Fernanda Melchor entrega su tercera novela al lector. Un relato ametrallado y perturbador sobre la violencia, sobre la misoginia, sobre la descomposición de una sociedad y su podredumbre
Ana León / Ciudad de México
Escribe Joan Didion en Sur y Oeste: «… el aire de Nueva Orleans va cargado de sexo y muerte, no muerte violenta sino muerte por descompisción, por exceso de madurez, por podredumbre, muerte por ahogamiento, por asfixia, por fiebres de etiología desconocida» y al leer Páradais (Random House, 2021), la tercera novela de Fernanda Melchor y la forma en que narra las historias de Polo, “El gordo”, la señora Marián y Milton, enclavadas en el paisaje del puerto veracruzano, ese aire cargado de sexo y muerte por descomposición lo llena todo. Le da sentido a todo. La violencia en las novelas de Melchor, por lo menos en ésta y en su anterior libro Temporada de huracanes, es una constante, desde lo más gráfico hasta lo más nimio pero, y sobre todo, desde el mismo lenguaje y su sonoridad, el ritmo y las palabras elegidas minuciosamente, obsesivamente. Conturba y perturba al mismo tiempo.
Para acercarnos un poco más a esta novela, charlamos con la autora.
El otro día estaba escuchando una entrevista con Mariana Enriquez y le preguntaban por qué hacer libros de terror cuando ya la vida real era bastante terrorífica, por qué la necesidad de reproducir eso en lo imaginario. Y yo pienso en tus dos novelas, ¿por qué el deseo de reproducir esa violencia que ya vivimos en este país y que tiene una de sus máximas expresiones en los feminicidios, por qué llevarlo a lo imaginario en tus libros?
No sé realmente. Para mí es una necesidad y no es tanto reproducir la violencia sino darle sentido. Para mí pasa por tratar de entender por qué ocurre, cómo ocurre. Es una exploración que a mí me gusta hacer, que yo siento la necesidad de hacer y no porque yo me sienta como en un ladrillo moral de decir «yo les voy a decir lo que está bien y está mal», al contrario. Siempre la literatura ha sido el medio que yo uso para entender.
Desde muy chica fui una lectora empedernida y vivía en una familia que muy a menudo mis padres estaban todo el tiempo trabajando, entonces yo y mi hermano estábamos todo el tiempo solos y si tenías alguna duda tenías que arreglártelas para hallar una respuesta y para mí siempre fue la literatura. El leer libros, las novelas, por ejemplo, allí yo encontraba una guía acerca de lo que era el mundo y qué podía encontrar en el mundo, fuera amor o maldad, crimen o aventuras. Yo soy una de esas personas que vivieron mucho a través de la literatura cuando eran muy jóvenes. Entonces, creo que es natural que también las cosas que más me preocupan, las que más me inquietan, las que más me asustan, trato de ponerlas por escrito y trato de darles un sentido de esta manera.
Y justo hablando de ese sentido, ¿qué sentido encuentras al escribir una novela como Páradais?
Yo lo que quería era un poco poner en juego distintas actitudes vitales. En Páradais están estos dos chicos, Polo y Franco [El gordo]. Franco definitivamente tiene una mentalidad bastante patológica, obsesiva y despiadada en el sentido de que su deseo es lo único que le importa y él va a llegar hasta las últimas consecuencias con tal de satisfacerlo, en una suerte de actitud compulsiva, casi imperiosa. Y eso es parte de lo que sucede en el caso de la violencia contra las mujeres y no sólo contra las mujeres, en general contra todo el mundo.
También está esta violencia más escandalosa a la que nos hemos ido acostumbrando poco a poco y que es la violencia del narco. La guerra entre el narco y las autoridades. Esta guerra en donde no sabemos a veces quién es quién, dónde empieza el uno y termina el otro, y que invade comunidades enteras y que obliga a la gente a modificar su vida, su cultura, su espacio, sus territorios y eso también está presente en la novela. Y un poco también, la situación en la que muchos jóvenes, y no tan jóvenes, se ven cotidianamente en la disyuntiva entre colaboro o me resisto, pero si me resisto me matan, entonces mejor colaboro para salvar mi vida y dentro de lo posible trato de escapar si puedo. Y también está esta otra actitud de los chavitos del pueblo de “me voy a unir al narco porque me van a dar una pistola, una radio y eso le da sentido a mi vida” y le da emoción a una existencia más bien rutinaria.
Luego está la actitud de Polo, es una violencia más soterrada. Es una violencia que pasa mucho por la misoginia, que pasa mucho por el machismo. Tiene esta idea de la sexualidad donde requiere de cierta dominación y cierto control sobre la mujer para poder ejercerla. Y fíjate como para Polo, aunque no es una violencia tan escandalosa como la del narco, tan global, ni una violencia perversa como la de Franco, es esta idea de que ser hombre es luchar eternamente contra las mujeres. Para Polo ser hombre es dominar a las mujeres. Y como él está siendo dominado por ellas —por su madre, por Zoraida, por la señora Marián, por la gente que lo rodea—, entonces, él se siente disminuido y esa es una fuente de frustración terrible para él. Y es, no en poca medida, lo que desencadena también las acciones de la novela.
Pero es curioso, porque en general yo no me pongo estos propósitos cuando voy a escribir. En realidad, tengo una mente que funciona con base a historias, entonces todo el tiempo me estoy contando historias y a veces estas historias cobran tal fuerza que digo: quiero vivir aquí un rato, quiero ver qué encuentro; me voy a enamorar de estos personajes por asquerosos que sean, voy a meterme en sus cabezas y voy a escribir este libro. Y es algo que a veces pasa y a veces no pasa.
Siempre me preguntan mucho en cuanto a la realidad de mis libros. Entiendo por qué, porque hay referentes que son muy parecidos. Yo me considero una escritora eminentemente realista y, al mismo tiempo, también interesada en cosas distintas, en cosas sobrenaturales, psicológicas, personalísimas, espirituales, tal vez.
En una biografía sobre Silvina Ocampo [La hermana menor, Mariana Enriquez, Anagrama, 2018], sobre su escritura se cuestionaban los lugares a los que se metía para dominar “ese tipo de lenguaje”, hablar con tanta ironía y precisión que dominaba en su escritura —hay que recordar que la autora pertenecía a una de las familias más prominentes de la Argentina. Y esa misma pregunta me surge contigo: el lenguaje es potentemente coloquial. ¿Dónde te metes?
¿Dónde me meto? Pues en todos lados. Donde puedo. Siempre estoy con la oreja parada, escuchando giros, escuchando palabras. Soy una total enamorada de las palabras, desde muy pequeña me fascinaba; siendo muy lectora, pero lectora de enciclopedias, de novelas, lo que cayera, ¿sabes? Incluso el periódico, la etiqueta del shampoo, de la lata de sopa de tomate. Todo, todo, leía todo. De hecho mis familiares me apodaban la pequeña Larousse cuando era niña, porque si alguien decía “¿qué quiere decir esa palabra?”, yo sabía que quería decir. Y si alguien preguntaba qué comían los esquimales, yo sabía qué comían los esquimales porque lo había leído en una enciclopedia. Siempre he vivido a través de los libros, por lo tanto las palabras para mí son importantes. Y desde muy chica entendí que hablamos una misma lengua, pero que hay muchas lenguas, también: hay lenguas, por supuesto, nacionales, hay lenguas locales, regionales, familiares, personales, de pareja. Siempre tomé en cuenta esta realidad de que cada persona construye un poquito su propia lengua y eso es algo que siempre quiero reflejar en mis libros. Incluso aunque estén contados en tercera persona, con un narrador más o menos omnisciente o equisciente a veces, siempre hay una necesidad de incluir las palabras que mis personajes usarían para describir su propia realidad, porque me parece que importa.
En Páradais me fui un poquito al extremo, porque si bien en Temporada de huracanes ya había una construcción coloquial del lenguaje, desde lo vulgar, desde lo crudo, para un poquito poner al lector en confrontación con estos lenguajes misóginos, homofóbicos, racistas y clasistas, por otro lado, en Páradais yo necesitaba otra cosa, crear más bien un choque de registros y por eso hay palabras cultas, raras y palabras muy vulgares también, combinadas.
Creo que Páradais es la novela que tiene un lenguaje más personal. Yo hablo muy así. Quienes me conocen, mis amigos, saben que contínuamente combino esos registros y que es parte de una especie de sello personal. No sé de dónde sale, supongo que es porque soy de Veracruz y crecí escuchando a gente que posee una tremenda habilidad verbal, gente que improvisa, que te hace reír, que te asombra, que te conmueve; pero yo no soy buena tanto hablando, todo eso lo he capturado y lo he vuelto palabra escrita.
Sobre la sonoridad, a mí me interesa mucho en mis novelas. Yo las leo en voz alta cuando estoy corrigiendo y constantemente me gusta elegir palabras no nada más por lo que significan, sino también por cómo están combinadas; por en efecto no sólo poético en el sentido de producir una emoción, sino poético por el mismo sonido fonológico. Las palabras no sólo significan cosas, sino que su mismo sonido y su textura nos hacen llevarnos a lugares.
Por otro lado, sí me interesa abordar la violencia, pero también creo que soy violenta cuando escribo en el sentido de que me interesa también dejar una marca en el lector. Me interesa que el lector no quede indiferente.
Mencionabas que no sólo es la violencia en tus libros, sino también hay otras cosas y justo me gustaría que me hablaras del paisaje, del lugar de origen (Veracruz), de esa naturaleza salvaje que se antepone a la domesticación del pasto inglés de Páradais y que por más que Polo lo machetea, sigue creciendo y esta imagen que tiene cuando está ante esa casona frente al río, abandonada, de esa naturaleza extraterrestre y monstruosa. Y el olor del agua, la putrefacción y aquí pienso en Joan Didion, lo que escribe en Sur y Oeste (Random House, 2018): «… el aire de Nueva Orleans va cargado de sexo y muerte, no muerte violenta sino muerte por descomposición, por exceso de madurez, por podredumbre, muerte por ahogamiento, por asfixia, por fiebres de etiología desconocida.»
Finalmente somos cuerpos enclavados en un territorio específico. Yo tengo ocho años viviendo en Puebla, pero sigo escribiendo sobre Veracruz. Y las experiencias de mis primeros veintitantos años de vida tienen que ver con Veracruz, con su luz cruel e implacable pero, al mismo, tiempo hermosa, que ilumina todo. Es una experiencia muy particular. A veces, Luis Jorge [Boone] que es de Monclova se ríe de mí porque dice “oye, es que tú haces ver como que ser del puerto es pertenecer a la realeza”. La verdad es que es un lugar muy particular, muy cargado de historia, de sucesos, con una configuración social peculiar. Todos los lugares son únicos, pero pienso que Veracruz puerto y sus zonas aledañas tienen algo peculiar y único. Y creo que no estaba suficientemente cartografiada esta región en la literatura.
Lo que quería era referirme a estos paisajes en los que crecí, esta zona del río Jamapa, de la isla del Amor, del estero; toda mi vida viví en estos lugares. Muchas de las cosas que Polo ve son cosas que ni siquiera he tenido que volver a visitar para poder escribir de ellas, porque están grabadas en mi mente. La sensación, el calor, todo eso está grabado en mi carne; para mí es natural escribir acerca de eso.
La naturaleza en la literatura jamás es naturaleza, es también una metáfora. Páradais es un lugar que la gente con dinero crea para “protegerse” del exterior, para protegerse del mal que está del otro lado del río en estos pequeños pueblos; que circula todos los días en las carreteras y por las calles, que los marinos combaten, y eso lo hemos visto en Veracruz y en muchísimos estados de la República. Entonces, la naturaleza que de todos modos invade Páradais, es como una metáfora de esta violencia que es, vamos a decirlo, inherente al ser humano, que nos ha sido dada por la evolución. Que la sociedad hace que nos contengamos, la educación, la religión, la moral hace que la volvamos socialmente útil, pero que en sí anida en el corazón de todas las personas. Entonces, esta vegetación implacable que busca los resquicios siempre para entrar y que, de repente, nace del mismo corazón de Páradais, es una metáfora de la violencia que está en todas partes y de la que todos somos capaces de ejercer.
Por otro lado, también, es una construcción técnica. Los paisajes sirven para encadenar cosas en la novela. Yo quería que la novela realmente fuera como un hilo que una vez que empezaras a leer no pudieras parar. Y que se fuera de A a B, a lo mejor retorcidamente, pero lo más directo posible. Y muchas veces, en este ir y venir de personajes, ir y venir de escenarios, los paisajes tienen esta función de embonar entre las mentes de los personajes y entre las distintas locaciones.
Sobre esas otras referencias en tu escritura. Está presente La condesa sangrienta, ¿por qué metes este personaje, una mujer que mató a más de 600 mujeres?
Bueno, esa es la condesa Erzsébet Báthory. Sí está un poco basada en ella. ¿Por qué lo hice? Bueno, por que soy una fanática de las historias de terror y las leyendas. ¡Me encantan! Me encanta escucharlas. Me parece interesantísimo cómo se reproducen y van modificándose. Y en el caso de La condesa sangrienta de Páradais, hay un antecedente que es una leyenda que en Veracruz se llama “La condesa de Malibrán” y se parece un poco a la historia que yo estoy contando, también está anclada en varias casas en Veracruz y es un personaje histórico que existió pero, por supuesto, no fue condesa, más bien esto que le inventaron eran unos chismes. Pero a mí me gustaba mucho la naturaleza sexual de esta leyenda, porque hasta donde yo recuerdo, era una mujer que raptaba jovencitos de colegios o seminaristas, adolescentes, los torturaba y los mataba. Y en mi mente, entre infantil y adolescente, los violaba; lo hacía como una especie de gratificación sexual: los usaba y los tiraba. Un poco como lo que hacía Erzsébet Báthory. Pero yo mezclé muchas cosas.
Pero me interesa porque para mí es un símbolo de cómo la misoginia no está solo anclada en el desprecio de las mujeres, sino también el pavor que las mujeres producen en ciertas mentes masculinas, como nuestra capacidad para procrear, para parir hijos, los misterios de nuestra menstruación —lo que para ellos es un misterio—, todas estas cualidades que se nos adjudican de dominación, de embrujo, de misterio, de incomprensión, lo asociamos a la luna, a lo misterioso a la noche. Una parte de la misoginia es también esta actitud de los hombres hacia las mujeres que es de miedo, les producimos terror y quería dejarlo como en claro, quería ponerlo de otra manera. Me gusta dejar esa posibilidad psicológica. Aunque, por supuesto me interesa muchísimo jugar con estos elementos de horror, sobrenaturales, en mis novelas.
Respecto al efecto físico que buscas producir en el lector cuando lee tu libro, que la literatura marque, que deja huella, que cierres el libro y sientas vértigo, un mareo, que produzca esos efectos como me has dicho. Y que pasa. Al leer la primera parte yo no pude dormir. Sentí una ametralladora en la cabeza y el pecho, por ese ritmo vertiginoso y sonoro que mencionas hace un momento. Pero ¿qué te produce a ti cuando terminas una novela como ésta?
Más que cuando termino de escribirla, cuando estoy construyéndola. Hay un periodo de crisis siempre que viene cuando ya encontré la forma definitiva y ahora me tengo que sentar a terminarla de esa manera en particular. Porque meses antes hay un trabajo de construcción de personajes, de escenarios, de detalles… son muchas páginas que escribo pero que a veces no llevan a ningún lado y que a mí me ayudan a aclarar la idea y el tono. Pero cuando ya la encuentro, ahí si viene un momento bien rudo y es difícil vivir en un laberinto que tú mismo te creas con estas emociones tan intensas, pero, te voy a ser sincera, lo más difícil es salir, en el sentido de que cuando yo construyo este laberinto, lo único que quiero hacer es vivir ahí todo ese tiempo. Y, por ejemplo, tener que lavar los platos, tener que ir al dentista, tener que dar entrevistas, se vuelve bien difícil porque me frustra mucho, porque yo quisiera más bien estar ahí y avanzar en el trabajo. Me vuelvo obsesiva. Es complicado poder arreglar tu vida para que eso sea posible. Y yo llego a un punto en el que digo, si no puedo trabajar así, prefiero no trabajar. Eso a veces no es muy práctico, las cosas se ponen difíciles, la pareja de uno a veces no entiende. Ahora estoy con Luis Jorge que es escritor y nos apoyamos mutuamente. Pero durante mucho tiempo escribir era pretexto para pleitos con parejas, porque me clavo tanto que no puedo hacerlo de otra manera.
**Alerta spoiler: Si no han leído la novela, tal vez prefieran no leer la siguiente pregunta.
Leo el final y pienso en Polo y en toda la frustración, en todo lo que se le queda encima. Es una explosión de cuestiones sociales a las que están sujetos los personajes, de roles, pero también el lector. Me frustró, pero creo que no podría haber sido de otra manera.
No me imaginaba a Franco Andrade saliendo de esa casa. Y también quería darle a la señora Marián esa oportunidad de defenderse, digo, en un último momento y de esta forma horrible. Ese fue el verdadero reto de la novela, construir este discurso misógino al rededor de ella, pero también encontrar espacios dónde mostrarla como una persona, como una mujer generosa, cariñosa, dedicada a su hogar, no nada más el trozo de carne o la mujer despiadada que Polo quiere ver en ella, sino una mujer que al final lucha con dientes y uñas por sus hijos.
¿Te digo una cosa? Yo creo que Polo, en el fondo, prefiere estar en la cárcel que con su mamá. Al final es una especie de liberación y este nado que él hace en el Jamapa de noche es una especia de purificación que él mismo se hace, por eso después está como en este estado de tranquilidad. Como que yo lo noto muy tranquilito de conciencia. De hecho es lo que mí me parece lo más espeluznante. Esa negación total que él vive, a mí me parece lo más escalofriante y casi al punto de la locura.
Aquí un fragmento de la novela.
Imagen de portada: Río Jamapa, Veracruz