Frente al capitalismo y su hostilidad, la hipocresía y el aprovechamiento mutuo como formas de supervivencia en la cinta de Bong Joon-ho
Ciudad de México (N22/Arturo Campos Nieto).- El cine y la crítica social tradicionalmente han ido de la mano. Como medio de comunicación masivo, el cine ofrece un espacio para el repliegue momentáneo de la realidad en la que busca establecerse. Una reflexión pertinente y necesaria de su tiempo, de los temas universales, tratados hasta el agotamiento con una paradójica renovación a través de la infinidad de relatos que la mente humana es capaz de crear y que el devenir histórico se encarga de repetir.
Ganadora de la Palma de Oro en 2019 por decisión unánime, la película surcoreana Parásitos, del director Bong Joon-ho es la sensación del momento. Entre elogios y premios, la cinta se perfila para ser la favorita del año en las listas y algunos ya la han catalogado como obra maestra. No es momento de juzgarla en esos términos, pero sí de reconocer sus calidad artística en numerosos rubros.
Ki-taek (Kang-ho Song) es el patriarca de una familia pobre y marginal que vive precariamente en un piso bajo de Seúl, sobreviviendo con trabajos fugaces y mal pagados. La situación cambia un día en el que su hijo logra que un amigo le recomiende para sustituirlo como maestro de clases particulares de inglés en casa de los Park, una familia acaudalada. Utilizando su ingenio, el joven conseguirá ganarse la confianza de la señora de la casa y así irá introduciendo, poco a poco, al resto de sus familiares en distintos trabajos del servicio doméstico. Es solo el comienzo de una trama mucho más compleja, que encierra emocionantes y perturbadores giros de los cuales es mejor abstenerse de platicar, con el fin de no arruinar la experiencia.
El cineasta aborda esta serie de intrigas bajo el género de comedia negra, con reminiscencias al thriller. Haciendo uso magistral del lenguaje cinematográfico, la música y poderosas actuaciones, es de entender que la película haya sido acogida con tanto entusiasmo, pues su gran virtud radica en el equilibrio, de una buena historia, capaz de generar empatía en el espectador y, sobre todo, de conducirlo a una reflexión que va más allá de su contexto y lo posiciona como un ciudadano del mundo: comparte los mismos problemas contemporáneos y reconoce las situaciones que aquejan a todas las sociedades.
La cuestión moral que plantea la película es reductible al plano del valor humano y su trabajo, de acuerdo con la posición económica y social en la que se encuentra. El conflicto clasista origina una duda que resuena fuertemente en uno de los personajes centrales durante un arrepentimiento momentáneo. ¿La familia es opulenta porque son buenos o son buenos porque son opulentos? La respuesta quizá se encuentre en su epílogo.
Ambas familias son una radiografía de los polos opuestos, donde la unión y cooperación para los objetivos comunes se resalta en una y en la otra se diluye. La hipocresía y el aprovechamiento mutuo (relación parasitaria) son el enlace común. Ese doble trato es más una reacción, una respuesta a una desigualdad que ha destrozado cualquier lazo humano real y duradero. Es la única forma de supervivencia, ante el capitalismo y su hostilidad.