«Brujas»: el poder de lo que se enuncia y el poder de lo que se escribe

Una conversación con Brenda Lozano sobre esta novela que tiene el lenguaje como centro y que también habla del feminismo, de las redes de apoyo, del silencio y del tiempo en la palabra 

Ana León / Ciudad de México 

Fue una noche de marzo de este poco ordinario 2020. Una noche en la que aún podíamos reunirnos. El aquelarre tomó la casa y la saturó de voces, de lenguaje, de lenguas blandiéndose dúlcemente contra el paladar y los dientes para dar lugar a las palabras. Fue una noche de acuerpamiento. 

Según la definición del diccionario, la lengua es la capacidad de hablar, algunas veces, y es también ese músculo movible fijo al interior de la boca de seres vertebrados. En los humanos, «interviene en el gusto, en la deglución y en la articulación de los sonidos de la voz» que luego serán palabras, esos signos a través de los cuales, ya sea de forma oral o escrita, nos comunicamos. 

Esa noche fue la de la presentación de Brujas (Alfaguara, 2020), la novela más reciente de la escritora y columnista mexicana Brenda Lozano. Antes de comenzar, Brenda estaba afuera del lugar, en la calle platicaba, respiraba el aire de ese entonces tibio, el de una primavera ya casi por llegar y que bellísima nos pasaría de largo, aunque eso no lo sabíamos. Poco a poco el espacio de Casa Tomada se iba llenando y el calor se acumulaba. Luego, a tope. Paradxs, sentadxs, no cabía nadie más. A diferencia de otras presentaciones, no se habló del libro en sí. Gabriela Jáuregui, escritora y editora, acompañó la presentación, dio claves de su lectura y dio paso a todas las voces femeninas invitadas (Gina Jaramillo, Elvira Liceaga, Jimena González, Johanna Murillo, Ytzel Maya y Julieta Venegas, entre otras) que leyeron fragmentos de libros de autoras —de otras brujas— que les han dejado algo, una huella indeleble con sus palabras. Una tras otra, la lengua no paraba de moverse, de ondularse y de percutir dentro de la boca para crear significado. El lenguaje, la voz y el poder de lo femenino estaban totalmente presente. Brenda me dice, en entrevista sobre este libro, que esa ha sido uno de las noches más felices de su vida. 

En Brujas la lengua/el lenguaje es el punto de partida para hacer audibles tres voces femeninas: la de la periodista Zoé, la de la curandera Feliciana y la de la muxe Paloma. 

«…tú traes El Lenguaje, mi amor, ella fue la que me dijo Feliciana tú eres la curandera de El Lenguaje…».

Cuando sucede esta entrevista, esa noche ha quedado muy lejos ya. No así las voces que este libro contiene. 

Brujas, en mi lectura, es una novela sobre el lenguaje y lo femenino. Del poder de lo que se enuncian y de lo que se escriben. ¿Cómo llegas a estos tres personajes? Me parece muy poderosa la identidad de cada una, representando la tradición, la modernidad y Paloma, que construyó su identidad en la transición. 

Digamos que todo para mí empezó por Feliciana, la curandera, para mí ella empezó siendo el centro de todo. Fue la primera historia con la que empecé a jugar. Pero muchas de las preguntas que me hacía desde el feminismo en torno a la violencia, a los cuerpos de las mujeres, perdón, debo decir, de “nosotras las mujeres”,  y que quería hacer desde la ficción, me llevaban a querer hacerlas, también, desde un espacio urbano y ahí me empezó a hacer falta un personaje, ahí empezó a aparecer Zoé, que me interesaba mucho que existiera en esa misma historia como un espejo. Que fueran dos mujeres que trabajaran con la palabra: Zoé desde el periodismo y Feliciana en estas ceremonias de yerbas, como son las ceremonias de las curanderas, y que, además, estuviera el lenguaje como protagonista. Ellas dos me funcionaban mucho en contraste. 

Luego se me fueron apareciendo otros contrastes. En el lado de Feliciana, Paloma, la muxe, es una mujer trans y me interesaba mucho que fuera ella quien le enseñara la curandería a Feliciana y que fuera también una persona, que yo me la imaginaba entrando a escena como una campanita, con mucha ligereza. Porque Feliciana se vuelve bien famosa y vienen de todo el mundo a verla y me imaginaba que Cuarón venía a verla, que Tom York venía a verla, y me imaginaba que esta muxe se quiería coger a todos y se iba de fiesta con todos y con todas. Quería un personaje estuviera en contraste. También me interesaba explorar ese camino. 

«Feliciana no chingues, soy muxe, mi vida, no me digas Gaspar, eso suena a pura carraspera, mi amor, dime Paloma como me llamo que por algo nací con alas mi vida… […] y gocen la vida que es bella, pero con la boca pintada de rojo porque si no la sonrisa se queda sin ropas.»

Y con Zoé, tiene esta hermana que se llama Leandra, que figura menos de lo que me habría gustado, pero para mí era importante que tuviera una hermana gay, que fuera un desastre en la escuela y que desde muy chiquita, en la secundaria, quema el basurero de la escuela y se hace un chismerío de que es una bruja porque está quemando las cosas. Que es curioso, ¿no?, porque es mucho lo que pasa con las pintas de la Ciudad de México, o de donde sea, cuando ocurren estas protestas urgentes y necesarias, y se les llama “brujas” porque están quemando o pintando. 

«Yo no sería Feliciana si no tuviera a mi hermana Francisca, así como usted no sería quien es sin su hermana Leandra. Las hermanas son lo que no tenemos, ellas son lo que no somos y nosotras somos lo que ellas no son.»

Me interesaba mucho cómo en la ciudad y en el campo se relacionaban estas mujeres. Y cómo sus historias también, desde ciertos puntos, se van conectando. Cómo se hacen esas redes entre mujeres. 

Lo fundamental en esta novela, obviamente, es el lenguaje. Por un lado planteas durante todo el libro el poder de la palabra y el poder del lenguaje para sanar. Pero también, parte del poder del lenguaje es el silencio, la existencia del silencio. Y Feliciana justo pasa por un momento duro y necesario de silencio. Y lo menciono también, porque algunas autorxs justo optaron por el silencio en estos días de pandemia. También, por otro lado, planteas este aspecto del lenguaje como algo que alumbra, frente a esa idea colonizadora de una lengua hegemónica, una lengua única y lo que implica ésta. 

Creo definitivamente y me parece muy relevante, pues la música por ejemplo, también está hecha de sonidos y silencios, de otra forma no es posible. Y el lenguaje como la música, se configura también del silencio y muchas veces también la comunicación se da a través de esos silencios, de lo que callas y que justamente no dijiste. Muchas veces ése es el mensaje más poderoso. Por ejemplo, si un político calla o evade, como es el caso de AMLO cuando se habla de feminicidios, bueno, ese es un mensaje político, no quiere decir que no tenga una postura política, quiere decir que esa evasión y, en muchos casos minimización, o ese silencio, tiene un lugar en lo político, una dimensión política. 

Me gusta lo que mencionas de cómo una lengua única que podríamos decir que es prototípicamente el inglés, silenciaría a otras. Y al silenciar otras, lo que pasaría, digamos, es que todos esos mundos se silenciarían también. Y al silenciar otros idiomas, las lenguas originarias, otros mundos dejarían de existir y esa manera de nombrar tan particulares que tiene cada lengua.

En este sentido, con esta novela, me interesaba mucho el tema del poder, cómo cuestionamos la idea del poder. El poder desde el capitalismo es el poder desde el dinero, entonces hacer una mujer que fuera muy poderosa, en ese camino, hubiera sido hacer una mujer muy exitosa financieramente, que fuera una mujer con mucho dinero y que hubiera trabajado por esa fortuna, pero ¿qué es la fortuna y qué es el poder? Me interesaba mucho que fuera una mujer muy poderosa, pero no desde ahí. Me parece muy complejo el tema del capital. Además, el capitalismo cruza además, el tema del patriarcado, el racismo… un montón de otras cosas, las jerarquías… Pero, hacer una mujer que fuera muy poderosa desde el lenguaje, ¡eso sí me interesaba! Desplazar o pensar en el poder de otra manera o cuestionarlo desde ahí. ¿Cuál es poder de las palabras? Desde mi punto de vista, es inmenso y es mucho más complejo y mucho más “poderoso” que el del dinero. Sí creo que las narrativas y la forma de hablar pueden darle aliento a una persona o hasta destruirla; creo que pueden sanarla o hasta enfermarla, en la manera en que te puede enfermar un maltrato verbal constante a lo largo de tu vida. 

«Paloma me dijo Feliciana, mi amor, chamana, curandera o bruja te queda chico, porque tú tienes El Lenguaje, tú eres la curandera de El Lenguaje y tuyo es El Libro.»

Me interesaba el hecho de que sea una mujer, que sea de un pueblo originario, que no viva en la ciudad, que no forme parte del sistema económico del que participamos, que no forma parte de la medicina tradicional. Y algo increíble de las curanderas, que como figura me parece fascinante, es que también su labor tiene mucho que ver con la intuición.

Y ese personaje [Feliciana] en términos del lenguaje, yo escribiéndola, era delicioso e increíble. Me entenderás, yo también estoy en un periódico, y escribir para prensa o para estar en un medio, implica también ciertas correcciones; o ir a un taller literario es cómo se escribe bien o cómo se escribe mal. Y a mí Feliciana me daba mucha libertad en ese sentido, de poder cuestionar qué es escribir, cuál es el trabajo con el lenguaje. ¿Tenemos que obedecer las reglas de la RAE? ¿Tenemos que jerarquizarlas así? A veces me decían “se repite mucho”, ¡pues claro!, no la voy a blanquear. No se escribe de una única manera y eso para mí era muy importante desde el material que yo la trabajé. 

Ahora, el título, Brujas. La palabra tiene muchas connotaciones y significados. Dos que acabas de decir, el símbolo de la mujer poderosa. Y hay una parte que escribes que la fuerza que trae una dentro asusta, entonces por otro lado está el símbolo de la mujer mala y la misma palabra encierra una historia de violencia con las mujeres, sus cuerpos y sus ideas. 

Sumaría la connotación machista, que es también interesante y creo que pierde peso en cómo se ha resignificado. No es lo mismo que diga, vamos a decir un ceñor con C [ríe], que diga “ay, pinches brujas, se van a juntar al aquelarre”, haciendo mención de que tal vez su esposa se va a juntar con unas amigas; a que una mujer ponga, por ejemplo, en un chat: “¿qué, ahora sí nos juntamos al aquelarre?”. O en las calles mismas, como esa frase que tanto ha estado en las marchas: “somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar”, que es una frase con muchísimo orgullo. Ese aspecto más festivo.

La figura de la bruja a mí me parece un viaje largo, histórico, doloroso, hermoso y, sobre todo, muy interesante: la figura de la mujer como disidente de esta medicina tradicional alópata usando su intuición. Las brujas se salen del patriarcado, no trabajan en la medicina tradicional, no participan de la economía. Se visten de una forma que no sexualiza sus cuerpos, eso también me parece muy interesante. Una figura feminista que nos dice mucho hoy y por algo esa palabra sigue estando mucho también entre las más jóvenes en las marchas, por ejemplo. Sí es, creo, una figura de resistencia. Por eso quería trabajar con la figura de una curandera. 

¿Tú elegiste el título?

Sí, de hecho me puse un poco necia [ríe], porque en mi editorial me sugerían otros, bastante buenos. Me decían que no iban a saber de qué iba a tratar, y yo les decía que no importaba, “no le hace” [más risas].

Hay también otro entendimiento del tiempo que se hace en la novela, contrario a este tiempo capitalista, hiperacelerado. Aquí hay una contemplación del tiempo, el tiempo visto desde la espera, del parar, del detenerse, y de reflexión, y ese tiempo de sanación. Un tiempo sin tiempo. Que me parece relevante justo por lo que vivimos hoy. 

Este tiempo sin tiempo que también pueda reflejarse en nuestra forma de hablar, me parece muy interesante. Los tiempos en las oraciones, por ejemplo, las dan los verbos. Y estamos muy acostumbradxs a hablar con esos pequeños relojes en los párrafos, en las oraciones. Me acuerdo mucho que era la fórmula del Reforma, siempre empiezan con un verbo sus títulos, todo es así, efectivo, los verbos son efectivos, te empujan la acción, pero ¿qué pasa con estos otros tiempos que no están viendo el reloj, que se repiten o que tienen otras formas de contar o donde lo principal no es la acción? Sí había una intención de un tiempo suspendido. Sin hacer. 

Imagen de portada: Brenda Lozano / © Leonardo Pérez