Abogado y uno de los tres encargados de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Canadá, el jefe cree nos cuenta cómo el suprimir la lengua y la cultura mutiló emocional y socialmente a los pueblos originarios de Canadá que luchan por reconstruir su identidad
Ciudad de México (N22/Huemanzin Rodríguez).- En todo el mundo los pueblos originarios han sido expulsados de sus territorios para explotar sus recursos. También sus historias, costumbres y tradiciones han sido ocultadas o destruidas para favorecer a una religión. Pero eso no es tema de pasados colonialistas, en tiempos recientes ese tipo de acciones fueron ejercidas por los gobiernos de Canadá hasta la década de los años noventa, donde fueron diseñadas escuelas católicas para niños indígenas que, por ley, habían sido separados de sus familias. En esas escuelas tenían prohibido tanto hablar sus idiomas, como cualquier otra referencia a sus orígenes. ¿Cómo construir un futuro común con tantas heridas? El abogado y ex atleta cree, Willie Littlechild, ahora con el nombre Lobo Caminando, cuenta su experiencia.
«Desafortunadamente, en el mundo los pueblos indígenas compartimos las mismas historias de abuso y despojo.
»Uno de los capítulos más tristes de la historia de Canadá fue que los padres perdieron a sus hijos. Fuimos tomados y alejados de nuestros padres. Y la razón fue para adoctrinarnos bajo la idea de “civilizarnos”. Debían cristianizarnos porque nos consideraban diabólicos por hablar nuestro idioma; fuimos considerados paganos. Por ello, los niños fuimos castigados por hablar nuestros idiomas. Pero somos pueblos muy espirituales y creo que la razón por las que han sobrevivido los actuales idiomas indígenas, es por su espiritualidad. Muchas veces nos tuvimos que esconder en el bosque o en el monte, para hacer nuestras ceremonias, para rezar y ofrecer el agradecimiento, un agradecimiento que se quedó para ellos como el Día de Acción de Gracias, pero que fue prohibido para nosotros. Hacerlo en secreto fue lo que salvó nuestro idioma. Y he escuchado en muchas partes del mundo que esto fue común para otros pueblos indígenas. Mi nombre en inglés es Willie Littlechild, mi nombre cree es Mahigan Pimotewh, que significa Lobo Caminando, mi nombre como jefe de mi comunidad es Águila Dorada y el nombre que me dieron de niño en la residencia escolar es Número 65. Así que tengo cuatro nombres diferentes.»
El viernes 24 de noviembre de 2017, el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, ofreció una disculpa oficial a los pueblos indígenas por el internamiento forzoso de miles de niños indígenas en residencias escolares durante décadas. Entonces, Greg Rich, gran jefe de la nación inuit (pueblo habitante en las zonas al norte de Canadá) rechazó la disculpa, aludiendo que Canadá no estaba preparada para ello, si no reconocía otros daños padecidos por su pueblo.
«La conexión entre los padres y los niños tuvo un impacto muy serio en el idioma porque no pudimos hablarlo de continuo. Es mucho el daño que se hizo. Como sabemos, hoy en el mundo mueren al mes dos idiomas indígenas, es decir, un idioma muere en el mundo cada dos semanas. La lengua cree es una de las tantas que hay en Canadá. Del cree hay cinco diferentes dialectos que, básicamente, están esparcidos en todo el país. Pero en Canadá hay 68 lenguas indígenas, de las cuales se esperan que sobrevivan sólo siete. Por fortuna, una de ellas es mi idioma, eso me alegra. Pero tenemos que trabajar duro para que las otras también sobrevivan.
»La prohibición de nuestro idioma provocó un gran trauma para nuestra gente, trauma para los niños, para la familia, para la comunidad. Mis abuelos no conocieron otra lengua más que la cree, gracias a ellos es que yo la tengo, pero nos incomunicaron en la familia. A mí me golpeaban en la escuela por hablar mi idioma y mi padre me dijo: ¡Yo no quiero que te golpeen más, ya no la hables! Y aunque dejé de hablarla en la escuela tuve la fortuna de aprenderla, otras personas como yo no tuvieron eso y perdieron el idioma. El trauma se queda, te deja marcas en tu identidad indígena, en tu idioma, en tu cultura, en la forma en la que vistes, en tu ropa que, por ley, todo eso no estaba permitido en Canadá.
»La forma en la que yo pude mantener mi idioma fue en ceremonias secretas. Fue muy dramático. A eso le llamamos trauma intergeneracional.»
Estas escuelas que los gobiernos canadienses tuvieron, las cuales se guardaron en silencio incluso para todos sus ciudadanos, dejaron de funcionar en 1994, después de años de batallas legales llevadas a cabo por indígenas que habían denunciado abuso étnico, psicológico, físico y sexual.
«Por fortuna, muchos jóvenes que estaban enojados decidieron que ya era suficiente. Y señalaron al gobierno, a las iglesias y a las escuelas acusándolas de abuso, abuso a la cultura, al idioma, a la comunidad, a nosotros mismos como individuos y se fueron a las cortes. Los jueces tuvieron 18 mil casos y les preguntaron a los estudiantes si había manera de que esto se resolviera. Después de ocho meses de negociaciones respondieron: “Sí, hay una forma, queremos que en Canadá se sepa esta historia”. Porque estuvo escondida, la sociedad canadiense nunca supo qué es lo que pasaba. “Y después queremos que las heridas sean sanadas.» Así se estableció una Comisión de la Verdad, que durante seis años y medio recorrió el país, escuchando a la gente que aún sobrevivía a esas experiencias, porque la última escuela de adoctrinamiento cerró en 1994.
»Es una experiencia reciente que aún permanece. Fui afortunado en ser uno de esos comisionados, he escuchado más de siete mil historias de abuso físico, mental, psicológico, sexual, espiritual. He escuchado historias horribles de abuso. Pero este reclamo comenzó una chispa de curación. La gente estaba dispuesta a contar sus historias, tanto a mí como a otras personas y comenzó la curación. Me siento un poco mejor. Ha cambiado mi vida, he podido regresar a un estilo de vida más sano, tanto en mis relaciones personales como en la reconciliación que es parte de la orden de la corte. La orden de la corte fue encontrar la verdad de lo que sucedió, tomar esa verdad y ver de qué manera podemos hacer con eso que mejoren nuestras relaciones.»
Lobo Caminando/Willie Littlechild se convirtió en una atleta, luego en el primer abogado indígena de la Universidad de Alberta; después en político y presidente de la Comisión de Primeras Naciones y Pueblos Mestizos y Reforma de la Justicia. Ahí fue donde escuchó miles de testimonios de otros indígenas. ¿Cómo ser líder de una reconciliación que debía primero comenzar en su propio corazón?
Empezó conmigo, como individuo, después con mi familia. Y después, con mi comunidad, con mis vecinos, con la gente que no es indígena. Eso es lo que actualmente ocurre hoy en Canadá. Para mí es muy emocionante, porque es el principio que muestra que la ira puede cambiarse, porque estamos en el inicio de la sanación en las comunidades después del daño que recibimos, porque es el inicio de la sanación en las familias, porque, por ejemplo, yo no conozco a mis hermanos y hermanas. Sé sus nombres, pero como fuimos separados desde niños, no nos conocemos. Hoy estamos reconstruyendo las familias. Tenemos un día al año dedicado a la familia, para conocernos un poco más. Sí, es tarde, pero lo que hacemos ha permitido nuestra curación como individuos.
Pero esa sanación se enfrenta a la ira y al dolor. No todas las personas reaccionan igual frente a ello. ¿Cómo fue en su caso?
«Lo sé, yo lo experimenté personalmente, por muchos años estuve muy enojado. Muchas veces estuve enojado con mis padres porque me entregaron, porque era la ley, ahora sé que ellos no hubieran podido protegerme. Una de las cosas que me salvó fueron los deportes. Huí del abuso corriendo a los deportes, me convertí en un atleta y así es como sobreviví. Pero tuve que lidiar con mi ira mientras competía. Y tiempo después me di cuenta que, para poder seguir, tenía que dejar eso a un lado, para encontrarme de nuevo conmigo mismo, sin odio y sobrevivir y con lo aprendido, ayudar a otras personas.
Hasta hoy mucha gente está muy enojada por las heridas y los daños provocados en la identidad, en la persona que eras porque, por ejemplo, ¡tu nombre era tomado y te daban un número! Por muchos años mi nombre fue Número 65. Cuando te pasa eso de niño pierdes no sólo tu estima, pierdes tu identidad. Eso alimenta la ira, la discordia, la decepción, la desesperación y algunas veces eso termina en suicidio, en diferentes tipos de adicciones y eso te lastima aún más, lastima más a tu familia. El quitarle los hijos los padres sigue sucediendo hoy, de hecho, en mi área, de donde vengo en Canadá, más niños han sido llevados ahora que ya no hay escuelas del gobierno, que cuando yo era niño. Esto sigue ocurriendo.
Hace poco conocí a Elisapie, cantante inuk, con quien al platicar sobre el tema me dijo: “¡Nosotros siempre habíamos vivido en un lugar y de pronto alguien vino y me dijo que yo era diferente! ¡Que yo no pertenecía a ese lugar y que todo lo que yo hacía estaba mal y debía hablar otro idioma! ¡Vestirme diferente, comportarme diferente y responderle a un gobierno que no estaba en el lugar en donde yo vivía!”. ¿Cómo vivir con eso y sanar?
La reconciliación está ocurriendo ahora en Canadá, es algo muy poderoso, es el inicio del desarrollo de mejores relaciones en nuestras comunidades, con los gobernantes, con la iglesia, con las corporaciones, con otros canadienses. Es un momento muy emocionante. Ahora el tratamiento o la sanación de la gente tiene entre otras urgencias, regresar a nuestra cultura, regresar a las formas tradicionales, regresar a las ceremonias y se está trayendo de vuelta el idioma. Estamos tratando de que a los niños hoy les enseñen el idioma en la escuela.
La reconciliación ahora es también muy difícil por las confrontaciones ocurren. El diálogo está empezando y esperamos que esto nos permita reconstruir. Nos llevará un tiempo, no me cabe duda, pero en verdad estamos buscando la reconciliación.
¿Cree que estamos por fin en el momento de dejar atrás una visión del mundo neocolonial?
He estado en varios congresos de pueblos originarios en todo el mundo y las historias se repiten una y otra vez. Por eso es muy importante recuperar quiénes somos, cuál es nuestro idioma, cómo hablamos con los demás, cómo rezamos, cuáles son nuestras tradiciones, nuestras reglas, cómo nos respetamos, cómo tenemos coraje y fuerza, cómo ser humildes. Y sobre todo, lo que es muy, pero muy importante, es encontrar el amor. Cuando retiras a un niño de sus padres, le quitas también el amor. Y reconstruir eso en la gente es lograr decirnos: “Me amo a mí mismo”, o decir: “Te amo”. ¡Eso es tan poderoso! Ese es en gran medida, nuestro gran objetivo.
Entre sus diversas actividades, Lobo Caminando se desempeñó durante dos períodos como representante de América del Norte en el Foro Permanente de las Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas. En la actualidad, es uno de los tres encargados de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Canadá, donde se ha comenzado un duro y difícil camino de sanación de los pueblos indígenas que, aunque ha llegado tarde, entusiasma al jefe cree, en la construcción del futuro en su país.
Imagen de portada: Willie Littlechild/Lobo Caminando / Huemanzin Rodríguez