«Detrás de la aparente normalidad o cotidianidad hay grandes historias que contar»

Despachador de pollo frito reúne cinco cuentos del narrador y cronista Carlos Velázquez 

Ciudad de México (N22/Ana León).- «La piel del pollo es lo más sabroso del mundo, dijo Mr. Bimbo y aspiró las sobras de Kentucky Fried Chiken. 

Aborrecía su nombre. 

Por qué me pusiste Zenón, le preguntó a su papá a los diez años. 

Es en memoria de tu abuelo. 

El viejo había sido un cabrón, una de esas personalidades que marcan a las familias por generaciones. Bautizaron Zenón al niño porque creyeron que eso lo defendería del cochino mundo. Pero ocurrió lo contrario.»

Así inicia el cuento que da nombre al quinto libro de relatos del escritor mexicano nacido en Torreón, Carlos Velázquez, Despachador de pollo frito. Un conjunto de cinco relatos de «personajes típicos que se convierten en atípicos, en apariencia normales, porque hay desde despachadores de pollo frito, auxiliares de contador, chicas fresas zapatistas, empleados del departamento de salchichonería del supermercado, creo que el menos típico sería el director de orquesta aunque finalmente creo que sí es también un personaje muy recurrente dentro de la cultura de la provincia mexicana, que son llevados hacia el límite, empujados hacia un callejón sin salida, pero que en lugar de dar media vuelta y tratar de resolver el laberinto, agarran un martillo y rompen la pared a mazazos y es como encuentran su redención o su vía de escape», me cuenta Velázquez en una entrevista que ocurrió en Guadalajara, en los días de la FIL. 

Me llama la atención que dices “chicas fresas zapatistas”. 

Bueno, en el segundo cuento, este contador empieza a salir con una chava que se va de voluntaria a Chiapas a hacer una especie de odalisca del subcomandante Marcos, pero cuando empieza a tener una relación con ella, se da cuenta de que es hija de una familia muy, muy pudiente. De alguna manera, este cuento también pretende ser una especie de crítica de cómo hay mucha gente que desde el privilegio pretende lucrar con la desgracia de los menos favorecidos, es como una especie de burla o de ironía de esta gente que se quiere solidarizar con las causas, pero con una insensibilización que proviene totalmente de la inconsciencia de clase. 

Te leí descrito tal cual como uno de los mejores cuentistas de tu generación, ya que tu trabajo te ha colocado en ese lugar, a ti qué te interesa más, ¿qué narrar o cómo narrar? 

Me interesan las dos, las dos inquietudes vienen unidas. Por un lado, el cómo narrar porque a mí me interesa que mi literatura sea dinámica. Hace tiempo me dijo un colega que lo que le gustaba de mis libros es que duraban poco más de cien páginas y que los podía leer de un tirón. Eso es lo que me interesa a mí, por lo menos en el campo del relato, que sea un cosa muy dinámica, muy accesible. 

Y también el qué narrar, porque estos personajes de los que estamos hablando no son personajes que comúnmente encuentres dentro de la literatura mexicana. Si ves las mesas de novedades, hay muchísimos libros que hablan de la experiencia misma de la literatura. Ahorita hay mucha literatura del “Yo”, muchos experimentos, pero el escritor mexicano promedio se olvida de lo que está ahí afuera, de los personajes comunes y corrientes con los que te puedes cruzar todo el tiempo; por eso está el “despachador de pollo frito”. Creo que detrás de la aparente normalidad o cotidianidad o incluso de las vidas que podrían parecer grises, hay grandes historias que contar. 

¿Qué tanta distancia crees que hay de la Biblia Vaquera al Despachador de pollo frito? Como escritor, más allá de la apreciación de terceros, ¿cómo percibes que ha cambiado tu escritura? 

La Biblia… era más que nada una especie de poner una bandera, de decir “Hola, soy Carlos Velázquez, aquí estoy”. Y el Pollo es un reto porque ya después de varios libros de relatos es difícil no repetirte, no caer en la fórmula; el lector empieza a conocer tus trucos, te empieza a agarrar la medida, entonce ¿qué pasa?, pues la exigencia es mayor y tienes que mantener cautivo al lector, no traicionarlo, no darle atole con el dedo. Una de las cosas que a mí más me molesta como lector es que me quieran ver la cara de bobo. Yo no quiero que mi lector se sienta de esa forma y busco crear estas historias que sean muy atractivas y que cuenten algo nuevo. Aunque tengo muchos cuentos sobre gordos, que sea un enfoque distinto, un cuento distinto. 

La verdad es que yo pensaba que el libro tenía lo suyo, pero por la respuesta de la gente, al parecer el libro es mucho mejor de lo que yo pensaba. 

Hay en tu escritura influencia de autores estadounidenses, pero ¿cuáles son tus lecturas de autores latinoamericanos?

Justo en el Pollo hay una especie de homenaje un poco velado, bueno no velado, abierto, decía velado porque al autor al que referencio no era cuentista sino cronista. El tercer relato del conjunto se llama a “La vaquerobvia del apocalipsis (Cagona Star)” que es, evidentemente, un guiño a Las yeguas del Apocalipsis, de Pedro Lemebel. Cuando yo leí a Pedro Lemebel me impactó tanto que dije “algún día quiero hacer algo por él, escribir algo”.  Escribir una crónica era algo muy sencillo y pensé hacer algo distinto, fue así como surgió este cuento que habla de travestis, del mundo gay. Y creo que en parte de mi trabajo hay una huella de su labor como cronista, no fusilándomelo, no imitándolo, porque es inimitable, pero sí como dejando ahí uno o dos, tres puntos, a través de los cuáles se puede narrar su influencia. 

¿Con qué narradores contemporáneos de tu generación sientes que tienes afinidades estilísticas o temáticas?

Con Antonio Ortuño, evidentemente; con Yuri Herrera, con Luis Jorge Boone; más grande que yo, pero que empezó a publicar tarde, Iván Monalisa Ojeda. 

¿Sientes que la producción cultural está muy arraigada en el centro?

De alguna manera el centralismo sigue teniendo una parte predominante. Se puede definir por muchas cosas, pero sobre todo porque la crítica casi se concentra toda en el centro. El aparato crítico que es el que se encarga de alguna manera de enjuiciar la literatura, está en el centro y no hay hacia el norte o hacia el sur, una aparato crítico que pueda competir con el del centro. Sin embargo, se determina ya más por la obra que por el lugar de origen o por el lugar en donde radicas.