En los diez relatos que integran Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio, la escritora juega con nuestra relación con la tecnología y nos pone de frente con la forma en la que construimos la realidad y cómo nos presentamos desde esa relación
Ana León / Ciudad de México
Cuando Andrea Chapela escribió los cuentos que hoy integran Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio (Almadía, 2020), se encontraba estudiando en Iowa un máster en escritura creativa en español. Antes se matriculó en Química en la UNAM. La lejanía le permitió a su recuerdo de la Ciudad de México cierta nostalgia. La urbe en la que nació y creció, y en la que se encuentran todos sus espacios emotivos, es escenario y personaje de muchos de estos relatos. La intención de narrar desde aquí además de estar relacionada con los afectos, tiene otro motivo, y es que como explica en esta conversación, «no sé escribe tanto acerca de cómo va a ser el futuro desde aquí y cuanto más lo pensaba, más estaba segura que el futuro aquí iba a ser muy distinto que estos futuros de la ciencia ficción que hay en Nueva York, París, Tokio, que las cosas iban a funcionar distinto aquí, un escenario que ha sido menos explorado.»
La ciencia ficción es el género desde el cual Andrea Chapela nos confronta con nuestra relación con la tecnología. Todo eso que está ahí, todos los vicios que ha generado esta convivencia y las formas en las que construimos nuestra identidad son el combustible de cada uno de estos relatos en los que vemos a sus protagonistas enfrentarse a la vida vivida a través de un perfilador, mucha de la memoria del pasado flotando en una nube; a una experta en modificar el pasado y las intenciones, una reconexión cognitiva capaz de pasar el escrutinio policial; o a la misma escritora jugando con el lector con una autoficción desde la ciencia ficción.
Cada uno de estos relatos bien podría ser materia de trabajo de una serie de alguna plataforma de contenido bajo de manda. Pero Andrea Chapela no piensa en la escritura de guiones porque dice que la escritura de ficción le permite pensar e imaginar mundos sin tener que pensar en cuánto cuesten y aunque la idea de lo colaborativo que es un guion, por todas las manos que lo tocan antes de llegar a la pantalla, le agrada, le gusta poder ser la dueña de la historia y de lo que la gente va a experimentar. «Y de hecho en este libro, sobre todo en el cuento “90% Load” trato de responder la pregunta de qué tipo de historias de ciencia ficción la literatura es el mejor medio para contarlas. Quería escribir historias, no todas, pero sí algunas en las que dijera “es que esta historia podría contarse en otro medio, pero el mejor medio para contarla es éste” y también trataba de responder esa pregunta. Creo que hay cosas sensoriales, cosas de la conciencia y de la reflexión interna humana que la literatura es el mejor medio para narrarlas y que se escapan en otros o hay que hacer más malabares, la literatura va directo a la conciencia humana y a nuestra interioridad, es como un canal abierto. Y también, no sé si lo logro, pero una de las preguntas era qué tipo de ciencia ficción es ideal hacerla por escrito. Un poco, esta es mi primera respuesta.»
El libro teje una relación entre tecnología y lo humano. Me gustaría que me contaras un poco de esta idea del ser humano como un híbrido, como una fusión entre la máquina y ese sentido humano. En los cuentos hay una invasión de la tecnología en lo humano más grande de lo que vemos hoy.
De cierta forma esta invasión de la tecnología en el cuerpo es una exageración de la que ya existe. Alguna vez leí, no sé si es una cita de Manifiesto Cyborg, esta idea de que, por ejemplo, todas las mujeres que tenemos un DIU que está regulando nuestras hormonas e interviniendo en nuestros ciclos de maternidad… ya hay algo tecnológico y cyborg en poder meter un aparatito que haga eso, ¿no? Aunque no se ve como un aparato tecnológico de metal con tuercas y engranes. Por un lado está eso que ya de alguna manera, de muchísimas formas, tecnológicamente modificamos nuestro cuerpo y sus procesos. Por otro lado, la relación que tenemos con la tecnología, con las redes sociales, con nuestros celulares, hay algo muy transhumano en eso. Este libro lo único que hace es: tomo pequeños momentos de la relación que he tenido con la tecnología o conversaciones que he tenido con gente sobre su relación con la tecnología y los exagero. Es pensarlos más hacia el futuro. ¿Qué tal si no es solo que podamos cargar nuestro celular, sino que ya el celular está en nuestra cabeza? No solo es que podamos editar nuestras fotografías, sino editar la forma misma en la que experimentamos la realidad. Es sólo como un paso más allá y creo que al dar ese paso se crea un extrañamiento de cosas a las que nos hemos acostumbrado y que vemos ahora familiares, y nos permite volver a verlas y volver a considerarlas en ese extrañamiento.
Hay una pregunta que pienso podrías haberte estado haciendo en todos estos relatos y lo pienso porque al leerlos yo me la hago: ¿qué es la realidad? Porque justo con toda esta tecnología y la narrativa que se construye a través de la tecnología —las ficciones a las que damos forma en las redes sociales—, hay un cuestionamiento constante acerca de la realidad, lo que creemos que es real.
El problema con esas preguntas tan grandes como qué es el ser humano o qué es la realidad, siento que no escribo desde ellas. Sí hay algo de eso en el fondo, pero creo que, por ejemplo, una pregunta más pequeña que estaba ahí es ¿qué sucede ahora que nuestra realidad está cada vez más elegida por nosotros?, el customizing, cada vez estamos haciendo la realidad a través de estas burbujas que tenemos en redes sociales o la manera en que todos tenemos ahora un ser virtual que se presenta al mundo de cierta forma.
Más allá de qué es la realidad, que es una pregunta que sí me hago, pero no siento que vaya a obtener una respuesta, es la pregunta de que sea lo que sea la realidad, ahora que estamos creando una nueva y que podemos modificarla de tantas maneras, eso nos mete en muchos problemas, siento. Problemas como ¿quiénes somos realmente?, ¿cómo nos presentamos y dónde es nuestro lugar? Hasta el asunto este de cómo las cosas que hacemos en línea se sienten mucho menos importantes y al final afectan todo. Pienso cómo se crean esos efectos un poco como de manada o como con el bullying.
Hay muchas cosas que suceden en nuestra vida virtual que espejean la vida real y están en constante comunicación. El tiempo de la tecnología es mucho más rápido que el tiempo humano y el tiempo de nuestros afectos y el tiempo en que nos tardamos en entender las cosas. Estamos siempre tratando de alcanzar a la tecnología y las nuevas maneras en que está irrumpiendo, pero de alguna manera, también siento que la tecnología es un poco neutral en esto, la tecnología como herramienta, y somos nostros los que siempre la estamos usando y dándole sentido para conectarnos o alejarnos.
Hay una parte en la que me cuestiono si apartir de estos maquillajes o esta cosmética que se hace a través de la tecnología y de las redes sociales, por ejemplo en la vida propia, estamos planteando un miedo a vivir, a experimentar dolor, infelicidad o fracaso, emociones “negativas”. Y me parece que es un tema que también está en estos relatos.
En estas tecnologías que nos permiten comunicarnos y que se meten en nuestra comunicación y nuestra presentación hacia afuera puedes encontrarlo todo. Están si este tipo de lugares en los que puedes presentar solo un tipo de realidad y crear síndrome del impostor y este asunto de la sobrepresentación, y el que siempre tienes que estar feliz y exitoso. Pero también creo que hay lugares y momentos de mucha vulnerabilidad en internet, porque también te permite encontrar justo el tipo de personas que necesitas y que a lo mejor piensan, para bien y para mal, como tú. El internet ha abierto un mundo para gente que estaba muy aislada. Esas cosas también pasan.
Creo que el problema de la tecnología es muy dual. Nos da tanto como nos quita. Porque al final no es ella la que está haciendo esas cosas, a veces tenemos esta sensación de que la tecnología va a hacer las cosas más fáciles, que es como un camino más rápido o una manera como de hacerle trampa a la complicación de tener relaciones humanas, porque ahora tenemos tecnología y podemos comunicarnos más rápido, estar ahí todo el tiempo. Y la complicaciones siguen ahí y a veces se subrayan. Al final somos dos seres humanos tratando de hablar y de conectar. Y eso es difícil siempre. Eso está también en el fondo del libro: todas estas tecnologías al final están unidas a sentimientos muy humanos. Que yo, eso sí creo, van a seguir siendo sentimientos humanos como la afinidad, el amor, el dolor… son cosas que seguiremos sintiendo y con las que seguiremos teniendo problemas. También creo que lo que sucede entre dos personas es los más importante que nos pasa.
En este sentido y frente a esta hiperconectividad y este eterno presente, ¿crees que el anonimato y la ausencia se han convertido en una especie de lujo y tambien en un espacio de resistencia?
Creo que de muchas formas el anonimato es ya casi imposible. Puede uno no tener rede sociales y hasta puedes no tener celular, y aún así existir en el mundo por tener bancos y tarjetas. El anonimato es, de cierta forma, cada vez más difícil.
Creo que la manera de resistencia es desarrollar todo el tiempo un pensamiento crítico, todo el tiempo estar poniendo en duda. Siento vamos a un mundo en donde el anonimato es imposible y no sé si sabría muy bien qué hacer con eso. Porque deberíamos tener derecho al anonimato.
Leía el otro día sobre estas cosas de la autenticidad, que la autenticidad es muy importante en las plataformas, el ser auténtico, el parecer una persona verdadera, pero cómo el hecho de que tenemos acceso a todo lo que se ha dicho, tu hilo de Twitter al mismo tiempo, eso hace que las cosas ya no tengan tiempo, las cosas ya no suceden un día detrás de otro, sino que puedes ver diez años en tus tardes. Y era también eso de que ya no se nos permite el tiempo de cambiar porque todo sucede a la vez, de que todos los tiempos se den a la vez y que el presente y el pasado estén un poco colapsados. Eso también creo tiene que ver con esta falta de anonimato, falta de tiempo. Siempre somos nosotros y somos todos los que hemos sido, y no hay manera de separarnos.
No sé qué pensar en de eso. Me parece interesante y le estoy dando vueltas.
Me gustaría conocer tu postura frente a la tecnología. Puede ser un poco amplio, pero está este dilema de que se usa para bien y para mal.
La tecnología se me hace una carrera ya imparable en la que estamos, como humanidad, subidos desde hace varios siglos, sólo que se ha ido acelerando. Por un lado, pienso eso y por otro, yo no creo que inherentemente la tecnología sea buena o mala, creo que hay muchos intereses de crecimiento capitalista alrededor de ella y de lo que quiere decir, pero que al final los que usamos esa tecnología somos nosotros.
La tecnología no es algo que haga cosas malas, sino son lo seres humanos usándola. A lo mejor es que tenemos que comenzar a pensar a la tecnología como una extensión de lo humano, ese transhumanismo, no es el celular o esa cuenta, están pegados a un humano que es el responsable, no quitarnos responsabilidad de nuestro uso de la tecnología. Creo que la tecnología es neutral y que siempre tiene las dos caras —lo que hablábamos—, lugares muy buenos que permiten la conexión y nos permiten ser mejores seres humanos y lugares muy terribles. Y al final para mí, es regresar a nosotros el asunto.
Y también apelar una participación ciudadana más activa en políticas mediante las que se está regulando toda esta tecnología.
Sí, y la regulación es un problema. Son preguntas difíciles y deberíamos hablarlas más y no sólo dejar que nos suceda, que creo que es un poco lo que a veces pasa con la tecnología, como avanza tan rápido en este otro tiempo suyo, pues nos pasa por encima y no tenemos tiempo de hablarlo y decir “bueno, ¿queremos esto o no?”.
Creo que todos los cuentos, lo que te decía, hablan de lugares que ya existen de cierta manera y de deseos humanos que ya existen. Y espero que a través de todo este andamiaje de ciencia ficción se cree un extrañamiento que también permita pensarlo desde otro lugar. Entrar a la realidad de una manera un poco perpendicular; muchas de esas cosas ya están ahí sobre la mesa.
¿Cuáles son tus influencias literarias y extraliterarias?
Escribí estos cuentos cuando estaba estudiando en Iowa, entonces muchas de mis influencias son anglosajonas. Desde gente que que escribe ciencia ficción como Ted Chiang, Ursula K. Le Guin, y cuentistas como Lorrie Moore o Lydia Davis. En español, Carmen María Machado. De cine y televisión, veía mucho anime y las películas de Ghibli son una gran influencia para mí, sin lugar a dudas.
Ahora mismo, y ya no pensando en ese libro, porque lo escribí hace cuatro años, estoy leyendo a muchas mujeres latinoamericanas que se están convirtiendo en influencias, como Nona Fernández, Mariana Enriquez o Samantha Schweblin, la manera en las que ellas hacen ficción y se relacionan con los géneros y se permiten estos juegos donde ya no sabemos si es ficción o no ficción o son ensayos o son poesía. Esos lugares indeterminados me interesan mucho.
Justo pensaba en Kentukis, de Schweblin y también la relación que construye Mónica Ojeda en Nefando entre literatura y tecnología. Me parece muy interesante que tú, como ellas como escritoras, estén abonando a esta especie de borramiento en los géneros, una hibridación. No sé si sea la expresión adecuada, pero no se lo toman tan enserio y se permiten hacer este tipo de escritura.
Nona Fernéndez habla ahora de artefactos narrativos y no necesariamente de novelas o ensayos, y cuando una vez lo hablé con ella, ella decía que si estamos poniendo en duda todo, actualmente sobre tantas cosas, sobre cómo las cosas no están siempre separadas cada una en su caja, sobre la identidad humana, por qué no vamos a poner en duda eso sobre la identidad de los libros, que al final es un reflejo de nosotros. Por otro lado, sí creo que está sucediendo algo y que las mujeres en este momento, en español, están escribiendo con mucha fuerza y de manera muy interesante y con propuestas muy nuevas, que a lo mejor también tiene que ver con el hecho de crear un canon personal y desde ahí, desde esta idea de lo que a ti te interesa y que todos estos lugares son válidos como influencias, pues entonces la literatura a lo mejor se vuelve más rica y más amplia. Me emociona las posibilidades.
¿Por qué la Ciudad de México como escenario y personaje?
Escribí este libro viviendo fuera y creo que eso le permitió a mi recuerdo de la Ciudad de México nostalgia. Creo que la Ciudad de México te pasa por encima. Es imposible contener a la Ciudad de México adentro de uno. Creo que cuando estamos viviendo en ella siempre estás enfadado por el tráfico o por sus ritmos y enamorado de la energía que tiene. Y cuando estaba lejos era el centro de mis espacios emotivos. Nací y crecí aquí, la mayoría de las cosas importantes que sucedieron en mi vida ocurrieron en esta ciudad. Una parte de mí estando fuera, se da cuenta lo mucho que me ha definido haber venido de este lugar y de la manera en la que este lugar, igual que la tecnología, te hace para bien y para mal. Hay una paranoia dentro de mí que no desaparece ni aunque esté en lugar más seguro del mundo y luego también hay una manera de moverme y de esperar lo inesperado, estos momentos de locura que tiene esta ciudad que pueden ser muy energizantes e inspiradores.
Creo que escribí por eso, porque yo la quiero, la quiero muchísimo. Hay algo en esta ciudad que me fascina y que creo que es algo que entendí cuando estuve lejos, y de hecho era algo que no planeaba y que fue sucediendo en los cuentos y que creo que también sucede que como son cuentos sí de imaginación y de creación de otros mundos, esos mundos tienen que estar anclados en lugares, tanto emocionales como físicos, y que el lugar más real para mí en la tierra es esta ciudad.
Y ya cuando me di cuenta que tenía esta obsesión de escribirla y esta necesidad, también comencé a pensar que no sé escribe tanto acerca de cómo va a ser el futuro desde aquí y cuanto más lo pensaba, más estaba segura que el futuro aquí iba a ser muy distinto que estos futuros de la ciencia ficción que hay en Nueva York, París, Tokio, que las cosas iban a funcionar distinto aquí, un escenario que ha sido menos explorado.
¿Qué significó para ti implicarte directamente como personaje en uno de los cuentos? A veces algunos textos hacen referencias biográficas, pero te implicas con nombre y apellido en el último cuento.
La idea de ese cuento viene de varios lugares, un cuento de Charles Yu, de su libro Sorry Please Thank You, que es un poco así, como fragmentado, cada página es un nuevo fragmento y la sensación de cada página… quería por un lado eso. Y luego, Carmen María Machado que escribió In the Dream House (2019), dio una entrevista en la que se preguntaba qué quería decir hacer una mémoire especulativo, cuando los elementos especulativos representan mejor lo que realmente sentiste en un momento de tu vida que la realidad misma. Y cuando empecé a pensar eso, me pregunté, bueno, qué querrá decir hacer autoficción de ciencia ficción. Y creo que la autoficción siempre es un juego entre el lector y el escritor de decir “esta soy yo, pero no soy yo” porque tú sabes que yo tengo el control de este personaje. Y creo que el elemento de ciencia ficción hace más palpable ese juego. Sabes que esos elementos de ciencia ficción son imposibles, pero el personaje lleva mi nombre, por lo cual probablemente te estoy diciendo que hay algo en la parte más emotiva, que hay una parte de esos recuerdos que a lo mejor sí son reales. Y que en este libro en el que se está hablando todo el tiempo de quiénes somos en realidad y quiénes no, cómo nos presentamos y dónde está la tecnología, bueno, la escritura es también una tecnología y através de ella también nos hemos presentado y representado muchísimas veces.
Tenía y sigo en esta pregunta de cómo la ciencia ficción, lo especulativo en general, es capaz a veces de representar lo real mucho mejor que los hechos. ¿Qué quiere decir hacer estas novelas ensayísticas, pero con ciencia ficción? ¿Qué quiere decir ponerle mi nombre a un personaje y cómo entro en ese juego con el lector de que “ésta soy yo, pero a la vez no soy yo”? Y los lugares donde está ese juego creo que son interesantes por el hecho de quiénes somos y la creación de quiénes somos y también, ¿qué tanto como escritor permites la entrada del lector hacia quien tú eres?
Es muy chistoso, porque soy una persona a la que tener redes sociales conflictúa mucho, me pone en muchos lugares en los que me hago muchas preguntas. Por un lado, me gustan mucho; por otro lado, no me encanta presentarme de esa manera al mundo. Pero sí me doy cuenta que hay algo muy similar a escribir mi nombre en un texto y, de alguna manera, me parece más seguro hacer eso. Acabo de escribir una novela en la que también la protagonista se llama Andrea Chapela. Y ese juego es mucho más cómodo para mí. No sé si porque el cuento y la novela me permiten muchas más palabras y mucha más creación y creo el universo en donde vive esa Andrea Chapela. Creo que hay algo muy similar, pero sí me doy cuenta que para mí es una manera de conocerme a mí misma y de ponerle límites a cierto tipo de experiencia. Y lo especulativo también me permite poner esos límites: estamos jugando y te voy a dar algo real en el fondo, pero esto es un juego. Esto es un constructo, como la realidad. Sigo jugando de distintas maneras.
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Imagen de portada: Almadía