Nona Fernández, una memoria estelar

La obra de la escritora chilena es una exploración constante de lo que es la memoria y de los mecanismos a través de los cuáles funciona. En su ensayo, Voyager, esa curiosidad la vierte en el verbo constelar… constelar recuerdos

Ana León/ Ciudad de México 

La pérdida de conciencia de tu madre te lleva a una exploración de lo que es la memoria y los mecanismos a través de los cuáles funciona la memoria. Y la memoria es un tema recurrente en tu obra, ¿por qué te interesa explorarla, más allá de lo obvio? 

Yo partí con un proyecto literario hace casi veinte años atrás, con una primera novela, que lo que buscaba era investigar la historia reciente de mi país, la historia de la dictadura chilena que fue mi escenario de niñez y de adolescencia, ciertas claves que, una vez que llegó la democracia, no estuvieron aclaradas, por decirlo así. 

Llegó la democracia y eso fue, para ser justa, igual hubo algo de esclarecer cosas, de reparar también, pero ha quedado mucho, muchísimo bajo la alfombra. Entonces, desde que partí, partí un poco desde esa investigación. Es una investigación que tiene que ver con la memoria de mi país, con la memoria de mi generación, pero que, por supuesto, no está instalada en lo oficial o en lo grande, sino que en lo doméstico. Mucho tiene que ver en cómo desde nuestras propias domesticidades, nuestras propias individualidades, se vivió aquello; cómo la gran historia se cruza con la pequeña historia, son estas simbiosis que son imposibles de separar.

Una historia llamaba a la otra y a la otra… y siempre esas historias eran archivos no conocidos, no contados, archivos a investigar para mí desde mi propia biografía, o archivos de la historia grande, de la gran historia. Y en algún momento, ya escribí la La dimensión desconocida (Random House, 2016), y dije, yo creo que ya es momento que termine este proyecto o me vaya a otros temas. Porque siempre inauguraba un libro pensando que se iba a tratar de otra cosa, pero siempre volvía al tema de la memoria, la memoria histórica, sin duda. Y mis editores de Random Chile me dijeron que estaba bien que cambiáramos el tema de la memoria, pero me dijeron: ¿qué te parece si hacemos un ensayo —que era un género en el que yo nunca había entrado de todo— sobre la memoria? Me interesaba, pero quería tocarlo desde un lugar distinto que tenía que ver con otras miradas, la memoria neurológica, la memoria individual, la arbitrariedad de los recuerdos, cómo recordamos, qué recordamos cuando recordamos, quién nos pautea esos recuerdos. 

Es una obsesión, es un demonio que tengo instalado yo creo que por la biografía que he tenido, por los procesos históricos que han marcado la historia de mi país y de mi generación, que han intentado que el olvido sea como una pátina para poder partir de nuevo y han sepultado mucho en el olvido. 

Tengo la teoría de que somos nuestros recuerdos. Entonces es muy difícil emprender cualquier camino como sociedad, como comunidad y como personas si no sabemos lo que hemos hecho, si no sabemos lo que hemos sido. De ahí parte todo.

Uno de los puntos que tocas es la manera en que se pautan nuestros recuerdos, en ese sentido qué pesa para ti más: ¿la memoria personal, la familiar o la histórica? 

Yo creo que la memoria está compuesta de todas esas capas. Nuestros recuerdos están contaminados, por decirlo así, de los recuerdos colectivos, de los recuerdos de nuestros padres, de los recuerdos generacionales y de nuestro propio recuerdo personal. Si pensamos en la historia como un gran cuento de memoria, es muy difícil que ese cuento no esté construido de los retazos de las historias personales. 

Sabemos que la historia oficial es una historia más bien clausurada y que tiene que ver con las dinámicas del poder, el poder nos instala una historia, por lo tanto nos instala una memoria. Pero si somos fieles a la materia de la memoria, habría que entender que no existen las historias oficiales, que no existen las memorias clausuradas y que están siempre en constante movimiento porque es un material hecho con muchos hilos, tejido con muchos hilos. 

Y lo que creo que sí es un tema a atender, es que es imposible construir una memoria colectiva ni tampoco una memoria personal, sin tener en cuenta lo arbitrario de los recuerdos, lo caprichoso de los recuerdos, lo poco claro de los recuerdos. La memoria es una materia muy porosa muy líquida y que debemos siempre desconfiar de ella o confiar pero sabiendo que no hay claridad. Y eso es lo hermoso de los recuerdos. 

Y la otra materia que es muy interesante ver dentro de ese relato, es que también a nivel inconsciente, casi orgánico, contenemos memoria que es la memoria de la humanidad y está en nosotros y está tan incorporada que no la observamos, no sabemos todo lo que recordamos cuando estamos ahora conversando, cuando estamos respirando, cuando estamos movilizándonos en el mundo. El recuerdo no solamente es un espacio que está en el hipotálamo o la memoria, sino que también está en la corporalidad.

Cuando recordamos ¿ponemos en duda o reafirmamos? 

A mí siempre me gusta la idea de la sospecha por ser una cosa más personal. Creo que siempre es interesante poner en sospecha los recuerdos, sobre todo los recuerdos oficiales. Las grandes historias oficiales siempre hay que sospechar de ellas y complementarlas desde otros lugares y quizá reafirmarlas, pero desde otros lugares, desde otros recuerdos. Creo que la única manera de reafirmar recuerdos es sospechando de ellos. Esa sospecha te va tejiendo otras aristas de los recuerdos; pero creo que el verbo sería sospechar, siempre sospechar. 

Siempre a la idea de memoria está asociado el olvido, pero también está este olvido “inducido”, por decirlo de alguna manera, en la censura del discurso de tu hijo en la escuela —que cuentas como una de las historias del ensayo—, está aquello que no se «debe» recordar y justo me parece muy importante porque justo a esta idea de olvido se asocia también la idea del perdón y, lo que mencionabas hace un rato, esta retórica reconciliadora que oculta. 

En el caso de ese episodio concreto es bien gráfico, ¿no? Es bien gráfico cómo de alguna manera vivimos dentro de guiones, que son guione que no construimos nosotros, nacemos con esos guiones que otros —normalmente otros, no otras— han escrito y vamos viviendo en esas lógicas modélicas que empezamos a normalizar y empezamos a no sospechar de ellas y esas lógicas modélicas, también, van pautando nuestros recuerdos. Voy a ser muy concreta en relación a la historia de Chile, que es la que maneja el libro, pero que es por supuesto ampliable a la historia de México, la historia de Latinoamérica, que es esta idea de, efectivamente, trazar un momento de reconciliación y de perdón donde el recuerdo del trauma molesta y como el recuerdo del trauma molesta, el recuerdo del trauma se olvida y quien quiere recordar el trauma, se sale del modelo, se sale del patrón y es mirado como paria y es excluido. 

Entonces, tú para poder realizar tu vida sin problema, sin molestias tienes que volverte modélico y habitar el guion. Los modelos pautan nuestros recuerdos porque pautan nuestros puntos de vista. Y al pautar nuestros puntos de vista, también comienzan a decirnos qué es lo que debemos recordar y qué es lo que no debemos recordar. ¿Cierto? Y eso es brutal. 

Y yo asocio esto a lo que Chimamanda Ngozi llama “el peligro de una historia única”. 

Claro, absolutamente. La idea de la historia oficial. Nos pautan una historia: esto ocurrió de una manera. No se cuestiona porque nos lo enseñan en el colegio, porque nuestra familia habita también esa historia. Y solamente es la sospecha la que nos hace mirar hacia otro lugar, por eso es tan interesante ejercerla. 

¿Qué te produce como narradora, hay una parte en que hablas de la Constitución de 1980, ahora que Chile está legislando ya una nueva constitución? ¿Qué efecto tiene en ti cuando esta memoria del pasado se confronta tan literalmente con esta “memoria del presente”, con esta memoria en construcción? 

El proceso acá ha sido interesantísimo en términos de pensarlo desde la clave de la memoria, desde ese lugar, porque hemos comprendido que aquí, de alguna manera, hemos habitado un tiempo circular, un tiempo circular donde se nos ha hecho pensar que avanzábamos hacia a un lugar, que veníamos de una dictadura y que nuestra democracia avanzaba hacia un lugar muy lejano a la dictadura, pero realmente hemos entendido que no hemos salido nunca de ese espacio dictatorial, que hemos estado pisándonos la cola; como ratoncitos en una pequeña jaulita habitando ese guion. 

La democracia chilena de alguna manera maquilló las lógicas dictatoriales y, en términos de pautas sociales, políticas y culturales, estamos en lugares muy similares, pero no nos dimos cuenta porque nos lo hicieron ver de otra manera. Hemos evidenciado también, que este gran guion que es la Constitución de un país, que es el mapa que marca el viaje de un país, cómo va circulando un país, es un guion pautado por la dictadura, pautado por Augusto Pinochet. Y no hemos salido de ese mapa… bueno ya estamos saliendo de ese mapa. Por lo menos nos pusimos de acuerdo y dijimos, vamos a tener una nueva Constitución. Es la oportunidad de hacer ese corte definitivo con la dictadura y salir de este tiempo circular. 

Ahora mismo mencionas la palabra mapa y me lleva a relacionarlo justo con el inicio del libro que son estas imágenes de la actividad en el cerebro de tu madre que te llevan a pensar en esos mapas estelares y esas fotografías, las constelaciones. Me gustaría justo que me hablaras de esta idea que manejas de “constelar recuerdos”.

Tuve la posibilidad de ver las neuronas de mi madre funcionando y dije, esto parecen estrellas, que loco. Y empecé a jugar con esa idea. Creo que el libro se construyó bajo esa lógica de constelación. Si bien,  y lo cuento un poco ahí, las constelaciones son un grupo de estrellas que un ojo arbitrario en la antigüedad vio ahí algo y con su propio punto de vista las asoció, vio un dibujo y además le entregó una historia a ese dibujo, yo creo que de la misma manera acá yo lo que hago es asociar distintos elementos que tienen que ver con la memoria y los hago constelar bajo mi propio punto de vista. Es mi ojo arbitrario que junta estos temas, pero, además de tener esa estructura como de constelación, porque los temas no tienen que ver el uno con el otro, salvo la memoria y mi visión, creo que hay algo que también me gustó mucho y es entender la idea de constelar como una especie de verbo que se hace en colectivo. O sea, uno constela en un momento histórico y en un momento generacional con distintos hechos y con distintas personas, que las elegimos o no las elegimos. O sea, no hay nada que yo haga que no esté directamente relacionado con los otros y con las otras. Aunque no quiera, yo me podría encerrar aquí en mi casa y no puedo, yo estoy constelando en colectividad. Me guste o no me guste. Es parte del ejercicio humano. ¿Cierto? 

Creo que es un verbo que nos hace entender la lógica de estar siempre orbitando y actuando y viviendo en relación a otras y otros, y eso también, a la luz de la pandemia, me hace otro sentido. No podemos ser, no somos seres aparte de los otros. Estamos, y aquí voy a ser súper clara, para bien, condenados y condenadas a habitar un espacio con otra persona y esa es la fortaleza de la vida. 

Imagen de portada: Sergio López Isla / Clarín