Maria Sibylla Merian, entomóloga, ilustradora y viajera

Hoy, en el día Internacional de la Mujer y la Niña en la ciencia, un vistazo al universo de orugas, gusanos, moscas, ácaros y plantas que ilustró e investigó esta entomóloga alemana considerada pionera en esta rama de la ciencia 

Ciudad de México (N22/Ana León).- La tumba de Maria Sibylla Merian hoy ya no existe. Se sabe que al morir, en 1717, fue enterrada en el cementerio de Leidse Kerkhof, en Ámsterdam. Nació en 1647 el segundo día de abril, así que al morir tenía setenta años y hasta su último día, luego de una apoplejía, aterrizó en papel todo aquello que motivó y estimuló su curiosidad: insectos, plantas, orugas, ácaros, mariposas. Dibujos de maestría tal que Pedro el Grande estimaba mucho las imágenes de la «famosa Merian» y formaban parte de su gabinete de arte. 

Maria Sibylla nació en Frankfurt dentro de una familia formada por un grabador y editor suizo de nombre Matthäus Merian que se casó, por segunda ocasión, con Johanna Catharina. Podría pensarse que el camino recorrido se vio influenciado por la presencia del padre y su labor, pero sólo vivió con él los primeros tres años de su vida ya que éste murió, y serían las elecciones de pareja de la madre las que, de alguna manera [una interpretación personal] realmente marcarían el camino de esta entomóloga, ilustradora y viajera. Es relevante, claro, la influencia de la figura paterna luego de la muerte, en Sibylla, pero tras su deceso, Catharina se casó con el pintor de naturalezas muertas y vendedor de arte, Jacob Marrel. En su taller, Maria Sibylla aprendió pintura al óleo y al pastel; acuarela y calcografía. 

A los 18 años se casó, tuvo una hija y se mudó a Núremberg. Dio clases de pintura a mujeres y desarrolló una voz propia, autónoma; fundó también un taller donde vendió finas telas  –seda, satín y lino– pintadas por flores que ella diseñaba. Fue en esa ciudad en donde Maria encontró el entorno idóneo para potenciar y explotar sus intereses botánicos y entomológicos.

En 1675 publicó la primera, de tres partes de su Florum [Libro de las flores], cuya última parte publicaría en 1680. Ya desde entonces pintaba en las flores orugas, mariposas, arañas, y otras criaturas. Sibylla pimponeaba, si bien aquí el interés principal era por las flores, los insectos también protagonizaban sus láminas sin por ellos pasar las flores a segundo plano, ya que los dibujaba acompañados de la flora que los alimentaba. 

«Desde mi juventud me dediqué al estudio de los insectos con constancia. Al principio eran los gusanos de seda de mi ciudad natal; después vi mariposas y polillas que salían de otro tipo de larvas. Cuando me di cuenta de que estas se desarrollaban más deprisa que otras orugas, recogí todas las que pude para estudiar su metamorfosis y desarrollar mis habilidades pictóricas dibujándolas en vivo y representando su color. Así me retiré de la sociedad humana y me dediqué exclusivamente a estas investigaciones».

¿Cómo funcionaban los seres vivos y de qué modo se relacionaban entre ellos?, fue la pregunta que atizó la mente inquieta de Maria y que mantuvo la marcha incansable de su trabajo. Publicó en su propia imprenta su trabajo en el estudio de orugas, gusanos, mariposas de verano, ácaros, moscas y otros pequeños animales. Éste fue un gran ejercicio, también, de paciencia, pues la información que vertía en una sola lámina implicaba meses o años de crianza de las especies que analizaba. 

Maria tuvo dos hijas con quien fuera su esposo por veinte años, Andreas Graff, que había sido aprendiz en el taller de su padrastro; se distanciaron en 1685 y no volvieron a verse. Fue el ser parte de una comunidad Labadista lo que le permitió considerarse divorciada y recuperar su apellido de soltera. 

Desde muy pronto sus intereses trascendieron geografías, primero fue de una ciudad a otra y luego de un país a otro. En 1699, luego de ocho años de preparación y también en parte porque su hija Johanna Helena [tuvo otra de nombre Dorothea Maria] se casó con un comerciante que comerciaba con mercancías de Surinam, emprendió un viaje a esa entonces colonia holandesa acompañada de Johanna  –sus dos hijas fueron también pintoras de plantas y animales, y contribuyeron en la obra de su madre. Allí permanecieron durante poco más de dos años y fruto de ese viaje, Maria desarrolló lo que es considerado su mayor aporte a la entomología y la ilustración naturalista, el libro bellamente ilustrado, Metamorphosis Insectorum Surinamensium (1705), que integraba «sesenta láminas y más de cien observaciones sobre orugas, gusanos y ácaros», escribió Merian en el prólogo.

Ésta es considerada una de las mejores obras de historia natural, aunque fue criticada duramente casi un siglo después, en 1834. Su relevancia y aporte permanecen más de trescientos años después.

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La historia de Maria Sibylla Merian forma parte del libro Pasión por los insectos. Ilustradoras, aventureras y entomólogas, del Xavier Sistach, publicado por editorial Turner, que dedica el volumen a mujeres que compartieron el espíritu «curioso y aventurero de la época», ése que también embargó a Humboldt y a Goethe. Éste es una mirada al estudio de la naturaleza realizado por mentes femeninas curiosas, que recoge biografías de varias de ellas desde el siglo XVII hasta el actual. Más allá de la mirada academicista y especializada, el texto de Sistach se enfoca en los que pequeños detalles, en la personalidad y el entorno que motivó y posibilitó el trabajo de estas mujeres en sociedades que, como la actual, dificultaban de alguna manera el desarrollo intelectual de las mujeres o menospreciaban sus aportes.