ciel, qu’importe?/Caer al fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa?… Busca la totalidad, pero en la tensión constante de los opuestos. ¿Cómo lo interpretas?

VQ: Hay un fragmento en su poema Himno a la belleza donde Baudelaire escribe: «De Satán o de Dios. ¿Qué importa? Ángel o sirena. ¿Qué importa, si haces —hada con ojos de terciopelo, ritmo, perfume, esplendor ¡oh, mi única reina! — menos odioso el universo, menos pesados los instantes?» En la belleza Baudelaire encuentra esta plenitud y este combate contra el tiempo que es su gran enemigo, que manifiesta en todo momento en sus poemas en prosa, siempre el tiempo como un enemigo.

HIG: Justamente en el libro Le Peintre de la vie moderne (El artista de la vida moderna. 1863) habla que siempre ha habido un vínculo entre dos postulaciones, él habla de que siempre hay Una postura hacia lo clásico, algo eterno e imperecedero, y al mismo tiempo, sobre lo inmediato y lo más local. Lo acabas de definir muy bien, dos factores de tensión son la muerte y la sexualidad que no es otra cosa que la creación, o la procreación.

En ese encuentro de dos posturas, diría Stendhal entre Rojo y negro (1830), crearía una cosmología que se va traduciendo en poemas tan brillantes como Une charogne (“Una carroña”. Poema XXIX de Spleen et ideal. 1861), en donde narra que va con una mujer de la aristocracia, caminan por un recodo y encuentran a una perra arrancando pedazos de una osamenta, el olor es tan fuerte que ella se va a desmayar; no olvidemos que en los buenos modales para las damas de la época, las mujeres se desmayaban con frecuencia y requerían de sales para recuperarse, un cliché decimonónico. Sin embargo, si es un autor que le escribió un poema a una cabellera donde dice: Mi alma vuela en el perfume como el alma de los demás hombres en la música… si tenía esa sensualidad para disfrutar del perfume de una cabellera de esa manera, ¿cómo habrá percibido esa carroña? Y en el poema, de pronto, le da la vuelta en una perspectiva latina: Dese cuenta, que tarde o temprano, su belleza y su cuerpo será como esa osamenta con sus carnes destruidas. Es una especie de carpe diem. Eso lo dice Ovidio en El arte de amar (escrito entre el siglo 2 a.C. y el 2 d.C.), y evidentemente Horacio quien usa por primera vez esta idea. Ese tipo de cosas, entre la vida y la muerte, está muy presente. Así como esta doble relación entre lo infinito y lo atemporal; por otro lado, lo inmediato, lo local y hasta lo trivial, esto que llaman la doble postulación simultánea.

VQ: Sí, la consagración del instante, por ejemplo, en el poema El mal vidriero, que termina diciendo: «Qué importa la eternidad de la condena, a quien ha tenido en un segundo el gozo eterno.» Yo creo que Baudelaire vivía fiel a esta idea de Nietzsche, cuando dice que al amor no hay que pedirle si no unos instantes, que equivalen a la eternidad. Baudelaire, para utilizar la metáfora de Julio Cortázar, gran traductor de Poe, al igual que Baudelaire se sintió atrapado por la obra de Poe; Baudelaire fue un perseguidor, en el sentido que quiso comerse la vida.

Spleen de París, 1869.

Hemos hablado mucho de su obra más famosa, Las flores del mal. ¿Qué nos pueden decir de Spleen de París?

HIG: Es un libro tremendo. Si pensamos que, en Gaspard de la nuit. Fantaisies a la manière de Rembrandt et de Callot (“Gaspar de la noche. Fantasías a la manera de Rembrandt y de Callot”. Aloysius Bertrand, 1807-1833), un antecedente extraordinario de poemas en prosa, que lo reconoce Baudelaire en su prólogo; en el Spleen de París representa la inmovilidad, la sensación de que no avanza nada en el Segundo Imperio Bonapartista, es la “incapacidad de levantar el alma al creador”, como dicen los místicos. Tiene 50 relatos breves, por ejemplo, con el poeta: «—¿De qué patria eres? —Soy de las nubes, esas viajantes inconstantes nubes»; tiene pequeños relatos de la vida en París donde te das cuenta de la sociedad de masas en ciernes, a los hombres actuando en cierta inercia, sin la consciencia mínima para no prender un puro al lado de un tonel de pólvora, o de un tipo que le llega una carta y que le da tanto miedo abrirla que no entra a casa, o dos niños que en lugar de compartir un pedazo de pan se pelean por él hasta que queda en migajas, ese absurdo de la vida está en el Spleen de París. Lo trabajó por varios años, desde inicios de la década de los 50. Y desafortunadamente al morir en 1867 no puede ver la obra publicada, se reúne en el cuarto tomo de sus obras completas.

Esa prosa poética es el antecedente de Vidas imaginarias (Marcel Schwob, 1896), de Prosas profanas (Rubén Darío, 1896), de El plano oblicuo (Alfonso Reyes, 1920), de Historia universal de la infamia (Jorge Luis Borges, 1935/1954). Son poemas en prosa que no son cuentos, su construcción está elaborada como poemas donde ha prescindido de métrica y rima, que dio extraordinarias muestras en Las flores del mal, un trabajo a consciencia con rimas tan intraducibles entre ange (ángel) y singe (simio), o bois (madera) y voix (voz). Algo tan complejo de traducir que atrajo para hacerlo lo mismo a Reiner Maria Rilke o Walter Benjamin.

Tocas dos puntos que me interesan, su impacto en Europa y en habla hispana. En Europa, en el siglo XIX la escritura también construía nación. ¿Cómo un forastero, como Baudelaire, inspira tanto a otros y llegó a otras lenguas?

HIG: Creo que tiene que ver con Théodore de Banville (1823-1891), uno de los poetas parnacionistas, más otros tres que se encargan de las obras completas en la editorial de Michel Lévy, donde tiene una participación Paul Verlaine (1844-1896). Ahí se hace esta antología famosa de los poetas malditos que incluía a Arthur Rimbaud (1854-1891), quien conoció a Baudelaire, incluso él en Cartas del vidente, que dirigió a Georges Izambard (1848-1931), le llama “un verdadero Dios”, lo elogia y refiriéndose a su genialidad dice: «Todo lo que tiene que hacer un nuevo poeta, el poeta vidente.» Después Stéphane Mallarmé (1842-1898), cuenta que de niño lo conoció cuando Baudelaire iba a dejar una carta, ahí se cruzaron y lo saludó. Sí hay una tradición que va dándole continuidad a esta obra magistral. Estamos hablando de este cosmopolitismo que va llevando a los poetas entre sí. Pienso en el caso de Rilke, tan abierto a las artes plásticas, que fue secretario de Rodin, que tuvo mucha sensibilidad y desde el inicio muestra fruición por Las flores del mal. Baudelaire se va convirtiendo en la piedra de toque de la poesía moderna, una poesía que tiene espacio no sólo para las grandes elegías.

A mí me gusta mucho Victor Hugo, su Leyenda de los siglos (1859/1883) me encanta, así él como escritor y figura. Pero realmente, sientes una gran candidez en Hugo, Lamartine, Musset, Vigny —tal vez no tanto en Nerval—. Baudelaire representa la puesta en marcha de otros elementos y misterios. Hay otros poetas como Constantino Cavafis (1863-1933), o Fernando Pessoa (1888-1935) enclaustrados en la burocracia, poco reconocidos que tienen en su obra una fuerza implosiva relacionada directamente con Baudelaire. Después, las catástrofes de la Primera y Segunda Guerras Mundiales, van a tocar a un poeta tan importante como Gottfried Benn (1886-1956), que le hace un homenaje a La carroña, con un poema tremendo que se llama Schöne jugend (Bella juventud). Baudelaire le quita los diques al imaginario, le quita la sacralidad de los poetas místicos de otros siglos como Santa Teresa o San Juan de la Cruz. En la lengua inglesa de inmediato es reconocido por esta relación con Poe, y en América Latina están Rubén Darío (1867-1916), César Vallejo (1892-1938), Alfonso Reyes (1889-1859), Ramón López Velarde (1888-1921).

VQ: Yo pienso en el más inmediato, cuyo centenario celebramos este año: Ramón López Velarde. En su primer libro La sangre de bota, dice: «Entonces era yo seminarista, sin Baudelaire, sin rima y sin olfato». Podría trazarse una larga fila de poetas tocados por Baudelaire, a fines del siglo XIX lo reconoce José Juan Tablada (1871-1945), Luis G. Urbina (1864-1934) —quien tenía incluso un perro llamado Baudelaire—. Sin embargo, lo más claro es el caso de López Velarde, como lo advirtió muy bien Xavier Villaurrutia (1903-1950) —uno de sus primeros y más inteligentes lectores— que se dio cuenta de la afinidad de estos dos espíritus, pues tanto Baudelaire como López Velarde se vieron en medio de esta crisis entre el Diablo y Dios, entre la carne y el espíritu. Esa dualidad que persiguió a López Velarde y que manifiesta en todos sus versos como Baudelaire.

HIG: Ahora que he releído a López Velarde y Vallejo, los veo como los continuadores, por la métrica. No es una obsesión personal. Todo está medido, bien rimado, con una musicalidad clásica que se innova que, con perdón de Amado Nervo (1870-1919), sí tienen un dinamismo y espectacularidad con el lenguaje. Ese pecado de la vida nocturna lo tenemos con López Velarde en …el santo olor de la panadería, que habla del olor a pan al salir del aquelarre. 

Cuando escucho esto, último, pienso en esa apropiación de París que Baudelaire hizo a través de la caminata, de ahí la palabra flâneur, ese vagabundear, ese caminar sin objetivo alguno donde la urbe se le revela, entonces a sí mismo él se revela y se convierte en parte de ciudad. Esa idea atrajo a Walter Benjamin (1882-1940).

HIG: Benjamin hace una lectura muy puntual porque es desde cierto materialismo histórico. Benjamin con La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1935) con el autor como reproductor, está metiendo ideas del marxismo y lo hace con un gran talento, porque hay una pequeña secuela pocas veces notada, en el Manifiesto del partido comunista (Engels y Marx, 1848) en la primera página tres veces se dice fantasma. Y Benjamin habla mucho de la fantasmagoría del siglo XX, que no se puede analizar en términos puntuales, pero representa el imaginario de las costumbres nutrido por un mundo complejo regido por el dinero, el interés, el rédito y la explotación. Eso de alguna manera ya lo había mostrado Baudelaire. Lo que hace Benjamin es ajustar y hacernos notar cómo muchos de los personajes, como te decía del poema Los Faros, tienen una belleza como la del granuja, la del patán, la belleza de lo obsceno. La estética del siglo XX es más compleja, esa tradición y ruptura en las artes de Octavio Paz, en el siglo XX encuentra su máximo ejemplo. En ese sentido Baudelaire está adelante no sólo de Benjamin, también de teóricos como Theodor Adorno (1903-1969) o Marcel Duchamp (1887-1968) que deconstruyen el arte y la forma en la lo percibimos. El arte no trabaja de manera inocente ajeno a las clases sociales, Baudelaire muestra que nuestra exploración del mundo está regida por nuestra percepción de clase y su aspiración. En su obra póstuma Libro de los pasajes (1982), Benjamin reconstruye París a partir de esta novedad de las galerías, de los almacenes, de la fantasmagoría que tiene la capital de la moda, la capital del arte, de la innovación. Va de la mano de la pasión y obsesión, de no estar tranquilos, es ese trastorno de la sociedad de masas.

VQ: Yo creo que el gran monumento de Baudelaire, aunque existan varios de ellos en París, por ejemplo, su tumba en el cementerio de Montparnasse, con el cenotafio en su memoria, o el busto que se encuentra en el Jardín de Luxemburgo, en donde Baudelaire solía pasear desde niño y también de adulto. Pero, la ciudad de París, esta toda consagrada a él. Lo que hace Baudelaire, según Walter Benjamin entre otras cosas, es convertir a París en protagonista de la poesía lírica. Baudelaire logra con esta caminata, con esta gratuidad del flâneur, que recorre la ciudad sin un objetivo fijo, pero como decía Poe, ser “el hombre de la multitud” que lee la ciudad y lee en sus habitantes. Gracias a eso, Baudelaire pudo llegar a entender que, aquél que no puede poblar su propia soledad, tampoco podrá estar solo en medio de una multitud.

Esto lo dice en un poema en prosa sobre las multitudes en su libro Spleen de París, incluso inicialmente lo iba a titular el Paseante parisino, el Paseante nocturno, porque Baudelaire fue un flâneur incansable de la ciudad. Él solía decir que una ciudad cambia más rápidamente que el corazón de un mortal. Y en su corto trayecto vital le tocan todos los cambios que sufre París a través de las modificaciones que hace George-Eugène Hausmann, con la demolición de muchas calles y edificios para los grandes bulevares y la aparición de grandes monumentos —que tuvieron una función política, eso lo estudió muy bien José Emilio Pacheco, cómo el ancho de las calles tenía por objetivo que la policía llegara más rápido a las fábricas para suprimir las huelgas—. Baudelaire que solamente tuvo un sarampión político en 1848, siempre se manifestó contrario a los intereses políticos. Por eso creo que podemos considerarlo epicúreo, amaba la belleza sobre todas las cosas desde muy joven. En su estudio, en la única casa que tuvo en el Hôtel Pimodan, en la isla de Saint-Louis, se rodeó de objetos bellos, muebles muy hermosos, tenía el cuadro que de él pintó Emile Deroy, cuando tenía veintitantos años, cuando conoce a Jeanne Duval, quien se convertiría en su venus negra, una parte de su pasión por el amor carnal, el amor terrenal. Sin embargo, a Jeanne se deben algunos de los poemas más hermosos y más intensos de Las flores del mal y el Spleen de París; recuerdo en este momento el ya citado Un hemisferio en una cabellera, que me parece uno de los poemas en prosa más bellos que jamás se han escrito.

Con Benjamin en mente y el Spleen de París, pienso mucho en un spleen de la Ciudad de México, porque en la obra de Charles Baudelaire hay también una provocación, un sentido del humor y sarcasmo que incluso en este siglo XXI es peligroso, ahora como entonces, todo es amargamente serio y rígido.

HIG: Cuando viene la Revolución del 24 de febrero de 1848, que da lugar, desafortunadamente, a unas elecciones donde gana Bonaparte el pequeño, encuentran en las trincheras a Baudelaire. Él nunca se había manifestado ni por asomo, por una causa revolucionaria, pero lo encuentran con un arma larga de la época gritando: «¡Vamos a matar al general Aupick!». En realidad, él lo que está diciendo es: Vamos a matar a mi padrastro. O sea, se está burlando de la causa social con su problema con Aupick. Él tenía mucho eso. Hay otra anécdota en donde dijo: «Tengo unos pantalones hechos con la piel de mi padre muerto», ese tipo de expresiones sin tomarlas en serio, me parece es la base de su humor. En otro imaginario, tiene mucho de místico y de religioso, pero su Don juan en los Infiernos no es literal, es una suerte de gracejo, que cuando lo decimos no nos estamos tomando en serio a nosotros mismos.

Hoy pareciera que todo lo que decimos o tuiteamos, lo decimos a pie juntillas, lo que provoca la censura y el radicalismo que roza con lo fascista. Cuando critican a Chaplin después de El gran dictador (1940), por haber imitado a Hitler, él contestó: En el momento en que no nos podamos reír de nosotros mismos estaremos más perdidos. A mi parecer, Baudelaire lo hace constantemente.

Retrato de Baudelaire joven, pintado por Emile Deroy, 1844.

A 200 años, ¿cómo sintetizar la trascendencia de Charles Baudelaire?

VQ: Baudelaire muere el 31 de agosto de 1869, muy poca gente asistió a su funeral. El poeta Théodore de Banville dijo: «No solamente ha muerto un gran poeta, sino un poeta genial». Las palabras de Banville, hoy nos recuerdan que Baudelaire es un autor de genio que nos sigue iluminando, mientras que otros se quedan con el paso de los años. Eso sucede con Théophile Gautier (1811-1872), que fue un gran poeta en su tiempo, a quien dedica Baudelaire, nada más y nada menos que Las flores del mal, con una dedicatoria muy generosa. Evidentemente Gautier era un gran poeta, pero nunca alcanzará la grandeza de Baudelaire.

Lo que me llama la atención es esta capacidad que Charles Baudelaire tuvo para darnos un escritor completo. Él quiso ser y logró ser ese espíritu crítico que es el único que permite que el arte vaya por delante. Él decía a los 30 años de edad: «Debo tener 90 años, porque he vivido 3 años por cada mortal.» Muere a los 46 años, que fueron muy pocos, con el cabello gris, envejecido prematuramente, sin embargo, él supo vivir con una intensidad y avidez que hace que nosotros lo sigamos constantemente y lo leamos e imitemos esa sed de vida que nos enseñó.