Esta serie surge a partir de la emergencia y de la necesidad de saber. Pedimos a algunas personas que nos compartieran sus experiencias de vida en estos días de crisis y algunas fotografías
Ciudad de México (N22/Redacción).- Desde el estado de California, Efrén Ordóñez, editor, traductor y uno de los fundadores de la editorial Argonáutica, una editorial que nació en Monterrey en 2017. Efrén nos narra cómo se viven estos días en la «burbuja», como adjetiva, que es en estos momentos San Diego.
Aquí lo que nos escribe.
En el condado de Los Ángeles, al 11 de abril, se registran 8 mil 873 casos de coronavirus y 265 muertes. En el de San Diego, 1 mil 600 casos. Del otro lado de la frontera, en Baja California, alrededor de 300. Sin embargo, en San Diego, los hospitales están lejos de saturarse y sobran los ventiladores. En Tijuana, su principal hospital, está a reventar. Parece ilógico, una fantasía, pensar que esos números (los de México) son reales, pues esta es la frontera más transitada del mundo. De hecho, preocupa que allá «existan» tan pocos casos. Es, por supuesto, una falta de pruebas, una negación y una respuesta tardía. Caso diferente aquí.
La ciudad de San Diego es, hasta ahora, un espacio seguro, una burbuja en la que el virus se ha contenido y apenas se siente un estado de crisis, a pesar de que las calles, como en casi todo el mundo, se hallan vacías. También las playas –que cerraron desde hace semanas–, los embarcaderos, además de los parques –como el famoso Balboa–, que es de las insignias de la ciudad. Es verdad que las decisiones de Gavin Newsom, gobernador de California, han sido efectivas. Si bien en Estados Unidos no reaccionaron como debían a nivel federal, este estado lo hizo mucho mejor.
Lo extraño es que este pudo ser un epicentro de la pandemia, pues hace dos meses vimos en los noticieros que había sido aquí que trajeron personas infectadas de un crucero. De hecho, hospitalizaron a las primeras personas a unas calles de mi departamento. Vivimos, mi esposa y yo, en el barrio de Hillcrest, en medio de varios centros médicos, entre ellos uno de la Universidad de California en San Diego (UCSD). De hecho, UCSD está estudiando los patrones de transmisión y trabajando en la creación de una vacuna.
Y sí, aquí vivimos en relativa calma y con poco temor, a pesar de que Hillcrest es una «zona caliente» con 72 contagios y, por lo tanto, unos setecientos asintomáticos, como me dijo mi vecina, la escritora Gabriela Torres Olivares. Es raro que un lugar tan tranquilo, en donde todavía podemos caminar (principalmente de noche) sea un lugar con esa cantidad de contagios. Es raro porque las calles siguen vacías e incluso el gobierno de la ciudad y del estado hicieron una labor para alojar a la enorme población de gente sin hogar (un problema en California, por el clima) en hoteles y evitar la propagación del virus.
Y, aunque suene peligroso hallarnos en esta zona, hay una cierta sensación de seguridad por saber que, como han dicho, los hospitales se encuentren todavía funcionando y con espacio, mucho espacio, disponible.
Esta es pues una zona de contrastes. Como toda frontera. Aquí, en San Diego, un «bajo» número de casos, una ciudad que se siente en calma, en control, con capacidad médica –al menos por ahora–. Del otro lado es diferente. Hace dos días el periódico San Diego Tribune llamó a Tijuana una «zona de guerra» por la saturación de hospitales y las huelgas del personal médico. Aquí lo vemos del otro lado de la barda, pero no menos preocupados. Allá quizá estén empezando un proceso complicado. Aquí seguimos en una burbuja y una rara sensación de paz.