Vlady Kociancich, consignar la extrañeza

La octava maravilla es una de las últimas novelas que se ha integrado a la colección Vindictas; en esta entrevista su autora habla acerca de lo que significó releer su primera novela, del género fantástico, de las condiciones que la llevaron a publicarla fuera de su país de origen y de las motivaciones de su prolífica escritura 

Ana León / Ciudad de México 

«Escribir con honestidad y contar la verdad es lo más sano. ¿Qué significa eso? No es moda. Escribir creyendo lo que uno escribe, sentir lo que siente el personaje… un narrador es el personaje, el escenario y la dirección, es complicado de llevar», es lo que sobre escribir señala Vlady Kociancich (Buenos Aires, 1941), escritora y periodista cuya novela, La octava maravilla, se integró a la colección Vindictas, orquestada por Socorro Venegas y Libros UNAM —junto a un nutrido equipo de autoras. Publicada en 1982 por Alianza, en Madrid, fue la primera novela de su autora que ya para entonces había publicado algunos relatos, pues su carrera la inició en los años setenta y que se había desarrollado también dentro del periodismo y las revistas de viajes. Ambas actividades suman a la construcción de sus historias y en específico de ésta, donde el viaje es un elemento esencial y esa mirada que se construye en la vida en tránsito moldea mucha de las atmósferas de esta historia que tiene mucho del cuento fantástico y cuya trama se construye prodigiosamente lejos de la lógica de eso que llamamos realidad. 

En esta entrevista, la escritora y periodista —actualmente colabora con los diarios La Nación y Clarín— habla acerca de lo que significó volver a su primera novela, del género fantástico, de las condiciones que la llevaron a publicarla fuera de su país de origen y de las motivaciones de su prolífica escritura.

Se integra a la colección Vindictas con La octava maravilla. ¿Qué significa para usted formar parte de esta colección y volver a enfrentarse a esta novela tantos años después? 

Fue una gran alegría enterarme de que les había gustado mi libro en Vindictas. Y bueno, ni yo había tomado el tiempo que pasó desde la primera edición. Hubo otras ediciones, pero desde la primera han pasado casi cuarenta años. Después de La octava maravilla he estado escribiendo un libro tras otro y, por lo tanto, no había vuelto a leerlo. 

Es una gran alegría integrarme a esta colección que recupera a escritoras no que han sido olvidadas, sino que están en una especia de bruma y que salgan a la luz en una edición que es muy linda. El trabajo fue estupendo y muy rápido [el libro empezó a circular a finales de septiembre del año pasado en librerías] y la sopresa, o el milagro, en la pandemia, pues estamos en una cuarentena eterna y no pensé que lo iban a hacer este año. 

Esta primera novela publicada fue muy conocida y tuvo mucho éxito; en ese momento dejé de ser una joven escritora que estaba publicando para convertirme en una novelista. Ahora tuve que releer algunos capítulos para no confundirme con personajes y como he escrito una considerable cantidad de novelas y cuentos, me resultó una novela nueva, extraña para mí, porque aunque los temas se mantienen, he pasado en otros libros a otros ámbitos; no he repetido ninguna situación ni historia en los libros y menos en los cuentos, de modo que la leí como si fuera una novela escrita por otra persona. 

Esa bruma que mencionó hace un rato, de alguna manera era una bruma sistémica, por ello una colección como ésta, para sacar de esa bruma las obras de tantas escritoras que no han sido reeditadas y cuyas obras es muy difícil encontrar dentro y fuera de sus países de origen. ¿Cree que de alguna forma ese panorama que permeó en ese entonces para las escritoras, ahora con los movimientos feministas tan fuertes en Argentina y en Chile, sigue imperando o realmente ha cambiado algo? Finalmente, en pleno siglo XX siguen siendo necesarios ejercicios editoriales como esta colección. 

Creo que en general se ha progresado muchísimo. Desde que yo publiqué esa novela obtuvo un rechazo editorial, según mis editoras —eso en la Argentina—, por eso la primera edición de La octava maravilla es española, porque en mi país —según mis editoras— yo escribía demasiado bien, era mujer y, además, tenía un nombre diferente; fue rechazada. Afortunadamente fue publicada en Alianza. 

Pero existía el hecho de que yo no daba el rol físico y era indiscutiblemente femenina para escribir sobre esos temas: tiempo, espacio, tiempos paralelos, la irrealidad… como si hubiesen estado vedados a una persona porque es mujer. Pero se ha progresado muchísimo. 

Creo que las escritoras jóvenes se han abierto camino más allá del apoyo, por calidad. Y muchas escritoras han abierto el camino para otras escritoras. Y tampoco ya no es la época de Jane Austen o las Brönte, que tenían que usar un seudónimo para poder publicar. Había sí, y creo que un poco sigue existiendo, que si una escritora es una mujer atractiva, se le quita valor: si es linda, no tiene talento porque es demasiado linda; si es inteligente, es sólo intelectual. Y no es solo que les pase a las mujeres, es que eso no les pasa a los hombres. 

En las otras novelas que integran la colección, los personajes y las voces principales son femeninas. En La octava maravilla, los personajes principales son voces masculinas, si bien los personajes femeninos son secundarios y un poco casi inasibles para el propio lector que no acaba de conocerlos. En este sentido, ¿cree que exista una especie de compromiso de las autoras de escribir desde voces femeninas?

La literatura tiene los mismos temas desde hace cientos de años: la muerte, la soledad, el peligro, los mismos miedos. Esos son los temas. Pero no es el qué, lo que importa en literatura es el cómo, cómo se narra y ahí radica la voz peculiar y única de un escritor, no importa que sea hombre o mujer. Los temas humanos a narrar son como los dedos de una mano. No son muchos más si uno los ve desde que comenzamos. Lo que importa es el vuelo que cada escritor le da a lo que narra. Y también el punto de vista, cómo ve el mundo. 

Es lo mismo en el cine, como en La octava maravilla, en la que yo utilizó el cine como metáfora, ¿por qué puede llegar a ser una obra de arte algo que se ha contado miles y miles de veces? Puede llegar a serlo porque la visión de eso que ha sucedido, hechos verdadero o imaginarios, lo que nos muestran es un mundo diferente o una manera diferente de mirar el mundo. 

Yo creo que los escritores, hombres y mujeres, se convierten en escritores a través de la lectura, la lectura voraz que viene desde la infancia. Y, naturalmente, es en la lectura de otros grandes escritores que uno va descubriendo ese gran mundo y tiempo paralelo que es la ficción comparada con la vida. Cuando entramos en la ficción, quienes escribimos ficción, como decía nuestro gran Julio Cortázar, vivimos en el mundo de lo posible, por eso que los narradores nunca dejamos de ser niños. Es la imaginación, es el amor a escribir, es el amor a la literatura, lo que nos lleva, no lo que está de moda. 

Yo he sido testigo, por mi edad, de todas las muertes de la novela. Todos los funerales que se han hecho porque “la novela ha muerto”, porque ahora existe el cine, existe el celular… 

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En La octava maravilla la historia es la siguiente: «El relato de los hechos que Alberto Paradella se ve obligado a hacer para aliviar su desconcierto, inicia con el recuento de una vida anodina, refugiado en su estudio, fingiendo escribir una novela para huir de sí y de la mujer a quien ama, para acabar confundido entre dos ciudades superpuestas, la historia que escribe en un delirio febril y una mujer que aparece de forma misteriosa».

En relación con la novela, me parece de una sensibilidad increíble la forma en que el personaje principal, Alberto Paradella, se va narrando a sí mismo. Y en algún momento se narra en tercera persona, ¿cómo fue la construcción de este personaje?, cuando el lector arranca empieza siendo uno y al concluir la novela ya no sabes si realmente ése que se narró al principio era el real o el real es el que está terminando de escribir. Hay una especie de doble vida del personaje principal. 

¿Cómo empezó esta historia? Es como si llevara historias secretas para contar adentro de mí. Tengo la mala costumbre de observar y observar es mirar. Me ha sucedido con personas en la calle que observo fijamente porque ya veo en esa cara una historia y luego pasa a una novela. En el caso de Paradella se me ocurrió primero la historia de un hombre, quizá un poco ingenuo, que además adora su barrio, ese cierto tipo de vida que da el barrio; la modestia y que se enamora de una mujer. Esa mujer es caprichosa, pero la quiere igual y está enamorado y no va a dejar de estar enamorado ni al final de la novela; alguien que además lo rechaza. Pero lo que va descubriendo es la presión de la sociedad y de la familia. Como es inteligente, tiene que pagar el precio de esa inteligencia; porque es buen moso, tiene que pagar por esa belleza física y esa atracción, que la menciono varias veces en la novela. Y todo es como un castigo del que él no encuentra refugio más que escondiéndose y siguiendo el modelo del amigo, Paco Stain —que he conocido a muchos de mi generación como Stain, que dicen que todo va a la novela y nunca pueden terminar de escribir. La novela es un género traicionero. 

Paradella primero es lo bastante inteligente como para rechazar ese camino que le están marcando. El único que no lo empuja a ser rico, exitoso, a aprovechar las ventajas que tiene es el padre, el padre que es carpintero. Y la carpintería fue para mí una metáfora de la belleza y de la humanidad. No le importa estudiar [a Paradella], aunque se aburra con su carrera de abogacía, en algún momento dice: «quiero ser nadie». Los viajes de él empiezan así, rechazando cosas y que le suceda lo que le suceda. Y en esos viajes va creciendo y va aceptando que partes del mundo son verdaderamente irreales. 

Y ese rechazo se convierte en lo que lo transforma, así como el trabajo fingido de ser escritor se corta con una traducción, porque entra en la literatura y se deslumbra en la gran literatura de Joseph Conrad y eso lo transforma. 

Y, por otro lado, ¿cómo fue la construcción de los personajes femeninos que ni siquiera el lector acaba de apresar por completo. Victoria [la mujer caprichosa de la que se enamora] Alicia Martínez, que como lector no sabes si es real o el protagonista la está imaginando y que lo vincula con su viaje a Berlín, viaje con que inicia la narración.

Yo lo hice para que se tenga esa sensación de que es un fantasma de un lugar que no es real. Por ejemplo, la gente de Buenos Aires no ve cómo ella está vestida. Yo tenía que traer a Buenos Aires pruebas de que él había estado en Berlín y Alicia Martínez confirma eso, le confirma eso a él, que no había sido un sueño. Son recursos, es imaginación. Lo que me dijiste, yo quería que el lector sintiera eso.

Me llama mucho la atención que se incluye, además de la introducción de la escritora Gabriela Damián Miravete, el prólogo de Adolfo Bioy Casares en el libro. ¿Esa fue decisión de usted o de la editorial?

No fue decisión de Bioy Casares ni mía [se refiere a la publicación de la primera edición], lo que pasa es que este libro lo publicamos en España y en Argentina me conocían por algunos cuentos, pero en España no me conocía nadie y en esos casos hay que hacer un prólogo, digamos, de introducción porque no iba a haber nadie en España que en el lanzamiento pudiera hablar de mí o del libro. 

¿Y ahora en esta reedición de la UNAM, por qué no prescindir de ese prólogo?

No, yo no puedo sacar ese prólogo que es lo mejor de la novela [ríe]. El prólogo de Bioy Casares es una definición maravillosa, más que sobre mi libro, sobre literatura fantástica y el de Gabriela, a la que no me canso de felicitar, es el mejor prólogo o nota que he leído sobre mi libro. De manera que no sacaría ninguno de los dos.